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Lecciones del Buen Samaritano

La parábola del buen samaritano es una de las más conocidas del evangelio… pero también una de las más malinterpretadas. En este episodio de Sabiduría para el Corazón, Jesús responde a una pregunta con una historia que no busca enseñar cómo ganar la vida eterna, sino cómo viven aquellos que ya son ciudadanos del Reino. A través de este estudio, descubriremos qué significa realmente amar al prójimo y cómo cada acto de compasión deja una huella imborrable. Escuchemos esta enseñanza transformadora y aprendamos a reflejar la gracia de Dios en nuestro caminar diario.

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Introducción

Hace algunos años, asaltaron a un presentador de noticias en Nueva York— pasó justo en frente de su apartamento. Lo golpearon, lo derribaron y quedó tendido en el suelo. Estaba consciente, con los ojos abiertos, pero no podía moverse.

Horas después, cuando lo rescataron, Hugh relató la escena aterradora: estaba tirado allí, en medio de la oscuridad, viendo a la gente pasar sin prestarle atención. Incluso el repartidor de leche llegó temprano por la mañana, dejó las botellas junto a él… y se marchó. Nadie se detuvo a ver qué pasaba hasta varias horas después.[i]

Y no es un caso aislado. He leído recientemente que incluso algunos operadores del número de emergencias —profesionales entrenados para responder a cuando las personas llaman pidiendo ayuda— no siempre están dispuestos a ayudar.

En una noticia, una mujer se estaba escondiendo en una tienda mientras una persona disparaba su arma sembrando el pánico. Llamó al número de emergencias y susurró pidiendo auxilio. Al parecer, la operadora le reclamó por susurrar… y le colgó.

En otro caso, una mujer atrapada dentro de su automóvil, en una calle inundada, llamó al número de emergencias. Su coche se estaba llenando de agua y, con miedo de abrir la puerta o bajar la ventana, pidió ayuda y consejo. En vez de socorrerla, la operadora la regañó por haber manejado durante la tormenta. Le dio una cátedra de lo imprudente que había sido… hasta que la llamada se cortó y la mujer se ahogó.

La verdad es que legisladores en distintos países han debatido por años sobre esta misma cuestión: la responsabilidad humana. ¿Cuándo y cómo debe alguien estar dispuesto a ayudar a otro?

En Estados Unidos, por ejemplo, todos los estados han aprobado lo que se conoce como leyes del Buen Samaritano. Y lo fascinante es que el concepto detrás de estas leyes surgió de una conversación entre Jesús y un experto en la ley.

Una pregunta que revela el corazón

Esa conversación está registrada en Lucas 10. Y le anticipo algo: lo que ocurre en ese diálogo debería tener un impacto directo en tu actitud… y en la mía.

Estamos ahora en Lucas 10:25, donde leemos:

“Y he aquí, un intérprete de la ley se levantó y, para ponerle a prueba, dijo: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Lucas 10:25)

Jesús podría haberlo dejado en ridículo con una respuesta como: “¿Eres intérprete de la ley y no sabes esto? Uno no hace nada para recibir una herencia. Alguien murió, tú estás vivo, esa persona dejó algo para ti. No se gana, se recibe. ¿Dónde me dijiste que estudiaste?”[ii]

Pero el asunto aquí no era legal o intelectual, era espiritual. Era una pregunta teológica.

Como explica el Dr. Dwight Pentecost, lo que este maestro de la ley realmente está preguntando es: “¿Qué tan bueno tengo que ser para entrar al reino del Mesías y obtener la vida eterna?” Él está diciendo: “¿Qué nivel de bondad se requiere para calificar?”[iii]

Probablemente esperaba que Jesús le diera la típica lista de reglas: obedece las tradiciones de los antepasados, sigue las enseñanzas de los rabinos, participa en las ceremonias y rituales judíos. En otras palabras, este maestro de la ley quería saber cuántas reglas debía cumplir para poder entrar al reino. Pero en lugar de eso, Jesús le lanza una pequeña prueba sorpresa. Versículo 26:

“Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la lees tú?” (Lucas 10:26)

O sea: ¿Qué dice la Torá —los primeros cinco libros de la Biblia— sobre cómo una persona puede estar en paz con Dios? ¿Y cómo entiendes tú lo que eso significa en la vida real?

