Introducción
En los tiempos del apóstol Pablo, el mundo ya estaba inundado de ideas supersticiosas sobre los demonios. Las creencias del antiguo Egipto sobre los espíritus habían influido profundamente en la cultura griega y romana, especialmente en su obsesión con los demonios. Según una de sus ideas, el cuerpo humano estaba compuesto por 36 partes, y un demonio podía poseer y controlar cada una de ellas.
Por eso, en Roma —como en tantas culturas incluso hoy— la medicina muchas veces no era más que un intento de expulsar demonios. El curandero era mitad doctor y mitad exorcista.
En el primer siglo, constantemente se inventaban conjuros y rituales para liberar a una persona del demonio de la parálisis, el demonio de la locura, o incluso por cosas menores como el insomnio, la sordera, ¡hasta la indigestión!
De hecho, en tiempos de Cristo ya existía la práctica médica—o más bien mala práctica—de perforar el cráneo de una persona para que el demonio pudiera salir.
Claro que, en el otro extremo del espectro, hay quienes niegan por completo la existencia del diablo y de los demonios. Para ellos, todo esto es pura fantasía. El enemigo y su reino se han convertido en el blanco de chistes, caricaturas y burlas.
La sociedad actual incluso se divierte con la idea. ¿Qué daño hay en convertir al diablo en una especie de mascota simpática con cuernos y cola puntiaguda? Piense en el famoso equipo inglés Manchester United, apodado los “Diablos Rojos”; o en clubes latinoamericanos como el América de Cali, conocido también como los “Diablos Rojos” de Colombia. Incluso en otros deportes, el diablo se ha vuelto parte de la imagen popular, como si fuera un símbolo de fuerza o rebeldía.
Parece que el enemigo ha logrado que muchos lo vean como un simple personaje de caricatura… una broma inofensiva.
Pero ambos extremos—la obsesión supersticiosa o la incredulidad burlona—son peligrosos, erróneos… y francamente, necios. El diablo y sus demonios están encantados de ver a una generación que toma a la ligera su existencia o que vive con miedo exagerado.
En su libro, Mero Cristianismo, el teólogo C.S. Lewis escribió que hay dos errores comunes respecto a los demonios: uno es no creer en ellos, y el otro, obsesionarse con ellos. A los demonios les fascinan los dos errores por igual.
Pero cuando miramos al Señor Jesucristo, encontramos el equilibrio perfecto. En su ministerio, Él enfrentó cara a cara al mundo demoníaco, sin ignorarlo ni obsesionarse con él. Y a sus seguidores, Jesús nos recuerda que no debemos temerles, pero sí debemos estar conscientes de esta batalla invisible. El apóstol Pablo les advirtió a los creyentes en Corinto: “No ignoren los planes del enemigo” (2 Corintios 2:11). No seamos ingenuos. Satanás tiene estrategias.
Las estrategias del enemigo
Es cierto que el creyente no puede ser poseído por un demonio, porque ahora somos templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16). Pero eso no significa que no seamos atacados. Ya no pertenecemos al diablo… pero eso no impide que él venga tras nosotros.
Y lo hace de varias formas. La primera es a través de la tentación.
Somos tentados por el mundo, por los demonios y por nuestra propia carne. Pero cada vez que caemos, es porque nosotros mismos abrimos la puerta desde adentro. Ya sea por el deseo de los ojos, el deseo de la carne o el orgullo de la vida (1 Juan 2:16). La caída siempre comienza en el corazón.
La tentación es el anzuelo. Y Satanás es un pescador experto. Tiene muchos tipos de carnada… pero en realidad, no le importa cuál funcione. No le importa qué pecado te enreda, ni qué debilidad te domina. Su meta es destruir tu gozo, apagar tu testimonio y romper tu confianza en Dios.
Y esto también nos enseña algo más: la vida cristiana no se trata de una sola batalla y luego descanso. No hay vacaciones en esta guerra espiritual. La lucha contra el pecado es constante… y no terminará hasta que vayamos a la presencia de Jesú.
