Introducción
¿Qué harías si supieras que te quedan solo ocho meses de vida? Imagina que, además, tienes la garantía de buena salud hasta el último día. ¿Cómo usarías ese tiempo?
En el Salmo 90:12, encontramos una oración de Moisés donde nos anima a contar nuestros días para así obtener un corazón sabio. En otras palabras, calcular cuántos días nos quedan puede cambiar radicalmente cómo vivimos: nuestras prioridades, las decisiones que tomamos, etc.
¿Cuántos días te quedan? Obviamente que no lo sabemos. Pero, si asumimos que vivirás hasta los 77 años, que es el promedio de la esperanza de vida actual en muchos países, esto es lo que te quedaría:
- Si tienes 17 años: te quedan unos 21,900 días o 720 meses.
- Si tienes 21: Te quedan 672 meses.
- Si tienes 35: te quedan 504 meses.
- Si tienes 45: te quedan 384 meses.
- Si tienes 55: te quedan 264 meses.
- Si tienes 65: te quedan 144 meses
- Y si tienes 75, solo te quedarían 24 meses para llegar al promedio…
- ¡Y si tiene 85, puedes sonreír! ¡Le ganaste al promedio!
Pero, es muy probable que ya te has dado cuenta de que el tiempo es corto.
Hace muchos años, cuando tenía unos 40 años, decidí hacer lo que dijo Moisés de una manera tangible y visible. Llené un florero con canicas de vidrio, y lo puse en mi oficina.
Cada canica representa un mes que me quedaría si llego a vivir hasta los 77 años. Y cada mes saco una, para marcar que gasté otro mes de mi vida.
La última vez que traje ese florero al púlpito fue 11 años atrás. Me sorprendí al darme cuenta que había pasado tanto tiempo. Yo pensaba que habían pasado solo unos pocos años. Pero no… ya son 11 años desde que mostré ese florero en la iglesia.
Cuando tenía 40 años, llegar a los 77 parecía algo lejano. Empecé con más de 400 canicas en ese florero.
El próximo mes voy a cumplir 64 años, así que, cuando me puse a contar ayer, debía tener unas 156 canicas. Lo curioso es que al contarlas encontré solo 144; me faltaban 12. Así que las volví a contar… y me dio el mismo resultado. ¡Me falta un año!
O no sé contar… o alguien me está sacando las canicas. Y eso no se hace. Voy a tener que poner una cámara en mi oficina.
Tal vez Dios sabe que voy a vivir hasta los 76 en lugar de los 77. También he estado pensando en cambiar el cálculo y hacer que llegue a los 88, que fue la edad a la que falleció mi mamá. O 92, que es la edad que tiene mi papá.
Al final, decidí dejarlo en 77, y si llego a vaciar el florero y aún sigo vivo, voy a empezar a poner una canica por cada mes adicional que el Señor, en su gracia, me conceda vivir.
Este no es un ejercicio morboso ni una forma depresiva de contar los días. No se trata de obsesionarse con la muerte, sino de vivir con propósito. La Palabra de Dios enseña que, al recordar cuán breve es nuestra vida, aprendemos a vivir con sabiduría. Y esa sabiduría se refleja en cómo usamos nuestro tiempo, cómo tratamos a los demás, y en qué invertimos nuestras fuerzas. Te recomiendo que consigas tu propio frasco de canicas. De verdad, piénsalo.
Pero volviendo a mi pregunta inicial: ¿qué harías si supieras que solo te quedan ocho meses? Solo te quedan ocho canicas… Qué cambiarías? ¿Qué cosas querrías lograr? ¿Qué decidirías hacer con esos últimos ocho meses aquí en la tierra?
Bueno, esa era exactamente la situación de Jesús. Él sabía que le quedaban unos ocho meses antes de su muerte. Y justo en ese punto, hace una transición en su ministerio.
El ejemplo de Jesús
Al llegar al capítulo 9 del evangelio de Lucas, le invito a trazar una línea entre los versículos 50 y 51.[i] De hecho, en el margen de mi Biblia escribí: “Ocho meses para el final”.
