Introducción
Si lleva algún tiempo en la fe, probablemente haya leído el famoso libro de Juan Bunyan titulado El progreso del peregrino. Es una hermosa alegoría de la vida cristiana, de la cual he tomado muchas ilustraciones. Si no lo ha leído, le recomiendo que lo haga.
En esta extensa alegoría, Bunyan escribe sobre las experiencias de un joven creyente llamado Cristiano, quien viaja desde su pueblo natal, la Ciudad de Destrucción, hacia la Ciudad Celestial, o el Cielo. Sus experiencias en el camino representan esencialmente las pruebas y tentaciones de todo cristiano, pero Bunyan también incluye muchos de sus propios desafíos, especialmente su recurrente batalla con la duda.
En un capítulo, mientras Cristiano y su compañero Esperanza están viajando a través de un campo, se detienen para pasar la noche, pero son capturados por un gigante llamado Desesperación. El gigante los lleva a su castillo, llamado el Castillo de la Duda, donde los mete en un calabozo. En el transcurso de varios días, son golpeados por el gigante Desesperación, quien disfruta haciendo sus vidas miserables.
Finalmente, una noche, Cristiano y Esperanza oran pidiendo ayuda y, de repente, Cristiano recuerda cuando fue a los pies de la cruz y el peso de su pecado cayó de sus hombros; y cómo en ese momento le habían entregado una llave llamada Promesa. Él sacó la llave de su bolsillo y, cuando la metió en la cerradura de la puerta de su celda, esta se abrió. La llave abrió cada puerta cerrada que se interponía en su camino hacia la libertad.
Finalmente, llegaron a la puerta exterior del castillo, que lograron abrir también. Bunyan describe con realismo que esta última puerta fue algo difícil de abrir, pero finalmente cedió. Entonces, corrieron para salvar sus vidas y regresaron al camino hacia la Ciudad Celestial.
Juan Bunyan estaba revelando con transparencia lo que todo cristiano que es honesto consigo mismo reconoce: A veces, luchamos con el Gigante de la Desesperación y el Castillo de la Duda.
William Carey, el hombre al que ahora conocemos como el padre de las Misiones Modernas, fue maravillosamente usado por Dios en la India durante décadas traduciendo la Biblia a muchos idiomas, plantando iglesias y fundando escuelas para los pobres. Él escribió en 1794 en su diario: “Soy defectuoso en todas mis tareas; divago en la oración. Me canso rápido. Mi devoción languidece. Mi alma es una selva cuando debería ser un jardín. Tal vez sea el cristiano más inconsistente que existe. Apenas puedo decir si tengo la gracia de Dios en mi vida o no”. [i]
Esto es lo que podríamos llamar estar encarcelado en el Castillo de la Duda por un gigante llamado Desesperación.
Warren Wiersbe escribe: “No es inusual que incluso los grandes líderes espirituales tengan días de duda e incertidumbre. Moisés quiso renunciar, al igual que Elías y Jeremías. Tomás dudó de la resurrección y la mayoría de los discípulos quisieron desistir”.
Wiersbe añade este interesante comentario: “Hay una diferencia entre la duda y la incredulidad. La duda es un asunto de la mente y las emociones cuando no podemos entender lo que Dios está haciendo o por qué lo está haciendo; pero la incredulidad es una cuestión de voluntad. La voluntad se niega a creer la palabra de Dios sin importar lo que Él diga o haga.”[ii]
Le comparto una cita más sobre el tema. Esta es del teólogo Oswald Chambers, que escribió: “La duda no siempre es señal de que alguien está mal. Puede ser una señal de que está pensando profundamente”. [iii]
Y lo que esa persona necesita es ánimo y esa llave llamada Promesa: la promesa y la verdad de la Palabra de Dios.
Hoy, me gustaría mostrarle un gran líder espiritual que se encontraba languideciendo literalmente en un calabozo lleno de dudas y desesperación.
