Introducción
Casi al final de la Segunda Guerra Mundial, un avión que transportaba a 24 miembros del ejército estadounidense se estrelló en medio de la densa selva de Nueva Guinea. Solo tres sobrevivieron… y su estado empeoraba rápidamente. Sufrían de gangrena, desnutrición y estaban atrapados en un valle completamente aislado, famoso por estar habitado por tribus caníbales.
Rescatarlos sería un intento extremadamente peligroso.
El ejército recurrió a un batallón especial de 66 hombres entrenados como paracaidistas. El líder de la unidad recibió la orden de escoger a 10 voluntarios, incluyendo dos médicos, para lanzarse en paracaídas en medio de esa selva y guiar a los sobrevivientes fuera del lugar.
Era una misión arriesgada. Así que, cuando el teniente coronel reunió a sus hombres y les explicó lo ocurrido, les dio una descripción realista de lo que enfrentarían.
Primero, les dijo que el lugar donde debían saltar estaba marcado como “zona desconocida” en el mapa. Segundo, les advirtió que la vegetación era tan espesa que probablemente sería el peor lugar imaginable para un aterrizaje. Y tercero, si sobrevivían al salto, las tribus del valle podían resultar hostiles… incluso letales.
Luego de ese informe, hizo una pausa y preguntó quiénes estaban dispuestos a ir. Y los 66 hombres dieron un paso al frente.[i]
¿Qué tal esa estrategia de reclutamiento? “La vida será difícil. No tendrán mucho descanso. Muchos se opondrán a tu mensaje. Pero hay personas atrapadas en ese valle que están muriendo… y necesitan ser rescatadas.”
Este es, en realidad, el manual de entrenamiento para setenta y dos hombres que acaban de ser designados para arriesgar sus vidas por causa del evangelio.
Antes de enviarlos, Jesús les entrega una perspectiva honesta de lo que enfrentarán. Les da expectativas realistas, un enfoque claro y una misión definida.
Le invito a que abra su Biblia en el capítulo 10 del evangelio de Lucas donde encontrará ese manual de entrenamiento. De hecho, esta sesión de entrenamiento ocupa casi la mitad del capítulo.
Y mientras buscas ese pasaje, permíteme decirle algo con franqueza: la iglesia necesita comenzar a reclutar de esta manera. Necesitamos comunicar con claridad lo que realmente significa vivir y servir a Cristo con fidelidad, incluso cuando eso nos lleve a caminar por valles de muerte, peligro y dificultad.
Lamentablemente, hoy en día la estrategia de reclutamiento de muchas iglesias se parece más a una invitación a un centro vacacional que al llamado a una misión de rescate.
Pero la realidad es que estamos entrando en territorios donde el mapa está marcado como “zona desconocida”. Son terrenos no explorados. Y el lugar donde Dios te ha colocado puede ser una zona difícil… y los que te rodean cada vez muestran mayor hostilidad hacia tu mensaje e incluso hacia tu presencia.
Lo que el Señor está a punto de decir en estos próximos veinte versículos tiene muchísima relevancia para nuestros días. Es una representación sincera y sin adornos del campo misionero que enfrentamos hoy.
Ahora bien, este pasaje tiene tanto que enseñarnos que no podremos abarcarlo todo en un solo mensaje. Así que vamos a dividirlo en dos partes.
Comenzamos en el versículo 1:
“Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos delante de Él a todo pueblo y lugar adonde Él había de ir.” (Lucas 10:1)
Si eres es nuevo en la fe, tal vez no sepas que, para el final de su ministerio, Jesús, tenía más de 500 seguidores fieles, según nos dice 1 Corintios 15:6. El apóstol Pablo los llama “hermanos”. Jesús se les apareció después de resucitar. También, Hechos 1:15 nos dice que en la iglesia primitiva los apóstoles trabajaban junto a unos 120 discípulos.[ii]
No tenemos más información sobre esos discípulos. No sabemos no los nombres de estos setenta y dos hombres que aparecen en Lucas 10. Lo único que sabemos es que están a punto de ser designados por el Señor y enviados como representantes oficiales de Cristo… y aun así, sus nombres no aparecen en ningún registro de la historia de la iglesia. En otras palabras, aquí no hay figuras de renombre aquí.[iii]
Solo gente común y corriente. Hombres con menos de tres años de entrenamiento bajo la enseñanza directa del Señor.
