Introducción
Hasta hace solo algunos años, un circo itinerante se había vuelto muy popular. Recorría los Estados Unidos en tren e incluso llegó a viajar a otros países y continentes. Para 1919, este circo ambulante comenzó a promocionarse como el “mayor espectáculo del mundo”.
El circo funcionó desde 1871 hasta 2017 y, con el tiempo, millones de personas de todas las edades fueron a verlo, incluyendo a mi propia familia cuando el circo llegó a mi ciudad. Quedamos maravillados con los acróbatas que volaban por los aires, el domador de leones, los elefantes, las palomitas de maíz carísimas, los actores, los disfraces y, por supuesto, los payasos.
Realmente estaba a la altura de su eslogan; era un espectáculo increíble.
Pero al comenzar a profundizar en el pasaje que tenemos por delante hoy, me di cuenta de que este famoso circo de tres pistas—aunque duró casi 150 años—no fue el mayor espectáculo del mundo.
El “mayor espectáculo del mundo” no tiene nada que ver con animales; tiene todo que ver con los seres humanos. El mayor espectáculo del mundo no es un circo de tres pistas… es la religión.
La religión, a nivel mundial, es todo un espectáculo: tiene más dinero, más pompa, más payasos y una provisión interminable de actores y disfraces.
La verdad es que todos nosotros originalmente formamos parte de ese circo. Debido a nuestra naturaleza caída y pecaminosa, al nacer recibimos boletos gratuitos, no para ver el espectáculo, sino para participar en él.
No pasó mucho tiempo antes de que nuestros primeros padres, Adán y Eva, comenzaran a montar su propio espectáculo religioso. De hecho, los primeros disfraces religiosos los hicieron ellos, con hojas de higuera, para fingir que todo estaba bien con Dios.
Y desde Adán y Eva hasta el día de hoy, la actividad religiosa ha sido el espectáculo más grande y más duradero de la tierra.
Actividades religiosas desvirtuadas
Para preparar el escenario de lo que Lucas registra a continuación, debemos prestar atención mientras Jesús invita a su audiencia a bajarse del tren que va de un acto religioso falso a otro. El Evangelio de Mateo nos da el contexto más amplio para entender la escena, así que comenzaremos nuestro estudio en Mateo 6.
Para comenzar, le cuento que, cuando Jesús vino al mundo, el judaísmo se había convertido en algo muy parecido a un circo. Los rabinos enseñaban que había tres actividades religiosas principales, a las que llamaban “los tres pilares de una buena vida”: dar limosna, ayunar y orar.[i]
Ahora bien, Jesús nunca condenó esas tres actividades. Eran buenas en sí mismas, y no había nada inherentemente malo en ellas. El problema era que estas tres prácticas se habían convertido en un circo, con disfraces y payasos incluidos, que lo habían arruinado todo.
Así que Jesús está a punto de abordar estas tres actividades directamente. Lucas solo menciona la oración, por lo que enfocaremos más nuestra atención en ese tema, pero haremos una breve mención de las otras dos para entender la dirección del mensaje del Señor.
Leamos Mateo 6:1:
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.”
Un autor lo parafraseó así: “No trates de demostrar cuán bueno eres en presencia de otros para ser visto por ellos; si lo haces, no tendrás recompensa de tu Padre celestial.”[ii]
En este versículo, la palabra clave de esta advertencia es el verbo griego que se traduce como “ser visto” o “ser notado por otros”. Es el verbo es teatenai, que da origen a nuestra palabra teatro.
En otras palabras, Jesús está diciendo: “No te conviertas en un actor; no pongas en escena tu piedad. No hay nada malo en dar, ayunar u orar… solo asegúrate de no convertirlo en un espectáculo.”
Jesús está diciendo: “No montes un show religioso. Lo importante no es que la gente te vea, sino que Dios te vea.”
Dios es tu audiencia… pero en el mundo de la religión, eso nunca será suficiente. Porque, en realidad, ellos no lo hacen para Dios. La pista está en el uso repetido de la palabra “hipócrita” (v. 2, 5, 16).
