Introducción
A lo largo de la historia del mundo, y en cada rincón del planeta hasta el día de hoy, el concepto de la eternidad ha estado—y sigue estando—presente en toda cultura, en cada generación, en toda nación del mundo.
Eclesiastés 3:11 dice que Dios ha puesto eternidad en el corazón del ser humano. Y eso es algo más que evidente.
Los aborígenes australianos imaginaban el cielo como una isla distante más allá del horizonte occidental. Habitantes de lo que hoy es México, Perú y en la Polinesia creían que, después de la muerte, vivirían para siempre en el sol o la luna. Los antiguos babilonios enseñaban que la eternidad era el lugar de descanso de los héroes, e incluso hablaban de un árbol de la vida—una combinación evidente entre sus leyendas y el relato bíblico de la creación. En las pirámides de Egipto se han encontrado mapas colocados junto a reyes sepultados, como una especie de guía hacia el mundo del más allá.[i]
El corazón humano, a lo largo del tiempo, cuenta una historia clara y contundente: Dios ha dejado grabada en nosotros una verdad que no se puede negar… que hay vida después de la muerte.[ii]
¿A dónde podemos ir en la Biblia para tener un vistazo de cómo será la vida después de esta vida? Bueno, quiero responder a esa pregunta llevándote a una experiencia que marcó para siempre a Pedro, Jacobo y Juan. Fue uno de los momentos más gloriosos e importantes de su caminar con Jesús.
De hecho, no creo que sea coincidencia que esta experiencia haya ocurrido—literalmente—en la cima de un monte. Fue un momento elevado en todo sentido: geográfico, emocional y espiritual.
Así que volvamos al del evangelio de Lucas, capítulo 9, para estudiar este evento. Nos encontramos en el versículo 28. Vamos a acompañarlos por unos momentos en esa cima del monte.
La gloria de Jesús anticipa nuestro destino
Lucas escribe en el versículo 28:
“Unos ocho días después de estas palabras, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y mientras oraba, la apariencia de su rostro se transformó, y su ropa se volvió blanca y resplandeciente.” (Lucas 9:28–29)
El relato de Mateo lo expresa de la siguiente manera:
“Y fue transfigurado delante de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se hizo blanca como la luz.” (Mateo 17:2)
La palabra que usa Mateo traducida “transfigurado” viene del griego metamorfóte, de donde obtenemos nuestra palabra “metamorfosis”.
Podríamos decirlo así: la gloria que siempre estuvo en Jesucristo, ya que es completamente Dios aunque también completamente hombre, salió a la superficie para esta demostración increíble de su gloria divina y real.[iii]
Su rostro resplandecía como el sol, escribe Mateo; y Lucas añade que incluso su ropa se volvió resplandeciente.
¡Era un resplandor impresionante!
Y no bastó con decir que su ropa se volvió blanca. Lucas intenta describir cuán brillante era ese blanco. De hecho, los demás evangelios también luchan por describir lo que vieron en ese momento.
El otro día, uno de los focos o bombillos del baño se quemó, y mi esposa me pidió que lo cambiara. Era uno de seis focos que van en cima del espejo. Pensé: esto es fácil. Encontré un repuesto en la casa, lo enrosqué y encendí el interruptor… pero ese foco nuevo tenía un tono naranja pálido comparado con los otros cinco.
Así que fui una tienda de artículos para el hogar a buscar respuestas. Todos los focos parecían blancos, pero las etiquetas decían cosas como: “blanco frío”, “blanco neutro”, “blanco básico”, “blanco relajante”, “blanco natural” y “blanco suave”. ¡Yo solo quería un foco que alumbrara bien!
El evangelio de Marcos claramente intenta describir cuán blanco era ese resplandor. Él escribe:
“Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como ningún lavador en la tierra los puede blanquear.” (Marcos 9:3)
En otras palabras, Marcos está diciendo: “¡Nunca has visto un blanco tan blanco!”