El versículo 51 marca un momento decisivo en su ministerio. Dice así:
“Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén.” (Lucas 9:51)
Un teólogo explicó esa frase “Afirmó su rostro” como “tuvo una resolución firme como el acero.”[ii] Podríamos llamarlo sencillamente determinación divina.[iii]
Aunque Jesús volverá brevemente a Galilea, ya no será su base de operaciones.[iv] Desde este momento en adelante, su mirada queda fija en Jerusalén.
Ya ha estado allí en otras ocasiones, pero esta vez es diferente. Esta será su última gira de ministerio. Con una determinación de acero, él comienza de su camino final… rumbo a la cruz y a una tumba prestada.
En los siguientes versículos, el Señor nos va a mostrar dos características que deberían estar presentes en todo creyente que ha llegado a comprender que la vida es breve y no la debemos desperdiciar.
La primera característica es esta: Una determinación divina
Determinación divina
Volvamos a leer el versículo 51:
“Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén.” (Lucas 9:51)
La frase “cuando se cumplió el tiempo” puede traducirse también como: “cuando los días estaban siendo cumplidos”. En otras palabras, todo esto formaba parte de un plan.[v]
Jesús no está preguntándose qué ve a suceder. No va a Jerusalén por accidente… va por cita divina.
Y Él sabe exactamente lo que va a pasar después. Sabe que lo recibirán momentáneamente aquel Domingo de Ramos, cuando las multitudes salgan a su encuentro cantando sus alabanzas.
Al principio están dispuestos a coronarlo como rey. Pero en lugar de sonreír y disfrutar del momento… Jesús comienza a llorar. Sabe que esa recepción nacional se convertirá en rechazo nacional. Llora triste por el pueblo que lo va a rechazar. Sabe exactamente lo que va a ocurrir cuando le quede su última canica, por así decirlo.
Pero quiero que notes algo. En la mente Cristo, no todo es sufrimiento y dolor. De hecho, Lucas se encarga de incluir todo lo que ocurrirá en Jerusalén. Observa de nuevo la forma en que lo dice:
“Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba…” (Lucas 9:51)
La expresión traducida —“cuando se cumplió el tiempo”— expresa la idea del original griego que dice literalmente: “cuando se estaban cumpliendo los días”. Es decir, Lucas está hablando de una secuencia de días cuidadosamente planificada por Dios. Lo que le espera en Jerusalén no es solo la crucifixión… ni solo la resurrección. Son varios días. Varios eventos.
Y el verbo que se traduce aquí como “ser recibido arriba” no se refiere solamente a ser levantado en una cruz. Es el mismo verbo que Lucas va a usar más adelante, y también el apóstol Pablo, para describir la ascensión de Cristo. Ese momento glorioso en que fue recibido en el cielo después de la resurrección.[vi]
Todo esto está empezando a cumplirse. Y todo terminará en victoria.
Así que Jesús afirma su rostro. Renueva su determinación. Nada lo va a distraer. Nada lo va a desviar del camino. De hecho, esa frase—afirmó su rostro—es el cumplimiento de una profecía mesiánica en el libro de Isaías. El profeta escribe con una precisión asombrosa, en el capítulo 50:
“Di mi espalda a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y escupitajos. […] Por tanto, afirmé mi rostro como pedernal, y sé que no seré avergonzado. Cercano está el que me justifica.”(Isaías 50:6–8a)
No solo habrá una crucifixión. Habrá una vindicación. Y está muy cerca. No falta mucho para que se complete el plan de salvación.
Jesús va rumbo a quitarle el aguijón a la muerte. Va decidido a aplastar a la serpiente antigua. Es como si Jesús apretara la mandíbula, frunciera los labios y fijara su mirada, más firme que nunca, en Jerusalén.[vii]
Este versículo marca una transición maravillosa. Es una escena poderosa. Es una clara demostración de determinación divina. Y qué falta hace esto en nuestras propias vidas hoy también. Aceptemos lo que Dios trae a nuestra vida no como accidentes, sino como citas divinas. Necesitamos afirmar también nosotros el rostro. Necesitamos esa firmeza para vivir por Cristo.
