¿Recuerda la primera vez que intentó leer todo el Antiguo Testamento?
Génesis está lleno de historias: la creación, el diluvio, Abraham, José. Éxodo trae drama y liberación cuando Dios rescata a Israel de Egipto. Pero luego llega Levítico… y ahí es donde muchos disminuimos el paso. De pronto, leemos acerca de sacrificios, lavamientos ceremoniales, restricciones alimenticias, enfermedades de la piel e incluso inspecciones de moho. Si alguna vez ha pensado: “¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?”, no está solo.
Como cristianos, creemos que toda la Biblia es Palabra de Dios. Sin embargo, no seguimos todas las leyes del Antiguo Testamento como lo hicieron los israelitas. Comemos tocino (a pesar de Levítico 11), usamos ropa de telas mezcladas (contrario a Deuteronomio 22:11), y nadie está construyendo altares en el patio trasero para sacrificios de animales.
Entonces, ¿estamos escogiendo arbitrariamente qué leyes seguir? ¿O hay una manera fiel y bíblica de entender cómo se aplican hoy estos mandamientos antiguos?
Veamos cómo los cristianos pueden pensar con claridad —y con gozo— acerca de la ley del Antiguo Testamento, y cómo Jesús hace toda la diferencia.
Entendiendo los tres tipos de leyes del Antiguo Testamento
A lo largo de los siglos, los cristianos han considerado útil reconocer tres categorías generales de leyes en el Antiguo Testamento: morales, ceremoniales y civiles. Aunque la Biblia no enumera explícitamente estas categorías, sirven como un marco útil para entender cómo funcionaban diferentes leyes y cómo se relacionan con nosotros hoy.
Leyes morales. Son mandamientos que reflejan el carácter de Dios: Su santidad, justicia y amor. Piense en los Diez Mandamientos: no robar, no matar, no mentir, honrar a los padres. Estos estándares morales están enraizados en quién es Dios y se repiten a lo largo del Nuevo Testamento. No son solo reglas para Israel, sino verdades permanentes que siguen guiando a los creyentes hoy. De hecho, Jesús obedeció perfectamente estas leyes morales y nos llama a seguirle viviendo conforme a ellas (Mateo 5:17-20).
Leyes ceremoniales. Estas leyes regulaban la adoración de Israel: sacrificios, festivales, restricciones alimenticias y pureza ritual. Fueron diseñadas para enseñar a Israel sobre la santidad de Dios y señalar a un Salvador venidero. Cuando Jesús murió y resucitó, cumplió todo lo que estas leyes ceremoniales anticipaban. Por eso Hebreos 10:1 y 14 declara que el sacrificio único de Cristo hace innecesarias más ofrendas. Ya no seguimos estos rituales, pero sí aprendemos de ellos: nos recuerdan adorar a un Dios santo y vivir apartados para Él.
Leyes civiles (o judiciales). Estas leyes organizaban a Israel como nación gobernada directamente por Dios. Trataban sobre derechos de propiedad, delitos y justicia comunitaria. No vivimos en una teocracia como el Israel antiguo, así que no aplicamos estas leyes tal cual. Pero sí nos enseñan principios valiosos: justicia, responsabilidad y cuidado del prójimo. Por ejemplo, Deuteronomio 22:8 ordena construir una baranda en el techo para evitar accidentes. ¿El principio detrás de ese mandamiento? Amar al prójimo lo suficiente como para prevenirle daño. Eso sigue vigente hoy, aunque ahora pongamos una cerca alrededor de una piscina.
¿Qué dijo Jesús sobre la Ley?
Jesús dijo algo notable en el Sermón del Monte:
“No piensen que he venido para abolir la Ley o los Profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir” (Mateo 5:17 NBLA).
Él no desechó las leyes del Antiguo Testamento. Las cumplió. Esto significa que Jesús completó aquello a lo que estas leyes señalaban. Obedeció cada mandamiento moral perfectamente. Se convirtió en el sacrificio final y perfecto que las leyes ceremoniales anticipaban. Y estableció un pacto mejor, basado no en reglas externas, sino en gracia y transformación del corazón (Hebreos 8:6).
