Introducción
Imagine su vida como si fuera una sala de juntas ubicada en el último piso de un edificio corporativo. Es la sede de una compañía de prestigio internacional. En el centro hay una larga mesa de madera, rodeada de sillas de cuero. Sentado alrededor de esa mesa está un comité ejecutivo. Cada miembro representa un aspecto distinto de su vida.
Ahí está su “yo” privado, su “yo” profesional, su “yo” moral, su “yo” cuando se divierte, su “yo” financiero, su “yo” en casa… y otros más.
La mayoría de las veces, hay conflicto en esa sala de juntas. Las decisiones no se toman fácilmente, porque los diferentes “yo” no siempre están de acuerdo. Se debate, se cuestiona, se vota… y rara vez hay unanimidad.
Hoy en día, la perspectiva común dentro de la iglesia es que seguir a Jesús significa invitarlo a formar parte de ese comité. Se le da el lugar principal en la mesa, se le nombra presidente, se le otorga un voto. Pero, al final, se convierte en una voz más dentro del debate sobre cómo debería vivir su vida.
Sin embargo, la visión bíblica para un discípulo de Cristo es completamente distinta: Jesús no entra al comité para dar su opinión… ¡Él llega a despedir a todos los miembros!
Cada uno. Sin excepción.
Y el creyente le dice: “Señor, ahora solo hay un voto que vale… y es el tuyo. Tú diriges cada área de mi vida”.[i]
En el relato del evangelio de Lucas, capítulo 9, el Señor acaba de compartir con Sus discípulos una noticia que no encaja con los planes del comité.
Ellos estaban esperando un reino… con coronas personales y tronos asignados. Pero Jesús les acaba de decir, en el versículo 22, que será rechazado, que va a morir… y que resucitará al tercer día.
Según el relato paralelo en Mateo, Pedro —quien bien podría haber sido el presidente del comité— dio un paso al frente y básicamente le dijo al Señor que no estaba de acuerdo con esa decisión. Y no era el único: los demás discípulos tampoco votaban a favor de ese plan.
Después de reprender a Pedro y dejarle en claro a todos que Su misión no estaba sujeta a votación, Jesús les da una noticia aún más inesperada.
Sin previo aviso, Jesús continúa diciendo en Lucas 9, versículo 23:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.
Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?
Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles. (Lucas 9:23–26)
Antes de explicar este pasaje, quiero aclarar algunas ideas equivocadas.
Aclarando ideas equivocadas
He leído comentarios sobre estos versículos escritos por autores que respeto, pero me sorprende ver cómo incluso defensores de la justificación solo por la fe terminan interpretando este pasaje como si enseñara justificación por fe más obras. En esencia, el mensaje que se transmite es algo como esto:
- Si en algún momento te avergüenzas del Señor, probablemente no eres salvo.
- Si no estás dispuesto a negarte a ti mismo, probablemente no eres salvo.
- Si no tomas tu cruz, entonces tal vez no seas un verdadero creyente.
- Y si no estás dispuesto a morir por Cristo, entonces seguramente no eres salvo.
El resultado de ese tipo de sermones es que, al final, nadie está realmente seguro de su salvación. Porque, seamos honestos: ninguno de nosotros se niega a sí mismo constantemente, carga su cruz fielmente o habla con valor en toda situación.
Primero, es importante notar que Jesús les está hablando aquí a sus discípulos, y el contexto es que está aclarando su afirmación. Él acaba de anunciarles que será entregado para morir. Es muy probable que haya dado más detalles de los que Lucas nos menciona, porque todo indica que los discípulos entendieron que hablaba específicamente de morir en una cruz.
En otras palabras, Jesús les está diciendo que su vida —como seguidores de Él— no estará marcada por una corona, sino por una cruz.
Segundo, Jesús no está diciendo en el versículo 23: “Si alguien quiere ser salvo, que se niegue a sí mismo.”
Interpretar este pasaje de esa forma convierte el regalo gratuito de la salvación en algo que uno tiene que ganarse.