Este gran líder no es nada menos que el último gran profeta del Antiguo Testamento. Está en prisión porque valientemente le dijo al rey Herodes que estaba pecando al robar la mujer de su hermano para convertirla en su esposa. Esa mujer va a odiar a Juan hasta el punto de querer vengarse. En cuestión de unos meses, logrará hacer decapitar a Juan el Bautista por nada más que decir la verdad.
Vayamos a la celda de Juan el Bautista y aprendamos algunas lecciones sobre cómo superar el Castillo de la Duda.
Luchando con la desilusión
Estamos en el Evangelio de Lucas, capítulo 7. Regresemos al versículo 14, donde vimos que Jesús interrumpe el funeral de un joven:
Y acercándose (Jesús), tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor. (Lucas 7:14-17)
Estudiamos ese evento en detalle en nuestro programa anterior. Ahora, retomemos la historia en el versículo 18:
Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. Y llamó Juan a dos de sus discípulos, y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? (Lucas 7:18-20)
Es importante que entendamos un poco del contexto antes de acusar a Juan de tener poca fe.
Juan había desarrollado su ministerio al aire libre. Su dieta era de langostas y miel silvestre. Vestía una sencilla túnica de pelo de camello y un cinturón de cuero que muy probablemente había fabricado él mismo. No hay registro alguno de que haya predicado en un recinto cerrado.
Pero ya lleva un año y medio en la cárcel. Está en una celda ubicada en la fortaleza de Maqueronte, a 45 kilómetros de Jerusalén, cerca del mar Muerto. Las ruinas de ese castillo permanecen hasta el día de hoy. No podemos imaginar un lugar más desolado y desalentador que esta fortaleza. [iv]
Evidentemente, Juan se ha desanimado durante este año y medio en prisión. Solo piense en todas las expectativas que tenía. Había predicado que la era dorada del Reino de Dios estaba solo a la vuelta de la esquina. .[v]
Él había presentado a Jesús a la nación, anunciándolo en Lucas capítulo 3 como el Mesías que vendría con un bautismo de espíritu y fuego, separando el trigo de la paja. Él había anunciado que la ira de Dios estaba en camino y quemaría la paja en un fuego inextinguible (Lucas 3:17).
Entonces, ¿dónde estaba ese fuego? ¿Dónde estaba el juicio de Dios sobre los impíos? ¿Dónde estaba el rey conquistador y el amanecer del Reino de Dios?
Herodes todavía estaba en su trono. El corrupto liderazgo religioso seguía a cargo del templo. El gobierno romano aún estaba al mando.
¿Qué estaba pasando?
Entonces, no seamos demasiado duros con Juan. Es fácil hoy mirar atrás y ver cómo Dios desarrolló sus planes y leer todos los detalles en nuestras Biblias completas. Juan no tenía esas ventajas. Estaba atravesando una situación difícil y confusa.
Y recuerde también que incluso los discípulos de Jesús no comprendieron bien la verdad en cuanto a Su identidad, sino hasta más adelante. La gran confesión de Pedro, que dijo que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, no ocurrió sino hasta después de la muerte de Juan el Bautista. Y no fue sino hasta después de la resurrección de Cristo que lograron entender que Jesús primero debía morir para luego instaurar su reino. [vi]
Entonces, si alguna vez ha estado en un punto de su vida en el que se ha preguntado qué está haciendo Dios en su vida, recuerde a Juan. Nada de esto tenía sentido.
Aquí se nos dice que finalmente Juan envía dos de sus discípulos para buscar a Jesús y hacerle una pregunta que creo que está cargada de confusión, tristeza y duda.
¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?
Su traducción quizás diga: “¿Eres tú el que esperábamos?” Es decir: “Si eres el que esperábamos, ¿por qué no está pasando nada de lo que esperábamos?”
No es esto lo que pensamos tras las rejas del Castillo de la Duda? Dios no está haciendo lo que esperábamos. No parece que vaya a hacer nada de lo que esperábamos. ¡Nada de esto tiene sentido!