Y la verdad es que esta era una pregunta sencilla para este hombre. Él ya tenía la respuesta memorizada.

De hecho, él oraba esta respuesta todas las mañanas y todas las noches, como lo hacía todo buen judío. La conocía de memoria. Era parte de lo que se conoce como el Shema, y venía directamente de Deuteronomio 6:5. Versículo 27:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.”(Lucas 10:27a)

Detengámonos ahí un momento. En esa época —como también hoy— se entendía que:

  • El corazón representaba las emociones y los deseos.
  • El alma simbolizaba la conciencia y la personalidad.
  • La fuerza reflejaba la voluntad y la determinación.
  • Y la mente representaba la inteligencia y el pensamiento lógico.[iv]

En otras palabras, el mandamiento más importante de la ley no era simplemente una regla… era una relación. Significaba amar a Dios con todo el ser.

Pero el maestro de la ley no se detuvo ahí. También citó otro pasaje, esta vez de Levítico 19:18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

Y Jesús le responde en el versículo 28:

“Has respondido correctamente; haz esto y vivirás.” (Lucas 10:28)

Ahora, una cosa es poder citar la Escritura… y otra muy distinta es ponerla en práctica.

No pase por alto este detalle. Si Jesús le hubiera preguntado directamente: “¿Amas a Dios con todo tu corazón?”, el hombre fácilmente habría respondido: “¡Por supuesto que sí!” ¿Y qué le podría decir después de eso?

Y eso nos lleva a una pregunta importante: ¿Cómo se puede saber si alguien realmente ama a Dios? ¿Qué comportamientos, qué actitudes o patrones de vida lo demuestran? Piénselo por un momento. Si alguien dijera que ama a Dios, ¿usted podría notarlo sin que esa persona tuviera que decir una sola palabra? ¿Lo notaría por la forma en que vive?

Hay personas que no leen la Palabra de Dios —lo que demuestra que no quieren escucharlo. No oran —lo que indica que no desean hablar con Él. No se congregan en la iglesia —lo que revela que no les interesa adorar a Dios en comunidad ni obedecer sus ordenanzas. Pero aun así, ¡jurarían sobre una Biblia que aman a Dios!

Este hombre fácilmente podría haber dicho que amaba a Dios. Y como había dedicado su vida al estudio de la ley, todos los presentes habrían dado fe de eso. Fin de la conversación.

Pero aquí está el problema: él mismo añadió esa frase sobre amar al prójimo como a uno mismo.

Y eso sí se puede comprobar. Eso es tangible. Es evidencia física que se puede presentar en la corte. Alguien podría haber ido a tocar la puerta de su vecino… y averiguar si era cierto. Una cosa es decir que amas a Dios… y otra muy distinta es demostrarlo amando a los demás. Me lo imagino allí parado pensando: “¿Por qué tuve que incluir esa parte sobre amar al prójimo?”

Por eso, ahora hace lo que muchos hacen cuando la verdad los confronta: busca una salida. Trata de encontrar una escapatoria. Y la suya fue bastante astuta. Versículo 29:

“Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29)

Él sabía que estaba en problemas. Sabía que, si se examinaban las pruebas de su vida, no saldría bien. Así que decide ganar tiempo. Le pregunta a Jesús: “¿A quién exactamente debo considerar mi prójimo?”

Ahora, puede que eso suene hasta ridículo para nosotros, pero en tiempos de Jesús muchos rabinos judíos ya habían limitado la definición de “prójimo” a otra persona que también fuera seguidora de Dios.

