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Plenitud para un corazón vacío

Muchos intentan llenar el vacío interior con logros, relaciones o religión. Pero solo un encuentro real con Jesús transforma el alma vacía en un corazón pleno. En este mensaje basado en Lucas 7:36–50, veremos cómo una mujer marcada por el pecado y el dolor encuentra perdón y plenitud en la presencia de Cristo. Una historia de gracia que nos recuerda que no importa lo roto que esté nuestro pasado, Jesús puede restaurarlo todo.
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Introducción

Charlotte Elliott era una mujer resentida, amargada y agnóstica que vivió hace más de 200 años. Aunque no se conocen todos los detalles, sabemos que quedó discapacitada de alguna manera y que su salud se deterioró. Ese sufrimiento, junto con un corazón roto, la llevó a endurecerse y a rechazar la idea de que Dios pudiera amarla. Con el tiempo, desarrolló un temperamento difícil y agresivo, al punto de que casi nadie quería estar cerca de ella.

El 9 de mayo de 1822, cuando Charlotte ya era una mujer joven, sus padres —con quienes vivía— invitaron a un pastor a cenar con la esperanza de que pudiera hablar con ella y ayudarla de alguna manera.

Esa noche, durante la cena, Charlotte perdió el control. Criticó duramente a Dios, a su familia e incluso al pastor que los visitaba. Sus padres, heridos y avergonzados, salieron de la habitación y la dejaron sola con el pastor.

Él la miró con calma y le dijo:

—Estás cansada de ti misma, ¿verdad? Estás agotada de ser la persona en la que te has convertido. Te aferras al odio y a la amargura porque sientes que no tienes nada más a qué aferrarte.

Ella, con sarcasmo, le respondió:

—¿Y cuál es tu gran solución para mí?

El pastor contestó:

—Poner tu fe en la Persona a quien tanto te esfuerzas por despreciar: Jesucristo.

Mientras le hablaba del Evangelio, Charlotte comenzó a bajar un poco la guardia. Su actitud cambió ligeramente y, con algo de curiosidad, le preguntó:

—Supongamos que quisiera hacerme cristiana, como tú… ¿Qué tendría que hacer? Me imagino que primero tendría que arreglar mi vida para que Dios me pudiera amar.

El pastor le respondió:

—No, no es así. Es Dios quien limpiará tu vida. Tú solo tienes que venir a Él tal como estás ahora mismo. Y Él te amará y te perdonará.

Ella se rió, con incredulidad:

—¿Venir a Dios tal como soy ahora mismo? ¿Y Él me amará?

—Sí —dijo el pastor—. Jesús dijo: “Y al que a mí viene, no lo rechazo” (Juan 6:37).

Charlotte hizo justamente eso. Ese día confió en Cristo como su Salvador.[i]

El Evangelio para los que estan vacíos

Mientras leía esta historia, no pude evitar pensar en tantas personas que he conocido a lo largo de los años: personas cansadas de sus vidas, resentidas, amargadas… algunas religiosas, otras no. Todas aferrándose a lo que fuera, con la esperanza de que eso llenara su corazón y les diera un poco de paz. Pero al mismo tiempo, negándose a creer en la única cura verdadera: Jesucristo, el único que puede darles esa paz que tanto buscan.

Uno de los encuentros más impactantes entre Jesús y dos vidas vacías está a punto de desarrollarse durante una cena. El Señor había aceptado la invitación de comer en casa de un fariseo muy religioso y moralista. Pero en medio de esa comida, aparecería alguien completamente inesperado: una prostituta del pueblo.

Y déjeme decirle algo antes de entrar en esta escena: tanto el fariseo como la prostituta llevaban escrita la misma palabra en su interior —vacío.

Pero solo uno de ellos saldría de ese comedor con paz… y con una vida completamente transformada.

La cena de Simón: Un contraste de corazones vacíos

Esta cena se describe en el Evangelio de Lucas, capítulo 7. Empezamos en el versículo 36:

“Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa” (Lucas 7:36).

En el versículo 40 se nos dice que el fariseo se llamaba Simón.

Ahora bien, es importante recordar que Jesús y los fariseos no eran precisamente amigos. De hecho, ningún otro grupo fue tan consistentemente hostil hacia Jesús como los fariseos.[ii]

Simón no invitó a Jesús a cenar porque estuviera considerando hacerse su discípulo, ni mucho menos. Lo invitó con la intención de observarlo, de analizarlo… buscando cualquier detalle que pudiera usar en su contra.