James Montgomery Boice lo puso de esta manera: “No dudamos necesariamente de que Dios es amor, solo dudamos a veces de si Dios nos ama a nosotros. ¿Cómo puedo creer que Él me ama cuando he perdido mi trabajo? Cuando mi cónyuge me deja por otra persona o cuando me diagnostican una enfermedad incurable. Estos son los momentos en los que no siento que Dios me ame o que incluso le importe mi vida”.[vii]
Estoy tan agradecido de que la Biblia sea lo suficientemente transparente sobre la vida del mayor profeta del Antiguo Testamento como para incluir esta conversación. Porque solemos asumir que alguien como Juan debería tener todas las respuestas. No imaginamos que reaccionaría de manera tan emocional, mostrando duda o decepción. Ciertamente, no imaginaríamos que cuestionaría a Jesús.
Y piense en esto: con todo lo que Juan sabía acerca de Jesús, entendía que todo lo que Jesús tenía que hacer era decir una palabra y Herodes sería depuesto, el gobierno romano aplastado, y no olvide esto, la puerta de su misma celda podría abrirse de par en par. “¿Por qué la puerta de mi celda no se ha abierto?”
Una palabra de Jesús era todo lo que él necesitaba. Pero Jesús nunca dijo esa palabra. En cambio, Jesús les dice aquí, en el versículo 22:
Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio. (Lucas 7:22b)
No pase por alto el punto principal aquí. Jesús no les dice: “Vuelvan y díganle a Juan que no puedo creer que él esté cuestionando quién soy. ¿Qué quiso decir con ‘o esperaremos a otro’? Después de bautizarme, de presentarme como el Cordero de Dios, de escuchar la voz de mi Padre desde el cielo, después de todo eso, ¿tiene dudas todavía?”
Recibiendo el consuelo de Cristo
Lo que Jesús hace aquí en esta respuesta es citar unos pasajes del Antiguo Testamento. Jesús entrega cuatro textos provenientes del libro de Isaías que hablan del poder de Dios y que ahora Él está cumpliendo en su persona. Jesús está demostrando ser el Dios encarnado:
- Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. (Isaías 26:19)
- En aquel día los sordos oirán. (Isaías 29:18)
- Los ojos de los ciegos serán abiertos. (Isaías 35:5)
- Me ungió Jehová, me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos. (Isaías 61:1)
Jesús dice: “Juan, recuerda quién Soy. Toma esta llave llamada Promesa.” Jesús luego dice aquí, en el versículo 23:
… Y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí. (Lucas 7:23)
Podría entender esta frase como: “Juan, sentirás mi bendición cuando no estés resentido, engañado, molesto o amargado por lo que podría sucederte por seguirme a mí.”
Y evidentemente, estas citas de Isaías fueron todo lo que Juan necesitó oír. Aunque Jesús no lo liberó físicamente, con sus palabras liberó su mente y corazón. La llave de la promesa fue suficiente para Juan.
Ahora, para que nadie se quede con la impresión equivocada sobre Juan, o crea que Jesús lo está reprendiendo, note lo que dice Jesús a continuación. [viii]
Jesús le recuerda a la multitud que Juan no era una caña sacudida por el viento (versículo 24). Es decir, él no era un hombre que cedía a la opinión popular. Él tenía convicciones firmes. [ix]
En el versículo 25, Jesús dice que Juan no se doblegaba ante la presión de las personas en autoridad. No lo podían sobornar ni influenciar con lujos o favores. [x]
Jesús le dice a la multitud aquí, en el versículo 26, que Juan era un profeta de Dios y no cualquier profeta. Jesús continúa en el versículo 27 citando Malaquías 3:1, quien profetizó el ministerio de Juan, diciendo que prepararía el camino para el Mesías. Entonces, Juan no era un profeta cualquiera; él fue el último profeta que tuvo el privilegio de presentar al Salvador. Jesús añade unas palabras de ánimo en el versículo 28:
Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. (Lucas 7:28)
Así como Tomás fue bendecido al creer en el Salvador después de que vio a Jesús resucitado, pero dijo que somos más bendecidos los que creemos sin haberlo visto (Juan 20:29), así también, su fe es mayor que la del profeta Juan, que vio a Jesús y escuchó la voz de Dios. Usted cree en Jesús sin haberlo visto cara a cara, como Juan. Por eso, Jesús dice que el más pequeño en el reino de Dios es mayor que Juan.
