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Las mujeres que caminaron con Jesús

No fueron solo los doce. A lo largo del ministerio de Jesús, hubo mujeres fieles que caminaron con Él, le sirvieron con generosidad y sostuvieron Su obra con humildad. En este episodio veremos cómo estas mujeres, a menudo invisibles en la historia, ocuparon un lugar crucial en el plan redentor de Dios. Un homenaje bíblico al servicio silencioso que sostiene el avance del Reino.
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El valor silencioso del servicio fiel

La historia de la iglesia no existiría ni avanzaría, ni estaría llena de tantos testimonios de fe, valentía y servicio, si no fuera por las mujeres que han sido discípulas comprometidas de Jesucristo.

Mientras Lucas registra para nosotros la vida y el ministerio del Señor, descubrimos que las mujeres desempeñan un papel importante en su narrativa.

Cerca de cuarenta veces, Lucas nos muestra que Jesús habló con mujeres, las sanó, les enseñó o interactuó con ellas de alguna manera—algo que los rabinos de su tiempo no hacían.

Lucas relata cómo mujeres fieles llegaron hasta la cruz, visitaron el sepulcro del Señor y luego anunciaron su resurrección a los discípulos.

Las mujeres han jugado—y siguen jugando—un papel significativo como parte de lo que podríamos llamar el “elenco de apoyo” de la iglesia: obreras fieles que trabajan silenciosamente tras bambalinas y sostienen la misión de manera fundamental.

Su trabajo no sera visible desde un púlpito, pero es evidente transformando las vidas que tocan con sus oraciones y actos de servicio, su disposición a entregar lo poco o mucho que tienen. Reflejan un amor incondicional por el Señor.

La historia inspiradora de Gladys Aylward

Hace poco encontré el testimonio de Gladys Aylward. Nació en 1902. Era hija de un zapatero pobre y su esposa. Tenían una vida sencilla en Londres, Inglaterra. Durante su adolescencia y juventud, como era habitual en su cultura, trabajó como empleada doméstica. Lo hizo hasta que escuchó hablar de una misionera viuda en China que necesitaba ayuda en el orfanato que había comenzado a finales del siglo XIX.

Gladys se postuló a la organización misionera. Inicialmente la aceptaron, pero la rechazaron después por no lograr avanzar en el aprendizaje del idioma mandarín.

Ese rechazo habría detenido a otros, pero Gladys tenía una gran convicción y peso en su corazón por el ministerio. Por eso, sin desanimarse, comenzó a ahorrar cada centavo que pudo y, al cumplir treinta años, había reunido lo suficiente para comprar un boleto de ida a China. Como el viaje completo en barco era demasiado costoso, decidió llegar lo más lejos posible en tren.

Su trayecto la llevó a cruzar Siberia por el ferrocarril Transiberiano. Los únicos otros pasajeros eran soldados de camino al frente de batalla en una guerra contra China.

Ella era soltera, viajaba sola, y medía apenas 1.58 metros de estatura. Pero cada centímetro de ella estaba lleno de determinación. No tenía respaldo, no tenía influencia, y no tenía garantías. Lo único que tenía era un deseo ardiente de obedecer a Dios.

Eventualmente, el tren se detuvo, los soldados descendieron, tomaron sus rifles y equipaje, y se dirigieron al frente. Le dijeron que el tren se quedaría allí y no continuaría su viaje.

Ella, entonces, tomó sus dos maletas—una de las cuales estaba llena de frijoles, arroz, ollas y sartenes—y comenzó a caminar de regreso por las vías del tren. Un día después, casi muerta de frío y agotamiento, llegó a una estación. Allí, con la ayuda de un diplomático ingles, consiguió un pasaje en barco hacia China.

Las cosas no fueron más fáciles cuando finalmente llegó a su destino. Trabajó con la misionera viuda intentando alcanzar a vecinos con el evangelio, allí, en Yangcheng, China. Al principio, las ignoraron.

Se dieron cuenta de que el pueblo estaba en una ruta principal utilizada por mineros viajaban con sus mulas. Entonces decidieron convertir todas las habitaciones sobrantes del orfanato en un hotel. Así lo hicieron.