Lucas usa la palabra que podríamos traducir como “resplandeciente” o “relampagueante”, que significa emitir luz; es un término que se usaba para describir destellos de relámpago.[iv]
No se trataba simplemente de que su túnica marrón, gris o del color que fuera cambiara de tono. Lo que está ocurriendo aquí es que una luz brillante está literalmente emanando de su cuerpo, transformando todo en un resplandor intenso y deslumbrante.
Los milagros de Jesús nos han mostrado lo que Él puede hacer; pero este momento en la cima del monte nos revela quién es Él.[v]
Esta es la luz del Rey.
El teólogo Dwight Pentecost escribió que este momento de la transfiguración fue “una representación en miniatura de la segunda venida de Cristo a la tierra para establecer su reino—regresando en el esplendor de su gloria; y también una revelación de su gloria personal, la cual había estado velada por la encarnación.”[vi]
En otras palabras, Jesús dejó que, por un instante, se asomara un rayo de esa luz… y lo que vieron fue nada menos que una luz abrumadora, resplandeciente, gloriosa.
Y, por cierto, esta escena también es un anticipo de la gloria que aguarda a los hijos de Dios… si puedes imaginarlo. El apóstol Juan, que estaba allí en ese monte, años después escribiría una noticia asombrosa:
“Cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él” (1 Juan 3:2).
Un día, vamos a compartir esa misma gloria… brillaremos reflejando el esplendor de Cristo. Y aquí mismo, en esta escena, ya se nos está dando un anticipo de ese futuro glorioso, con la llegada de dos hombres a la cima del monte.
Moisés y Elías confirman la realidad de la eternidad
Lucas continúa diciendo en el versículo 30:
“Y he aquí, dos varones hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén.” (Lucas 9:30–31)
La palabra que se traduce como “partida” es éxodos, de donde vienen nuestras palabras “éxodo” y “salida”.[vii]
Así como el libro del Éxodo relata la salida del pueblo de Israel de Egipto, aquí Jesús está hablando con Moisés y Elías acerca de su salida de este mundo.
En esa conversación habrían hablado de todo: su crucifixión, su resurrección y su ascensión de regreso a la gloria—todo eso ocurriría en Jerusalén.[viii]
Nada de esto es un accidente. Jesús no es una víctima; Él es un sacrificio voluntario.
Tiempo atrás, Jesús les había dicho a las multitudes:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” (Mateo 5:17)
¿Y quiénes son los que están hablando con Él en ese monte? Nada menos que Moisés—quien representa la Ley—y Elías—quien representa a los profetas.
Jesús cumplió todo lo que señalaba la ley de Moisés. Cumplió todo lo que prometía el sistema de sacrificios. Cumplió cada una de las profecías que anunciaban su primera venida.[ix]
Y tanto Moisés como Elías podían hablar de eso no solo a nivel teológico, sino también personal. Ellos sabían lo que era servir a Dios en medio del rechazo y el sufrimiento.
La primera vez que Moisés se presentó ante el pueblo de Israel, lo rechazaron y se burlaron de él. Durante todo su liderazgo, enfrentó amenazas, quejas y hasta intentos de asesinato por parte del mismo pueblo al que servía. Su misión nunca fue fácil.
Elías también sufrió el rechazo de una nación rebelde y de gobernantes malvados que se negaban a arrepentirse. Fue perseguido, amenazado y, llegó a sentirse completamente solo.
Este encuentro con Jesús fue el cumplimiento perfecto de todo lo que Moisés y Elías representaban. Y este momento deja en claro que, por más oposición que enfrenten los siervos de Dios, ningún poder del mal puede borrar los planes del Señor.
Esta escena en la cima del monte también nos recuerda algo muy importante: que el faraón nunca tuvo el control durante la vida de Moisés; que Acab, Jezabel y los falsos profetas de Baal no estaban al mando en la época de Elías; y que ahora, ni Roma ni el Sanedrín tienen el control de lo que está por suceder.
¿Quién cree usted que está al mando hoy en día? ¿Quién cree que tiene el control de su vida y de lo que está ocurriendo a su alrededor?