Evitando el corazón de incredulidad
Al escuchar esto, la multitud se pone eufórica e inmediatamente se polariza. Por un lado, tiene a todos los pecadores. Usted sabe, todos esos cobradores de impuestos y gente común que no estaban tratando de negar que eran pecadores. De hecho, se nos dice aquí en el versículo 29 que se habían sometido al bautismo de Juan en el Río Jordán, mostrando su arrepentimiento – admitiendo su pecado. Pero, por otro lado, tiene a todos estos líderes religiosos que se negaron a creer en Juan y se negaron a arrepentirse. No creían que eran pecadores que necesitaban salvación.
Entonces, Jesús ahora se dirige a los incrédulos y les ofrece un mensaje bastante duro. Versículo 31:
Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Semejantes son a los muchachos sentados en la plaza, que dan voces unos a otros y dicen: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no llorasteis. (Lucas 7:31-32)
Lo que Jesús está haciendo aquí es comparar a los incrédulos con unos niños que simplemente no quieren cooperar. Un autor dijo que este texto le recordó una situación cuando era niño. Había un chico en el vecindario que siempre obligaba a los demás niños a que jugaran béisbol a su manera y con sus reglas, porque él era dueño del bate. Si no jugaban como él quería, simplemente agarraba el bate y se iba a su casa. [xi]
Bueno, Jesús compara a estos incrédulos con unos niños que nada les viene bien. Nada los hace felices. Nada los anima. Nunca nada es bueno. Son como unos niños que se quejan porque las cosas no son a su manera. No quieren alegrarse cuando es tiempo de celebrar, y tampoco quieren llorar cuando hay un funeral.
En esta analogía, Juan aparece como el director de una funeraria (versículo 33). No hay fiesta en su ministerio. Él demanda que lloren por su pecado y vengan a bautizarse mostrando arrepentimiento. Entonces, los líderes religiosos se quejan y dicen que Juan está poseído por un demonio.
¿Y qué piensan de Jesús? Él comienza su ministerio en una boda y parece seguir de fiesta en fiesta. Todo es alegría y felicidad porque el Novio finalmente ha llegado, pero los niñitos religiosos están haciendo una pataleta y llorando ahora, diciendo que Él es un glotón y un borracho.
No hay forma de que cooperen. Nunca van a admitir que Juan o Jesús, o ambos, están en lo correcto.
Más la sabiduría es justificada por todos sus hijos. (Lucas 7:35)
Jesús concluye su enseñanza diciendo que todo lo que tenemos que hacer es esperar. Solo debemos tener paciencia, porque será evidente que los otros estaban equivocados. El evangelio triunfará. La verdad será confirmada por las generaciones de niños que crecerán para seguir al Salvador.
Incluso el día de hoy, millones de personas en todo el mundo conocen el nombre de Jesús, pero es difícil que alguien conozca el nombre de uno de estos líderes religiosos que lo rechazaron. Todo porque su problema no era la duda, sino la incredulidad.
Los que dudan tienen problemas para entender lo que Dios está haciendo. A los incrédulos no les importa lo que Dios está haciendo. Simplemente no quieren creer.