El teólogo puritano John Flavel escribió: “Mantener los pensamientos puros y el corazón en orden es un trabajo constante. La vigilancia del corazón no termina hasta que la vida misma se acaba. No hay un solo momento en la vida cristiana donde podamos dejar de luchar.” [i]
John Bunyan, el autor de El progreso del peregrino, escribió otro libro menos conocido pero profundamente ilustrativo titulado La guerra santa. Ya lo hemos mencionado antes, pero vale la pena recordarlo porque capta perfectamente esta realidad espiritual.
En su historia, Bunyan representa la vida del creyente como una ciudad llamada Mansoul—un nombre en inglés que significa “alma humana”. Esta ciudad está protegida por cinco portones: el del oído, el de los ojos, el de la nariz, el del tacto y el de la boca.
El enemigo de esa ciudad se llama simplemente “Pecado”. Y cada día, Pecado se presenta ante uno de esos portones—o incluso varios a la vez—intentando ingresar. Susurra a través del oído con mensajes seductores, lanza imágenes tentadoras a través de la vista, y nunca se da por vencido.
Pero aquí está la clave: en la historia de Bunyan, la ciudad nunca cae por ataques externos. Pecado solo puede entrar si uno de los sentidos le abre la puerta.
Pablo enseña lo mismo en Romanos 6:13, cuando dice:
“No presenten los miembros de su cuerpo al pecado.”
Satanás ataca al creyente con la tentación. En segundo lugar, nos ataca por medio de la persecución. Este es su intento de desanimarnos, de hacernos callar, de intimidarnos para que dejemos de compartir nuestra fe.
Una tercera táctica es la división. Satanás odia tu familia, odia tu iglesia, odia la comunión entre creyentes. Por eso, hace todo lo posible por sembrar discordia.
El enemigo ataca al creyente a través de la tentación, la persecución, la división y finalmente a través del engaño. Este es uno de sus ataques más sutiles y peligrosos. Busca distorsionar la verdad, distraer al creyente con cosas superficiales y negar porciones de la Palabra de Dios.
Por eso Pablo escribió a los tesalonicenses: “Que nadie los engañe de ninguna manera” (2 Tesalonicenses 2:3). Y a los efesios les dijo: “Que nadie los engañe con palabras vacías”—con consejos superficiales, mundanos, sin raíz espiritual (Efesios 5:6).
Estas cuatro estrategias—tentación, persecución, división y engaño—siguen activas hoy. Y debemos estar atentos a ellas.
Ahora bien, hay una quinta estrategia que el enemigo puede llevar a cabo, pero solo en los incrédulos: la posesión demoníaca. Es cuando un demonio toma control del cuerpo de una persona no redimida, buscando imitar lo que el Espíritu Santo hace en el creyente.
En otras palabras, el cuerpo del incrédulo se convierte en un templo falso… un lugar ocupado por el enemigo. Es una ofensa directa contra Dios, el Creador. Es un intento de insultar al Señor, quien creó al ser humano a Su imagen y para Su gloria.
Los demonios se deleitan en distorsionar esa imagen y destruir lo que Dios ha hecho. Y lo hacen mediante esta posesión, en la que controlan, desfiguran y arruinan una vida.
Y aquí está la diferencia esencial: cuando el Espíritu Santo habita en una persona, su vida es redimida y transformada. Pero cuando un demonio posee a alguien, su vida se hunde más en la miseria y el pecado.
Y justo eso es lo que está por suceder en nuestro pasaje de Lucas. Jesús se encuentra frente a un joven poseído por un demonio… y está a punto de intervenir con poder.
La incapacidad de los discípulos de expulsar a un demonio
Y con eso como introducción, llegamos por fin a nuestro pasaje en Lucas capítulo 9. El versículo 37 comienza diciendo:
“Al día siguiente…”
Esa frase es más importante de lo que parece en un principio. Lucas quiere que notemos el contraste. Algo glorioso ocurrió el día anterior… y lo que veremos ahora es radicalmente distinto.