Así que este maestro de la ley esperaba que Jesús se alineara con esa idea y dijera algo como: “Tu prójimo es aquel que va contigo a la sinagoga, que vive en tu vecindario, que piensa igual que tú, que vota como tú, que cree lo mismo que tú.”

En otras palabras, lo que él quería decir era: “Amo a quienes me aman. Me llevo bien con quienes me tratan bien.”

Y ese sigue siendo el estándar común hasta el día de hoy.

Un rabino famoso, que vivió 190 años antes del nacimiento de Cristo, enseñó lo siguiente en una de sus obras más conocidas:

“Si haces el bien, asegúrate de saber a quién se lo haces… Da a los piadosos, pero no ayudes al pecador. Retén su pan, no se lo des… Dale solo al que es bueno.”[v]

En otras palabras: ama a tus amigos, porque ellos califican como prójimos… y a los demás, puedes despreciarlos sin problema.

Una historia que desafía las expectativas

Pero Jesús no va a aceptar esa idea. En vez de eso, va a contar una historia que va a redefinir por completo qué significa ser un prójimo… y cómo se ve el amor cuando salimos a la calle y vivimos entre la gente.

Jesús comienza en el versículo 30 diciendo:

“Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales lo despojaron, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.” (Lucas 10:30)

Ahora bien, todos los que escuchaban a Jesús en ese momento sabían perfectamente a qué se refería. Esa escena era común. Podríamos decir que era noticia de todos los días.

El camino de Jerusalén a Jericó tenía unos 27 kilómetros, era angosto, empedrado y lleno de curvas peligrosas. Las colinas que lo rodeaban estaban llenas de cuevas, un escondite perfecto para los bandidos.

El historiador judío Josefo escribió que ya 400 años antes de Cristo, ese camino era conocido por los robos y la violencia.

En tiempos más recientes, Herodes había reconstruido Jericó y la había convertido en una ciudad tipo resort. Así que esa ruta era frecuentada por funcionarios del gobierno, líderes religiosos, y personas adineradas que viajaban para disfrutar el fin de semana.[vi]

Por eso, este era el lugar ideal para emboscar caravanas y robarle a los ricos. Jesús continúa en el versículo 31:

“Casualmente descendía por aquel camino un sacerdote.” (Lucas 10:31a)

Es decir, venía en la misma dirección. Y seguramente, al oír esto, la audiencia se animó. ¡Qué bendición! ¡Un sacerdote! Ese hombre representaba lo más alto en cuanto a devoción a Dios. Servía en el templo. Era un hombre apartado para servir al Señor. El momento parecía perfecto. ¡Aquí viene la ayuda!

Pero luego Jesús dice:

“Y viéndolo, pasó de largo por el otro lado.” (Lucas 10:31b)

Eso fue inesperado. Si había alguien que se suponía que debía hacer el bien —alguien que, según todos, ya tenía asegurada su entrada al reino de Dios— era un miembro del sacerdocio.

Pero este sacerdote… cambia de carril por así decirlo. Se desvía. Lo esquiva y pasa de largo.

¿Por qué?

No se nos dice directamente, pero hay una pista en Números 19:11. Allí leemos que, en la época del Antiguo Testamento, cualquier persona que tocara un cadáver quedaba ceremonialmente impura durante siete días.

Y este hombre parecía muerto. Así que, ¿para qué arriesgarse? Mejor no revisarle el pulso. Si está muerto y lo toco, tendría que guardar cuarentena por una semana. Y ya sabemos lo molesto que puede ser eso. Nadie quiere aislarse por gusto.

Ahora, los estudiosos de la Biblia señalan que Jericó, en tiempos de Jesús, tenía la mayor concentración de sacerdotes que vivían fuera de Jerusalén. Así que, probablemente, este hombre venía de regreso a casa luego de haber cumplido su turno en el templo.[vii]

Estaba cansado. Solo quería llegar a casa, comer algo, tomar una siesta, y ver el partido en la tele más tarde.