La siguiente vez que pasó una caravana de mulas, Gladys salió corriendo, tomó la rienda de la mula guía y la llevó al patio. Todas las demás mulas la siguieron. Con ellas llegaron los mineros. La comida y los cuartos limpios estaban listos, y los hombres se quedaron. Volvieron una y otra vez para escuchar los relatos bíblicos sobre Jesucristo, y el evangelio comenzó a abrirse paso en sus corazones.

Ella fue valiente y fiel a Cristo.

Me resulta interesante que nunca leemos en los evangelios —ni una sola vez— que una mujer seguidora de Cristo lo haya negado, traicionado o abandonado.[i]

Desde esos primeros días, sirvieron con fidelidad y humildad como parte del elenco de apoyo del ministerio de Cristo en la tierra, y continúan ese legado hasta hoy, de muchas maneras.

Discípulas que sostuvieron el ministerio

Lucas menciona a tres mujeres que formaban parte de ese elenco de apoyo que, aunque pocas veces mencionado, fue vital para el avance del evangelio.

Lucas 8:1 nos dice: 

“Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades…” (Lucas 8:1-2a)

Jesús está comenzando lo que podemos considerar su primer viaje misionero. Pero a medida que el Señor y sus doce discípulos amplían su círculo ministerial, surgen algunos desafíos logísticos.

Están dejando su base en Capernaúm. Acamparán durante el trayecto, y necesitarán dinero y comida.

En ninguna parte leemos que el Señor haya pedido una ofrenda especial o haya pasado una canasta al final de un servicio.[ii]

Recordemos que Él era pobre. Literalmente pobre. En una ocasión, necesitaba pagar impuestos y no tenía el dinero, así que envió a Pedro al lago a pescar. Pedro pescó un pez que tenía en su boca la moneda exacta para pagar lo que debía. Me parece una forma fantástica de pagar impuestos.

Pero Jesús no le dijo a Pedro que se quedara pescando más peces.

Entonces, ¿de dónde obtuvieron el dinero para comprar alimento y provisiones en el camino?

Si miramos el final del versículo 3, encontraremos la respuesta:

“…y otras muchas que le servían de sus bienes.” (Lucas 8:3b)

Podríamos parafrasear el texto así: “y muchos otros discípulos contribuían para su sustento con sus propios recursos.”

Estas mujeres, junto con otros discípulos—hombres y mujeres—además de los doce, literalmente financiaron con sus bienes personales el ministerio terrenal de Jesús.

¿Qué le parece esta inversión?

Note, querido oyente, que el ministerio del Mesías avanzó gracias al sacrificio silencioso de personas comunes. Gente como usted y como yo. ¡Que gran ejemplo para nosotros!

Ahora, estas tres mujeres que Lucas está por presentarnos tenían algo en común: las tres habían sido sanadas por Jesús.

María Magdalena: de la oscuridad a la luz

La primera mujer que se menciona en el versículo 2 es: 

María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios (Lucas 8:2b).

No debemos confundir a esta María con la prostituta que ungió los pies de Jesús con perfume, como vimos en el pasaje anterior. En ninguna parte de la Biblia se nos dice que María Magdalena fue una prostituta. Esa fue una tradición creada por la iglesia medieval y no tiene fundamento bíblico. Más tarde, los evangelios gnósticos inventaron su propia versión de esta mujer, afirmando que Jesús se enamoró de ella, se casaron, y se mudaron al sur de Francia para formar una familia. Como diría el apóstol Pablo: eso es pura fábula. 

Por cierto, cuando hablamos de “evangelios gnósticos”, nos referimos a textos antiguos que tienen historias inventadas sobre Jesús. No son documentos confiables, menos aun inspirados por Dios. Fueron escritos por autores anónimos mucho después de que los cuatro evangelios fueron publicados. Estos falsos evangelios eran conocidos pero rechazados por la iglesia, porque eran claramente fraudulentos y no tenian respaldo histórico.

Volviendo a la descripción de María, lo que sabemos es que ella vivía una vida miserable en su pueblo natal, Magdala. Por eso la llamaban “magdalena” a todo esto. No era su segundo nombre o su apellido. Solo era para distinguir a esta María de las otras mencionando que era la María del pueblo de Magdala: María Magdalena. 

Se nos dice que de esta María habían salido siete demonios. La posesión demoníaca generalmente iba acompañada de trastornos físicos y emocionales. Más adelante en este mismo capítulo, Lucas nos presenta a un hombre endemoniado que vivía entre los sepulcros y actuaba de manera violenta y trastornada.