Y él cree que acaba de encontrar algo. Versículo 37:

“Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume.” (Lucas 7:37)

Lucas la describe como “una mujer de la ciudad, que era pecadora”.

Esta no es una forma genérica de hablar. En el lenguaje del primer siglo, esa expresión era una forma común de referirse a una prostituta.[iii]

Cuando yo era niño, se les solía llamar “mujeres de la calle”. Caminaban por la ciudad y todos sabían quiénes eran; todos conocían su reputación.

Y ahora, en esta escena, ella simplemente entra al comedor donde se está llevando a cabo la cena. Me imagino que todos se quedaron paralizados. Los comensales dejaron de comer, los tenedores quedaron suspendidos en el aire —aunque, claro, en ese tiempo comían con los dedos… pero entiende la idea—. Las conversaciones se detuvieron, todos voltearon a verla, y sus miradas se clavaron en ella.

Lo único que se escuchaba en ese momento era el sonido de sus sollozos ahogados. Esta mujer estaba detrás de Jesús, llorando.

Y antes de seguir, quizás se está preguntando cómo fue que logró entrar. Un erudito del Nuevo Testamento describió cómo sería una casa como la de Simón, el fariseo. Era una casa grande, con un patio central y varias habitaciones a su alrededor; una de esas habitaciones funcionaba como comedor. Las cenas, en ese tiempo, eran eventos sociales bastante ruidosos y públicos. Las puertas se dejaban abiertas, y aunque alguien no estuviera invitado formalmente, podía entrar al patio y hasta unirse a la conversación animada que se daba durante la comida.[iv]

Había gente curiosa husmeando por todos lados, especialmente porque Jesús —el Sanador, el Maestro, el Profeta— era el invitado especial.

Déjeme contarle algo importante: cuando un invitado llegaba a una cena en esos tiempos, se acostumbraba seguir tres pasos básicos de hospitalidad.

Primero, el anfitrión colocaba su mano sobre el hombro del invitado y le daba lo que se conocía como el beso de la paz, un beso en ambas mejillas.[v]

Segundo, se le ofrecía una pizca de incienso dulce o una gota de aceite perfumado sobre la cabeza, lo que le daba una sensación de frescura al invitado. Todo esto formaba parte de la hospitalidad típica del primer siglo.

Y tercero, y quizás lo más significativo: una vez que el invitado se recostaba —usualmente sobre cojines, con el cuerpo estirado hacia un lado y la cabeza cercana a la comida y apoyado en un codo— un sirviente doméstico se acercaba, le quitaba las sandalias y le lavaba los pies llenos de polvo.

Simón no hizo ninguna de estas cosas por Jesús. No hubo forma de disimularlo. Fue abiertamente descortés y despectivo con el Señor… y todos en la sala se dieron cuenta.

Ahora miremos más de cerca lo que Lucas nos dice sobre esta mujer en el versículo 37. Él la describe como una mujer de la calle, conocida por su vida de pecado. La palabra que Lucas utiliza para referirse a ella, “pecadora”, se refiere a alguien que ha hecho del pecado su forma de vida.[vi]

Y esa es ella, y lo sabía. Ha tenido la palabra ‘vacía’ grabada en su vida durante años.”

Y aquí está ella, en ese momento crucial. Pero, ¿por qué ahora? ¿Por qué en este lugar? ¿Por qué tanta devoción hacia Cristo?

Si comparamos los Evangelios de forma cronológica, justo antes de este encuentro, Jesús había terminado de predicar un sermón en el pueblo, invitando a todos con estas palabras: 

“Todos los que estáis trabajados y cargados, venid a mí, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil” (Mateo 11).

Claramente, ella escuchó ese mensaje. Lo podemos deducir, porque el tiempo verbal que se usa más adelante en el texto nos indica que ya había creído, y ahora estaba allí para expresar su lealtad a Cristo.

El versículo 37 también nos dice que ella llevaba consigo un frasco de alabastro con perfume. Esto no era tan extraño en aquellos tiempos. Las mujeres solían llevar pequeños frascos de perfume colgados en un collar, para usarlos durante sus viajes o antes de algún evento importante.[vii]

Pero para esta mujer, el frasco había sido una parte esencial de su oficio, algo necesario para mantenerse perfumada y lista para su próximo cliente.
Continuemos en el versículo 38:

“…y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume” (Lucas 7:38).