Tercero, Jesús les dice que hagan algo: tomen su cruz cada día. Si interpretamos esto desde una perspectiva de obras, implicaría que si en algún momento del día no tomamos nuestra cruz, entonces perdemos la salvación… o nunca la tuvimos. Y ese tipo de mensaje lleva al creyente —especialmente al que tiene la conciencia más sensible— a una vida de constante inseguridad y desaliento.
Pero este mensaje de Jesús no trata sobre cómo obtener salvación. Trata de cómo vivir como salvos. Es una enseñanza sobre la consagración en acción.
No es una lección sobre cómo convertirse en creyente, ni siquiera sobre cómo comprobar que uno es creyente.
Es una enseñanza sobre cómo vivir como un discípulo genuino.
Warren Wiersbe lo expresó muy bien al decir que, en este texto, Jesús no está hablando de salvación… sino de discipulado.[ii]
¿Desea vivir una vida consagrada, una vida que refleje a su Salvador? Bien, este es el camino.
Características del discípulo de Cristo
En el versículo 23, Jesús nos da tres verbos imperativos. Son órdenes claras para cualquiera que desee caminar en comunión con Él como discípulo en crecimiento.
Primero, dice:
“Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo…” (Lucas 9:23)
Esto nos lleva al primer principio. El primer paso es una actitud de humildad.
Una actitud de humildad
A lo largo de los siglos, la iglesia ha sacado este versículo de contexto para crear todo tipo de ejercicios legalistas o místicos. El objetivo era “ganarse” la gracia de Dios mediante ciertos sacrificios.
Un ejemplo notorio es Simeón el Estilita, un monje del siglo IV que vivía en Antioquía —lo que hoy es Turquía. Simeón se hizo famoso por su forma extrema de “negarse a sí mismo.” Vivió durante 37 años en una pequeña plataforma construida sobre una columna.
Se decía que había alcanzado un estado de perfección espiritual. La gente venía en multitudes a escucharlo hablar. Con el tiempo, incluso líderes de iglesias celebraban misas y servicios especiales al pie de su columna. Sin embargo, Simeón se sentía tan agobiado por la multitud que mandó elevar su columna hasta alcanzar casi 25 metros de altura. Tenían que subir su comida con una cuerda.
En vez de aconsejarle que bajara y viviera su fe en el mundo real, muchos lo veneran hasta el día de hoy por haber renunciado a las comodidades de la vida.
Fue en esa misma época que la iglesia comenzó a establecer la práctica de la Cuaresma: Ese período de 40 días antes del Domingo de Resurrección en los que los más devotos renuncian a algún placer personal, con la esperanza de alcanzar un nivel espiritual más alto.
La lógica era: tienes que renunciar a algo bueno para enfocarte en lo espiritual.
Pero eso no es lo que Jesús está enseñando aquí. El verbo que usa no significa “negarse algo bueno”.
Negarse a uno mismo no es lo mismo que privarse de un gusto.[iii]
No se trata de dejar el chocolate por 40 días —aunque eso le parezca imposible— ni de sentarse sobre una columna como ese monje para evitar distracciones.
No, lo que Jesús dice aquí es mucho más difícil:
Niéguese a sí mismo.
No se trata de privarse de algo, sino de renunciar a uno mismo. De ponerse al final de la fila. De soltar no simplemente los buenos deseos o placeres, sino los deseos centrados en uno mismo y una vida orientada al ego.
Porque el colmo del egocentrismo es decir: “Me voy a aislar del mundo para que nadie me moleste.” Jesús no les está diciendo a Sus discípulos que escapen del mundo. Les está diciendo que se involucren en su mundo pero con una actitud de humildad.
Y eso fue precisamente lo que hizo Jesús.
Imitarlo implica librar una batalla diaria con nuestro corazón y nuestra carne. Una batalla que, como veíamos antes, se libra dentro de esa sala de juntas en nuestro interior.
Y esa lucha comienza desde pequeños.
