A menudo he dicho que la mayor bendición que un hijo puede recibir en esta vida es tener padres piadosos que le enseñen la Palabra de Dios y le inspiren a amar al Señor.
La Biblia no promete que todos los hijos de padres cristianos llegarán a aceptar a Jesucristo como su Salvador personal. Pero sí asegura que cuando un niño es instruido sobre el fundamento de las Escrituras, su vida será grandemente beneficiada (Proverbios 22:6).
Ahora bien, esto no significa que aquellos que crecen sin una influencia espiritual están sin esperanza. El poder de Dios para salvar y redimir a una persona no está limitado por su árbol genealógico.
Lamentablemente, en algunos casos, los padres no solo están desinteresados en la fe de sus hijos, sino que son abiertamente hostiles. Recientemente leí el caso de dos jóvenes en Uganda, adolescentes de 17 y 19 años, que se convirtieron del islam al cristianismo. Luego de asistir a un culto cristiano, su padre golpeó a la hija menor hasta matarla. La hija mayor logró escapar de la casa… y nunca regresó.
Historias trágicas como esta no son raras en contextos islámicos. Incluso aquí en Estados Unidos, hay jóvenes piadosos que enfrentan burla, rechazo e incluso abandono por parte de sus padres por tomar la decisión de seguir a Cristo. Jesús sabía cuán dolorosa y difícil podía ser esa decisión. Por eso fue tan directo cuando dijo que quien le siguiera debía estar dispuesto a dejar “hermanos, hermanas, padre o madre” (Mateo 19:29).
La historia está llena de hombres y mujeres que hicieron grandes cosas para Dios, a pesar de la persecución o el rechazo familiar.
Uno de esos ejemplos es Jonatán, hijo del rey Saúl y mejor amigo del futuro rey David. Su historia es una fuente de ánimo para todo aquel que enfrenta oposición espiritual dentro de su propia familia.
Jonatán fue todo lo opuesto a su padre. Desde que aparece en el relato de 1 Samuel, lo vemos como un joven valiente que busca la voluntad de Dios y vive por fe.
Mientras su padre estaba acampado frente a los filisteos, pasivo y sin fe, Jonatán tomó la iniciativa. Junto con su escudero, se enfrentó a una guarnición filistea y mató a veinte soldados.
Dios usó esa chispa de fe y acción para desatar el caos en el ejército filisteo. Israel recibió una gran victoria del Señor.
Este episodio dramático nos deja varias lecciones sobre cómo caminar con Dios, incluso cuando quienes nos rodean no lo hacen.
No espere pasivamente a que Dios le muestre su voluntad; búsquela activamente.
Jonatán le dijo a su escudero: “Si [los filisteos] nos dicen: ‘Suban hasta acá’, subiremos, porque el Señor los ha entregado en nuestras manos. Y esta será la señal para nosotros” (1 Samuel 14:10). Esto recuerda un poco al caso de Gedeón, quien pidió señales con el vellón mojado sobre suelo seco, y luego seco sobre suelo mojado.
Pero hay una diferencia: en el caso de Gedeón, Dios ya le había revelado Su voluntad, y Gedeón simplemente no estaba listo para confiar. En el caso de Jonatán, Dios no le había hablado directamente, así que él pidió una señal para confirmar que contaba con la bendición de Dios.
Después de la victoria de Jonatán, Saúl quiso consultar a Dios para perseguir a los filisteos con su ejército. Pero Samuel escribe: “[Dios] no le respondió aquel día” (1 Samuel 14:37). En otras palabras, Dios ya había apartado Su bendición del rey Saúl.
No sabemos si Jonatán era plenamente consciente del estado espiritual de su padre, aunque es razonable suponer que sí. Pero eso no lo detuvo. Jonatán siguió buscando la voluntad de Dios por su cuenta, enfrentando la batalla con fe, incluso cuando todo parecía estar en su contra.
Habrá momentos en los que nuestra vida ponga en evidencia la necedad de nuestra propia familia.
En un acto apresurado y arrogante, el rey Saúl hizo que sus soldados juraran que no comerían nada ese día hasta derrotar por completo al enemigo. Y quien lo hiciera, sería condenado a muerte. Jonatán no estaba presente cuando se dio esa orden, y durante la batalla comió miel.
Cuando los soldados le contaron lo que su padre había ordenado, Jonatán respondió: “Mi padre ha causado un gran problema al pueblo. Miren cómo se me ha iluminado el rostro después de probar un poco de miel. ¡Cuánto mejor habría sido que el pueblo comiera libremente del botín de sus enemigos! Así, la derrota de los filisteos habría sido mucho mayor” (1 Samuel 14:29–30).
La expresión “se me ha iluminado el rostro” transmite la idea de energía renovada. Jonatán, al alimentarse, estaba más fuerte y enfocado. Por el contrario, los soldados que ayunaron no rindieron igual. Sería como un maratonista que rechaza agua en plena carrera.
Después de la batalla, Saúl cometió otro error: ordenó que se ejecutara a Jonatán por haber desobedecido el juramento. Pero el pueblo se opuso firmemente y, gracias a su intervención, la vida de Jonatán fue salvada.
Amado lector, tal vez usted se encuentra en una relación tensa y difícil con un padre, un hijo o un cónyuge que no conoce a Dios. Recuerde esto: su fidelidad al Señor vale más que cualquier lealtad familiar. Y además, esa persona no es su enemiga, sino su campo de misión.
La Biblia no promete que su testimonio fiel conducirá a la conversión de ese ser querido. En el caso de Jonatán, su ejemplo nunca logró cambiar el corazón de su padre. Puede que su sabiduría y ejemplo tampoco sean valorados por su familia incrédula.
Pero la Biblia sí promete que usted tendrá comunión con su Padre celestial, y que recibirá Su aprobación por caminar fielmente con Él.