Para nosotros hoy, en nuestra cultura, este gesto de afecto puede parecer demasiado íntimo o incluso inapropiado. Pero no era así en ese tiempo.
Un manuscrito griego, escrito treinta años antes de que este evento sucediera en Lucas 7, relata la historia de una mujer tan agradecida de que su marido regresara sano y salvo a casa, que fue al templo de la diosa Afrodita, soltó su cabello en señal de veneración, se arrodilló a los pies del ídolo, lloró y besó repetidamente los pies de la estatua de Afrodita.[viii]

Esa es la idea aquí. Ella está arrodillada, adorando y besando los pies, no de cualquier hombre, sino los pies de su Mesías y Señor. Su vida había estado marcada por las palabras “vacía”, “cansada”. Estaba sobrecargada por el pecado. Pero ella aceptó la invitación para encontrar descanso, paz y perdón en su Salvador.

Martín Lutero, el reformador, comentó sobre este texto diciendo que sus lágrimas eran agua que provenía directamente de su corazón, lágrimas de gratitud que lavaban los pies del Señor mientras ella sollozaba en piadosa tristeza, asombro, amor y una alabanza genuina.[ix]

Ahora, puede imaginarse que en este momento, la cena se detiene abruptamente. Nadie sigue tomando café. Todos dejan de masticar. Todo lo que se escucha en ese comedor son los sollozos y la respiración de una mujer cuyo vacío finalmente está desapareciendo.
Y no se pierda este detalle: ella está derramando todo ese frasco sobre los pies de Jesús, como quien dice: “Ya no voy a necesitar esto nunca más. Esa era mi antigua vida. Jesús es ahora mi nueva vida”.

Bueno, como puede imaginar, Simón el fariseo no está nada contento con esta interrupción. Pero, de una manera retorcida, se alegra de lo sucedido, porque nos dice en el versículo 39:

“Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39).

Observe que él está pensando para sí mismo, no lo dice en voz alta, pero en su mente piensa que si Jesús fuera un verdadero profeta de Dios, sabría quién y qué clase de mujer era esta, y que al dejar que ella lo tocara, Él se había vuelto ceremonialmente impuro. Pero si Jesús no puede identificar a una gran pecadora como ella, entonces, después de todo, no es un profeta. Él piensa: “¡Lo tengo! Esperen a que los otros fariseos se enteren de esto. ¡Ya lo tenemos!” Lo que no sabe es que Jesús puede leer su mente. Entonces, le dice a Simón en el versículo 40: 

“Simón, una cosa tengo que decirte”. Y él le dijo: “Di, Maestro” (Lucas 7:40b).

Es importante que entienda esta frase: “Tengo algo que decirte”. Era una expresión común en esa cultura para introducir un discurso contundente, algo que el oyente no querría escuchar.[x]

Cuando yo era niño y mi madre me llamaba desde la cocina, donde estaba preparando la cena, y me decía: “Stephen, baja aquí a la cocina, hay algo que quiero decirte”, yo ya sabía que no tenía nada que ver con la cena.

La lección de la parábola de los deudores

Simón, hay algo que quiero decirte, y ahora Jesús le cuenta una parábola – versículo 41:

“Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta.” (Lucas 7:41).

Un denario era el salario de un día de trabajo para la fuerza laboral común de esa generación.
Así que, un hombre le debe a un prestamista el valor de dos años de salario, mientras que otro le debe al primero dos meses de salario. Francamente, ambos están en graves problemas. 

La historia nos muestra que, en los tiempos de Cristo, la persona promedio debía entregar hasta el 40 por ciento de sus ganancias para pagar a los propietarios de tierras, prestamistas, diezmos religiosos e impuestos romanos.[xi]

Era fácil endeudarse, como ocurre en cada generación. Josefo, el historiador judío del primer siglo, registra que cuando estalló la revuelta de los judíos contra Roma, 30 años después del ministerio del Señor, una de las primeras cosas que los rebeldes judíos quemaron fueron los archivos bancarios, los libros de contabilidad y los registros de sus deudas.[xii]

Todos conocen el peso de las deudas. Y estos dos hombres están siendo aplastados bajo una deuda que no pueden pagar. Pero entonces ocurre algo inesperado: el versículo 42 nos dice:

“…y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos.” (Lucas 7:42a).