¿Quiénes eran? ¿De dónde salieron? Un autor sugiere que entre ellos probablemente había hombres que habían sido sanados por Jesús—ciegos, leprosos—personas que ya no podían reintegrarse fácilmente a la sociedad judía. Muchos de ellos tal vez habían perdido a sus familias, sus contactos, sus hogares. Y además, habían sido transformados por alguien que ahora era rechazado abiertamente por los líderes religiosos.[iv]
Lo cierto es que a Jesús no lo seguían las celebridades… sino servidores. Voluntarios dispuestos a entregar su vida por su Comandante en Jefe.
Note este detalle del versículo 1: el Señor los envió de dos en dos. Eso no solo ofrecía ánimo y compañía en el camino, sino que también cumplía con el requisito del Antiguo Testamento de contar con dos testigos para validar un testimonio.[v]
Verdades clave del pasaje
En este pasaje encontramos una primera verdad clave que vale la pena subrayar. La encontramos en la palabra designar. Jesús designó a setenta y dos hombres.
Aquí está el primer principio:
Dios te ha designado para un lugar, y ha preparado ese lugar para ti.
Lucas escribe en el versículo 1:
“Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos y los envió delante de Él…”
Esa palabra designó se refiere a una persona nombrada para un cargo específico.[vi] Jesús no estaba simplemente reorganizando vidas al azar. No los estaba lanzando sin rumbo como hojas al viento. Cada uno de ellos formaba parte de su plan divino, y cada lugar al que irían había sido determinado por su voluntad soberana.
Ellos fueron designados por Dios para ese lugar, y ese lugar había sido preparado por Dios para ellos.
Y eso sigue siendo cierto hoy. No solamente para ellos, sino también para ti. No estás en ese vecindario por casualidad. No trabajas o estudias donde estás por mera coincidencia. Incluso si hoy estás en una cama de hospital, en una sala de juntas, lavando platos en la cocina o frente a un grupo de estudiantes… no es un accidente.
Cada encuentro, cada entorno, cada oportunidad que enfrentas es una cita divina.
Y cuanto más entendamos que no simplemente atravesamos la vida como una serie de circunstancias aleatorias o eventos rutinarios… más comprendemos que esto no es solo “tu vida y mi vida”. Esta es la vida que Dios te ha asignado.
No estás aquí por accidente. Estás en misión.
Continuamos con otro principio importante que vemos en este pasaje y es el siguiente:
Siempre habrá más por hacer de lo que tú puedes lograr
El versículo 2 es bastante conocido. Jesús les dijo:
“La mies es mucha, pero los obreros pocos.” (Lucas 10:2)
Esa es una manera muy clara de decirles: “Muchachos, ustedes no van a poder terminar esta tarea solos. Esta obra es más grande que ustedes. De hecho, ni siquiera alcanzan a imaginar cuán grande es… porque es global.”
Siempre habrá más por hacer. El potencial de la cosecha será mayor que la cantidad de obreros disponibles.
Dicho de forma práctica: siempre van a necesitar más voluntarios.
Hasta ahora, no he conocido ningún ministerio, ni dentro ni fuera de la iglesia, que tenga una lista de espera para servir. Ya sea en un campamento, en la música, enseñando la escuela dominical, organizando reuniones, visitando, evangelizando o aun moviendo sillas—siempre hay espacio para más manos.
Y si ya estás sirviendo en algún área, no pasará mucho tiempo antes de que te des cuenta de que hay más por hacer de lo que tú puedes hacer.
¿Significa eso que hay que empezar a orar por una tarea más fácil?[vii]
No. Pero Jesús sí dice que hay algo por lo que deberías orar. Mira lo que dice la segunda parte del versículo 2:
“Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a Su mies.” (Lucas 10:2)
Tu oración número uno debe ser pedir más obreros que se sumen a la cosecha.
Eso significa que todos podemos ser parte de esta obra, sin importar nuestras circunstancias. Tal vez no puedes ir lejos, ni dar mucho… pero puedes orar. Y eso es lo primero que el Señor menciona. Es la prioridad más grande.
Y además, esta oración nos da consuelo. Jesús llama a sus discípulos orar al Señor de la mies. Eso quiere decir que Él está a cargo de toda la operación.
Como lo expresó un autor: Jesús está liberando a estos setenta y dos hombres de la carga de tener que ser “exitosos”.
Nuestra responsabilidad es orar al Señor de la mies.
¿Y qué significa eso?
- Significa que Él está a cargo de la cosecha.
- Él decide el momento de la cosecha.
- Él determina cuán grande será.
- Él decide quién va a dónde.
- Él es quien los envía.
