Introducción
Era el 19 de noviembre de 1863. Estados Unidos seguía inmerso en una sangrienta guerra civil que llevaba ya más de dos años. El país estaba dividido entre el norte y el sur, y más de medio millón de soldados ya habían muerto o resultado heridos. Ese día, se celebró un acto conmemorativo para dedicar un nuevo cementerio militar en Gettysburg, Pensilvania, el sitio donde, solo unos meses antes, había ocurrido una de las batallas más decisivas y sangrientas del conflicto. Fue un momento solemne en medio del caos de la guerra.
Dos oradores fueron invitados para hablar en la ceremonia. El primero fue Edward Everett, un político famoso que había sido gobernador, senador, presidente de la Universidad de Harvard y secretario de Estado. Lo consideraban como uno de los oradores más brillantes de su tiempo. Everett se puso de pie ante la multitud y, con su elocuencia habitual, pronunció un discurso de casi dos horas, interrumpido varias veces por aplausos y ovaciones.
Luego fue el turno del segundo orador: el presidente Abraham Lincoln. Delgado y visiblemente cansado, subió al podio, se ajustó sus lentes de marco de acero… y pronunció un discurso que duró apenas dos minutos. Cuando terminó y se sentó, un periodista se le acercó y le preguntó: “¿Eso es todo?” Y Lincoln respondió: “Eso es todo”.
La prensa no tardó en criticarlo duramente. Algunos lo acusaron de ignorante y otros calificaron su discurso como “comentarios ridículos” y “palabras tan insípidas que deberían avergonzar a todo estadounidense”. Pero hoy, más de un siglo después, nadie puede citar una sola frase del largo discurso de Everett. En cambio, las breves palabras de Lincoln —el famoso Discurso de Gettysburg— se convirtieron en un tesoro nacional.
Me pareció interesante que, poco después del evento, Everett le escribió una nota a Lincoln que decía: “Ojalá pudiera halagarme diciendo que logré acercarme tanto a la idea central del evento en dos horas como usted lo hizo en dos minutos”.[i]
Repaso
Al comenzar a explorar el modelo inspirado de oración que nos enseñó el Señor Jesús, descubrimos algo sorprendente: Tú y yo podemos alcanzar el oído de Dios con una oración de dos minutos… o incluso menos.
Como aprendimos en nuestro estudio anterior, en los días de nuestro Señor Jesucristo, los discípulos habían crecido en un entorno donde casi todo lo que sabían sobre la oración… estaba mal. Ya sea que lo hubieran aprendido de su cultura secular o de sus propios líderes religiosos, tenían ideas muy distorsionadas sobre cómo comunicarse con Dios.
Había creencias equivocadas muy arraigadas en el primer siglo:
- Una era que, cuanto más repetías tu oración, más probable era que Dios te respondiera.
- Otra era que, cuanto más tiempo orabas, más atención te prestaría Dios.
- Una más era que, cuantos más detalles dieras, más fácil sería para Dios saber qué hacer.
Pero Jesús fue directo y claro con sus discípulos: “Así oran los incrédulos; así oran los paganos. Así es como funciona el espectáculo religioso”. En otras palabras, esa forma de orar no agrada a Dios.
Cuando se trataba de orar, los discípulos estaban empezando desde cero. Y no es de extrañar que le pidieran al Señor, en Lucas capítulo 11: “Señor, enséñanos a orar”. De hecho, en el idioma original, la forma verbal que usan comunica urgencia. Es como si dijeran: “¡Señor, enséñanos ya cómo orar!”[ii]
Observe el final del versículo 1:
“Uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.” (Lucas 11:1)
Al parecer, los discípulos de Jesús sabían que Juan el Bautista tenía una vida de oración auténtica. Aunque la Biblia no nos dice qué oraciones enseñaba, está claro que Juan guiaba a sus seguidores a tener una comunión genuina con Dios. Así que, ellos piensan: Necesitamos ahora que nuestro maestro nos enseñe a orar.
Ahora bien, es importante tener en cuenta lo siguiente: Esta no es la oración que Jesús solía orar, sino la que enseñó a orar a sus seguidores. No es la oración del Señor, sino la oración de los discípulos. De hecho, Jesús nunca repetiría algunas de las cosas que aquí se dicen. Por ejemplo, Él jamás tendría que pedirle perdón al Padre por sus pecados… porque nunca pecó.[iii]
Esta oración es un modelo para nosotros, los que seguimos a Cristo. Es una guía para orar de forma auténtica y genuina. Es una manera concreta de comunicarnos con el corazón de Dios en tan solo dos minutos o aún menos.
Principios clave para la oración
Dividí esta oración en siete principios clave. En este mensaje, solo veremos los dos primeros; abordaremos los demás más adelante. Podría resumir el primer principio así: La oración genuina debe reconocer a quien va dirigida.