La palabra original hupocrites, de donde viene nuestro término “hipócrita”, se refería a un actor que usaba una máscara durante su interpretación. Esas máscaras podían estar sonriendo, frunciendo el ceño, gritando o haciendo algún gesto exagerado. El actor se ocultaba tras esa máscara.
Jesús está quitándole la máscara a estos actores religiosos.
Observe el versículo 2:
“Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres.”
Y más adelante, el versículo 5:
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres.”
Y de nuevo en el versículo 16:
“Cuando ayunéis, no seáis austeros como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan.”
En otras palabras, se han puesto sus disfraces. Están listos para ofrecerte un espectáculo religioso como nunca antes has visto.
La piedad se había convertido en una demostración pública de orgullo. Así que, lo que el Señor hace aquí es, en esencia, redefinir por completo la manera en que Sus discípulos entendían lo que significaba dar, orar y ayunar.
Volvamos al versículo 2 para mirar más de cerca esta escena. Jesús dice:
“Cuando des a los necesitados, no hagas tocar trompeta delante de ti.” (Mateo 6:2a)
No sabemos con certeza a qué se refería específicamente Jesús al hablar de “hacer sonar una trompeta”. No tenemos evidencia de que los fariseos anduvieran con músicos por las calles para anunciar cada vez que daban una limosna.
El erudito Alfred Edersheim sugiere que Jesús hablaba en sentido figurado. En el templo, en el atrio de los gentiles, había recipientes de bronce en forma de cuerno de trompeta, colocados en la pared, donde la gente depositaba sus ofrendas. Estas bocas anchas de metal llevaban las monedas hasta cajas que estaban más abajo.[iii]
Cada vez que alguien echaba dinero allí, el sonido resonaba en todo el patio. Cada moneda rebotaba dentro de la trompeta, y era imposible que pasara desapercibido. Era, literalmente, “hacer sonar la trompeta”.
Jesús menciona más adelante en Marcos 12:41 que algunos ricos echaban grandes sumas de dinero.
Si lo ponemos en términos actuales, imagina que quieres donar 100 dólares. Podrías poner discretamente dos billetes de cincuenta… o convertirlo en 400 monedas de veinticinco centavos. Sería mucho más vistoso. Vaciar tu bolsa de monedas haría ruido por un buen rato.
Imagina la atención que eso atraería. La gente diría: “¡Escuchen! ¡Qué generoso, qué espiritual!”. Pero Jesús no está impresionado. Observa lo que dice al final del versículo 2:
“De cierto os digo, ya tienen su recompensa.” (Mateo 6:2b)
En otras palabras, si lo que querían era llamar la atención, ya lo lograron. Esa atención es todo lo que obtendrán. Esa es su recompensa.
Ahora bien, no está mal que alguien reconozca tu generosidad. El problema surge cuando das precisamente para ser reconocido. Si lo haces solo para que tu nombre quede grabado en una placa o en un ladrillo conmemorativo, esa placa es tu recompensa. Así que asegúrate de disfrutarla. Ve, tómate una foto junto a esa placa, compártela… porque esa será toda tu recompensa por haber “hecho sonar la trompeta” mientras dabas.
El Señor, con esta enseñanza, nos lleva a hacer una pregunta muy sencilla: ¿Por qué damos? ¿Cuál es la verdadera motivación detrás de nuestra generosidad?
Ahora, en el versículo 5, Jesús habla de la segunda “columna” de la vida piadosa según las enseñanzas judías: la oración. Mira de nuevo lo que dice aquí:
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres.” (Mateo 6:5a)
Una vez más, Jesús no está condenando la oración en público. Él mismo oró en público muchas veces. Tampoco hay nada de malo en orar en una esquina concurrida. Más de una vez yo he orado en una intersección, aunque casi siempre diciendo: “Señor, por favor, haz que el semáforo se ponga verde pronto.”
En tiempos del Señor, había horarios establecidos para que el pueblo judío orara junto: a las 9 de la mañana, al mediodía y a las 3 de la tarde.
Además de esas horas de oración, se oraba en otros momentos prácticamente por todo. Había oraciones para pedir lluvia, para dar gracias cuando caía un rayo o se veía el mar, para recibir buenas noticias, e incluso al estrenar un mueble nuevo. Y nada de eso estaba mal. De hecho, la intención era traer todos los aspectos de la vida a la presencia de Dios.[iv]
Es algo hermoso cuando la oración se convierte en una conversación constante con el Señor.