- Y Él es quien decide cuánto fruto habrá.
Así que no tienes que pasar noches en vela preguntándote si lo que hiciste funcionó o no. Al final, Dios es quien está en control de la cosecha. Lo que nos toca a nosotros es orar para que Él envíe más obreros… y obedecer Su llamado en nuestra propia vida.
El misionero Hudson Taylor, líder de la misión al interior de China, solía decir: “Cuando obedecemos a Dios, la responsabilidad recae sobre Él.”[viii]
Él es el Señor de este campo misionero global… y nosotros tenemos el privilegio de servirle en esta obra, aunque a veces terminemos cansados y sin aliento.
En esta sesión de entrenamiento, antes de que estos setenta y dos salgan de viaje, Jesús les da una descripción honesta del campo misionero.
Aquí encontramos otro principio importante que ellos y nosotros debemos tener presentes:
Obedecer a Cristo no significa que tu vida será cómoda.
Mira lo que les dice en el versículo 3:
“Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos.” (Lucas 10:3)
¿Perdón, Señor? ¿Podrías repetir esa instrucción?
Ponte el paracaídas… porque te estoy enviando directo a un lugar donde viven caníbales.
“Bueno… entonces, yo paso. Gracias por la oportunidad, Señor, pero será para la próxima.”
¿Y nota que Jesús no dice: “Los envío como ovejas”. Eso ya sería bastante difícil. Las ovejas tampoco se llevan bien con los lobos, pero al menos pueden correr.
No… Él dice “corderos”. Los corderos no corren rápido—si es que pueden correr. Son pequeños y no tienen ninguna oportunidad. Son presa facil para los lobos.
Jesús les está advirtiendo a estos hombres que enfrentarán una fuerte oposición… incluso persecución.
Aceptar esta misión era, en cierto sentido, firmar su propia sentencia de muerte. Porque un cordero no dura mucho tiempo rodeado de lobos.
Pero las palabras más importantes de ese versículo no son “corderos” ni “lobos”—aunque seguramente eso fue lo primero que escucharon.
Las palabras clave son: “Yo los envío.”
Eso significa que no irán solos.[ix]
Como verás, el ser tán frágiles e indefensos solo va a recordarles, una y otra vez, su dependencia de Él. Si viven o mueren, será según el plan y con el permiso de Dios… porque Él los envió. Y si Él los envió, nadie podrá detenerlos… a menos que sea parte del plan de Dios.
Jesús mismo iba a ir delante de ellos para mostrar lo que significa ser un Cordero rodeado de lobos. El Cordero de Dios sería finalmente entregado… y crucificado… según la voluntad soberana de Dios.
Así que, antes de salir, Jesús les da una perspectiva honesta de lo que significa vivir para Él.
Obedecer a Cristo no hará automáticamente que tu vida sea fácil. Vas a enfrentar oposición. Te vas a meter en problemas… incluso cuando solo estés haciendo lo correcto. Puede que te metas en líos simplemente por ser un buen trabajador, por cumplir con tu deber. O quizás por una sola razón: porque la gente sabe que eres cristiano.
Te señalarán por no seguir la corriente, por no reírte de ciertos chistes, por no participar en ciertas conversaciones. Tal vez solo intentaste ayudar, pero eso bastó para que te marginaran.
Esto me recordó una historia graciosa que alguien me envió hace poco—era una nota que salió en el periódicos con el título “Solo quería ayudar”.
Un pastor iba caminando por la calle cuando vio a un niño pequeño estirándose en puntas de pie, tratando desesperadamente de alcanzar el timbre de una casa del otro lado de la calle.
El pastor cruzó la calle, se acercó con amabilidad, le puso la mano en el hombro y, sonriente, tocó el timbre por él con firmeza. Luego miró al niño y le dijo:
—¿Y ahora qué hacemos, campeón?
El niño lo miró y le respondió: ¡Ahora salimos corriendo!
¿Jugaste alguna vez a tocar el timbre y salir corriendo? ¡No lo estoy recomendando!
Ahora, sigamos con otro principio importante que debemos tener presente si queremos tener una perspectiva honesta del ministerio:
Al Señor le interesa tanto formar tu carácter como que entregues su mensaje.
Jesús continúa dando instrucciones para el viaje. Mira el versículo 4:
“No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y a nadie saludéis por el camino.” (Lucas 10:4)
Eso de “no saluden a nadie” no significa que debían ser groseros o andar con la cara larga – Que no debian sonreír y saludar a la pasada. En el contexto de aquel tiempo, un saludo no era solo decir “hola”. Podía implicar compartir una comida, hospedarse en casa de alguien, pasar tiempo conversando con la familia … ¡hasta días enteros de interacción!