Eso no significa que toda enfermedad mental sea una posesión demoníaca. Pero cuando había posesión, también había angustia física, emocional y mental, además de sufrimiento y dolor.[iii]

No se nos dice cuándo Jesús se encontró con María Magdalena, ni cómo la liberó. Pero uno puede imaginar lo que ese momento significó para ella. En un instante, todo cambió. El peso que llevaba por años desapareció con una sola palabra de Jesús. Aquella oscuridad que dominaba su vida fue reemplazada por la luz del Salvador.

Cuando Lucas dice en el versículo 2 que Jesús sanó a estas mujeres de espíritus malignos y enfermedades, usa el término médico griego therapeuō, de donde proviene nuestra palabra “terapia”. Es un término que en el primer siglo enfatizaba una restauración total de la salud.[iv]

No es de extrañar que María Magdalena quisiera seguir a Jesús durante los dos años siguientes.

Ella y otras mujeres servirían junto con los otros discípulos (Mateo 27:55). Eventualmente, ella también seguiría a Jesús y lloraría con otras mujeres mientras lo veían caminar hacia el monte calvario (Lucas 23:27); se quedaría en ese monte con otras mujeres hasta que el Señor muriera (Mateo 27:56); prepararía especias con otras para ungir su cuerpo (Lucas 23:56); sería la primera persona en ver al Señor resucitado (Marcos 16:9); y junto a otras mujeres, anunciaría la resurrección de Jesús a los discípulos (Lucas 24:10).

¡Qué testimonio! De ser una mujer poseída y desesperada, sin esperanza, pasó a ser una testigo clave de la resurrección. ¿Puede imaginar lo que eso significa? La primera voz en proclamar la victoria sobre la muerte no fue la de un rey, ni la de un sacerdote, sino la de una mujer que antes vivía bajo la opresión del enemigo.

Ella vivió rechazos profundos. La marginaron, la trataron como impura, la evitaron y, sin duda, quienes la conocían antes de que cayera bajo el poder del diablo… la abandonaron. 

La aislaron. La señalaron. La dejaron sola. Pero justo ahí —en medio de ese abandono, en esa oscuridad que parecía no tener fin— Jesús se acercó. Él la encontró, como solo Él sabe hacerlo: con compasión, con poder, con gracia.

No sabemos cuánto tiempo vivió así antes de que Jesús la encontrara. Pero sabemos que Él la encontró. Así como lo encontró a usted y a mi. Y nos liberó.

Usted no habrá sido liberado de una posesión demoníaca, pero sabemos que Cristo ha liberado a todos los creyentes del poder y el dominio de Satanás. Él nos ha salvado del juicio del pecado. 

Lo que Jesús hizo por María Magdalena no solo fue una anécdota relegada al pasado. Él sigue liberando personas hoy. Con la misma autoridad y poder que tenía en el primer siglo.

Jesús no necesitó agua bendita, ni humo especial, ni cánticos repetitivos, ni conjuros extraños. Basta con observarlo en las Escrituras: Él simplemente hablaba, y los demonios huían.

Cuando Jesús aparece, los poseídos no son los indefensos… los indefensos son los demonios.

Y eso es lo que me encanta de María Magdalena: ella se une a este grupo de discípulos resaltando el poder del Señor para tomar a alguien desesperado e indefenso, y darle un futuro lleno de esperanza.

Permítame darle un principio bíblico a partir de este testimonio:

Tener un pasado oscuro no impide que el Señor le dé un futuro brillante.

Jesús tomó a una mujer excluida y le dio una nueva familia: hermanos, hermanas, madres y padres en la fe. Y lo sigue haciendo hoy. Toma a los rechazados y los adopta. Toma a los olvidados y les da propósito. Así es nuestro Salvador.

Juana: fe en un lugar improbable

Ahora Lucas nos presenta a otra mujer en el versículo 3:

“Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes…” (Lucas 8:3a)

No se nos dice de qué la sanó Jesús, pero vemos que ella también se convirtió en una seguidora comprometida de Cristo.

Es como si Lucas quisiera dejarnos claro que el evangelio había alcanzado los niveles más altos de la sociedad romana. Juana estaba casada con Chuza, un alto funcionario de la corte de Herodes.