Un hermano de la iglesia me compartió esta historia. Una madre estaba preparando panqueques para sus hijos: Kevin, de cinco años, y Ryan, de tres. Como es de esperarse, comenzaron a pelear sobre quién recibiría el primer panqueque.
Viendo una oportunidad para enseñarles sobre la humildad de Jesús, su madre les dijo:
—“Si Jesús estuviera aquí, diría: ‘Deja que mi hermano reciba el primer panqueque.’”
Los niños se quedaron pensando por un momento… y luego Kevin miró a su hermano pequeño y le dijo:
—“Está bien, Ryan. Tú sé Jesús.”
Recuerde que no pasará mucho tiempo antes de que los discípulos estén discutiendo entre ellos sobre quién es el más importante, o, dicho de otro modo, quién se lleva el primer panqueque… quién se sienta en el mejor trono del reino.
Así que Jesús no solo llama a Sus discípulos a comprender que la consagración en acción —al imitar a Cristo— implica tener una actitud de humildad.
En segundo lugar, también implica establecer una prioridad diaria.
Una prioridad diaria
Volvamos a leer el versículo 23:
“… tome su cruz cada día…”
Una vez más, es necesario corregir una interpretación común pero equivocada. Si alguien enseña que esto es algo que se debe hacer a diario para ser salvo, o incluso para demostrar que uno es salvo… entonces estamos todos en problemas. Porque, si somos honestos, ninguno de nosotros vive todos los días como debiera vivir un discípulo de Cristo.
Ahora bien, eso no significa que el estándar cambia.
Tampoco significa que debamos bajar la vara y hacer de la consagración algo opcional o relajado.
Jesús no está diciendo “toma mi cruz cada día”. Él dice “toma tu cruz cada día”. Eso es porque cada uno de nosotros tiene una cruz distinta que cargar. Cada uno corre una carrera distinta.
Quizas hoy tienes una gran carga financiera sobre tus hombros mientras que otros están celebrando un ascenso en el trabajo. Quizas hoy disfrutas de buena salud, mientras que otros están enfrentando la pérdida de sus salud.
Tomar su cruz cada día significa morir cada día a sus propios planes, a sus propios sueños, a su propia agenda. Significa decirle al Señor: “Solo hay un voto… y es el tuyo.”[iv]
Y esto tiene que convertirse en una prioridad diaria porque, cada día, se presentan nuevos. Nuevas personas, nuevas situaciones, nuevos problemas… y quizá también nuevas formas de persecución.[v]
En el primer siglo, llevar una cruz era la forma más contundente de declarar públicamente que uno ya no tenía control sobre su destino. Era una manera de decir: “Mi vida ya no me pertenece.”
Jesús conocía bien la realidad de la crucifixión en su cultura. Cuando tenía alrededor de once años, un hombre llamado Judas el Galileo encabezó una revuelta contra Roma. Asaltó el arsenal de Séforis —una ciudad que estaba a solo seis kilómetros de Nazaret— y se instaló allí con sus seguidores.
La respuesta del Imperio Romano fue brutal. Quemaron la ciudad de Séforis hasta los cimientos. Jesús seguramente vio el humo desde Nazaret. Todos los ciudadanos de esa ciudad fueron vendidos como esclavos. Los dos mil rebeldes capturados fueron crucificados.[vi]
Ver a alguien colgado de una cruz era un recordatorio gráfico: esa persona ya no tenía ningún control sobre su vida.
Así también, cuando tomamos nuestra cruz, anunciamos al mundo que nuestra vida ya no nos pertenece. Que en la sala de juntas de nuestro corazón ya no hay múltiples voces. Solo hay una. Solo queda Él… y solo Él tiene voto. Esa es la perspectiva que debe convertirse en nuestra prioridad diaria.
El discipulado implica, primero, una actitud de humildad. También implica una prioridad diaria. Y en tercer lugar:
Una identidad sumisa
Jesús continúa diciendo en el versículo 23:
“…niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”
La verdad es que los tres mandatos en este versículo dicen, esencialmente, lo mismo… pero cada uno desde un ángulo distinto.