Reconoce a quién va dirigida
Mire cómo comienza la oración, en el versículo 2:
“Padre…” (Lucas 11:2)
¡Alto ahí! Solo esta palabra ya representa un cambio radical en la manera típica de orar de los discípulos. En griego es Pater; en arameo, Abba; en alemán, Vater; en inglés, Father, en español, Padre. No importa el idioma, esta palabra es una de las formas más simples de comenzar una oración… pero también es una de las más profundas. Y en muchos contextos religiosos, es sorprendente.
Esto era algo completamente nuevo para los discípulos. En todo el Antiguo Testamento, a Dios solo se lo llama Padre unas siete veces, y siempre en un sentido colectivo o nacional, nunca personal. Es decir, Dios era el padre de la nación. Pero ahora, con la llegada de Jesús, Dios se presenta como un Padre personal… como tu Padre.
Esta relación entre Dios como Padre y nosotros como sus hijos lo cambia todo. Afecta la manera en que creemos… y la manera en que adoramos.
En los tiempos de Jesús, ni los judíos ni los paganos se atrevían a hablarle a Dios así. De hecho, se creía que los dioses griegos y romanos eran temperamentales y se ofendían fácilmente si uno no usaba las palabras correctas al dirigirse a ellos. Era todo un juego de apariencias, temor y formalidad.[iv]
Pero aquí, Jesús invita a sus seguidores —y a nosotros— a acercarse al Dios vivo con una expresión sencilla y profunda: “Padre”. Esta es una invitación impactante a tener una comunión transparente con Dios. Pero también es una afirmación con una condición muy clara.
Todo lo que viene después en esta oración parte de un hecho fundamental: que Dios es tu Padre celestial.
Y eso significa algo muy importante: no puedes esperar que Dios te escuche si no has venido a Él buscando Su redención.
En otras palabras, no puedes llamarlo tu Padre si no has recibido a Su Hijo como tu Salvador. Porque si Jesús no es tu Redentor… entonces Dios no es tu Padre.
Para ilustrarlo, imagine que esta semana recibo una carta. En el sobre dice “Pastor Stephen Davey”, con una dirección desconocida como remitente. No parece propaganda, así que la abro. Adentro hay una carta escrita a mano que comienza con las palabras: “Querido papá”. Ok, eso es interesante. Voy al final y leo: “Tu hijo, Charlie”.
Inmediatamente empiezo a sospechar. Pero la carta está dirigida a mí, comienza con “Querido papá”, así que sigo leyendo.
Dice: “Papá, el pago de la universidad vence en dos semanas. No tengo el dinero, así que por favor mándame cinco mil dólares lo antes posible. Gracias… y por cierto, eres el mejor papá del mundo”. Suena lindo, ¿verdad? Y me halaga que piense eso de mí. Pero hay un problema: yo no tengo un hijo llamado Charlie. Y eso significa que él no es mi responsabilidad.
Esa carta terminará en la basura. ¿Por qué? ¿Porque soy un padre amargado? No. La razón es simple: la petición está basada en una relación que no existe.
Así también, toda esta oración —y todo lo relacionado con la oración— depende de una relación real con Dios.
Para que Dios sea tu Padre… primero Su Hijo debe ser tu Salvador. Jesús lo dejó claro en Juan 14:6, cuando dijo:
“Nadie viene al Padre sino por mí.”
Esa no es simplemente una referencia a cómo llegar al cielo, aunque esa es la aplicación principal en su contexto. Pero el concepto en su totalidad nos enseña que no hay forma de acercarse a Dios sin pasar por Jesús – en oración, en relación, en esta vida o al morir.
La Biblia dice que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). Eso significa que Él es el único puente, el único acceso verdadero a la presencia del Padre.
Así que podríamos decirlo de esta manera: No puedes entrar al cielo sin el Hijo de Dios… y tampoco puedes entrar en contacto con el cielo sin Jesús.
Jesús es la puerta. Si no has venido a Dios por medio de Cristo, no importa cuán sinceras parezcan tus oraciones… no tienen dirección válida ni destino eterno. Pero cuando el Hijo de Dios se convierte en tu Salvador personal, entonces Dios el Padre se convierte en tu Padre personal. Así lo afirma Juan 1:12:
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”
Ese versículo no dice que todos son automáticamente hijos de Dios. Dice que solo quienes reciben a Cristo y creen en Él tienen el derecho de ser llamados hijos de Dios. Ser hijo de Dios no es un estado natural; es un privilegio concedido por gracia, por medio de la fe. Y eso significa que cuando oras, lo haces como miembro de la familia… con plena confianza de que tu Padre te escucha.
Primera de Juan 3:1 dice:
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.”
Y Gálatas 3:26 declara:
“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.”