Así que Jesús les está diciendo: no se distraigan. Sean educados, sí, pero no se detengan para conversar. ¡Tienen una misión que cumplir![x]
Y aquí hay un elemento claro de urgencia… y de dependencia total del Señor. Jesús les dice que no lleven bolsa (es decir, dinero), ni alforja (una especie de mochila o equipaje), ni sandalias de repuesto.
Esto no es porque no tuvieran tiempo para empacar, ni porque quisieran aparentar pobreza. De hecho, esto no se trataba simplemente de como ir a predicar. Esto era una estrategia del Señor – era una experiencia de formación: un viaje donde aprenderían a confiar en Dios para absolutamente todo.
No iban a llevar ni cepillo de dientes. No tendrían dinero para hospedarse. No llevaban comida ni agua.
Cada comida sería una respuesta directa de Dios.
Cada cama donde se recostaran, un pequeño milagro de su provisión.
Era una forma de desarrollar algo que Hudson Taylor, el misionero a China, solía llamar: una conciencia de Dios.
Una conciencia constante de que Dios está consciente de ti.
Hudson Taylor, a quien he mencionado un par de veces ya, sirvió a Cristo en China durante cincuenta años. En una ocasión, mientras visitaba los Estados Unidos, lo invitaron a predicar en Nueva York.
Un pastor lo acompañó a la estación de tren, planeando sorprenderlo con un boleto que había comprado el día anterior. Al llegar, el pastor le preguntó con naturalidad:
—¿Ya compraste tu boleto?
Hudson respondió con calma:
—No tengo el dinero para comprarlo.
Entonces el pastor sacó el boleto que había guardado y se lo entregó. Pero no pudo evitar decirle:
—Si no hubiera comprado este pasaje ayer, no podrías viajar hoy. No tenías el dinero, pero viniste a la estación. ¡Tu fe es impresionante! ¿Cómo sabías lo que iba a pasar?
Y Hudson Taylor le respondió:
—Yo no lo sabía… pero mi Padre sí.[xi]
Así es como se aprende a vivir dependiendo de Dios. Porque a veces, en el servicio al Señor, nos enfocamos tanto en lo que Él hace a través de nosotros… que olvidamos lo que Él hace por nosotros.
Y en esos momentos en que ves Su provisión, solo puedes decir: “Mi Padre lo sabía.”
En el caso de estos discípulos, parte de esa provisión incluiría un lugar donde quedarse. Jesús les dice en el versículo 5:
“En cualquier casa donde entren, digan primero: Paz sea a esta casa.” (Lucas 10:5)
La palabra que Jesús usa aquí para “paz” es eirēnē en griego, y refleja el concepto hebreo de shalom. No es solo un saludo cortés. Es mucho más. Es como una bendición: “Que Dios esté con esta casa. Que el Señor este con cada uno de ustedes”.[xii]
Ahora mira el versículo 6:
“Y si hay allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; pero si no, se volverá a vosotros.”
En otras palabras, algunos creerán el mensaje de paz y compartirán esa bendición contigo. Otros la rechazarán.
Continuando, encontramos otro principio que quiero destacar, y surge del siguiente versículo. Dice mucho sobre nuestra actitud hacia las personas. El principio es este:
No olvides que las personas que encuentras están para ser servidas, no para ser usadas.
Mira el versículo 7:
“Y quedaos en esa misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No andéis de casa en casa.”
Probablemente estos discípulos no permanecerían mucho tiempo en cada aldea. Después de todo, uno puede agotar la hospitalidad rápidamente.
Benjamin Franklin lo expresó con algo de humor y bastante realismo cuando escribió: “Después de tres días, tanto el pescado como los invitados empiezan a apestar.” Y luego añadió: “A veces ni siquiera se necesita tanto tiempo.”[xiii]
Jesús les está diciendo: si una familia te ofrece hospedaje, quédate allí. No busques una casa más cómoda. No vayas subiendo de categoría, por así decirlo, mientras avanza tu estadía.
Este principio también ayudaba a prevenir algo importante: que las personas del pueblo empezaran a competir entre sí por la atención de los discípulos. Recuerda que estos hombres estarían sanando, haciendo milagros.[xiv]
Y cualquiera querría tener en su casa al que curó a un paralítico o a un ciego. Eso podía poner su hogar “en el mapa”, por así decirlo. Pero otros podían sentirse desplazados. Como si su casa no fuera lo suficientemente buena.
