Introducción
Hace muchos años, un hermano de iglesia me compartió esta historia—seguramente porque le pareció graciosa.
Tres amigos—un abogado, un médico y un predicador—decidieron salir a cazar ciervos una hermosa tarde de noviembre. Mientras caminaban por el bosque, de repente apareció un gran venado. Los tres hombres se detuvieron y, al mismo tiempo, alzaron sus rifles y dispararon. Inmediatamente, el venado cayó al suelo.
Los tres salieron corriendo hacia él. Y sí, el animal estaba muerto. El problema era que no podían determinar quién de ellos había sido el autor del disparo. Cada uno estaba convencido de haberlo derribado.
Después de unos minutos, pasó por allí un guardabosques. Los hombres se presentaron, le contaron lo ocurrido y le pidieron ayuda para identificar al verdadero “ganador”. El oficial aceptó, se agachó para examinar el venado y, tras apenas unos segundos, se levantó y dijo: “El predicador fue quien lo mató.”
“¿El predicador?”, preguntaron sorprendidos. “¿Cómo puede estar tan seguro?”
El guardabosques respondió: “Fácil… la bala entró por una oreja y salió por la otra.”[i]
Si, si. Muy gracioso.
Pero, en realidad, este es un problema. No aquí, por supuesto—se que usted escucha con atención cada palabra que digo, ¿verdad?
Sinceramente, este es un problema que todos compartimos por naturaleza cuando somos expuestos a la verdad de la Palabra de Dios. Podemos estar presentes, incluso parecer atentos, y sin embargo no estar escuchando realmente.
Podemos escuchar… sin realmente oír nada.
Hace poco estaba conversando con una joven madre. Mientras hablábamos, su pequeña hija no dejaba de mirarla fijamente y repetía una y otra vez: “Mami… Mami… Mami… Mami…”
La niña lo dijo treinta y cinco veces antes de que su madre finalmente respondiera. Lo conté. Ella había desarrollado esa increíble habilidad de bloquear el “Mami… Mami…” hasta que ya no pudo ignorarlo más.
Y eso me hizo pensar que mi esposa me dice: “Amor, ¿tienes un minuto para sacar la basura?” Y yo contesto: “¡Claro que sí!”… y luego no tengo ni el más mínimo recuerdo de esa conversación. Me tomó cuarenta años perfeccionar ese tipo de habilidad.
La verdad es que todos tenemos la capacidad de escuchar… sin oir absolutamente nada.
Si usted es madre, esposo, predicador o líder de estudio bíblico, probablemente haya hecho la clásica pregunta: “¿Me estás escuchando?”
¿Sabía usted que eso mismo hizo Jesús con su audiencia una tarde? Porque el problema principal, como estamos por descubrir, era este: la multitud lo escuchaba… pero Él sabía que la mayoría no estaba oyendo realmente lo que decía. Déjeme mostrarle dónde ocurrió esto. Vamos al evangelio de Lucas, capítulo 8.
Mientras busca en su Biblia el capítulo 8 del evangelio de Lucas, déjeme contarle algo que nos dice Marcos en su relato de este mismo evento: la multitud era tan grande que Jesús, una vez más, se subió a una barca y se alejó unos pocos metros de la orilla, mientras la gente se agolpaba para escucharlo (Marcos 4:1).
Muchos estudiosos de la Biblia creen que este fue el público más numeroso que Jesús jamás reunió durante su ministerio terrenal. Y es interesante notar que, en todo este mensaje, Jesús repite un tema una y otra vez: la diferencia entre escuchar y realmente oir.
Si usted observa atentamente este pasaje, verá que la palabra “oír” o “escuchar” aparece unas nueve veces. Puede que hasta quiera subrayarla, como yo lo hice. Mire, por ejemplo, el final del versículo 8: “El que tiene oídos para oír, oiga.”(allí aparece dos veces). Y mire cómo termina todo el pasaje en el versículo 21: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios.”
Este tema del oír continúa a través de todo el mensaje.
