Introducción
Un reportero fue a entrevistar a un empresario exitoso que tenía una fortuna de 20 millones de dólares. Después de insistir bastante, finalmente consiguió una entrevista personal y le preguntó:
—¿Cómo lo logró? ¿Cómo hizo todo ese dinero?
El empresario le respondió:
—Me alegra que me lo pregunte. Es una historia increíble. Cuando mi esposa y yo nos casamos, prácticamente no teníamos nada. De hecho, entre los dos teníamos solo cinco centavos. Así que tomé esa moneda, fui a la tienda, compré una manzana, la limpié bien y la vendí por diez centavos.
—¿Y qué hizo después? —preguntó el reportero.
—Fui y compré dos manzanas más, las limpié y las vendí por veinte centavos.
El reportero estaba encantado. Ya se imaginaba el gran artículo que iba a escribir.
—¿Y qué pasó entonces? —preguntó con entusiasmo.
—Bueno, entonces uno de mis parientes murió y me dejó una herencia de 20 millones de dólares.
A lo largo de los años, este hombre había llegado a disfrutar más la historia de los cinco centavos y las manzanas que el hecho de haber recibido semejante regalo. Y con el tiempo, se convenció a sí mismo de que lo había logrado todo por mérito propio… olvidando que, en realidad, lo había recibido todo como un regalo.[i]
Los discípulos acababan de regresar de su primera gira de predicación y milagros. Jesús les había delegado poder apostólico, lo cual no solo validaba su ministerio, sino que también confirmaba el mensaje del evangelio que anunciaban.
Durante varias semanas, vivieron una experiencia intensa y extraordinaria. Fueron testigos de milagros que literalmente salían de sus propias manos. Fue una época emocionante… y, como vimos en el estudio anterior, esa emoción pronto se les subió a la cabeza.
De hecho, más adelante, cuando regresen de otro viaje y empiecen a presumirle a Jesús que hasta los demonios se les sujetaban, el Señor les dirá en esencia: “Si quieren celebrar algo, celebren que van a ir al cielo” (Lucas 10:20).
Y es que el orgullo siempre está tocando la puerta cuando nos emociona más lo que Dios hace a través de nosotros que lo que Dios ya ha hecho por nosotros.
Consideremos nuestro orgullo espiritual
Le invito a abrir su Biblia conmigo en el evangelio de Lucas, capítulo 9. Estoy convencido de que si un reportero hubiera entrevistado a los discípulos al regresar de ese viaje misionero —donde Jesús les dio poder para sanar enfermos y echar fuera demonios mientras predicaban—, ellos probablemente le habrían contado todo lo que habían hecho… en lugar de contar lo que Jesús les permitió hacer.
Y claro, es mucho más entretenido hablarle a alguien de cómo vendiste una manzana y cómo tu esfuerzo rindió frutos, que decirle que todo fue un regalo inmerecido.
Un autor lo resumió con humor al decir: “Cuando Jesús entró en Jerusalén montado sobre un burrito, y la multitud agitaba ramas de palma y cantaba alabanzas, ¿usted cree que el burrito pensó que todo eso era por él?”[ii]
Después de tomar un tiempo aparte con sus discípulos para conversar de ese viaje, y enseñarles y prepararlos con compasión para enseñar, vemos cómo el Señor continúa moldeando su carácter.
Leemos en Lucas 9:10-12:
“Vueltos los apóstoles, le contaron todo lo que habían hecho; y tomándolos, se retiró aparte a un lugar desierto de la ciudad llamada Betsaida. Y cuando la gente lo supo, le siguió; y Él les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados. Pero el día comenzaba a declinar; y acercándose los doce, le dijeron: Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y campos de alrededor, y se alojen y consigan alimentos; porque aquí estamos en lugar desierto.”
No pase esto por alto: los discípulos le están diciendo a Jesús cómo manejar su ministerio. Ahora son ellos los que dan instrucciones. Después de todo, ya son veteranos en esto… ¡han hecho un viaje misionero!
Así que, al parecer, saben cuándo se debe terminar el sermón, cuándo hay que cerrar con una oración, cuándo hay que mandar a la gente a su casa. “Señor, ya es hora de cerrar con el último punto y despedir a la multitud. Ellos tienen que ir a cenar a algún lado.”