Por eso Jesús, en su sabiduría, les dice: quédense en la primera casa que los reciba. Hagan de esa casa su base de operaciones, mientras sigan invitándolos a quedarse ahí.
Y de allí se desprende otro principio importante:
Prepárate para que Dios te saque de tu zona de comodidad.
Note el versículo 8:
“En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante.”
Ah… ¡ese es un versículo difícil de obedecer! Donde sea que llegues, y la casa que te reciba, come lo que te pongan en el plato. Solo puedes orar para que ese hogar tenga una buena comida.
Un buena carne a la parrilla, Puré de papas, una ensaladita de tomate, y un buen postre con helado… ¡llévenme a esa casa!
Pero ¿qué pasa si te reciben con pan duro y agua?
Jesús dice: come lo que te sirvan.
Recuerdo un poema corto que mi mamá—misionera—nos enseñó a mis hermanos y a mí mientras viajábamos visitando hermanos en la fe. Probablemente lo sacó de este pasaje. Decía: “Donde Él me guíe, yo iré; lo que Él me dé, yo tragaré.”
Funciona en el campo misionero… y también en el comedor cuando tus hijos no quieren cenar.
El punto es este: Mucha gente piensa que servir al Señor va a ser igual a la vida que ya conocen… que podrán hacer lo que quieran, disfrutar lo que les gusta, comer lo que prefieran. Pero no es así. Si decides servir al Señor, prepárate: Él va a sacarte muchas veces de tu zona de comodidad.
Hay un principio más que quiero destacar. Aquí está el principio número siete.
Asegúrate de reflejar toda alabanza y gloria hacia Dios.
Mira el versículo 9:
“Y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.” (Lucas 10:9)
La frase “se ha acercado a vosotros el reino de Dios” está en tiempo perfecto. Eso indica que lo que estaba ocurriendo tenía un efecto duradero. En otras palabras, los milagros no eran solo actos de compasión… eran señales de que el Rey había llegado, aunque el reino en su plenitud todavía estuviera por venir.[xv]
El profeta Isaías había anunciado que cuando el Reino de Dios se acercara, los enfermos serían sanados. Así que cada milagro era como una campana anunciando que el Reino ya estaba a las puertas… porque el Rey estaba cerca.[xvi]
Imagínate la emoción en esos pueblos. Los discípulos llegaban, y de pronto, los ciegos podían ver, los cojos caminaban, los que sufrían enfermedades incurables eran sanados, los paralíticos se levantaban sin dolor… y la noticia corría por toda la región.
Los líderes del pueblo querían conocer a esos hombres. Las multitudes querían honrarlos. No faltaban las invitaciones, los regalos, los ofrecimientos de alojamiento y comida.
Pero Jesús fue claro: mientras sanan, mientras sirven, mientras son usados… díganles: “El reino de Dios se ha acercado.”
En otras palabras: esto no se trata de ustedes.
Esto es sobre el Reino. Esto es el poder del Rey. Esto es solo un anticipo de lo que vendrá. El Rey está cerca.
Así que cualquier elogio, cualquier reconocimiento, cualquier honra… debe ser dirigida hacia Él.
Porque solo a Él le pertenece la gloria, la honra y la alabanza por los siglos de los siglos. Amén.
[i] Adapted from Mitchell Zuckoff, Lost in Shangri-La (Harper Perennial, 2012), p. 213
[ii] Adapted from Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale, 1997), p. 267
[iii] R. Kent Hughes, Luke: Volume 1 (Crossway Books, 1998), p. 376
[iv] Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel (Kregel, 1965), 247
[v] Mark Straus, Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1 (Zondervan, 2002), p. 411
[vi] Fritz Reinecker & Cleon Rogers, Linguistic Key to the Greek New Testament (Regency, 1976), p. 169
[vii] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1989), p. 111
[viii] Howard Taylor, Hudson Taylor and the China Inland Mission (OMF International, 1986), p. 31
[ix] Darrell L. Bock, Luke: Volume Two (Baker Academic, 1996), p. 996
[x] Adapted from Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 262
[xi] Taylor, p. 452
[xii] Bock, p. 997
[xiii] David Walls & Max Anders, Holman New Testament Commentary: I & II Peter, I, II, III John, Jude (Holman, 1999), p. 24
[xiv] Barton, p. 270
[xv] Swindoll, p. 263
[xvi] Straus, p. 412