La parábola de los cuatro terrenos
Ahora bien, note lo que dice el versículo 4:
“Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola…” (Lucas 8:4)
Este es el tercer ejemplo en el evangelio de Lucas donde Jesús enseña usando parábolas. Una parábola es una historia natural que comunica un principio espiritual. Escuchemos ahora la parábola, comenzando en el versículo 5:
“El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno.”
Hablando estas cosas, decía a gran voz: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Lucas 8:5–8)
El verbo “oír” en el idioma original está en tiempo imperfecto. Eso significa que Jesús repetía esta frase mientras contaba la parábola. No era algo que dijo solo una vez. En otras palabras, es muy probable que Jesús haya dicho varias veces algo como: “¿Están escuchando lo que digo? ¿De verdad me están prestando atención, o esto les está entrando por una oreja y saliendo por la otra?”
Y la triste realidad es que, para la mayoría de esa multitud, eso era exactamente lo que estaba ocurriendo.
En esta parábola, Jesús presenta una historia con cuatro tipos distintos de terrenos, que representan cuatro maneras diferentes de escuchar el mensaje de Dios.
Volvamos al versículo 5, donde Jesús describe el primer terreno. Él dice:
“Y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron.” (Lucas 8:5b)
En la época de Jesús, los campos no estaban rodeados de cercas ni divididos por grandes caminos, sino que se organizaban en parcelas, y entre cada una de ellas había senderos estrechos por donde caminaban los campesinos y sus animales. Con el tiempo, la tierra se compactaba y estos caminos quedaban endurecidos por el constante paso de personas, carros, mulas y bueyes. La tierra se compactaba al punto de parecer cemento.
El sembrador de esa época no usaba maquinaria; llevaba una bolsa colgada al hombro o a la cintura, metía la mano y esparcía la semilla mientras caminaba por el campo.[ii]
Y como era inevitable pasar junto a estos senderos endurecidos, parte de la semilla caía sobre ellos. Pero no lograba penetrar la tierra; simplemente rebotaba en la superficie.
Jesús continúa su parábola en el versículo 6:
“Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad.” (Lucas 8:6)
Este no era un terreno lleno de piedras visibles, sino un campo donde, justo debajo de una delgada capa de tierra, había una base rocosa que no se había removido al arar. A simple vista, parecía un suelo fértil, pero la capa era tan superficial que la semilla no podía echar raíces profundas. Y cuando el sol comenzaba a calentar, la planta simplemente se marchitaba por falta de humedad.[iii]
Luego, Jesús dice:
“Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella la ahogaron.” (Lucas 8:7)
En este caso, la semilla sí brota, pero no crece con libertad. Hay demasiada competencia a su alrededor. Las raíces de los espinos le roban nutrientes y su sombra le impide desarrollarse. Así que, aunque comienza a crecer, termina siendo ahogada. Y finalmente, Jesús menciona el cuarto tipo de suelo:
“Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno.” (Lucas 8:8a)
La audiencia de Jesús inmediatamente comprendió lo que decía. Todos ellos estaban familiarizados con la siembra.
El significado de la parábola
Cuando Jesús terminó la parábola, los discípulos se acercaron para preguntarle ¿Qué significaba exactamente? Sabían que cada parábola tenía una verdad espiritual y querían saber cual era. Así que Jesús les responde, comenzando en el versículo 10:
“A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo, no vean; y oyendo, no entiendan.” (Lucas 8:10)
Aquí, Jesús cita al profeta Isaías (capítulo 6), quien también le predicó a una audiencia que escuchaba… pero no oía. No era que no podían entender, es que no querían hacerlo. La gente del tiempo de Isaías no quería escuchar la verdad. Y la multitud que rodeaba a Jesús tampoco estaba interesada en el mensaje del Reino. Lo que ellos querían era otro milagro, otro “show”, otro pan repartido milagrosamente. Querían una experiencia, no un compromiso.
Pero como los discípulos sí querían entender, Jesús les comparte el significado. Y comienza a revelar que esta parábola, en realidad, describe cuatro maneras diferentes de escuchar la Palabra de Dios.