Dice el texto:
“Al día siguiente, cuando bajaron del monte, una gran multitud salió a su encuentro” (Lucas 9:37).
¿Qué había pasado en ese monte?
Jesús acababa de ser transfigurado delante de Pedro, Jacobo y Juan. Por un breve momento, Él corrió el velo de su humanidad para revelar la brillantez de su gloria divina. Su cuerpo comenzó a emitir una luz tan brillante, que hasta su ropa se volvió intensamente blanca, resplandeciente. Su rostro brillaba como el sol al mediodía.
Fue una demostración gloriosa de su majestad.
Pedro, Jacobo y Juan estaban allí. Vieron todo con sus propios ojos. De hecho, Pedro escribiría más tarde: “Fuimos testigos de su majestad” (2 Pedro 1:16-18). Fue un momento cumbre. Una “cima espiritual”, por así decirlo.
Pero eso fue ayer.
No podían quedarse en la montaña para siempre. Tenían que descender. Y lo que encontrarían abajo sería todo lo contrario: confusión, caos y la manifestación del reino de las tinieblas.
Este contraste nos recuerda una verdad importante: los momentos gloriosos con Dios no eliminan las batallas. Solo nos preparan para enfrentarlas mejor cuando bajamos al “valle” de la vida diaria.
Jesús y los tres discípulos bajan del monte… y lo que encuentran abajo es un verdadero caos. Según el relato paralelo en el evangelio de Marcos, los otros nueve discípulos están enfrascados en una discusión con los líderes religiosos. Una multitud se ha reunido… y el ambiente es de confusión total.[ii]
Lucas continúa:
“Y he aquí un hombre de la multitud clamó, diciendo: Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es mi único hijo. Y sucede que un espíritu lo toma, y de repente da gritos; lo sacude con violencia hasta hacerlo echar espuma, y apenas se aparta de él, dejándolo molido. Rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron” (Lucas 9:38–40).
Detengámonos allí. Esa última frase debería llamarnos la atención: “Rogué a tus discípulos… pero no pudieron.”
¿Cómo que no pudieron? ¡Claro que podían! Hacía apenas unos días, Jesús los había enviado de dos en dos a predicar, sanar y expulsar demonios. Habían tenido éxito. Pero ahora, nueve de ellos juntos no logran liberar a un solo muchacho.
¿La razón? Pensaron que podían hacerlo… simplemente porque ya lo habían hecho antes.
El evangelio de Mateo nos dice que los discípulos fallaron porque les faltó fe; no confiaron realmente en el Señor. Y el evangelio de Marcos añade otro detalle clave: ni siquiera oraron.
En otras palabras, pensaron: “No hace falta que le pidamos ayuda al Señor… ya hemos hecho esto antes.”
Ya no sentían la necesidad de depender de Dios en oración. Ya no veían necesario buscar el poder de Dios por medio de la fe. Habían reemplazado la dependencia por rutina.[iii]
“Déjame mostrarte mi currículum,” podrían haber dicho. “¡Ya he expulsado demonios antes!”
Pero en el lapso de una sola semana… pasaron del poder a la impotencia.
Y lo que el Señor les está enseñando, sin decir una sola palabra, es una lección profunda: esto es lo que ocurre cuando uno se desliza de la dependencia total hacia la autosuficiencia.
Y sí, puede pasar en menos de una semana.
La reprensión de Jesús
Continuamos en el versículo 41:
Jesús respondió: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con ustedes y soportarlos?” (Lucas 9:41).
Esta frase no solo expresa frustración; también tiene un eco bíblico muy intencional. Jesús está citando el libro de Deuteronomio, capítulo 32, donde Moisés describe al pueblo de Israel como una generación rebelde, perversa e incrédula. Ahora, Jesús aplica esa descripción a la nación de Israel en su propio tiempo.[iv]
El Señor ya ve venir su crucifixión. Discierne el creciente rechazo espiritual de la nación. Percibe claramente cómo la oscuridad espiritual está cubriendo la nación, incluso tomando posesión de este joven ahora endemoniado.