El problema —como Jesús deja claro— es que muchos oraban con un propósito equivocado: ser vistos. El término griego que usa el evangelio significa literalmente “poner un pequeño espectáculo”, como si la oración fuera una función teatral.
En el caso de aquellos fariseos, ellos coordinaban sus oraciones para coincidir con lugares de máxima visibilidad. Calculaban el momento exacto para llegar al mercado principal o a una esquina transitada justo cuando sonaba la hora de oración. Jesús menciona que lo hacían “en las esquinas de las calles”, donde se les podía ver desde cualquier dirección.
Incluso algunos, según escriben historiadores, sincronizaban sus pasos para que el llamado a la oración los sorprendiera justo en lo más alto de las escaleras del pórtico del templo. Allí se detenían, se volvían solemnemente, y comenzaban a orar. La multitud observaba y decían: “¡Qué hombres tan devotos!”
Pero Jesús no estaba impresionado. Por eso, al final del versículo 5 repite la advertencia:
“De cierto os digo, ya tienen su recompensa.” (Mateo 6:5b)
Ya consiguieron lo que buscaban: atención y aprobación de la gente… pero no la del Señor.
De nuevo, no hay nada de malo en orar delante de una congregación o en un grupo de estudio bíblico. El problema no está en el lugar donde oras, sino en la motivación que hay detrás.
¿Estás tratando de impresionar a alguien con tu elocuencia? ¿Quieres que noten cuántos versículos sabes de memoria o qué tan refinado es tu vocabulario? Seamos honestos: todos podemos luchar con eso.
Si eres la tercera persona en un grupo de oración, probablemente pasas parte del tiempo durante las primeras dos oraciones pensando en cómo vas a comenzar la tuya. Y muchas veces, sin darnos cuenta, estamos más enfocados en cómo sonará nuestra oración que en hablar realmente con Dios.
Este pasaje nos recuerda que Jesús no se impresiona con palabras sofisticadas, sino con un corazón sincero. Él no está interesado en la formalidad, sino en la sencillez.
No olvides que, en unos momentos, les va a enseñar a Sus discípulos una oración que se puede decir en menos de 20 segundos.
Ahora, antes de enseñar esa oración modelo, Jesús menciona el tercer pilar –la tercera práctica– que, según los líderes religiosos, demostraba espiritualidad: el ayuno. Y una vez más, Jesús corrige lo que Sus discípulos habían aprendido sobre este tema.
En el versículo 16, leemos:
“Cuando ayunen, no pongan cara triste como los hipócritas, porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan.” (Mateo 6:16a)
Los fariseos eran conocidos por untarse ceniza en las mejillas para verse pálidos y demacrados. Originalmente, el ayuno era un acto para apartarse y enfocarse en Dios, una práctica nacional que el pueblo observaba una vez al año en el Día de la Expiación.
Pero para la época de Jesús, los líderes habían decidido que una vez al año no era suficiente, así que comenzaron a ayunar dos veces por semana. Y no escogían cualquier día… lo hacían los lunes y jueves, precisamente los días en que había mercado en las ciudades y pueblos. Esos eran los días en que las calles se llenaban de gente que venía a comprar, vender y comerciar.
¿Coincidencia? Difícil de creer. El espectáculo más grande del mundo necesitaba la mayor cantidad de espectadores.
Por eso, Jesús enfatiza nuevamente en el versículo 16 que estos líderes ayunaban “para ser vistos por los hombres”.
En otras palabras, convirtieron el ayuno en una función teatral de gran escala, como una obra de Broadway. Lo que debía ser un tiempo para humillarse y enfocarse en Dios, terminó siendo una plataforma para atraer atención y elogios.
Y, una vez más, al final del versículo 16, Jesús repite la misma sentencia que ya había dicho sobre la limosna y la oración:
“De cierto os digo, ya tienen su recompensa.” (Mateo 6:16b)
Ellos buscaban atención y cumplidos, y los consiguieron. Pero esa fue toda su recompensa; no recibieron nada de parte de Dios.