El camino endurecido: oyen sin creer
Empieza a explicarles la parábola en el versículo 11 y dice:
“La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen; y luego viene el diablo, y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven.” (Lucas 8:12)
En otras palabras, estas personas escuchan… pero no creen.
A primera vista, pareciera que todo es culpa del diablo. Pero Jesús está revelando aquí una batalla invisible, un conflicto espiritual que se libra contra la verdad del evangelio. Esta semilla que se esparce es la Palabra de Dios. Y Satanás hace todo lo posible para que esa semilla no germine. Estas personas ya tienen el corazón endurecido. No quieren creer. Pero lo que no saben es que el enemigo está trabajando activamente para mantenerlos así.
He conversado con cientos de personas a lo largo de los años que repiten ideas como si fueran pensamientos originales, sabias conclusiones personales… pero en realidad son los mismos viejos engaños que el enemigo ha estado sembrando desde el principio. Dicen cosas como:
- “Dios no juzga a nadie.”
- “Todos vamos al cielo, cada uno por su propio camino.”
- “La Biblia es solo un libro sagrado más, entre muchos.”
- “Jesús nunca dijo que era Dios.”
- “La ciencia ya refutó la creación y la resurrección.”
- “El cristianismo está desactualizado y debe adaptarse a los tiempos.”
- “El pecado no existe, es un invento religioso.”
- “Lo que es verdad para ti, no tiene que serlo para mí.”
Parece que están pensando por sí mismos, pero lo cierto es que están usando municiones que el enemigo les proveyó. Según esta parábola, el diablo se dedica a mantenerlos en la oscuridad. El apóstol Pablo lo explica así en 2 Corintios 4:4:
“El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo.”
Si usted me esta escuchando hoy y todavía no cree en el evangelio, debe saber algo muy importante: usted no está solo en su incredulidad. Hay una batalla invisible en juego. Hay una influencia activa que busca confundirlo, distraerlo, endurecer su corazón y robarle la oportunidad de ser salvo.
Por eso, la Biblia dice que nuestra batalla es contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad (Efesios 6:12). Y describe la salvación como un acto de liberación: alguien que es rescatado del dominio de las tinieblas y trasladado al Reino del Hijo amado de Dios (Colosenses 1:13).
El terreno pedregoso: oyen sin profundidad
Jesús ahora pasa a explicar el segundo tipo de oyente. Es lo que podríamos llamar el terreno pedregoso. Este es alguien que escucha… pero no entiende realmente.
Mire lo que dice el versículo 13:
“Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.” (Lucas 8:13)
Al principio, todo parece marchar bien. Estas personas reciben el mensaje con entusiasmo. Tal vez incluso se integran a una iglesia. Participan, sonríen, cantan… todo va viento en popa. Quizá alguien les dijo que Jesús arreglaría todos sus problemas de salud, que resolvería sus finanzas, que los haría prosperar. Quizá escucharon que Dios tenía un “maravilloso plan” para sus vidas… y asumieron que eso significaba comodidad, estabilidad, bendiciones sin complicaciones.
Pero entonces llegó la prueba. El matrimonio entró en crisis. Se enfermó un ser querido. Recibieron una mala noticia. Perdieron amistades. Les dieron una carta de despido en vez de una promoción. Sus inversiones fracasaron. La vida se puso cuesta arriba. Y en ese momento, cuando Jesús ya no parecía el hada madrina de sus expectativas, abandonaron todo.
No es que perdieron la salvación. La verdad es que nunca creyeron de verdad en el Salvador. Lo que abrazaron fue una versión superficial del evangelio—una caricatura del cristianismo. Por eso se marcharon cuando la fe ya no “funcionaba”. Estaban escuchando… pero sin entender.
El terreno espinoso: oyen sin madurar
Ahora Jesús describe lo que podríamos llamar el terreno de los espinos. Este tipo de persona escucha… pero no madura.