Así que orar, en esencia, es ejercer el derecho que tenemos como miembros de la familia, para presentarnos ante Dios como nuestro Padre.
En el relato de Mateo, Jesús añade algo más a esta idea. Allí dice:
“Padre nuestro que estás en los cielos…”
(Mateo 6:9)
El punto aquí es que Jesús quiere que sus discípulos entiendan bien a quién se están dirigiendo. Y esa dirección es crucial, porque hay dos padres espirituales: uno representa a los miembros de la familia del cielo… y el otro representa a los de la familia del infierno.
Jesús dejó esto en claro cuando confrontó a los fariseos. Eran unos hipócritas, unos actores, interesados no en Dios, sino únicamente en sí mismos. Y Jesús los desenmasca en frente de todos y, como era de esperarse, eso no les gustó mucho que digamos. Por eso, en una conversación bastante tensa, registrada en Juan capítulo 8, ellos le dijeron a Jesús:
“Nosotros no nacimos de fornicación” (Juan 8:41b)
Con eso estaban tratando de desacreditar a Jesús, insinuando que su nacimiento había sido ilegítimo, ya que María no estaba casada cuando lo concibió. Rechazaban por completo el testimonio del nacimiento virginal, así que lo atacaban con eso. Sigamos leyendo. Los fariseos dicen:
“Nosotros no nacimos de fornicación; un padre tenemos: Dios.” Jesús les dijo: “Si vuestro Padre fuera Dios, me amaríais, porque yo de Dios he salido y he venido… Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.” (Juan 8:41–44)
Imagínese la escena: Jesús les está diciendo a los líderes religiosos de su época que, aunque creían que su Padre era Dios —que pertenecían a la familia del cielo— en realidad pertenecían a la familia del infierno. Su verdadero padre era Satanás. Y eso significa que muchas de las oraciones que pensaban que Dios había contestado… en realidad las había respondido Satanás.
¿En serio responde Satanás las oraciones de sus hijos? ¿Respondería a sus oraciones para engañarlos, haciéndoles creer que pertenecen a Dios cuando no es así? Absolutamente. Y lo sigue haciendo hasta el día de hoy. De hecho, uno de los engaños favoritos de Satanás es darle a alguien algún tipo de experiencia religiosa, o una especie de sentimiento espiritual… y luego usar eso para hacerle pensar que proviene de Dios, y que ahora está bien con Dios, sin importar lo que piense sobre la Biblia, sobre Jesús o sobre el evangelio.
Recuerdo haber hablado con un hombre que no creía en Cristo, pero hablaba de una ocasión en la que estaba junto al lago y fue invadido por una profunda sensación de gozo, paz y calidez. Estaba convencido de que eso había venido de Dios; y por lo tanto, asumía que claramente estaba en comunión con Dios, aunque no creyera en nada de lo que alguien intentara decirle sobre el evangelio.
Permítame mostrarle a un grupo de personas dinámicas, que incluso representaban a Jesús, que cautivaban a las multitudes y tenían al público en la palma de su mano. Jesús nos lleva a la escena final del juicio, donde será juzgado todo el mundo incrédulo. Jesús profetiza sobre ese juicio futuro en Mateo 7 y dice:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí.” (Mateo 7:21–23)
Estas personas profetizaban en el nombre de Jesús. Profetizar puede referirse no solo a anunciar el futuro, sino también a proclamar poderosamente la Palabra de Dios. Pero su poder los había engañado, porque venía de Satanás, no de Dios.
Echaban fuera demonios. Imagínelo: tenían reputación de tener autoridad sobre el mundo demoníaco. Pero el príncipe de los demonios les había concedido esa autoridad… para engañarlos. Hacían obras poderosas, milagros incluso. Realizaban señales. Tal vez influenciaban a miles de personas… pero eran hijos engañados dentro de la familia de Satanás, no de Dios.
Y lo más impactante es que, en ese juicio final, Jesús no niega que hicieron milagros, ni que predicaron, ni que usaron su nombre. Él simplemente les dirá: “Nunca los conocí”. En otras palabras: “Ustedes no eran parte de mi familia. Solo eran parte del espectáculo religioso, actuando como si fueran espirituales para recibir aplausos y aprobación, que en el fondo es lo que realmente deseaban. Todo lo que hacían no era para la gloria de Dios, sino para la suya propia.”
Jesús está diciendo: “La oración genuina va dirigida a tu Padre celestial. Así que asegúrate de tener una relación genuina con el Padre celestial. Y así cómo puedes estar Seguro de que la tienes.” Un hipócrita nunca va a orar de esta manera. Ni siquiera estará interesado en este tipo de oración.
- No va a confesar que es pecador ni que necesita perdón —y esta oración lo hace.
- No va a interesarse en que se haga la voluntad de Dios en la tierra.
- No le importa el plan del reino de Dios, solo el suyo.