Simplemente quemó el libro de contabilidad y no quedó ningún registro de las deudas. Y con eso, Jesús le pregunta:

“Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?” (Lucas 7:42).

En otras palabras, “¿cuál de estos estará más agradecido por ver borrada su deuda?” El hombre que debía dos años de salario, o el que debía dos meses?
Ahora, Simón es un hombre brillante. Él ya ha conectado los puntos y sabe que el Señor lo está comparando a él y a la mujer con las dos personas endeudadas.

También sabe que la deuda se relaciona con el pecado, y en este caso, la prostituta es el gran deudor y él el pequeño deudor. Por eso, él no le agradece a Dios como ella lo hace.

“¿Quién lo amará más?” Dice Jesús. Y Simón duda un poco aquí, como nos dice el versículo 43:

“Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más…” (Lucas 7:43a).

¿Qué quiere decir con “Pienso que fue ese; no puedo decirlo con certeza; supongo que el que tiene la deuda mayor”? No, no, no. Simón lo sabe.

Y también sabe que, en esta parábola, el gran pecador y el pequeño son igualmente incapaces de pagar su deuda; ambos están en graves problemas, ambos están en quiebra.

Ambos tienen escrita la palabra “vacío” en sus vidas y corazones. Pero Jesús aún no ha terminado – versículo 44:

“Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer?” (Lucas 7:44a).

¿Qué tipo de pregunta es esta? ¿”Ves a esta mujer?” ¿Está bromeando? Simón no ha hecho más que mirarla. Todo el mundo ve a esta mujer. Claro que la veo.

Esta pregunta está llena de humor sarcástico. “¿La ves? Simón, ¿realmente la ves?” En otras palabras, “¿Ves cómo ella reconoce su pecado, y tú no lo haces? 

Simón, ni siquiera puedes ver los pecados de egoísmo y orgullo que has cometido contra Mí esta noche, así que déjame aclarar las cosas.”

La paz de en contrar salvación en Jesús

Volvamos al versículo 44:

Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas esta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas esta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas esta ha ungido con perfume mis pies.Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Lucas 7:44a-47

El punto que Jesús está señalando aquí realmente no se trata de la cantidad de pecado, sino de la conciencia del pecado.[xiii]

A los ojos de Dios, Simón y la prostituta son iguales; la prostitución no era un pecado mayor que el orgullo. A los ojos de Dios, todo pecado es simplemente pecado.

Ya sea que alguien se considere un pecador pequeño o grande, todos tenemos la misma deuda con Dios. Todos estamos en graves problemas con Él y todos estamos en necesidad de perdón.

En una revista cristiana a la que estoy suscrito, la esposa de un pastor escribió un devocional sobre este evento de Lucas 7. Ella escribió: “La mayor parte de mi vida he leído este pasaje y siempre me ha invadido la tristeza. Mis pensamientos de tristeza suenan así: ‘Nunca he sido una prostituta como esta mujer, así que supongo que nunca podré amar a Dios tanto como ella lo hizo’. Pero sí me doy cuenta de la miseria de mi pecado, no por los pecados que podría cometer o los que solía cometer, sino por los pecados que cometo cada hora de cada día. Entonces empiezo a entender la profundidad del amor perdonador del Salvador. Cuando pienso que mi pecado es pequeño, entonces no parece gran cosa lo que Jesús hizo al morir por mí, y lo amo poco. Pero cuando soy cautivada por horror de mi pecado y la maravilla del perdón y la libertad que tengo a través de la muerte sacrificial de Cristo, me comienzo a parecer a esa prostituta arrepentida y me inclino a sus pies para adorarle.[xiv]

Los tiempos verbales en las palabras de Cristo para esta mujer indican que ella ya había puesto su fe en Él antes de llegar a esa casa; ya había creído en el Evangelio a través de Su predicación.[xv]

Ella estaba allí para profesar abiertamente su amor por Cristo y para dejar atrás definitivamente su vida vacía.

Continuamos leyendo el versículo 48:

“Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es este, que también perdona pecados?” (Lucas 7:48-49).