En otras palabras, ellos piensan que saben más que Jesús. Pero lo que no saben es que Jesús está a punto de alimentar milagrosamente a esa multitud.
De hecho, Jesús está a punto de hacer el único milagro —aparte de la resurrección— que aparece registrado en los cuatro evangelios. Y eso probablemente se deba a que esta experiencia les dejó una huella imborrable… y nunca olvidaron las lecciones que aprendieron ese día.
Si combinamos las pistas que nos dan los distintos evangelios, podemos concluir que este evento ocurrió alrededor de las 4 de la tarde, en un día de mediados de abril.
Admitamos nuestra insuficiencia total
Y según nos cuenta el evangelio de Juan, todo comienza cuando Jesús le hace esta pregunta a Felipe:
“¿De dónde compraremos pan para que coman estos?” Pero esto decía para probarle… (Juan 6:5-6)
¿Y qué estaba probando exactamente? ¿Su nivel de fe en el poder de Jesús? Si es así, reprobaron el examen, porque nunca se les pasó por la mente que Jesús pudiera hacer un milagro de tal magnitud.
¿Estaba probando sus habilidades de logística y administración? Al parecer, Felipe pensó que este era el caso.
Jesús le pregunta directamente a Felipe dónde comprar el pan. ¿Por qué a él? Porque esa era su ciudad natal. Él sabía dónde estaba el mercado, conocía la panadería del barrio y los precios del pan en la zona.
Y lo más divertido es que Felipe creyó que Jesús le estaba preguntando cuanto dinero les iba a costar. Así que, probablemente, sacó lápiz y papel y empezó a hacer cálculos. “Cinco mil hombres, más mujeres y niños… multiplicamos eso por el precio del pan, lo dividimos entre diez bocados por persona… Listo, Señor, ya tengo el cálculo.”
En Juan 6:7 dice:
“Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco.”
En otras palabras, ni siquiera con el salario de un año alcanzaría para que cada uno dé un bocado.
Felipe está contando hasta la última moneda, pero no logra reunir suficiente dinero.
Esto me hace pensar en esos días en que uno busca monedas debajo del asiento del auto o entre los cojines del sillón. ¿Alguna vez le ha pasado?
Me acuerdo de mis años en el seminario, cuando mi esposa y yo juntábamos todas las monedas que podíamos. Luego bajaba las escaleras del apartamento hasta la máquina expendedora, y nos dabamos el lujo de comprar una lata de Coca-Cola… que compartíamos entre los dos.
Tal vez usted está viviendo así ahora. Está contando cada centavo, preguntándose cómo va a proveer el Señor. Y exactamente ahí es donde Jesús quiere llevar a sus discípulos. Me imagino que el Señor sonreía mientras los veía hacer cuentas y calcular cuántas hogazas necesitaban.
Felipe concluye que se necesitan más de doscientos denarios para alimentar a toda esa gente. Y claro, sabe que el panadero no acepta tarjeta… tiene que ser efectivo.
Lucas nos dice que Jesús simplemente les respondió —en el versículo 13— con una orden que los tomó totalmente por sorpresa:
“Dadles vosotros de comer.” (Lucas 9:13a)
No los dispersen, no los manden a sus casas… ¡ustedes denles de comer!
Ahora bien, pongámonos en contexto. Jesús les está diciendo efectivamente:
- Ustedes tienen esas tremendas historias de los milagros que hicieron.
- Tuvieron poder sobre los demonios.
- Acaban de regresar de un viaje de ministerio exitoso.
- Están fascinados con lo que han logrado hacer con sus propias manos.
Muy bien entonces… ¿por qué no se encargan de alimentar a esta multitud?
Fue una orden completamente desconcertante.
Según el evangelio de Juan, los discípulos ya habían encontrado a un muchacho que tenía cinco panes y dos pescados. Así que, mientras Felipe hacía los cálculos, algunos otros estaban buscando comida.