La palabra que Lucas usa para describir el cargo de Chuza es el título para alguien encargado de administrar los bienes personales y la cartera financiera del rey. Era, en términos modernos, el director financiero del rey.[v]

Este era un cargo de muchísima influencia. Este hombre era respetado en la corte. No eran personas comunes. Estaban rodeados de privilegios, protocolo, banquetes y política. Vivían en un ambiente donde todo giraba en torno al poder. Chuza y Juana seguramente formaban parte del círculo íntimo del rey Herodes.

Pero aquí está el detalle: el rey no era amigo de Jesús.

El padre de este Herodes, Herodes el Grande, había intentado matar a Jesús después de que los magos del oriente le informaron sobre el nacimiento del Rey de los judíos. Herodes no logró su objetivo y su odio por el pueblo judío solo creció.

El Herodes que aparece en esta escena del evangelio de Lucas es su hijo, Herodes Antipas. Este Herodes sería quien ordenaría la muerte de Juan el Bautista y luego conspiraría con Pilato para crucificar a Jesús.

Herodes no iba a invitar a nadie a dar su testimonio ni mucho menos a cantar alabanzas en su palacio.

Si había alguien difícil de alcanzar con el evangelio, o un lugar difícil donde llevarlo, ese era el círculo íntimo de Herodes.

Y sin embargo, mire quién acaba de entregar su lealtad a Cristo; Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes.

En medio de un sistema lleno de orgullo y ambición, el evangelio logró abrirse paso hasta el corazón de Juana, justo donde parecía imposible.

Aquí hay otro principio importante:

Dios a veces alcanza a la persona más inesperada, en el lugar más improbable.

No se nos dice cuándo Jesús conoció a Juana ni cómo la sanó, ni siquiera cuál era su enfermedad. Pero sabemos que su transformación fue tan profunda que no solo decidió seguir a Jesús como una de sus discípulas, sino que también lo hizo con el consentimiento de su esposo. Ella era la esposa de Chuza, y eso no pasaba desapercibido.

Me imagino el revuelo que esto causó en el palacio. “¿Oíste? ¡La esposa de Chuza se volvió religiosa! ¡Una fanática! ¡Incluso está dando todo su dinero a ese rabino pobre y a sus seguidores! ¿Puedes creerlo?”

Y no pase por alto este detalle: cuando Juana decidió seguir a Cristo, dejó atrás una vida de comodidad para sumarse a un grupo que vivía viajando, sin lujos ni certezas, dependiendo de la provisión diaria. Lavaba platos, preparaba comida, remendaba ropa, realizaba tareas humildes junto con las demás mujeres.

Era como si hubiese abordado un tren rumbo a Siberia, con una maleta llena de frijoles, arroz, ollas y sartenes. Trabajo duro, muchas horas, muchos kilómetros recorridos. Ella cambió el mármol del palacio por el polvo del camino. Cambió los banquetes por provisiones sencillas, y el protocolo real por una vida de servicio humilde. ¿Por qué? Porque había encontrado al verdadero Rey.

Juana ahora estaba sirviendo junto a personas que antes de conocer a Cristo habría evitado. ¡Qué ejemplo tan impactante para la iglesia hoy!

Susana y los discípulos anónimos

Lucas nos presenta a otra mujer en el versículo 3, y si no leemos con atención, podríamos pasarla por alto. El texto dice:

“Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, y Susana…” (Lucas 8:3b)

Eso es todo. No sabemos nada más sobre Susana.

María Magdalena llegaría a ser bastante conocida. Juana estaba casada con un hombre poderoso. Ella tenía conexiones influyentes. Tenía acceso al palacio. Quizás hasta su marido tenía sus propias llaves. Pero Susana sigue siendo un misterio hasta hoy.

Permítame sacar este principio de su testimonio:

Ser desconocido no es lo mismo que ser irrelevante.

Aunque la iglesia primitiva la conocía bien, nosotros no sabemos nada más que esto: Jesús la sanó, y ella lo siguió, lo sirvió y contribuyó económicamente para su sustento.

Ella es desconocida para nosotros, pero fue esencial para la obra de Cristo. Escuche esto: Sus nombres pueden haberse borrado de la historia, pero no del corazón de Dios.

Y si en algún momento usted piensa que a Susana la dejaron en segundo plano, como si no le hubieran dado el reconocimiento que merecía, solo lea lo que sigue diciendo el texto:

“…Susana y otras muchas que le servían de sus bienes.” (Lucas 8:3c)

Note esa frase: “otras muchas” que aportaban de sus recursos. Estos hombres y mujeres ni siquiera son nombrados.

