Hace muchos años viajé con otros pastores a la India, donde tuvimos el honor de ser recibidos por una iglesia local muy hospitalaria y amable. Como muestra de aprecio, nuestros anfitriones nos trajeron tres sillas plegables—las únicas tres sillas de toda la iglesia—para que pudiéramos sentarnos y descansar.
Mientras estábamos allí, un joven se nos acercó con algo sorprendente y familiar: tres botellas de Coca-Cola. En esa región de la India que visitábamos, un refresco era un lujo costoso y raro. Por supuesto, en Estados Unidos donde vivo lo tenemos en cada máquina expendedora o tienda, y hasta necesitamos una docena de sabores diferentes de Coca-Cola para no aburrirnos. Pero para nuestros nuevos amigos en la India, esa botella de vidrio era un verdadero regalo.
Aun al entender el valor de ese obsequio, me costó beberlo porque estaba caliente. En la iglesia no había aire acondicionado y la Coca estaba a “temperatura ambiente”—¡en pleno verano en India! Mientras todos nos observaban, los pastores y yo bebimos obedientemente nuestras Cocas. Pero si hubiera estado en casa, sin duda la habría escupido de lo fea que estaba.
La lección de Laodicea
Recordé este evento al leer la carta que Jesucristo dictó al apóstol Juan para la iglesia en Laodicea. Es la última de las siete cartas dirigidas a siete iglesias del primer siglo—y que siguen siendo útiles para millones de creyentes hoy.
Laodicea era el destino turístico de lujo del Imperio Romano. Ofrecía juegos de azar, eventos deportivos, aguas termales, tiendas de regalos y teatros. Además, era el centro de dos industrias vitales para el imperio: la medicina y la industria bancaria. Todo esto hacía de Laodicea una ciudad rica, de moda, físicamente activa, consolidada y llena de entretenimiento.
Pero Jesús les dijo a la iglesia de esa ciudad:
“Yo conozco tus obras: que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’; y no sabes que eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:15-17).
Para Jesús, la iglesia de Laodicea dejaba en Su boca un sabor como el de esa Coca-Cola caliente en India: quería escupirla.
El peligro de la autosuficiencia
Al observar esta iglesia del primer siglo, encontramos dos grandes problemas:
Primero, se había acomodado al estilo de vida de su cultura. En lugar de destacarse por su generosidad, mayordomía y dominio propio, los cristianos de Laodicea se estaban mezclando con el mundo. Jugaban a la religión mientras la sociedad a su alrededor corría tras sueños vacíos. De hecho, muchos de ellos perseguían los mismos sueños pasajeros de riqueza, comodidad e influencia. Y una iglesia que persigue lo mismo que el mundo no es más que un club social semanal.
Segundo, la iglesia en Laodicea se atribuía el mérito de su prosperidad. Nota cómo Jesús describe su manera de pensar:
“Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’; y no sabes que eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17).
En lugar de ver su riqueza como una bendición de Dios y una oportunidad para administrarla con fidelidad, la consideraban como el fruto de su propio esfuerzo. Vivian en una peligrosa ilusión de su autosuficiencia.
La verdadera riqueza en Cristo
Ese mismo peligro sigue estando presente hoy: los creyentes acomodados pueden pensar que ya no necesitan a Dios, que pueden valerse por sí mismos. La verdad es que, tengas $200 o $2 millones de dólares, tu actitud hacia Dios debería ser la misma: dependencia, no autosuficiencia.
Ahora bien, podrías pensar que Jesús ofrecería un plan complicado, con muchos pasos. Pero Su receta es bastante simple. Él dijo:
“Yo te aconsejo que de Mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para vestirte y que no se manifieste la vergüenza de tu desnudez; y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver” (Apocalipsis 3:18, NBLA).
En varios lugares de la Biblia, la fe se compara con oro refinado. Así como el oro revela su pureza bajo el calor intenso, la fe genuina se revela bajo la presión y la persecución.
Jesús redefinió completamente para esta iglesia lo que significa ser verdaderamente “rico”. Ellos creían que su valor estaba en la abundancia material, pero Jesús enseñó que la verdadera riqueza se encuentra en la fe.
El llamado personal
Jesús veía a la iglesia de Laodicea como una iglesia que se había amoldado a su cultura, parecida a otras de la región que también recibieron cartas inspiradas por Dios. Esta iglesia se había acomodado al mundo, y era indistinguible de él. En una palabra: tibia.
Querido hermano, el poder del evangelio, cuando opera en su verdadera esencia, provoca emociones profundas. Algunos serán salvos por su poder; otros se ofenderán y se enojarán. Pero el peor lugar en el que alguien puede estar es en la apatía.
Como escribió C. S. Lewis: “El cristianismo, si es falso, no tiene importancia. Si es verdadero, tiene importancia infinita. Lo único que no puede ser es moderadamente importante.”
Entonces, la pregunta es: ¿Qué tan importante es Jesucristo para ti?