En 1887, el teólogo Henry Drummond escribió con gran acierto: “Jesús nunca dejó de distinguir al que dudaba del incrédulo. La duda es honesta, la incredulidad es obstinada. La duda está buscando la luz que sabe que existe, la incredulidad niega la luz y se contenta con quedarse en la oscuridad.” [xii]
Conclusión
Aunque muchos cristianos conocen El Progreso del Peregrino, no muchos han leído el primer libro escrito por Juan Bunyan. Se titula Gracia abundante para el mayor de los pecadores. Este pequeño libro es la autobiografía espiritual de Bunyan.
Una vez más, uno de los temas recurrentes en este pequeño libro es su lucha con la duda y el desánimo. Pero él repetidamente nos conduce a la misma llave de Promesa que responde a nuestras dudas y devuelve la alegría a nuestro espíritu. Él escribió que en una ocasión (y lo cito):
Apenas comenzaba a recordar mis experiencias con la bondad de Dios, cuando mi mente fue inundada por el recuerdo de una serie de pecados: en especial, mi frialdad de corazón, mi cansancio para hacer el bien y mi falta de amor hacia Dios, sus caminos y su pueblo. Junto con estos pensamientos vino una pregunta inquietante: ¿Son estos los frutos de un verdadero cristiano? Sentí un profundo malestar interior, y aquellas experiencias de la bondad de Dios desaparecieron de mi mente como si nunca hubieran existido. Mientras deambulaba por mi casa, atrapado en un estado de ánimo espantoso, la Palabra de Dios vino a mi corazón. “Sois justificados gratuitamente por su gracia a través de la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24). ¡Qué gran promesa! Y ¡qué cambio hubo en mi vida gracias a ella! [xiii]
¿Alguna vez ha reflexionado sobre el hecho de que los discípulos de Juan nunca volvieron a Jesús con una nueva pregunta? Bastó con que llevaran a Juan aquellas palabras del Libro de Isaías; eso fue suficiente.
Usted y yo podemos escapar, una y otra vez, del Castillo de la Duda de la misma manera. No por algún acto heroico de fe matando al gigante, ni por una determinación interna de ser mejores. No. Escapamos completamente indefensos y débiles, simplemente al aferrarnos a la llave llamada Promesa: las promesas vivas de la Palabra de Dios. No olvide usar su llave:
- ¿Está aprendiendo las promesas de Dios?
- ¿Las está memorizando?
- ¿Las cita cuando el Gigante de la Desesperación aparece?
- ¿Es usted un amigo cercano de esta llave?
- ¿La lleva consigo mientras camina por la vida?
Un autor, después de leer El Progreso del Peregrino de Juan Bunyan, escribió esta oración. He orado por usted de esta manera, y ahora me gustaría compartir esta oración con usted. Dice así:
Señor, oramos por cada creyente
atrapado en la desesperación,
luchando con el dolor;
encerrado en el castillo de la duda,
sin esperanza ni consuelo.Padre, hazles recordar
que tu promesa es la llave,
que abre la celda que los retiene,
y que tu verdad los hace libres.
[i] Citas tomadas de S. Pearce Carey, William Carey (The Watchman Trust, 1923), pág. 126
[ii] Adaptado de Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1989), pág. 76
[iii] Adaptado de Wiersbe, pág. 77
[iv] R. Kent Hughes, Luke: Volumen 1 (Crossway Books, 1998), p. 267
[v] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 176
[vi] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 310
[vii] James Montgomery Boice, Romans: Volumen uno (Baker Book House, 1991), pág. 960
[viii] Adaptado de Bruce B. Barton, Life application Biblie commentary (Tyndale, 1997), pág. 182
[ix] R.C.H. Lenski, The interpretation of St. Luke’s Gospel (Editorial de Augsburgo, 1946), p.409
[x] Lewis Foster, Unlocking the Scriptures for You: Luke (Standard Publishing, 1986), pág. 125
[xi] Swindoll, pág. 180
[xii] Adaptado de Illustrations and Quotes de Robert J. Morgan (Thomas Nelson Publishers, Nashville, 2000), pág. 245
[xiii] John Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners: A Spiritual Autobiograph (1666, reimpreso en 1959, Moody Press), pág. 88