Moisés llevaba muerto mil quinientos años, y el Señor había llevado a Elías al cielo novecientos años antes. Y, sin embargo, aquí están—vivos, gloriosos, conversando con el Hijo de Dios sobre asuntos eternos.
Ahora son ellos quienes están vestidos con esplendor celestial. Son ellos quienes participan en una conversación sobre la eternidad… nada menos que con el mismo Hijo de Dios.
Moisés y Elías están hablando con el Señor sobre su próxima salida de este mundo. Y según el idioma original, esta no fue una charla breve. Esta fue una conversación extendida.[x]
¡Y vaya conversación que habrá sido!
Jesús será crucificado, resucitará y luego ascenderá de regreso a la gloria del cielo. Y todo sucederá en el momento exacto, conforme a los propósitos y al plan perfecto de Dios.
Este encuentro en el monte es una reivindicación de la historia; es un adelanto de la gloria venidera de Cristo y de su reino. Pero también es algo más: es un retrato vivo—aunque breve—de cómo es la vida en la eternidad.
Jesús ya lo había prometido en Mateo 13:43.
“Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.”
Es el mismo tipo de luz brillante que vemos aquí en el rostro de Jesús: una gloria que deslumbra como el sol.
Y no significa que nos volvamos dioses, ni seres divinos. No. Lo que ocurre es que se nos dará la gloria de Cristo, y literalmente la llevaremos en nuestros cuerpos.
A partir de este pasaje, el autor Ivor Powell hizo las siguientes observaciones. Él dijo que aquí tenemos una evidencia clara de que hay vida después de la muerte; que hay inteligencia más allá de la tumba; que hay gloria después de esta vida; y que también hay propósito en la obra de Dios más allá de la muerte.[xi]
Aquí tenemos un retrato de nuestro futuro en el reino de Cristo… y más allá, en la eternidad.
Si conectamos esta experiencia en la cima del monte con lo que leemos en Apocalipsis capítulo 6, encontramos algo fascinante. Allí se describe a los creyentes que fueron martirizados durante la tribulación, y que ahora están ante el trono de Dios. El apóstol Juan escribe en el versículo 10:
“Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Entonces se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansaran todavía un poco de tiempo.”(Apocalipsis 6:10–11)
Así como Moisés y Elías, estos creyentes demuestran que existe una continuidad entre quienes fuimos en la tierra y quienes seremos en la eternidad.
Es decir, siguen siendo ellos mismos… solo que ahora están perfeccionados y glorificados. Moisés sigue siendo Moisés. Elías sigue siendo Elías. ¡Incluso conservan sus mismos nombres!
Ahora están rodeados de gloria, como escribe Lucas. Tienen cuerpos—y eso queda claro, porque llevan puestas vestiduras. No están en un “sueño del alma”, esperando despertar algún día.
Tienen voces. Tienen cuerdas vocales. Se comunican. Moisés y Elías están hablando con Jesús sobre eventos reales y sobre cómo se desarrollarán. Y los mártires en Apocalipsis también hablan con el Señor.
Más adelante, en Apocalipsis capítulo 7, Juan los escucha cantando alabanzas al Cordero. Describe cómo caen de rodillas para adorar a Dios. Eso implica que tienen piernas y rodillas sobre las cuales arrodillarse, pulmones para respirar, lenguas, labios y voces para cantar.
La eternidad no es un estado nebuloso donde flotan espíritus despersonalizados que pierden su identidad y se funden con el universo. No. Siguen siendo personas, con nombres y testimonios únicos.
Incluso estos mártires recuerdan lo que les ocurrió en la tierra. Saben que fueron asesinados por su fe. Y en el versículo 9 de Apocalipsis 6, Juan escribe que son recompensados en el cielo precisamente por haber muerto por causa de Cristo. (Apocalipsis 2:10).
Pero note esto: el hecho de que recuerden lo que vivieron en la tierra no arruina el cielo para ellos. ¿Por qué? Porque ahora lo ven todo a la luz de la eternidad y del plan soberano de Dios. Y eso los lleva a glorificar al Señor con una perfección santa, con confianza plena y con gozo eterno.