El verbo “seguir” aquí significa caminar detrás de alguien, avanzando en la misma dirección.
No pase por alto lo obvio: seguir a Cristo significa que Él determina la dirección. Si acelera el paso, uno se esfuerza por mantener el ritmo. Y si avanza más lento de lo que nos gustaría… también lo seguimos, aunque nos cueste. Porque en Él encontramos la vida que realmente vale la pena vivir.
Motivación para el discípulo de Cristo
Y con eso, Jesús continúa dando tres razones profundas por las que sus discípulos deben vivir de esta manera.
En los versículos 24, 25 y 26, cada declaración comienza con la palabra “porque”. Ese pequeño término en griego sirve para explicar el propósito de lo que acaba de decirse.[vii]
Jesús va a responder a la pregunta:
“¿Por qué deberíamos vivir como discípulos consagrados?” Permítame expresar estos motivos en forma de tres principios:
Te protege de una vida absorbida en ti mismo
Leamos el versículo 24:
“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.” (Lucas 9:24)
A veces, al ver la palabra “salvar”, uno piensa inmediatamente en la salvación eterna. Pero Jesús aquí no está hablando de cómo salvar el alma.
La palabra griega que se traduce como vida o ser se refiere a la totalidad de la vida personal. En otras palabras: si intentas vivir solo para ti… si te aferras a tu vida para protegerla, controlarla y dirigirla por tu cuenta, entonces te perderás de lo que realmente significa vivir.
No está hablando de perder la vida eterna, sino de malgastar la vida aquí en la tierra.
¿Puede un creyente caer en el egoísmo y desperdiciar su vida? Absolutamente. Santiago nos lo recuerda cuando dice que donde hay ambición egoísta, hay desorden (Santiago 3:16).
Y el apóstol Pablo también escribió a los filipenses que no hagan nada por ambición personal (Filipenses 2:3).
En resumen: no vivas como si la vida se tratara solamente de ti.
Jesús dijo: “El que pierda su vida por causa de mí, la salvará.” Un autor lo parafraseó así: “El que deja de centrarse en sí mismo… encuentra la verdadera vida.” [viii]
Y otro aún mejor: “El que suelta el control de su vida… la encuentra.”[ix]
Esa es la idea: suelta el control de tu vida por causa de Cristo, y eso te protegerá de quedar atrapado en ti mismo.
En segundo lugar:
Te libra de quedar atrapado en las cosas de este mundo
Jesús continúa diciendo en el versículo 25:
“Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lucas 9:25)
En otras palabras: “Sígueme… y no desperdiciarás tu vida persiguiendo cosas que no duran.”
Piénselo bien: la decisión más importante que una persona puede tomar en la vida es esta —¿cielo o infierno? Pero una vez que esa pregunta ha sido resuelta, el creyente debe responder otra, todos los días:
¿Cielo o tierra?[x]
En otras palabras, ya que vamos camino al cielo… ¿para qué vivir como si lo más importante estuviera aquí en la tierra?
Cada día, con nuestras decisiones y prioridades, respondemos a esa pregunta: ¿Estoy viviendo para lo eterno… o solo para lo terrenal?
Aquí esta la tercera razón por la que necesitas vivir una vida consagrada:
Te ayuda a no olvidar lo que viene después
Jesús dice en el versículo 26:
“Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles.” (Lucas 9:26)
Note esto con atención: Jesús no dice que “el Hijo del Hombre lo rechazará” ni que “lo desechará para siempre”. Dice que se avergonzará de él.
El apóstol Pablo usó esta misma palabra cuando escribió a Timoteo:
“Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor…” (2 Timoteo 1:8)
Sí, el mundo se burla de Jesús. Pero Pablo le dice a Timoteo: no retrocedas. Dirige al rebaño con valentía. Pide a Cristo el valor para identificarte con Él… y para hablar de Él. Porque hay un día que se acerca… Un día que lo cambiará todo.