Obedezcamos sin depender de nuestro poder
Piense por un momento, ¿Por qué Jesús los hizo pasar por todo ese ejercicio de contar el dinero y buscar alimento? ¿Qué cree que quería enseñarles acerca de su capacidad en comparación con la suya?
Todo lo que han podido encontrar son esos cinco panes y dos peces. Así que, cuando Jesús les dice que alimenten a la multitud, se quedan atónitos. Tartamudean, y finalmente le dicen —como leemos en la segunda parte del versículo 13:
“No tenemos más que cinco panes y dos pescados… a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.” (Lucas 9:13b)
Como verá, en ese momento, se dan cuenta de sus grandes limitaciones. Se enfrentan cara a cara con la realidad: todo lo que habían hecho —en realidad— había sido como lustrar unas manzanas… todo el poder que habían visto fluir a través de ellos no era suyo, lo habían recibido.
Y estaban tan abrumados por el tamaño del reto… que pasaron por alto al Creador que estaba justo delante de ellos.
Pero Jesús está a punto de enseñarles algunas lecciones sobre la humildad que serían fundamentales para un ministerio que honra a Dios.
Les va a enseñar:
- Que no tienen nada que ofrecer a las personas si Dios no está presente.
- Que sus manos no sirven para nada… a menos que la mano de Dios esté involucrada.
- Que no tienen poder alguno, si no proviene de Dios.
- Que sus limitaciones brindan la oportunidad perfecta para confiar en el poder ilimitado de Dios.
El evangelio de Juan agrega un detalle: fue Andrés quien encontró al niño con el almuerzo, pero cuando se lo entrega a Jesús, lo hace como disculpándose. Él dice:
“Pero… ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9, parafraseado)
Es como si dijera: “No se ni para que te traje esto, Señor… No sé en qué estaba pensando.”
Y es fácil imaginarse a los otros discípulos murmurando: “Bien hecho, Andrés. Le quitaste el almuerzo a un pobre niño.”
Pero ahora… ese pequeño almuerzo está en las manos del Maestro.
Entreguemos lo poco que tenemos
Y aquí hay otra lección que no podemos pasar por alto:
Jesús puede usar lo que sea que pongas en sus manos… incluso el almuerzo de un niño. Este se está por convertir en el almuerzo más famoso de toda la historia de la iglesia.
Y lo sorprendente aquí no es solo que Jesús va a hacer tanto con tan poco. Lo verdaderamente asombroso es que Él escoge usar ese “tan poco” que nosotros le ofrecemos… para hacer tanto.
Y qué consuelo es eso, ¿no le parece? Porque Él también puede usar lo que tú le entregues hoy.
Así que no diga: “Soy solo una persona más… no tengo muchos talentos… apenas tengo algo de experiencia.”
Ponga lo que usted es y lo que tiene en las manos del Maestro, y deje que Él lo multiplique conforme a Su voluntad.
Ahora, ¿qué tenía exactamente este almuerzo? El evangelio de Juan nos dice que eran panes de cebada. El pan de cebada era el pan de los pobres. Era más barato y no era tan sabroso como el pan de trigo.
De hecho, se usaba la cebada para alimentar al ganado.
Eso ya nos da una idea de la situación económica de este niño.
Además, el término que se traduce como “panes” hace referencia a pequeños trozos de pan que cabían en la palma de la mano. No eran grandes hogazas, eran más bien pedazos de pan algo aplanados del tamaño de una tortilla pequeña.[iii]
Y en cuanto a los pescados, el término griego que usa Juan es opsaria, que describe pescados muy pequeños, como sardinas o pececillos.
La gente en esa época los sazonaba con especias o los curtía en vinagre para darles sabor, y así poder acompañar el pan seco.
En otras palabras, el almuerzo del muchacho consistía en pan de cebada y pescaditos encurtidos. Algo muy simple… casi insignificante.
Pero ahora, Jesús da una nueva orden. Versículos 14 y 15:
“Hacedlos sentar en grupos como de cincuenta en cincuenta. Así lo hicieron, haciéndolos sentar a todos.” (Lucas 9:14b-15)
Recuerde: hace un momento, Jesús les dijo que alimentaran a la multitud, y los discípulos apenas podían creerlo. Estaban perplejos. Y ahora, Jesús les dice que organicen a todos en grupos para comer.