Sin perder tiempo, Jesús dice: “Trae acá a tu hijo” (Lucas 9:41b).
El versículo 42 nos cuenta lo que ocurrió:
“Mientras se acercaba el muchacho, el demonio lo derribó y lo sacudió con violencia. Pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, sanó al niño y se lo devolvió a su padre” (Lucas 9:42).
Y luego Lucas añade algo más: “Y todos quedaron asombrados de la majestad de Dios” (Lucas 9:43a).
Jesús no era como sus discípulos. Su autoridad y poder eran innegables. Y quienes presenciaron ese momento, lo entendieron correctamente: lo que acababan de ver era nada menos que la majestad de Dios en acción.
De hecho, la palabra que Lucas usa aquí para “majestad” es la misma que usó el apóstol Pedro cuando escribió que fue testigo de la majestad de Cristo en el Monte de la Transfiguración. En otras palabras, Jesús está demostrando su majestad divina no solo allá arriba, en la cima del monte, rodeado de luz gloriosa… sino también aquí abajo, en medio del caos, la confusión y la oscuridad espiritual de este mundo.
La majestad de Dios tal vez nos parezca más evidente en los momentos brillantes, gloriosos, espirituales… pero sigue siendo igual de majestuosa, igual de poderosa, igual de activa, en medio del valle, en la lucha, en el sufrimiento y en la batalla contra las tinieblas.
Y hay algo más que debemos notar: la majestad de Cristo no siempre se ve tan dramáticamente como en este caso de liberación demoníaca. Pero desde la perspectiva del cielo—donde se ve todo con claridad—cada salvación, cada alma redimida, es una victoria igual de real y gloriosa sobre el reino de la oscuridad.
Tal vez piensas que tu testimonio no tiene nada de extraordinario. Que no hay nada dramático en tu historia. Quizas nunca fuiste liberado de una adicción oscura, o rescatado de una vida completamente rota. Pero si has sido salvado por Cristo, tu conversión fue una demostración directa del poder de Dios sobre el reino de las tinieblas. No fue algo pequeño. Fue una victoria espiritual completa.
En realidad, cuando tú fuiste salvo, la Biblia dice que hubo una celebración en el cielo. Lucas 15:10 nos asegura que “hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.
Y no estamos hablando de un grupito de ángeles cantando suavemente. Apocalipsis 5:11 dice que Juan vio una multitud de más de cien millones de ángeles. Imagínate lo que significa que todos ellos celebren tu salvación.
Tal vez recuerdes lo especial que fue aquella fiesta sorpresa en tu cumpleaños, con veinte o treinta personas cantándote cuando entraste por la puerta. Ahora intenta imaginar un coro celestial con millones de voces… celebrando el día de tu nuevo nacimiento. No fue algo común. Fue una explosión de gozo celestial. Una victoria más sobre el reino de la muerte y de las tinieblas.
La asombrosa advertencia de Jesús
Volviendo a la historia en Lucas, mientras todos estaban maravillados por lo que Jesús acababa de hacer, vemos que cambió completamente el tono de la conversación.
Dice el versículo 43, segunda parte:
“Pero mientras todos se maravillaban de todas las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras: porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres’” (Lucas 9:43b-44).
Ese título, “el Hijo del Hombre”, era uno de los favoritos de Jesús. Enfatiza su identidad humana. Él es el Hijo de Dios… pero también es el Hijo del Hombre.[v]
Continuamos en el versículo 45:
“Pero ellos no entendían esta declaración, y les estaba velada para que no la comprendieran; y temían preguntarle sobre lo que había dicho” (Lucas 9:45).