Quizá pienses: “Bueno, yo no soy como esos fariseos.” Pero seamos sinceros:
- ¿Alguna vez ayunaste y te molestó que nadie se diera cuenta de que estabas saltándote el almuerzo?
- ¿Alguna vez diste una ofrenda grande y te aseguraste de que alguien lo supiera?
- ¿Alguna vez pasaste tiempo orando y te encargaste de que otros lo escucharan?
- ¿Alguna vez Dios te usó para hacer algo y no pudiste esperar para contarle a todos?
La verdad es que solemos parecernos más a los fariseos de lo que quisiéramos admitir. Nos cuesta muchísimo mantener en secreto nuestras disciplinas espirituales; no es divertido si no podemos convertir nuestra devoción en un desfile público.
El predicador inglés Charles Spurgeon, a finales del siglo XIX, escribió sobre este pasaje: “Dios observa, y Él es audiencia suficiente.”
Con esto, Jesús pasa a dar una enseñanza todavía más específica acerca de la oración, diciéndonos ahora cómo no debemos orar.
Cómo no debemos orar
Volvamos al versículo 7, donde dice:
“Y al orar, no usen vanas repeticiones como los gentiles, porque ellos piensan que por su palabrería serán oídos.” (Mateo 6:7)
En esta breve declaración, Jesús derriba tres conceptos erróneos sobre la oración que siguen siendo comunes incluso hoy.
Usando vanas repeticiones
Primero: Mientras más veces repitas una oración, más probable es que Dios te escuche. Jesús dice claramente:
“No usen vanas repeticiones al orar.” (Mateo 6:7a)
No hay nada de malo en pedir lo mismo una y otra vez con sinceridad. El propio Jesús oró tres veces la misma petición en Getsemaní. Pero Su oración no era mecánica; brotaba de Su corazón.
La palabra griega que se usa para “vanas repeticiones” describe balbucear o murmurar sin sentido; mover la boca mientras la mente no está concentrada. Es repetir palabras de forma automática, sin pensar en lo que se dice. Y esa es una característica frecuente de la religión falsa: oraciones que suenan piadosas pero carecen de vida.
Pensemos en algunos ejemplos. En circulos musulmanes se puede repetir “Alá es Dios” o “Alá es grande” cientos de veces durante un funeral. Pueden repetir una sola palabra una y otra vez hasta el cansancio.
Los budistas escriben oraciones en un cilindro y lo hacen girar, creyendo que cada vuelta cuenta como una plegaria que asciende.
Los católicos rezan el “Ave maría” y el “Padre nuestro” contando una y otra vez en el rosario las mismas oraciones, esperando que tras repetirlas decenas de veces Dios finalmente escuche.
¿Por qué tantas religiones insisten en eso? Porque conocen muy poco del verdadero carácter de Dios. No entienden que Él no se distrae ni se molesta por nuestras necesidades; que no responde de mala gana simplemente al “que más insiste” para que deje de molestar o como si premiara al que hace más ruido y más interesado parece en recibir su petición.[v]
La oración persistente, hecha con palabras sinceras que nacen de una necesidad real, no es porque a Dios le cuesta oirnos ni porque necesitamos recordarle nuestras necesidades como si no las supiera, sino porque nosotros necesitamos recordar que dependemos de Él, que esperamos en Él y que nos rendimos a lo que Él decida para nosotros.
Pero Dios siempre está escuchando. Dios no es como nosotros. No tenemos que insistirle hasta que se canse y nos haga caso. No necesita que repitamos la misma frase una y otra vez para “despertarlo” o convencerlo.
Alargando las oraciones
Continuamos. El segundo concepto erróneo acerca de la oración: Mientras más larga sea la oración, más probable es que Dios te atienda.
Jesús continúa en el versículo 7:
“Y al orar, no usen vanas repeticiones como los gentiles, porque ellos piensan que por su palabrería serán oídos. No seáis, pues, semejantes a ellos…” (Mateo 6:7-8a)
En los días de Jesús, muchos creían —incluso fuera del judaísmo— que los dioses podían “ceder” cuando las oraciones eran extensas. Pensaban que si oraban lo suficiente, terminarían cansando o agotando a sus dioses, hasta que estos les concedieran lo que pedían.