Pero aquí está la lección: no se puede agendar en el calendario un momento para ser un buen samaritano. No hay horarios convenientes para ayudar a alguien con un problema. Uno simplemente se presenta… y lo hace.

La historia continua en el versículo 32, donde Jesús dice que:

“Asimismo un levita, al llegar cerca de aquel lugar y verlo, pasó de largo por el otro lado.” (Lucas 10:32)

Me imagino que la audiencia se sorprendió por la indiferencia del sacerdote… pero definitivamente esperaba algo más del levita.

Después de todo, los levitas eran los asistentes del templo. Hacían los trabajos duros, estaban acostumbrados a ensuciarse las manos. Eran personas prácticas, dispuestas a servir.

El texto sugiere que el levita incluso se acercó un poco más para observarlo. Quizá se detuvo un momento, evaluando la situación… pensando qué hacer. Pero finalmente… también se aleja.

Otra vez, no se nos dice exactamente por qué. Pero antes de juzgarlo, debemos reconocer el riesgo que implicaba detenerse. Tal vez pensó que los ladrones seguían cerca. Podían estar esperando a su próxima víctima.

Sin duda, el levita miró hacia todos lados con desconfianza. Y por la razón que fuera, decidió que no valía la pena arriesgarse.

Mira, querido oyente: Al estudiar el pasaje, notamos que no es tan sorprendente que el sacerdote y el levita no se detuvieran a ayudar.  A fin de cuentas, este era un camino peligroso.

Recuerdo cuando mi esposa y yo vivíamos en Detroit, Michigan. Estaba tomando mis primeras clases de seminario. Y si conoces o has escuchado de Detroit, sabrás que es una ciudad “famosa” por su seguridad y su bajo índice de criminalidad… broma. ¡Es todo lo contrario!

Una noche, Mi esposa fue a una reunión de la iglesia. Al regresar —ya era tarde—, nuestro viejo auto se volvió a descomponer. Era un Volare verde, un auto típico de los 70 en Estados Unidos, parecido a esos sedanes largos y cuadrados que uno ve en las películas antiguas – algo parecido a un Peugeout 504. Ella había decidido ahorrar tiempo tomando un atajo, atravesando una zona peligrosa de la ciudad. Y fue justo ahí donde el auto se detuvo. Quedó varada bajo un puente de ferrocarril, sin iluminación cerca.

Esto fue antes de que ubieran teléfonos celulares o GPS. Imagínese lo que sintió. No sabía qué hacer. No tenía cómo contactarme ni a mí ni a nadie. Y por supuesto, no pensaba bajarse del auto y ponerse a caminar.

Justo entonces, un auto se detuvo detrás del de ella. Un joven se acercó a la ventanilla y le preguntó si podía ayudarla. Mi esposa, con toda razón, no quiso bajar el vidrio más que unos milímetros. Apenas abrió una rendija para darle mi número de teléfono… y pedirle que me llamara.

Él le explicó que venía de su cena de ensayo de boda. Se casaba al día siguiente. Y le dijo algo que ella nunca olvidó: “No me gustaría que mi futura esposa se quedara sola y desamparada en un lugar así.” También le recordó que no estaba en una zona segura.

Como si ella no lo supiera ya.

El joven se fue a buscar un teléfono para llamarme. Mientras tanto, otro auto se acercó. Disminuyó la velocidad… y luego se alejó. Era una patrulla. Pero ella no lo vio, y el policía tampoco la vio a ella… porque cuando el auto se detuvo, mi esposa se había agachado por miedo.

Poco después, el joven volvió y hasta le trajo una taza de café, y le prometió que esperaría en su auto, detrás del de ella, hasta que llegara la ayuda.

Cuando el joven me llamó, yo contacté a un amigo del seminario. Él y su esposa se subieron de inmediato al auto y fueron a buscarla. Ni siquiera me pasaron a buscar de lo apresurados que estaban de ir por mi esposa.

El problema fue que tomaron el camino habitual entre el seminario y nuestro apartamento… no el atajo que mi esposa había decidido usar esa noche. Así que no pudieron encontrarla.