- Y por supuesto, no va a pedir ser librado de la tentación, porque vive para pecar.
Ellos no van a aceptar este modelo de oración. Así que, cuando ores, tus palabras no llegarán al cielo —es decir, Dios no te escuchará— a menos que esta frase sea una realidad en tu vida: Padre nuestro que estás en los cielos. Eso nos lleva al segundo principio que veremos hoy: La oración genuina no solo reconoce a quién va dirigida, sino que también reverencia los atributos de Dios.
Reverencia los atributos de Dios
No pases esto por alto. La frase: “Padre nuestro que estás en los cielos” no solo señala la dirección de la oración, también describe los atributos de Aquel a quien nos dirigimos. Que nuestro Padre está en los cielos” resalta que Dios por encima de toda la creación. Escucha cómo lo expresa el salmista en el Salmo 33:
“Desde los cielos miró Jehová; vio a todos los hijos de los hombres; desde el lugar de su morada miró
sobre todos los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras.” (Salmo 33:13–15)
Esto habla de sus atributos divinos: Él está por encima de todas las cosas, es soberano, majestuoso, justo y misericordioso.
Cuando oramos, no intentamos torcerle el brazo y conformar Su voluntad a la nuestra; buscamos someter nuestra voluntad a la Suya. Él está en el trono… y nosotros a sus pies.
Un autor lo expresó de esta manera: “Visite cualquier iglesia un domingo por la mañana —casi cualquiera— y probablemente encontrará una congregación cómoda al relacionarse con una deidad que encaja bien en sus experiencias espirituales. No encontrará mucho asombro ni sentido de misterio. Pero el Nuevo Testamento nos advierte: debemos ofrecerle a Dios una adoración aceptable con reverencia y temor; porque nuestro Dios es fuego consumidor.”[v]
Jesús lo deja en claro: la oración genuina exalta a Dios el Padre; lo coloca en el lugar que le corresponde. Y cuando hacemos eso, se vuelve más difícil orar como si Él fuera un abuelo consentidor que no sabe decir que no, o como si fuera un genio mágico que vive para conceder nuestros deseos. Dios no es una figura pasiva esperando complacer nuestras demandas. Él está en Su trono. Nosotros no pedimos que se haga nuestra voluntad en el cielo… sino que se haga Su voluntad en la tierra.
Conclusión
Antes de terminar siquiera las primeras palabras de esta oración modelo, Jesús ya nos está enseñando a magnificar y exaltar los atributos del Padre. La oración genuina no trivializa a Dios… le rinde tributo.
Esta oración inicia con una invitación a entrar en la presencia del Padre, para hablar con Él de forma abierta y personal. Pero, al mismo tiempo, nos recuerda que debemos limpiarnos los pies al entrar. Esta oración nos enseñará cómo mantenernos limpios.
Desde el inicio, se nos promete una bienvenida como hijos, pero también se nos da a entender que tenemos una responsabilidad. Somos parte de Su familia. Somos sus hijos. Él nos dio Su nombre: el nombre de Su Hijo, nuestro Redentor. Cristiano es nuestro nombre. Somos cristianos porque pertenecemos a Cristo.
Muchas veces, cuando era joven y estaba por salir de casa para cualquier cosa: un partido o algún evento en la escuela o lo que fuera, justo antes de abrir la puerta, mi madre me dada el mismo recordatorio: “¡No te olvides de tu apellido!” Era tanto una advertencia como hermoso recordatorio. Yo pertenecía a esta familia. Llevaba el nombre de mi familia. Y debía tener cuidado con eso. Los estaba representando y debía actuar como un miembro digno de mi familia.
Querido creyente, no olvides a quién perteneces. Tu eres un cristiano. Perteneces al Señor Jesucristo. Dios es tu padre. Y él te ha adoptado en su familia.
Este modelo de oración comienza llevándonos a reconocer a quién nos dirigimos… y nos conduce a reverenciar sus atributos divinos. Con estas primeras palabras, estamos en camino a entrar directamente a la misma presencia del Dios todopoderoso. El Creador del universo que nos abre las puertas y nos invita a hablar con Él – no por mérito nuestro, sino gracias a Su Hijo, nuestro salvador, quien nos incorpora en la familia de Dios.Y comenzamos orando, no pidiendo o demandando lo que necesitamos… sino reconociendo quién es Él. Grande. Santo. Cercano. Nuestro Padre, que está en los cielos.
[i] “Gettysburg Address” Microsoft ® Encarta (1994 Funk & Wagnall)
[ii] Darrell L. Bock, Luke: Volume 2 (Baker Academic, 1996), p. 1050
[iii] Warren W. Wiersbe, Luke: Be Compassionate (Victor Books, 1989), p. 122
[iv] David E. Garland, Zondervan Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 461
[v] Adaptado de Donald McCullough, “The Trivialization of God”