Moisés y Elías no están en la cima del monte quejándose con Jesús por lo mal que la pasaron. No. Ellos recuerdan lo que vivieron, pero ahora lo hacen con una perspectiva perfecta. Confían plenamente en el plan de Dios.
Jesús cumple el plan de redención y nos incluye por gracia
Pero para mí, una de las sorpresas más maravillosas de esta escena es que Jesús está incluyendo a Moisés y a Elías en su gran plan de redención. Está conversando con ellos sobre su salida de este mundo, sobre su muerte como sacrificio, su resurrección y su regreso a la gloria.
¡Los está haciendo parte de este momento trascendental!
Todavía recuerdo cuando me llamaron a la oficina de mi maestro de quinto grado. Pensé que estaba en problemas, aunque no se me ocurría nada malo que hubiera hecho… al menos hacía poco. Me senté en una silla enorme, y él me miró y me dijo: “Quiero hablar contigo sobre unas ideas que tengo para la clase, y me gustaría saber qué piensas.”
Hasta el día de hoy recuerdo la alegría que sentí al saber que ese maestro tan alto y respetado quería incluirme en sus planes.
Ahora imagina eso… pero infinitamente mejor.
Imagínate ser enviado por Dios Padre para encontrarte con Dios Hijo… y hablar con Él sobre los planes que tienen para la gloria de Cristo, el reino de Dios y el futuro del mundo.
¿Qué podría aportar Moisés? ¿Qué consejo podría dar Elías?
Este momento es, sin duda, una asombrosa demostración de gracia: el Dios que no nos necesita… decide incluirnos en el desarrollo de su gran plan eterno. Eso es lo que sucede cuando servimos al Señor. Él no nos necesita, pero ¡que privilegio que nos usa en su obra!
En ese momento, Pedro, Jacobo y Juan se despiertan. Lucas nos dice en el versículo 32:
“Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con Él.” (Lucas 9:32)
Y justo cuando Moisés y Elías se estaban despidiendo, Pedro interrumpe la escena con una propuesta algo apresurada. Dice en el versículo 33:
“Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”— y luego Lucas agrega una nota importante: “no sabiendo lo que decía.”
Estas “enramadas” o “tiendas” a las que se refiere Pedro eran estructuras pequeñas que el pueblo de Israel solía construir durante la Fiesta de los Tabernáculos.
Esta fiesta se celebraba cada año para recordar los años de peregrinación en el desierto, cuando vivían en tiendas. La fiesta también anticipaba la llegada del reino del Mesías.[xii]
Desde la perspectiva de Pedro, todo indica que el reino está por comenzar. Así que piensa: “¡Quedémonos aquí mismo en el monte! ¿Qué podría ser mejor que esto?”
Y claro, ¿quién no querría quedarse en un momento así?
¿Quién no querría escuchar historias directamente de Moisés? Imagínate poder hablar con el hombre que escribió, entre otras cosas, el relato de la creación.
¿Y qué tal escuchar de boca de Elías cómo enfrentó a los profetas de Baal, y cómo descendió fuego del cielo? ¿O cómo fue subir al cielo en un carro de fuego? Eso animaría a cualquiera en su caminar con Dios.
Pedro está listo para quedarse, para instalarse ahí y seguir la conversación. Pero de pronto, justo cuando Pedro está hablando, sucede algo inesperado. Lucas nos dice en el versículo 34:
“Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.” (Lucas 9:34)
Y claro que tuvieron temor. Aquella nube los envolvió por completo. En un momento, una voz hablará desde esa nube… la misma voz de Dios Padre que ya había hablado en el bautismo de Jesús.