Puede que vengan problemas en el camino… mantente firme. Puede que venga dolor o sufrimiento… sigue avanzando. Puede que enfrentes burlas o persecución… no te apartes del plan.
Jesús nos dejó claro el rumbo: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones. Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19–20).
Pero el pasaje no solo nos muestra determinación divina. En segundo lugar, vamos a ver también una demostración de gracia divina.
Gracia divina
Observa lo que dice el versículo 52:
“Y envió mensajeros delante de Él, quienes fueron y entraron en una aldea de samaritanos para hacerle los preparativos. Pero no le recibieron, porque su rostro era como de quien iba a Jerusalén.” (Lucas 9:52–53)
La mayoría de los judíos evitaban pasar por territorio samaritano. Mucho menos iban a pasar la noche en una aldea samaritana. Pero Jesús tiene buena reputación allí ¿Se acuerda de la mujer samaritana? Jesus va caminando con sus doce discípulos, y también con un grupo más grande de seguidores. De hecho, en el próximo capítulo veremos que enviará a setenta de ellos a predicar.
Así que Él, con cortesía, envía un equipo por adelantado. Su tarea era avisar que venía un grupo grande, para que la aldea pudiera prepararse. Tienen que ver si había suficiente comida para comprar. Ver si el hospedaje podía cubrir la necesidad. Era como asegurarse de que el hotel tuviera suficientes habitaciones.
Pero les cierran la puerta. Es como si hubieran puesto carteles que dijeran: “Prohibido el paso” o “No pisar el césped”.
Y francamente, ese rechazo no es tan sorprendente. El odio entre judíos y samaritanos venía de siglos atrás.
Todo esto se remonta al tiempo cuando el imperio asirio conquistó el reino del norte de Israel. Deportaron a la mayoría de los israelitas, pero un pequeño grupo quedó en la tierra.
Con el tiempo, esos judíos que permanecieron se mezclaron con los asirios que fueron enviados a habitar la región. De esa mezcla nacieron descendientes que, para los judíos, eran mestizos impuros—tanto en lo racial como en lo espiritual. Los consideraban herejes.[viii]
Con los años, estos samaritanos rechazaron el judaísmo tradicional y terminaron formando su propia religión. Una especie de mezcla entre ciertas enseñanzas de la ley judía y elementos del paganismo.
Escribieron su propia versión del Pentateuco. Diseñaron su propia liturgia. Incluso construyeron un templo en el monte Gerizim, unos 400 años antes del nacimiento de Cristo. Así, ninguno tendría que ir a Jerusalén a adorar a Dios.
Pero las tensiones no terminaron ahí. Unos 130 años antes de Cristo, soldados judíos destruyeron ese templo y mataron a muchos samaritanos en su paso.
Entonces, por cientos de años, hubo este odio entre judíos y samaritanos que seguía vivo en tiempos de Jesús.
De hecho, los rabinos judíos oraban cada semana en la sinagoga pidiéndole a Dios que nunca permitiera que un samaritano entrara en la vida eterna. Un samaritano no tenía derecho a testificar en un tribunal judío. Y por el otro lado, también era común que samaritanos emboscaran a viajeros judíos en los caminos.[ix]
Ambos bandos se despreciaban profundamente. El rencor era mutuo… y antiguo.
Para ellos, la vida podía ser corta, pero aún así, había tiempo suficiente para odiarse. Si les quedaban solo unas cuantas canicas, lo más probable es que las usaran para lanzárselas unos a otros.
Ahora bien, estos samaritanos que aparecen aquí en Lucas 9 seguramente ya estaban enterados del ministerio asombroso de Jesús. Sabían que, si Él pasaba la noche en su aldea, probablemente sanaría a los enfermos, daría vista a los ciegos y haría caminar a los cojos.
Pero aun así… lo rechazaron. Estaban tan llenos de odio, que prefirieron perder la oportunidad de ver milagros, con tal de no hospedar a alguien que iba camino a Jerusalén.