Por eso los cristianos no ofrecemos sacrificios, no evitamos ciertos alimentos ni usamos ropa especial para honrar a Dios. Jesús ya cumplió esas leyes. Y también por eso miramos más allá de la obediencia externa y examinamos nuestros corazones. Como Jesús enseñó en Mateo 5, no se trata solo de no matar, sino de lidiar con la ira; no solo de evitar el adulterio, sino de honrar la pureza en nuestros pensamientos.
Jesús resumió toda la ley de esta manera:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37–39 NBLA).
“De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (v. 40).
En otras palabras, el amor es el latido de cada ley que Dios ha dado.
Viviendo bajo el nuevo pacto
Entonces, ¿dónde nos deja esto hoy?
El Nuevo Testamento deja claro que los cristianos ya no estamos bajo la Ley de Moisés como sistema para ganar justicia. Pablo dice en Romanos 6:14:
“Ustedes no están bajo la ley, sino bajo la gracia.”
Somos salvos por gracia mediante la fe en Jesús, no por obedecer la ley (Efesios 2:8–9). Pero eso no significa que la ley sea inútil. Todavía nos enseña sobre la santidad de Dios, expone nuestro pecado y nos muestra cómo luce una vida piadosa.
Piense en la ley del Antiguo Testamento como un letrero. Señalaba hacia Cristo. Ahora que Jesús ha venido, no necesitamos acampar en el letrero. Seguimos al que señalaba. Y aun así, miramos de nuevo al letrero para aprender lo que revela sobre el corazón y los propósitos de Dios.
Una de las promesas más hermosas del nuevo pacto es que Dios escribe Su ley en nuestros corazones (Jeremías 31:33). No se trata de memorizar reglas, sino de un corazón transformado que desea honrar a Dios. Como creyentes, somos guiados por el Espíritu Santo, quien nos ayuda a vivir los principios justos de la ley en nuestra vida diaria.
Aplicando hoy las leyes del Antiguo Testamento
¿Cómo hacemos esto? Al leer una ley del Antiguo Testamento, hacemos algunas preguntas:
- ¿Es una ley moral? Si es así, todavía aplica. La obedecemos, no para ganar salvación, sino para honrar a Dios y reflejar Su carácter.
- ¿Es una ley ceremonial? Entonces buscamos cómo Cristo la cumplió y qué nos enseña sobre santidad, adoración y gracia.
- ¿Es una ley civil? Consideramos el principio detrás —justicia, protección, amor— y lo aplicamos con sabiduría en nuestro contexto actual.
Por ejemplo, el sábado. Éxodo 20:8 ordena a Israel guardar el séptimo día como santo. Como cristianos, no estamos obligados a todas las leyes del sábado del antiguo pacto. Pero reconocemos la necesidad de descanso, adoración y ritmo en nuestra vida. Podemos apartar el domingo, no por obligación, sino como respuesta amorosa al diseño de Dios.
O considere leyes con castigos severos, como la lapidación por ciertos pecados. No las aplicamos hoy. Pero nos recuerdan que Dios toma el pecado en serio. En la iglesia, lidiamos con el pecado no arrepentido mediante corrección amorosa, como enseña el Nuevo Testamento: no castigo legal, sino restauración espiritual.
En resumen
Leer las leyes del Antiguo Testamento puede parecer confuso. Pero al leerlas a través del lente de Cristo, cobran vida con significado y propósito.
Ya no estamos bajo el antiguo pacto, pero sí somos moldeados por él. La ley sigue señalándonos la santidad de Dios, la hermosura de Su justicia y nuestra profunda necesidad de un Salvador. Y en Jesús encontramos a ese Salvador que cumplió la ley en nuestro lugar y nos invita a una nueva forma de vida.
Cuando encuentre un mandamiento extraño en Levítico o Deuteronomio, no lo pase por alto. Pregúntese: ¿Qué revela esto sobre el corazón de Dios? ¿Cómo apunta esta ley a Jesús? ¿Qué principios sigue aplicando hoy mientras busco amar a Dios y a otros?
Como seguidores de Cristo, no descartamos la ley del Antiguo Testamento. Nos deleitamos en ella, no como carga, sino como un camino hacia la santidad, escrita en nuestros corazones y vivida por Su gracia.
“Porque este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos.” (1 Juan 5:3 NBLA)