No podemos imaginar la majestad de ese momento, cuando Cristo regrese con toda Su gloria y junto a un ejécrito de ángeles. No vivas de manera que Él tenga motivos para avergonzarse de ti… solo porque tú te avergonzaste de Él.
Entonces Jesús añade este comentario en el versículo 27:
“Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios.”(Lucas 9:27)
Yo creo que Jesús se está refiriendo, principalmente, a un evento clave que ocurrirá muy pronto: cuando lleva a Pedro, Jacobo y Juan a lo alto del monte, y allí se transfigura ante ellos. Es decir, les muestra Su gloria. La gloria del Rey y Su reino venidero.
Y justo ese evento es el siguiente que relata Lucas en este mismo capítulo. Mateo también lo narra, en el capítulo 17:
“Y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz…”(Mateo 17:2–3)
Hay mucho más que podríamos decir sobre ese evento, y pronto llegaremos a él en nuestro estudio de Lucas.
Pero imagínese: Pedro, Jacobo y Juan nunca olvidaron ese anticipo de la gloria del Reino.
Y esa es la idea: Jesús quiere que Sus discípulos vivan recordando la gloria que viene después – una gloria que va más alla de nuestra imaginación.
Conclusión
Y en vista de ese día glorioso, así es como deberíamos vivir hoy:
- Con una actitud de humildad.
- Con una prioridad diaria.
- Con una identidad sumisa.
¿Por qué? Para no quedar absorbidos por nuestros propios intereses. Para no quedarnos atrapados en las cosas de esta tierra. Y para no olvidar la gloria que está por venir.
Esto es lo que nos impulsa hacia adelante como discípulos de Jesucristo. Así es como llevamos la consagración a la práctica.
Esto me recuerda el testimonio de William Booth, el fundador del Ejército de Salvación.
En sus primeros años, este movimiento estaba comprometido —por sobre todas las cosas— con el evangelio. Alimentar, vestir, educar y ayudar a los pobres eran simplemente puentes que les permitían compartir a Cristo.
Los biógrafos de William Booth relatan su pasión por el Señor. La sociedad lo consideraba un loco por preocuparse tanto por los necesitados. Los líderes políticos decían que estaba perdiendo el tiempo. Incluso muchos cristianos criticaban su enfoque poco tradicional. Pero él perseveró… y ganó a miles y miles para Cristo.
Su hijo, Bramwell, le preguntó una vez cuál era el secreto de su valor y entrega. Booth le respondió que, un día, arrodillado en su iglesia, le entregó a Dios todo lo que había en William Booth.
Años después, su hija Eva comentó:
“Ese no fue realmente su secreto. El verdadero secreto fue que se entregó por completo a Dios… y no se retractó.”[xi]
¿Y nosotros? ¿Queremos tener ese tipo de testimonio como discípulos consagrados?
Podemos. Pero habrá que comenzar por entrar a la sala de juntas del corazón… y despedir a cada miembro de ese comité. Tendremos que hacerlo cada día.
Y luego decirle a Jesús: “Solo hay un voto que cuenta… y es el tuyo.”Así es como nos negamos a nosotros mismos. Así es como tomamos la cruz que Él diseñó para nosotros. Y así es como seguimos a Jesucristo cada día.
[i] Adaptado de https://www.preachingtoday.com/illustrations/2011/november/2112111.html
[ii] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1989), p. 103
[iii] Adaptado de Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 231
[iv] Adaptado de Swindoll, 231
[v] Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale, 1997), p.245
[vi] William Barclay, The Gospel of Luke (Westminster, 1975), p. 121
[vii] Swindoll, p. 231
[viii] Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel (Kregel, 1984), p. 225
[ix] Trent C. Butler, Holman New Testament Commentary: Luke (Holman Reference, 2000), p. 146
[x] Adaptado de John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), p. 147
[xi] Adapted from Vance Christie, Timeless Stories (Christian Focus, 2010), p. 34