Lucas lo deja claro en el versículo 53:
“Pero no le recibieron, porque su rostro era como de quien iba a Jerusalén.”
El equipo que Jesús había enviado de antemano seguramente les explicó a los líderes del pueblo que solo necesitaban alojamiento por una noche, ya que al día siguiente seguirían su camino hacia Jerusalén.
Y con solo escuchar eso, los samaritanos prácticamente dijeron: “¡salgan de aqui! puede que Jesús sea un profeta… pero no es nuestro tipo de profeta. No queremos a nadie que tenga interés en Jerusalén.”
Entonces, en el versículo 54, vemos la famosa reacción de dos discípulos:
“Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”
En otras palabras: “¿Quieres que quememos esta aldea hasta los cimientos?” ¿Qué tal esa estrategia evangelística?
Me recuerda a uno de mis hijos, cuando tenía unos cinco años. Estábamos en un parque, y lo vi hablar con otro niño por unos minutos. Fue una conversación breve, de esas que uno ni nota al principio… pero después, cuando nos subimos al auto, me contó emocionado que había orado con ese niño para que aceptara a Jesús.
Le pregunté: “¿Tan rápido? ¿Qué le dijiste?”
Y me respondió: “Le pregunté si quería volar en el cielo algún día o quemarse en el infierno… y él dijo que prefería volar, así que oramos.”
Bueno… eso es más o menos lo que hacen Jacobo y Juan: “O aceptan a Jesús… o los rostizamos. De hecho, ni siquiera vamos a esperar al juicio final… ¡podemos traer el fuego ahora mismo!”
Ahora bien, recuerda que Jesús ya les había enseñado a sus discípulos cómo debían responder cuando una aldea rechazaba el mensaje del evangelio: debían sacudirse el polvo de los pies, como una advertencia simbólica.
Pero Jacobo y Juan no están pensando en sacudirse el polvo… ¡quieren convertir esa aldea entera en polvo y cenizas!
Jesús, volviéndose los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.
Y entonces, simplemente siguieron su camino a otra aldea.
Mira, no podemos culpar a los discípulos por su celo. El problema no era la pasión… era que les faltaba sabiduría. Tenían determinación, sí… pero sin gracia.
Jesús nos llamó a ser como una lámpara puesta en alto, dando luz al mundo. Y hay una gran diferencia entre una lámpara… y un lanzallamas.
Uno puede tener mucho celo por Cristo y, al mismo tiempo, actuar con dureza. Es posible decir la verdad… pero decirla sin amor. O, en el otro extremo, amar a las personas sin atrevernos a decirles la verdad.
A estos discípulos todavía les queda mucho por aprender en los ocho meses que tienen por delante.
Todavía no han escuchado la parábola del Buen Samaritano, quien se convierte en alguien digno de imitar. Todavía no han visto al leproso samaritano postrarse ante Jesús para darle gracias—y convertirse en un adorador genuino.[x]
Más adelante, como nos contará el mismo Lucas, veremos que el poder del evangelio echará raíces en aldeas samaritanas enteras.
Pero por ahora, los discípulos aún no logran conectar todos los puntos. Jesús comenzó su ministerio en Nazaret siendo rechazado. Ahora inicia su viaje final a Jerusalén… y nuevamente lo rechazan, esta vez los samaritanos. Y cuando llegue finalmente a Jerusalén, también será rechazado por la nación de Israel. El rechazo, en el ministerio de Cristo es parte del camino.[xi]
Y lo cierto es que los discípulos, hasta el día de hoy, tenemos que aprender a relacionarnos con una cultura que, básicamente, nos dice: “Mantente fuera de nuestras vidas. No entres en nuestro territorio.”
Y eso se vuelve especialmente importante en un mundo que, cada vez más, se enoja con nosotros por lo que creemos… de la misma manera en que los judíos y samaritanos se enojaban unos con otros.
¿Cómo se puede vivir para Cristo en un mundo que se vuelve más y más hostil hacia la Palabra de Dios?