¿Por qué Jesús les diría algo que sabía que no iban a entender? Un autor lo explicó así: Jesús estaba plantando una semilla en su memoria. Una verdad que aún no podían procesar, pero que recordarían más adelante. Y cuando llegara el momento—cuando lo vieran ser arrestado por los líderes de la nación; cuando lo juzgaran gobernantes romanos sin integridad; cuando lo vieran sufrir en una cruz, y luego lo pusieran en una tumba prestada—entonces entenderían que nada de eso fue un error.[vi]
No había habido un fallo. No era una tragedia inesperada. Todo había salido exactamente como estaba planeado. Y eso es lo que Jesús quería que recordaran, incluso si en ese momento no lo podían comprender.
Pero no olvidemos algo: me encanta cómo Lucas enfatiza este detalle justo aquí—“mientras todos se maravillaban de la majestad de Dios”—Jesús les informa a sus discípulos que los planes que ellos tenían de subirse esta ola de gloria hacia el establecimiento del Reino… no eran sus planes. “Mientras se maravillaban…” Jesús les recuerda que existe un guion divino… y no coincide con el de ellos.
Y hasta el día de hoy, nuestro calendario, nuestras expectativas y nuestra lógica humana muchas veces no encajan con el plan de Dios. Dios nos dice: “No, eso no.” “No, ahora no.” “No, nunca lo voy a hacer así.” “No, tengo algo distinto… algo más profundo… algo que no alcanzas a entender en este momento.” “No, he planeado algo mejor para ti.” Y aunque no siempre lo comprendamos… podemos confiar en que ese guion es perfecto.
Conclusión
Hace unas semanas leí la historia de un hombre que, junto con su esposa, había sido aceptado y comisionado como misionero para servir en África. Rápidamente reunieron el apoyo necesario y se dirigieron al campo misionero.
Pero al poco tiempo de llegar, su esposa enfermó gravemente. Su cuerpo era demasiado vulnerable a las enfermedades del lugar. Por el bien de su salud, se vieron obligados a abandonar su primer período de servicio y regresar a los Estados Unidos.
Para poder sostenerse, este joven se unió al consultorio dental de su padre. Más adelante, comenzó a ayudar también en otro proyecto familiar. La idea era lograr pasteurizar el jugo de uva, para evitar su fermentación. Así podrían tomar el jugo de uva sin alcohol y usarlo durante la Cena del Señor en su iglesia local.
Nadie había logrado eso antes. Pero ellos tuvieron éxito. Comenzaron a ofrecer su jugo a otras iglesias en la comunidad. Y muy pronto, la demanda superó sus expectativas. Eventualmente, dejaron por completo la odontología para dedicarse a hacer el jugo de uva.
Aquel joven que había anhelado ser misionero—que junto a su esposa vio cómo sus sueños y expectativas cambiaban por completo—nunca llegó a servir al Señor en el extranjero.
Su nombre era Charles Welch, el dueño de lo que hoy es la compañía internacional de jugo de uva Welch’s.
Con el paso de los años, pudo donar cientos de miles de dólares—lo que hoy equivaldría a millones—para apoyar la obra de Cristo en los campos misioneros de todo el mundo.
Muchas veces, se necesita toda una vida para ver cómo encajan las piezas. Quizás hoy no lo entiendes. Quizás no puedes ver el propósito de lo que estás enfrentando. Pero llegará el día cuando descubrirás que Dios no cometió ningún error. No hubo fallos en Su guion. Todo salió tal como Él lo había planeado.Y algún día, desde la perspectiva del cielo, veremos con claridad esta verdad asombrosa: que a lo largo de toda nuestra vida—en formas que nunca imaginamos—la majestad de Dios estuvo en exhibición constantemente en cada paso que tomamos.
[i] Dave Furman, Being There (Crossway, 2016), p. 40
[ii] Adapted from David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 402
[iii] Adapted from R. Kent Hughes, Luke: Volume 1 (Crossway, 1998), p. 358
[iv] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1 (Zondervan, 2002), p. 406
[v] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 244
[vi] Swindoll, p. 245