Pero lo interesante es que no usa el verbo típico para “sentarse”. Utiliza una palabra que significa “reclinarse a la mesa”. Esa era costumbre para comer. Uno se acostaba sobre el suelo apoyandose sobre un codo mientras comía.
¡Así que Jesús está diciendo, en efecto: “¡Prepárense el almuerzo!”!
Los evangelios nos dicen que había unos cinco mil hombres… si sumamos mujeres y niños, esta no fue la alimentación de cinco mil personas… sino de más de quince mil.
¿Puede imaginarse el pánico entre los discípulos? ¿Con qué van a alimentar a quince mil personas?
Reconozcamos que Jesús es el verdadero Pan del cielo
Pero creo que hay una razón más por la que Jesús los manda a sentarse antes de hacer el milagro:
porque de esta manera, todos van a verlo hacer el milagro.
Y al principio, me imagino que la multitud estaría tan confundida como los discípulos
estaban aterrados. Les pidieron que se sienten para comer… pero pueden ver claramente que Jesús no tiene canastas de pan ni pescados para repartir. No hay un camión con provisiones estacionandose. No se ve un barco pesquero trayendo el almuerzo.
Están a punto de presenciar un milagro impresionante… un milagro innegable, visible, tangible… y comestible.
Esto no fue un truco de magia. No hubo “provisiones escondidas”. Como dijo un autor: Jesús no tenía un pez escondido en la manga.[iv]
Ahora bien, detrás de este milagro hay un propósito aún más profundo.
Los rabinos de la época de Jesús enseñaban que cuando el Mesías viniera, repetiría el milagro del maná en el desierto. El Mesías enviaría pan del cielo… una vez más.
Jesús está a punto de responder a la pregunta que aparece en el Salmo 78:19:[v]
“¿Podrá poner mesa en el desierto el Señor?”
Y la respuesta de Jesús es: “Sí. Y se los voy a demostrar.”
De hecho, el evangelio de Juan nos dice que, después de este milagro, la multitud quedó tan impactada que quiso coronarlo como Rey en ese mismo instante.
¡Dios acababa de proveer maná en el desierto… otra vez!
Y no es casualidad que justo después de este evento, Jesús predique lo que los evangelios registran con tanta claridad: Que Él no solo puede dar pan del cielo…
Él mismo es el pan del cielo.
Él es el pan de vida. Él es el suministro eterno. Él es el maná verdadero, venido del cielo.[vi]
Ahora continuemos en el versículo 16 de Lucas 9:
“Y tomando los cinco panes y los dos pescados, levantando los ojos al cielo, los bendijo, y los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante de la gente.” (Lucas 9:16)
Los evangelios nos muestran que Jesús no solo partió el pan y el pescado, sino que seguía partiéndolos y entregándolos a los discípulos.[vii]
Es decir, el milagro estaba ocurriendo en sus manos.
Lucas usa una forma verbal que indica una acción continua: Jesús seguía partiendo y seguía entregando.
Me imagino a los discípulos usando sus túnicas como canastas improvisadas, cargando los panes y pescados para llevárselos a la gente.
Tal vez los hombres, mujeres y niños simplemente extendían la mano y tomaban grandes porciones. Luego los discípulos regresaban a Jesús… y volvían a cargar más comida. Una y otra vez.
Me pregunto si estaban entendiendo la lección. ¿Estaban viendo que Jesús era el suministro… y ellos solo sus servidores?
Y esa verdad se aplica hasta hoy: Jesús es el origen. Él es el Creador. Nosotros… solo somos los mensajeros.
Confiemos en su provisión abundante
Los discípulos estaban totalmente entusiasmados con lo que sus manos habían logrado durante ese viaje misionero. Pero Jesús les está recordando que sus manos están vacías… si Él no las llena.
Y eso es exactamente lo que sigue haciendo Jesús en esta escena: llenarles las manos una y otra vez.
Piense en esto: Él está creando de la nada estos panes y peces. Está trayendo a la existencia pescados encurtidos y panes de cebada. Está demostrando —con cada porción— que Él es el Señor de toda la creación.