Esta no era una nube cualquiera flotando a baja altura. Esta era la nube de la presencia de Dios. Era la misma nube que guió al pueblo de Israel cuando salieron de Egipto (Éxodo 13). La misma que se apareció en el desierto como señal para el pueblo (Éxodo 16). Y la misma nube que llenó el templo cuando fue dedicado al Señor (1 Reyes 8).[xiii]
La voz del Padre nos llama a escuchar al Hijo
Lucas continúa en el versículo 35:
“Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a Él oíd.” (Lucas 9:35)
En un mundo lleno de voces, opiniones y confusión, tu necesitas poner a prueba todo lo que oye con lo que dice Jesús. Su palabra es la autoridad final. No te dejes desviar. Escúchalo a Él.[xiv]
¿Eres salvo? ¿Estás buscando respuestas? Escúchalo a Él, quien dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.”
¿Te sientes agotado y sin rumbo? Escúchalo a Él, quien dijo: “Vengan a mí todos los que están trabajados y cargados, y yo los haré descansar.”
¿Estás pasando por aflicción? Escúchalo a Él, quien prometió: “No te dejaré ni te desampararé.”
Moisés pensó que estaba solo. Elías también pensó que estaba solo. Y muy pronto, Pedro, Jacobo y Juan también pensarán que todo está perdido. Pero Jesús guardará su palabra. Por eso, debemos aprender a escucharlo a Él.
Y los discípulos parecen haber entendido el mensaje, porque el versículo 36 dice:
“Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo. Y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.” (Lucas 9:36)
El evangelio de Mateo agrega que Jesús les pidió que no contaran a nadie lo que habían visto hasta después de su resurrección.
Y con toda razón. Si los discípulos hubieran bajado corriendo de esa montaña y le hubieran contado a todos lo que vieron, la nación probablemente habría querido levantarse en rebelión contra Roma y coronar a Jesús como Rey en ese mismo instante. Y, además, los otros discípulos se habrían muerto de envidia.
Pedro, Jacobo y Juan fácilmente podrían haber agregado este evento a su “currículum espiritual”: “Vimos a Jesús transfigurado. Hablamos con Moisés y Elías. Somos los favoritos.”
Pero si eso hubiera ocurrido, habría generado distracción en lugar de instrucción.
Además, por más emocionante, gloriosa y aterradora que fue esta experiencia, ellos no podían quedarse en la montaña. Tenían que bajar al valle otra vez.
Warren Wiersbe comenta sobre este pasaje y dice lo siguiente: “Por maravillosas que sean estas experiencias, no son la base de la vida cristiana. Esa base solo puede ser la Palabra de Dios. Las experiencias van y vienen, pero la Palabra permanece. Nuestra memoria de las experiencias puede desvanecerse con el tiempo, pero Su Palabra permanece para siempre.”[xv]
Más tarde, el apóstol Juan recordaría esta escena, y escribiría simplemente:
“Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14)
Un día nosotros, que hemos creído en Él—sin haberlo visto—lo veremos cara a cara. Viviremos rodeados de su gloria. Y llevaremos en nuestros cuerpos inmortales esa luz resplandeciente, esa gloria brillante y deslumbr ante… la gloria de nuestro Rey.Así que mientras esperamos ese día, caminemos por fe, confiando en su Palabra y obedeciendo su voz. Porque la gloria que un día veremos… ya brilla en el rostro de Cristo, y su luz transforma todo a su paso.
[i] Adapted from Randy Alcorn, Heaven (Tyndale House, 2004), p, ix
[ii] Ibid
[iii] Adapted from R. Kent Hughes, Luke: Volume One (Crossway, 1998), p. 350
[iv] John MacArthur, Luke: Volume One (Moody Publishes, 2011), p, 283
[v] David E. Garland, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 397
[vi] J. Dwight Pentecost, The Words and Works of Jesus Christ (Zondervan, 1981), p. 258
[vii] Darrell L. Bock, Luke: Volume One (Zondervan, 1994), p. 869
[viii] Garland, p. 394
[ix] Adapted from Hughes, 351
[x] Hughes, p. 350
[xi] Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel (Kregel, 1984), p. 228
[xii] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2010), p. 238
[xiii] Bruce B. Barton, Life Application Bible Commentary: Luke (Tyndale, 1997), p. 252
[xiv] Adapted from Barton, p. 252
[xv] Adapted from Warren W. Wiersbe, Luke, Volume 1 (Victor Books, 1989), p. 106