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La verdadera fortaleza del rey David

En este artículo, reflexionamos sobre cómo David recordaba la fidelidad de Dios más allá de su victoria sobre Goliat, el peligro de confiar en nuestras propias fuerzas y talentos, y cómo su ejemplo nos invita a edificar “monumentos de fe” que nos recuerden que solo en el Señor encontramos verdadera fortaleza y protección.

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Aunque, en las Escrituras, David nunca volvió a mencionar su batalla con Goliat después de aquel día, las lecciones que aprendió acerca del carácter de Dios lo acompañaron toda su vida, y se reflejan en sus escritos y su manera de vivir. Está claro que el recuerdo de la protección y el poder de Dios en esa batalla fue un tema recurrente en sus oraciones y en su alabanza al Señor.

Décadas después de enfrentarse con el gigante filisteo, el rey David ya estaba firmemente establecido en su lujoso palacio en Jerusalén. Pero a pesar del favor y la protección de Dios, los enemigos lo perseguían por todos lados.

Nuevos “Goliats” habían surgido en su vida. Su propio hijo intentaría un golpe de Estado para arrebatarle el trono, y naciones extranjeras amenazaban constantemente a Israel. Incluso siendo un veterano de guerra endurecido, David todavía necesitaba protección; todavía se sentía como el desvalido.

Me imagino a David escribiendo otro salmo de oración, y al hacerlo, mirando hacia una esquina de su habitación donde colgaba de un clavo una vieja honda de cuero. Debajo de ella, quizá sobre un estante, cuatro piedras lisas descansaban como recuerdo. Y en ese momento, David escribió:

“Bendito sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para la guerra, y mis dedos para la batalla” (Salmo 144:1, NBLA).

¿Crees que David alguna vez se sintió tentado a pensar que fue la piedra del arroyo lo que lo libró de Goliat? ¿O que fueron sus manos y dedos los que tuvieron la destreza suficiente para derribar al gigante con una simple honda?

Muchas veces tú y yo caemos en la tentación de atribuirnos el crédito de nuestros logros. Pero hay una lección poderosa en el recuerdo de David:

Dios es nuestro fundamento: nuestros talentos y habilidades son regalos Suyos.

La roca a la que David se aferraba no era la pequeña piedra que derribó al gigante, sino la Roca eterna que guió esa piedra. Incluso la destreza de David con la honda—la habilidad de sus manos y dedos—la atribuyó al Dios que le dio ese talento.

Quizá David recordaba el momento en que corrió hacia Goliat mientras escribía:

“[Dios] es mi misericordia, mi castillo, mi baluarte, mi libertador, mi escudo en quien me refugio” (Salmo 144:2, NBLA).

David no corrió a su primera batalla con armadura o con escudo. No tenía nada para defenderse de la lanza ni de la espada de Goliat, excepto su confianza en Dios.

¿Cuándo fue la última vez que corriste hacia un desafío confiando solo en el Señor? Es fácil decir que confiamos en Él, cuando en realidad estamos poniendo nuestra seguridad en fondos de emergencia, planes de retiro o bienes materiales.

Seguir la voluntad de Dios, por la fe, es la única protección que realmente necesitamos.

Me imagino a David viendo el reflejo de la luz en la coraza de Goliat mientras escribía:

“Oh Señor, ¿qué es el hombre para que Tú lo tengas en cuenta, o el hijo del hombre para que lo pienses? El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa” (Salmo 144:3-4, NBLA).

La grandeza del ser humano no se mide por su cercanía al poder, sino por su cercanía a la providencia de Dios.

¡Qué rápido nuestro mundo eleva a sus “Goliats”! Goliats físicos, como atletas y fisicoculturistas. Goliats políticos, como presidentes y primeros ministros. Goliats intelectuales, como filósofos e historiadores.

Como cristianos, debemos redefinir lo que significa la grandeza, tanto en nuestra vida personal como en nuestra cultura. Tenemos que resistir la tentación de invertir más tiempo, energía y dinero en músicos famosos que en misioneros fieles. Es tan fácil obsesionarse más con las palabras de un político que con las de un pastor.

Goliat tenía todo lo que necesitaba para triunfar en la vida… excepto a Dios.

David no tenía nada extraordinario en su vida… excepto a Dios.

David puso a Dios en el centro de la historia de su vida. ¿Dónde está Dios en la historia de tu vida hoy?

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