Antes de leer el versículo, vale la pena detenernos a considerar algo importante. Es posible que estos dos últimos tipos de terreno (el de los espinos y el de la buena tierra) representen a verdaderos creyentes. No solamente el último.
Si uno observa con atención, los dos primeros terrenos claramente corresponden a personas que no son salvas. El primer grupo oye, pero no cree y no se salva (v. 12). El segundo grupo parece creer por un tiempo, pero luego abandona todo cuando llega la prueba (v. 13). En otras palabras, nunca hubo fe genuina.
Pero en los dos últimos casos hay una diferencia sutil, aunque significativa. Jesús dice que la persona que está entre espinos sí da fruto, pero ese fruto no llega a madurar. Mientras que la semilla en la buena tierra también da fruto—de hecho, se usa la misma palabra griega—pero ese fruto sí madura.
Y esa es la clave de esta diferencia.
Ahora volvamos al versículo 14, y sé que vamos avanzando rápido, pero quiero que sigamos hilando este mismo tema que Jesús está repitiendo a lo largo de toda esta enseñanza: el tema de cómo estamos escuchando.
“La semilla que cayó entre los espinos, son los que han oído, y al continuar su camino son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y su fruto no madura. (Lucas 8:14 NBLA)
Estas personas parecen estar creciendo. De hecho, hay fruto. Pero algo sucede: ese fruto no llega a madurar.
Y Jesús lo deja claro: la razón es que hay demasiada competencia. Esta persona está tratando de crecer espiritualmente, pero también está corriendo detrás de muchas otras cosas.
Note que Jesús menciona tres grandes obstáculos: los afanes, las riquezas y los placeres de la vida. Y ninguno de estos se presenta como algo necesariamente malo. No se nos dice que estos sean pecados. De hecho, son parte de la vida normal: responsabilidades, posesiones, pasatiempos, compromisos.
El problema no es que estas cosas existan… sino que compiten por el primer lugar en el corazón. Toman tanto espacio, que la vida espiritual queda relegada. Y al final, el fruto nunca madura. Los que viven entre los espinos se distraen. Persiguen tantas cosas buenas que olvidan lo mejor.
Este tipo de terreno puede describir a creyentes se llenan tanto de actividades… que ya no queda espacio para Dios.[iv]
En otras palabras, estas personas le dicen al Señor: “Sí, te estoy escuchando… pero apúrate, porque no tengo mucho tiempo.”
Y ese tipo de vida distraída se contrasta ahora con el cuarto y último tipo de oyente. Lo llamaremos, la buena tierra.
La buena tierra: oyen y perseveran
Este oyente escucha con un corazón dispuesto. Recibe la Palabra y responde con obediencia. Escuche cómo lo describe Jesús en el versículo 15:
“Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.” (Lucas 8:15)
Este tipo de oyente no viene con exigencias. No está negociando con Dios ni poniendo condiciones. Es alguien con un corazón abierto, honesto, humilde… un corazón que se aferra la Palabra, la guarda, y da fruto.
Conozco a una pareja que está demostrando exactamente eso. Hace poco recibí una llamada de parte de ellos. Ellos me contaron que desde hace más de un año, han estado lidiando con el cáncer de su hijo de dos años. Hace tres semanas hablamos por teléfono y me dijeron que los médicos les habían dado la noticia más difícil de todas: su pequeño tenía aproximadamente una semana de vida.
Pero no se amargaron. Se aferraron a la Palabra de Dios. Creyeron lo que la Biblia dice acerca de Dios: que Él es fiel, que tiene el control, que sabe lo que está haciendo… aun cuando no da explicaciones.
Y luego, hace apenas unos días, me volvieron a llamar. De forma inesperada, se les ofreció incluir a su hijo en un tratamiento experimental, y para sorpresa de todos, comenzó a mostrar resultados positivos. No hay garantías, no hay promesas, no hay una cura milagrosa… solo una luz tenue de esperanza. Quizá unos días más, quizá unas semanas… tal vez, incluso, una remisión.