En un momento dado, mi amigo hizo un giro en U ilegal para intentar una nueva ruta. Y —como era de esperarse—, en ese instante vio encenderse unas luces azules detrás de él: lo detuvo la policía.

Cuando el oficial se acercó, mi amigo le explicó lo que estaba ocurriendo. Le dijo que estaba buscando un Volare verde. El policía respondió: “Yo pasé junto a ese auto. Sé exactamente dónde está.”

Así que todos volvieron a subirse a sus vehículos, condujeron hasta el lugar donde estaba mi esposa… y finalmente, todos vivimos felices para siempre.

Mire, no seamos demasiado duros con el sacerdote o con el levita. Habría hecho falta alguien realmente compasivo para detenerse a ayudar.

Un acto que redefine el amor al prójimo

Y mientras más reflexiono en esta historia que contó Jesús, más me convenzo de algo: lo que más sorprende no es que esos dos hombres no se detuvieran… lo verdaderamente sorprendente es que alguien sí lo hizo.

Versículo 33:

“Pero un samaritano, que iba de camino, llegó cerca de él; y al verlo, tuvo compasión.” (Lucas 10:33)

Y aquí es donde la historia da un giro inesperado.

Un autor comentó que la audiencia original probablemente esperaba que el samaritano terminara lo que los ladrones habían empezado.[viii] Los judíos y los samaritanos se despreciaban mutuamente desde hacía siglos. La hostilidad entre ellos era profunda, arraigada en diferencias históricas, religiosas y raciales.

Pero lo que este samaritano hace no tiene sentido humano… tiene sentido divino.

Observe el versículo 34:

“Y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndolo sobre su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.” (Lucas 10:34)

El samaritano se acerca, no se aleja. Toca sus heridas —posiblemente usando tiras de tela de su propio turbante o túnica. Limpia las heridas con vino, para desinfectarlas, y les aplica aceite para aliviar el dolor.

Luego pone al hombre sobre su propio animal —lo cual implica que ahora él tiene que caminar— y lo lleva a una posada.

Muchos piensan que ahí termina la ayuda. Que simplemente lo dejó al cuidado del mesonero y siguió su camino. Pero no. La historia no termina ahí.

Observe de nuevo el final del versículo 34:

“Lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al otro día…” (Lucas 10:34b–35a)

Eso significa se quedó con él durante la noche. Lo atendió en el momento más crítico. Seguramente le dio de beber, lo vigiló mientras dormía, y limpió sus heridas una y otra vez.

Y al día siguiente…

“…sacó dos denarios, los dio al mesonero, y le dijo: ‘Cuídalo; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.’” (Lucas 10:35b)

Prácticamente le entregó al mesonero su tarjeta de crédito. Un cheque en blanco. Historiadores señalan que dos denarios habrían alcanzado para pagar varios días, tal vez incluso casi un mes completo de hospedaje y comida en una posada de aquella época.

¿Quién hace eso? Nadie. Nadie hace eso. Nadie se involucra a ese nivel.

Pero ese es justamente el punto. Alguien que realmente conoce a Dios… alguien que lo ama de verdad… debería ser el tipo de persona que sí lo hace.

Ahora bien, Jesús no está definiendo aquí el plan de salvación. No está diciendo que, si usted quiere ir al cielo, entonces debe detenerse a ayudar en cada accidente que vea por el camino.

Lo que Jesús está haciendo —como ya había hecho antes con otras personas— es poner el dedo exactamente en el punto que revelaba el problema del corazón. En este caso, ese problema era la hipocresía… o tal vez el orgullo… o el prejuicio.

Una verdad que deja huella en nosotros

Así que ahora, Jesús le hace una última pregunta a este hombre:

“¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (Lucas 10:36)

Y el maestro de la ley responde en el versículo 37:

“El que tuvo misericordia de él.” (Lucas 10:37a)

¿Nota algo curioso?