Al menos Lucas mencionó a Susana. Pero todos los otros quedaron en el anonimato total.

El valor de servir tras bambalinas

No sabemos quiénes eran. Solo sabemos lo que hacían: tareas cotidianas, mantener el campamento, remendar y lavar ropa, preparar comidas, aportar dinero para las provisiones. Todo lo que sabemos es que ayudaban a Jesús.

Ayudaban a Jesús. ¡Eso es todo! Pero espere… ¿acaso eso no es suficiente?

¿No es suficiente?

Con frecuencia el Señor nos llama a hacer cosas sencillas, no milagrosas. Tendemos a olvidar que estamos sirviéndo a Jesucristo. Servimos con Él. Eso es lo que significa ser colaboradores. Trabajamos con Él, y Él obra en nosotros, con nosotros y a través de nosotros.

Un día esto cobrará pleno sentido. ¿Puede imaginarse estar delante del Señor y escucharle decir: “Tú me ayudaste. Me ayudaste en tantas tareas sencillas y actos invisibles: lavando platos, cambiando pañales, dando una clase, escribiendo un libro, haciendo una oración de intercesión, dando una ofrenda con sacrificio, o simplemente ofreciendo un vaso de agua fría. Dedicabas largas horas, recorriste muchos kilómetros… pero lo hiciste por Mí. Gracias por ayudarme”? En ese momento, todas las horas silenciosas de servicio cobrarán valor eterno. Nada fue en vano.

Conclusión

Con esa perspectiva, nuestra actitud será alegre, humilde y agradecida… y aún estaremos un poco sorprendidos de que se nos haya permitido ser parte de su elenco de apoyo.

Como Gladys Aylward, quien fue entrevistada poco antes de morir. En esa entrevista, contó que tiempo atrás había tenido una conversación con Elizabeth Eliot, y que Elizabeth le dijo cuánto la había animado su ejemplo como misionera en China.

Gladys confesó en esa entrevista final que se sorprendía de que Dios la hubiera usado como lo hizo, considerando sus limitaciones físicas y académicas.

Con humildad y sentido del humor, dijo:

“No fui la primera opción de Dios para lo que se hice en China. Tuvo que haber otra persona. No podía ser yo. Debió ser un hombre… un hombre maravilloso, bien educado. Pero no sé qué le pasó. Tal vez murió, tal vez no estuvo dispuesto. Nunca llegó. Y Dios miró hacia abajo… y me vio a mí.”[vi]

Querido oyente, quiero que considere los versículos iniciales de Lucas capítulo 8 como una invitación a unirse a esta gloriosa compañía de mujeres dedicadas—este elenco de apoyo. Algunas eran ricas, otras pobres; pero todas tenían algo en común con nosotros: La disposición de servir a Aquel que nos libertó.Porque no servimos por reconocimiento… servimos por gratitud. Y cuando lo hacemos para Él, nunca será en vano.


[i] Adaptado de J.C. Ryle, Expository Notes on the Gospels: Luke (Evangelical Press, 1879, preprint; 1985), p. 119

[ii] Adaptado de Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel (Kregel Publications, 1965), p. 184

[iii] Adaptado de Bruce B. Barton, Life Application Bible Commentary: Luke (Tyndale, 1997), p. 194

[iv] Fritz Rienecker & Cleon Rogers, Linguistic Key to the Greek New Testament (Regency, 1976), p. 160

[v] Adaptado de David E. Garland, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 342

[vi] Adaptado de fuentes en línea sobre la vida de Gladys Aylward

Este manuscrito pertenece a Stephen Davey. Puede ser usado sin fines de lucro y con las atribuciones necesarias.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas provienen de las versiones Reina Valera 1960, La Biblia de las Americas y la Nueva Biblia de las Americas.

Reina-Valera 1960 ® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960. Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Usado con permiso.

La Biblia de las Américas (LBLA), Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usado con permiso. www.LBLA.com

Nueva Biblia de las Américas (NBLA), Copyright © 2005 by The Lockman Foundation. Usado con permiso. www.NuevaBiblia.com

Pies de nota han sido provistos para citar las fuentes correspondientes cuando el texto lo ha requerido. En caso de haber omisiones no intencionales, futuras revisiones incluirán las anotaciones apropiadas.

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