El esposo me dijo por teléfono: “Seguimos aferrados a la Palabra de Dios.” Y agregó estas palabras: “Dios nos está enseñando paciencia… y confianza.”
Luego abrí mi Biblia y comencé a estudiar este versículo. Y me di cuenta: ellos son buena tierra.
Están dando fruto… más del que se imaginan.
La parábola de la lámpara
Lucas no hace una pausa entre los versículos 15 y 16, y es muy probable que Jesús tampoco lo haya hecho.[v] Acaba de describir al creyente como alguien que da fruto… y ahora lo describe como una lámpara encendida.[vi]
El versículo 16 dice:
“Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido y de salir a luz. Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará.” (Lucas 8:16-18)
Así que, el creyente es alguien que realmente oye la Palabra y lo demuestra al reflejar esa luz. Ya no estamos en tinieblas; estamos en la luz. Pero no se trata simplemente de sentarse a admirar esa luz… ¡se trata de dejarla brillar! De mostrarla.
J. C. Ryle me hizo pensar profundamente cuando escribió sobre este pasaje que la forma más elevada de egoísmo es la del cristiano que se conforma con ir solo al cielo. Ninguna vela que Dios enciende fue hecha para alumbrarse a sí misma.[vii]
Compartimos la luz con otros.
La verdadera familia de Jesús
Y, tampoco hay una pausa entre los versículos 18 y 19; el relato continúa con fluidez. Jesús concluye este tema repitiendo su punto principal de oir la Palabra de Dios de verdad.
Note el versículo 19.
“Entonces su madre y sus hermanos vinieron a él; pero no podían llegar hasta él por causa de la multitud. Y se le avisó diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera, y quieren verte.” (Lucas 8:19–20)
Permítame agregar aquí que, según el evangelio de Marcos, vinieron para llevárselo en privado—de manera discreta—porque pensaban que Jesús había perdido el juicio.
Sus medio hermanos—hijos de María y José después del nacimiento virginal de Jesús—son nombrados en otros evangelios. Ninguno de ellos creyó en Jesús durante su ministerio. Sabemos que algunos creyeron después de la resurrección. Y aquí, según nos cuenta Lucas, María está con ellos. Así que esta visita no es hostil; está motivada por preocupación. Quizás pensaban que Jesús necesitaba un descanso.
Para este momento, lo más probable es que José ya hubiese fallecido. Pero no se equivoque: Jesús no está rechazando su vínculo con la familia. Lo que hace es señalar una realidad espiritual aún más profunda.[viii]
El versículo 21 dice:
“Él entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen.” (Lucas 8:21)
Ellos son mi familia, dice Jesús. Ellos son mi gente.
Esta es la familia de Dios (Juan 1:12). Este es el hogar de la fe (Gálatas 6:10). Todos aquellos que que oyen de verdad la Palabra de Dios. No dejan que entre por una oreja y salga por la otra.
- Ellos cultivan el fruto del Espíritu.
- Dejan brillar la luz del evangelio.
- Se gozan de pertenecer a la familia de Dios.
Querido oyente, ¿Cómo está oyendo usted la Palabra de Dios? Escuchar bien no termina cuando concluye el sermón… comienza cuando decidimos obedecer.
[i] P. J. Alindogan, blog The Potter’s Jar, “Hearing” (4/3/12)
[ii] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate:Luke 1-13 (Victor Books, 1989), pág. 86
[iii] Darrell L. Bock, Luke: Volumen uno (Baker Academic, 1994), pág. 724
[iv] Adaptado de William Barclay, The Gospel of Luke (Westminster Press, 1975), pág. 100
[v] Charlies R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), pág. 199
[vi] Adaptado de R.C.H. Lenski, The Interpretation of St. Luke’s Gospel (Augsburg Publishing House, 1946), pág. 453
[vii] Adaptado de J.C. Ryle, Ryle’s Expository Thoughts: Luke (Evangelical Press, 1879; reimpresión, 1985), pág. 125
[viii] Lewis Foster, Luke (Standard Publishing, 1986), p. 137