Él ni siquiera quiere pronunciar la palabra “samaritano”. No es capaz de decirlo en voz alta en un contexto positivo. Simplemente no puede.[ix]

Sí… entendió perfectamente la enseñanza. Pero no está dispuesto a arrepentirse de su prejuicio. Ni de su orgullo. Ni de su parcialidad.

Este hombre seguirá afirmando que ama a Dios… mientras continúa despreciando a los samaritanos.

Y es importante seguir recalcando que el buen samaritano no se presenta aquí como un modelo para ganar la entrada al reino… sino como un modelo de cómo deben vivir los ciudadanos del Reino.

Y, por si lo ha olvidado: Jesús es el buen samaritano por excelencia. Él nos encontró… sin fuerzas, sin esperanza, vacíos y rotos. Él nos vio… y tuvo compasión.

Jesús no solo se acercó: se inclinó, nos levantó, restauró nuestra vida y pagó toda nuestra deuda espiritual. Y además, prometió regresar para ajustar todas las cuentas a nuestro favor.

Todo lo que Él ha tocado en nuestra vida lleva consigo una huella de amor… un rastro de gracia. Y ahora, nosotros que hemos sido transformados por su gracia, deseamos parecernos a Él, más y más. Queremos conformarnos a su imagen. 

John Sutherland, oficial de policía en Londres, explicó un principio de la ciencia forense conocido como el principio de intercambio de Locard.

Este principio fue desarrollado por el Dr. Edmond Locard, y se basa en una idea muy sencilla: todo contacto deja un rastro.

En otras palabras, todo criminal deja evidencia. Dondequiera que pisa, todo lo que toca, el vidrio que rompe, la pintura que raya, la sangre que deja… todo eso es evidencia que no olvida que él estuvo allí.

Pero Sutherland no se detuvo en la ciencia forense. Dijo que este principio también se aplica a las relaciones humanas:

“Cada vez que dos personas entran en contacto, se produce un intercambio. Ya sea entre amigos de toda la vida o entre desconocidos que se cruzan por un instante, siempre dejamos algo atrás. Animamos o ignoramos. Extendemos la mano o la retiramos. Caminamos hacia alguien… o nos alejamos. Bendecimos… o maldecimos. Y cada contacto deja una huella. La forma en que tratamos y valoramos a los demás importa… porque deja un rastro.”

Querido oyente, los hijos del Reino deberían conocerse por eso mismo: por dejar rastros de gracia, por sembrar evidencia de compasión, de misericordia, de amor… por dondequiera que van.


[i] R. Kent Hughes, Luke: Volume 1 (Crossway, 1998), p. 390

[ii] Adapted from John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), p. 159

[iii] Adapted from J. Dwight Pentecost, The Words and Works of Jesus Christ (Zondervan, 1981), p. 299

[iv] Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale House, 1997), p. 278; Darrell L. Bock, Luke: Volume 2 (Baker Academic, 1996), p. 1025

[v] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1; editor, Clinton E. Arnold (Zondervan, 2002), p.

[vi] Trent C. Butler, Holman New Testament Commentary: Luke (Broadman & Holman Publishers, 2000), p. 172

[vii] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 441

[viii] Adapted from John MacArthur, Luke 6–10 (Moody Publishers, 2011), p. 357

[ix] Bock, p. 1034

Este contenido es una adaptación autorizada del ministerio Sabiduría Internacional, bajo la enseñanza original de Stephen Davey. Todos los derechos del contenido original están reservados a su autor.


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Hemos procurado citar debidamente todos los recursos externos utilizados en cada lección. Las citas bíblicas provienen principalmente de la versión Reina-Valera 1960 y de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA), aunque en algunos casos se emplean otras versiones de la Biblia para facilitar la comprensión del pasaje.
Reina-Valera 1960® © 1960 Sociedad Bíblica Trinitaria. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.
La Nueva Biblia de las Américas (NBLA) © 2019 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.

Adaptado y publicado por el ministerio Sabiduría Internacional.

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