Jesús simplemente ignora la reacción de todos y se enfoca en ella. Déjeme decirle, da la clara impresión de que Jesús aceptó esta invitación a cenar, no para compartir con estos fariseos piadosos, sino para mostrarle su misericordia a esta prostituta convertida. Y ella necesitaba desesperadamente escuchar lo que Jesús le declararía en el versículo 50:

“Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado.” (Lucas 7:50a).

Observe que Jesús no le dijo: “Tus lágrimas te han salvado, ese frasco de perfume te salvó, dejar las calles te salvó o tu humildad al lavarme los pies te salvó”. No, “Tu fe te ha salvado. Tu confianza en mí, haber creído cuando me oíste predicar: ‘Si estáis cansados y cargados – si estáis vacíos – venid a mí y yo os haré descansar.”

Con eso, Él le dice unas palabras que ella nunca había experimentado en su vida en las calles; nunca imaginó que alguna vez sentiría esto. Jesús le dijo:

“Tu fe te ha salvado, ve en paz.” (Lucas 7:50b)

Literalmente, entra en la paz; entra ahora en una vida de paz.

Esa palabra grabada en su corazón y mente, que la había perseguido: “vacía, culpable, indeseada, sin perdón”, ahora es reemplazada por la paz con Dios, paz consigo misma, paz con su pasado, paz con su futuro, una paz que durará para siempre. 

Conclusión

El 9 de mayo de 1822, cuando Charlotte Elliott se dio cuenta de que no tenía que limpiar su vida antes de poner su fe en Cristo – que la limpieza sería obra de Cristo – la gratitud por Su gracia y la paz nunca la abandonaron.

Vivió una vida con discapacidad, y quedó soltera hasta su muerte a los 82 años. A lo largo de su vida, escribió decenas de poemas que se convirtieron en himnos para la iglesia. Muchos de ellos fueron incluidos en lo que originalmente se llamó “Himnario para minusválidos”.

Y el poema más famoso de todos en este himnario se convertiría en el himno de su propio testimonio de venir a Cristo como una pecadora – vacía – tal como ella era.

Parte de este poema dice:

Tal como soy de pecador
Sin más confianza que tu amor
Ya que me llamas vengo a ti
Cordero de Dios heme aquí.

Tal como soy buscando paz
En mi desdicha y mal tenaz
Conflicto grande siento en mí
Cordero de Dios heme aquí.

Tal como soy me acogerás
Perdón y alivio me darás
Pues tu promesa ya creí
Cordero de Dios heme aquí.

Tal como soy tu compasión
Vencido a toda oposición
Ya pertenezco solo a ti
Cordero de Dios heme aquí.[xvi]


[i] Adaptado de Robert J. Morgan, Then Sings My Soul (Thomas Nelson Publishers, 2003), p. 113

[ii] John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), pág. 127

[iii] G. Campbell Morgan, The Great Physician (Fleming H. Revell Company, 1937), pág. 139

[iv] Adaptado de David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament (Zondervan, 2011), pág. 324

[v] William Barclay, The gospel of Luke (Westminster Press, 1975), pág. 94

[vi] Fritz Rienecker/Cleon Rogers, Linguistic Key to the Greek New Testament (Regency, 1976), pág. 159

[vii] Adaptado de Bruce B. Barton, Life application Bible commentary: Luke (Tyndale, 1997), pág. 188

[viii] Adaptado de Garland, pág. 326

[ix] Charles R. Swindoll, Insights on Luke(Zondervan, 2012), p. 186

[x] Garland, pág. 327

[xi] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Lucke (Zondervan, 2002), p. 389

[xii] Ibíd.

[xiii] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1989), pág. 80

[xiv] Bible Study Magazine, adaptada de Christa Threlfall, Which One Will Love Him More? (septiembre/octubre de 2021), p. 5

[xv] R.C.H. Lenski, The Interpretation of St. Luke’s Gospel (Editorial de Augsburgo, 1946), p. 432

[xvi] Morgan, pág. 112

Este manuscrito pertenece a Stephen Davey. Puede ser usado sin fines de lucro y con las atribuciones necesarias.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas provienen de las versiones Reina Valera 1960, La Biblia de las Americas y la Nueva Biblia de las Americas.

Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Usado con permiso.

La Biblia de las Américas (LBLA), Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usado con permiso. www.LBLA.com

Nueva Biblia de las Américas (NBLA), Copyright © 2005 by The Lockman Foundation. Usado con permiso. www.NuevaBiblia.com

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