Estoy de acuerdo con lo que escribió el pastor Erwin Lutzer en su libro La Iglesia en Babilonia. Él dice: “Tenemos que dejar de fingir que somos una mayoría moral. El aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la esclavitud sexual, la ideología de género, la educación sexual explícita en las escuelas públicas… no son la excepción cultural. La verdad es que nuestro mundo ya no nos mira con respeto… ni con aprecio.”[xii]
El tono de confrontación sigue aumentando. Las amenazas contra los cristianos que no se alinean con lo “políticamente correcto” ya no son solo palabras. Se están volviendo reales. Y palpables.
Y honestamente, eso suena muy parecido a lo que vivió la iglesia primitiva… y a lo que vive hoy la iglesia en muchas partes del mundo.
Escucha cómo lo describe el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios:
“Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, andamos mal vestidos, somos maltratados y no tenemos hogar. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos. Nos maldicen… y bendecimos. Nos persiguen… y lo soportamos. Nos calumnian… y tratamos de responder con amabilidad. Hemos llegado a ser, hasta ahora, como la basura del mundo.” (1 Corintios 4:11–13)
¿Puedes imaginarte eso? ¿Te parece justo? Tal vez te preguntes: ¿no deberíamos orar para que caiga fuego del cielo?
No. Ese no es el espíritu que debemos tener. Jesús lo deja claro al corregir a sus discípulos. Lo que ellos no entendían todavía… es que Jesús también iba camino a Jerusalén para morir por los samaritanos. [xiii]
Sí, esos mismos que acababan de rechazarlo. Esos que le cerraron la puerta. Esos que, por generaciones, eran sus enemigos. Jesús no los veía como una amenaza que había que eliminar… sino como almas que necesitaban salvación. Y eso cambia por completo la perspectiva. Ellos no eran el enemigo. Iban a ser parte del campo misionero.
Y eso nos lleva a una lección que tú y yo también necesitamos recordar: Como estos discípulos, que aprendieron algo inolvidable ese día…
- No dejemos que el rechazo del mundo nos distraiga: Puede que no quieran escucharte. Puede que se burlen. Puede que te ignoren o te etiqueten. Pero tu llamado sigue en pie.
- No respondamos con la misma dureza: Es natural querer defendernos, levantar la voz, hacernos respetar. Pero Jesús nos manda a soportar las ofensas por causa del evangelio.
- No olvidemos que el mundo… es nuestro campo misionero. Ese vecino difícil. Ese familiar escéptico. Esa sociedad cada vez más hostil… no son obstáculos. Son oportunidades para mostrar el corazón de Cristo.
Entonces, la pregunta es esta: ¿Cómo vas a mostrar tú, hoy, ese ejemplo de Jesús?
Nunca lo olvides: fuimos llamados a reflejar ante el mundo el corazón del Señor… su enfoque, su compasión, su firmeza… su ejemplo perfecto de determinación y gracia.
Así que tomemos una decisión: que con el tiempo que nos queda en esta vida —ya sea que nuestro frasco aún esté lleno de canicas, o que ya se esté quedando vacío— vivamos imitando la gracia de nuestro Señor Jesucristo, aun en medio de la oposición.
Que no nos dejemos llevar por el enojo, ni busquemos huir hacia la comodidad. Fuimos llamados a proclamar el evangelio sin temor, incluso a los que nos odian y rechazan.Eso es gracia. Eso es determinación. Eso es vivir imitando y glorificando a nuestro precioso Salvador.
[i] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 250
[ii] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 417
[iii] R. Kent Hughes, Luke: Volume One (Crossway, 1998), p. 369
[iv] John MacArthur, Luke 6-10 (Moody Publishers, 2011), p. 309
[v] Garland, p. 413
[vi] Ibid
[vii] Swindoll, p. 253
[viii] Hughes, p. 370
[ix] Adapted from Hughes, p. 450
[x] Adapted from Swindoll, p. 418
[xi] Adapted from Swindoll, p. 418
[xii] Erwin Lutzer, The Church in Babylon, p. 67
[xiii] Adapted from R.C.H. Lenski, The Interpretation of St. Luke’s Gospel (Augsburg Publishing House, 1946), p. 558