El apóstol Pablo lo expresaría más adelante en Colosenses 1:
“Porque en Él fueron creadas todas las cosas…”
Y aquí tenemos una muestra clara de ese poder creador.
Lucas concluye esta escena con el versículo 17:
“Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que les sobró: doce cestas de pedazos.” (Lucas 9:17)
La palabra que se traduce aquí como “saciaron” viene del griego cortázō, que significa “llenarse” —literalmente significa, “engordar”.[viii]
Era un término que se usaba para describir cuando se engordaba a los animales. El granjero traía los animales al corral y los dejaba comer hasta no poder más.[ix]
Acá, en Estados Unidos, hay un restaruante tipo buffet que se llama “Golden corral”. Creo que el nombre le viene muy bien. Trae a su familia al corral y comen hasta que no dan más.
Y, por lo visto, al Señor no le molesta que, de vez en cuando, Su pueblo quede bien satisfecho. Porque aquí no les dio solo lo suficiente. Les dio hasta que quedaron completamente llenos.
Y esto es importante. Porque algunos escépticos han sugerido que este milagro no fue real.
Dicen que la multitud simplemente se sintió avergonzada por la generosidad del niño y entonces todos sacaron la comida que habían traido a escondidas y la compartieron.
Pero Lucas destruye por completo esa teoría en el mismo versículo:
“Y comieron todos, y se saciaron. Y recogieron lo que les sobró: doce cestas de pedazos.”
Todo ese pan y esos pescados salieron directamente de las manos de Jesús. Y ahora, hay doce canastas llenas de sobras… una para cada discípulo.
Ellos también comieron. Y cada vez que tomaban un bocado, era un recordatorio de sus limitaciones… y la ilimitada suficiencia del Señor.
Conclusión
Hace más de cien años, el pastor Alexander Maclaren escribió sobre este texto:
“Los discípulos encontraron que las manos de Jesús siempre estaban llenas… cada vez que regresaban a Él con las manos vacías.”[x]
Y así es como se sirve a otros en el nombre de Cristo: Él llena nuestras manos. Nosotros lo entregamos… y luego volvemos a Él para que llene nuestras manos otra vez.
¿Aprendieron los discípulos la lección de humildad y servicio?
Bueno, al llegar al final de su vida, el apóstol Pedro escribió algunas cartas inspiradas. Y no incluyó una lista de logros personales, diciendo: “Yo fui el que sanó al paralítico… yo hablé en lenguas… yo prediqué el primer sermón de la historia de la iglesia y tres mil personas se convirtieron…”
No. En lugar de eso, Pedro escribió:
“Revestíos de humildad… porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (1 Pedro 5:5)
Y también dijo:
“A Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Pedro 5:11)
No estamos aquí para hablar de la manzana que vendimos ni de lo bien que la lustramos.
Y claro, si lo hizo, ¡bien hecho! Qué buena iniciativa. Pero no olvide la herencia que recibió.
No olvide a Aquel que le creó y le salvó.
Él es de quien deberíamos hablar. Él es el único que merece todo el crédito, toda la gloria y toda la alabanza.
Él es nuestro Proveedor, nuestro Creador… nuestro Rey.Entréguele hoy lo poco que tiene… y disfrute de ver como Él lo usa para Su gloria.
[i] Ed Hindson, Ecclesiastes: Been There, Done That. Now What? (Broadman & Holman, 1994), p.105
[ii] Michael P. Green, 1500 Illustrations for Biblical Preaching (Baker 1989), p. 199
[iii] Adapted from R.C.H. Lenski, The Interpretation of St. Luke’s Gospel (Augsburg Publishing House, 1946), p. 506
[iv] Adapted from Douglas Sean O’Donnell, Matthew (Crossway, 2013), p. 407
[v] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 380
[vi] Adapted from Hughes, p. 332
[vii] Fritz Rienecker/Cleon Rogers, Linguistic Key to the Greek New Testament (Regency, 1976), p. 165
[viii] Rienecker/Rogers, p. 1
[ix] Adapted from R.C.H. Lenski, p. 507
[x] Adapted from McLaren, quoted in Hughes, p. 333