Peritame citar a algunos rabinos de la época de Jesús. Uno enseñaba: “Todo aquel que prolonga su oración es escuchado por Dios”. Aquí hay otro: “Siempre que los justos hacen largas oraciones, sus oraciones son respondidas.”[vi]
Imagina lo impactante que fue cuando Jesús dijo que esa forma de pensar era propia de los paganos, no de los hijos de Dios. “Así es como oran los idólatras no los creyentes”.
No es que esté mal hacer una oración larga. Pero una oración corta, dicha con fe, puede ser igual de poderosa. Piensa en Pedro cuando comenzó a hundirse en el agua: solo dijo, “¡Señor, sálvame!” —y eso bastó. Jesús no le dijo: “No, no. Tienes que empezar con “Padre nuestro que estas en los cielos…”
Cuando inclinas tu cabeza para orar, Dios no le dice al ángel Gabriel: “Saca el cronómetro; si pasa de diez minutos, mándale una respuesta; si llega a treinta, tráele una bendición extra.”
Ese es el modo de pensar de la religión, no el de un verdadero discípulo.
Pensando que Dios necesita información
Esto nos lleva al tercer concepto erróneo: Mientras más detalles le des a Dios, más probable es que entienda y responda.
Jesús aclara en el versículo 8:
“No seáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.”(Mateo 6:8)
En otras palabras, la oración no es para informarle a Dios de algo que Él desconoce. Él sabía desde la eternidad lo que necesitarías dentro de una semana. De hecho, Dios jamás ha aprendido nada nuevo. Nunca se ha encontrado con una situación que lo tome desprevenido. Siempre ha sabido exactamente lo que necesitamos, mucho antes de que se lo pidamos. Jesús nos está recordando que Dios no necesita recordatorios.
Entonces, ¿por qué derramar nuestro corazón delante de Él, si ya lo sabe todo? Porque la oración no es para recordarle a Dios nuestras necesidades, sino para recordarnos a nosotros mismos que dependemos de Él.
Cuando oramos, verbalizamos nuestras cargas, trabajamos en nuestra propia alma, y aprendemos a someter nuestros deseos a Su voluntad.
Al orar, reconocemos que Dios nos dará todo lo que necesitamos; que hará en nosotros, por nosotros y a través de nosotros lo que sea necesario; y que, al final, Él mismo es todo lo que verdaderamente necesitamos.
Conclusión
Todo lo que hemos visto hasta ahora ha sido solo la introducción. Todas estas enseñanzas nos llevan a una escena clave en el evangelio de Lucas, capítulo 11. Llegamos a la misma conclusión de los discípulos, que le dicen a Jesús en el versículo 1:
“Señor, enséñanos a orar…” (Lucas 11:1b)
En otras palabras, reconocen que no saben cómo hacerlo.
Y me resulta fascinante notar que los discípulos nunca le pidieron a Jesús que les enseñara a hacer milagros, multiplicar pan, o caminar sobre el agua. No le preguntaron cómo podian convertir el agua en vino. La única peticion que encontramos en la Escritura de parte de los discípulos es esta: “Señor, enséñanos a orar.” Y Jesús accede a su petición.
Después de enseñarles cómo no deben orar, ahora les va a enseñar a ellos – y a nosotros también, en menos de 30 segundos cómo orar correctamente.El Señor nos dice que no pongamos un espectáculo religioso. No quiere que convirtamos la oración en una actuación para ser vistos aquí en la tierra. Más bien, nos enseña a comunicarnos con sencillez, confianza y humildad, con nuestro Padre que está en los cielos.
[i] William Barclay, The Gospel According to Matthew: Volume One (Westminster Press, 1958), p. 185
[ii] Ibid
[iii] Quoted by Tremper Longman III & David E. Garland, General Editors; The Expositor’s Bible Commentary: Volume 9 (Zondervan, 2010), p. 198
[iv] Adapted from Barclay, p. 194
[v] Adapted from Douglas Sean O’Donnell, Matthew (Crossway, 2013), p. 162
[vi] Barclay, p. 195