Calendario

Encuentre sus programas por nombre y fecha de transmisión en nuestro calendario interactivo.

Biblioteca de Estudios

Encuentre sus programas favoritos por libro de la Biblia.

Artículos y Devocionales

Crezca en su caminar con Dios con nuestros artículos, devocionales y más.

El Evangelio

Conozca el regalo de Dios para su corazón.

Acerca del Ministerio

Conozca nuestra historia, propósito y más.

Declaración Doctrinal

Esto es lo que creemos como ministerio

Amigos de Sabiduría

Suscíbase a nuestra lista de correo

Santificando el nombre de Dios

La oración que Jesús enseñó comienza con una frase que muchos repiten, pero pocos comprenden: “santificado sea tu nombre”. Esta expresión, lejos de ser una fórmula religiosa, revela una prioridad divina que debería moldear nuestra vida entera. ¿Qué significa realmente santificar el nombre de Dios? ¿Cómo se relaciona eso con nuestra conducta diaria y nuestro testimonio ante el mundo? En este estudio descubriremos que no basta con orar correctamente, sino que debemos vivir de manera que su nombre sea reverenciado. Le invitamos a escuchar esta enseñanza que nos reta a representar dignamente al Dios que llamamos Padre.

Compartir esta lección

Introducción

Acabamos de comenzar nuestro estudio sobre la oración conocida como El Padre Nuestro y que estamos llamando la oración de los discípulos. Una de las cosas que hice en preparación de esta serie de estudios, fue comprar unos seis o siete libros sobre este pasaje y así profundizar en mi propio entendimiento.

Uno de los libros que compré fue un comentario publicado hace poco sobre el Evangelio de Lucas escrito por R.C. Sproul. Creo que fue el último comentario que escribió antes de partir a la presencia del Señor.

Él comienza el capítulo sobre este pasaje con una historia que dice así: Su nombre era Pedro. Tenía una barbería en un pequeño pueblo. Una tarde, se abrió la puerta del local y entró un criminal. Era un hombre buscado por las autoridades, vivo o muerto. Se había ofrecido una gran recompensa por su captura.

El criminal le pidió al barbero un corte y un afeitado. Pedro enjabonó su rostro y cuello. Afiló su navaja y movió la hoja hacia el cuello del hombre. Pedro sabía que bastaba con aplicar un poco más de presión para matar a ese hombre y reclamar la recompensa. Pero lo último que Pedro pensaba hacer era matar a ese criminal. Aunque ese hombre era buscado por líderes civiles y la iglesia, resultaba ser su amigo y héroe de la fe.

Ese criminal sentado en su silla era el reformador Martín Lutero. Su crimen, denunciar a la iglesia católica de corromperse y alejarse del evangelio. Mientras lo afeitaba, Pedro aprovechó la oportunidad para hacerle una pregunta espiritual. Sabía que Lutero no solo era un brillante teólogo y un valiente reformador, sino también un hombre de oración. Así que, mientras conversaban aquella tarde, le dijo:

—Doctor Lutero, ¿podría enseñarme a orar?

Lutero le respondió a Pedro, el barbero de Wittenberg, Alemania:

—Por supuesto, te enseñaré sobre este asunto de la oración.

Después de su corte y afeitado, Lutero fue a su estudio y escribió una lección, no para el mundo —aunque eventualmente sería publicada—, sino para Pedro, su barbero. Tituló el pequeño libro: Una manera sencilla de orar.[i]

Y lo único que hizo Lutero fue explicar cada frase de esta oración modelo que conocemos como “El Padre nuestro”. No existe forma más clara, ni más profunda, de aprender a orar que a través de las palabras que salieron de los labios del Hijo de Dios. Todo lo que necesitamos para orar bien ya está en las palabras de la Escritura.

Me llamó la atención que Pedro, el barbero, tenía algo en común con Pedro, el apóstol, y con los demás discípulos también: él reconoció que necesitaba aprender a orar. 

La verdad es que nosotros a menudo tenemos la misma pregunta:

  • ¿Cómo debemos orar?
  • ¿Qué clase de oración llega al trono de Dios?
  • ¿Qué tipo de oración es verdaderamente significativa?
  • ¿Por qué cosas debemos orar?
  • ¿Por dónde empezamos siquiera?

Estas son preguntas extremadamente importantes. Volvamos a la respuesta que Jesús les dio a sus discípulos —y a nosotros— registrada en el evangelio según Lucas, capítulo 11.

El fundamento de toda oración

En nuestro estudio anterior, aprendimos que se comienza a orar de una manera muy sencilla, pero profunda, al dirigirse a Dios como “Padre”, tal como dice el versículo 2. Esa palabra inicial literalmente abre la puerta. Si Él es tu Padre, usted puede entrar en Su presencia cada vez que lo desees.

Y puedes llamarlo “Padre” porque has recibido a Su Hijo, el Señor Jesús, como tu Salvador. Y gracias a Jesús, tienes acceso para entrar con confianza a la misma presencia de Dios Padre (Hebreos 4:16).

Jesús lo dejó completamente claro cuando dijo:
“Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).

El Hijo de Dios es el mediador entre la humanidad y el trono de Dios (1 Timoteo 2:5). Él es el único puente, la única vía segura, y la única voz autorizada que puede representarnos ante el Padre.

Recuerdo haber asistido a un evento en el centro de la ciudad donde se habían reunido pastores para orar, y me habían invitado a dirigir una oración desde el micrófono. Llegué tarde, y mientras subía al escenario vi a varios pastores reunidos en un círculo, debatiendo si debían orar “en el nombre de Jesús” por temor a ofender a alguien.

Y eso fue hace 30 años. Desde entonces no me he juntado con ellos otra vez porque ni siquiera saben a quién están orando. Cuando me tocó pasar al micrófono, oré en nombre de Jesús, por medio de Jesús y para la gloria del nombre de Jesús… para que nadie lo pudiera ignorar.

“Nadie viene al Padre sino por mí”, dijo Jesús.

Y este es el punto: lo llamamos “Padre”. Es decir, la oración es solo para miembros de la familia, o para aquellos que claman a Cristo para ser parte de Su familia. Y cuando tienes a Cristo, recibes a la llave maestra para entrar a la presencia del Padre.

Y la buena noticia es que, como creyente, la oración no es una recompensa reservada para los miembros de la familia que tienen todo en orden.

Ya sea que esté en la cima de la montaña en su caminar cristiano, o atravesando un valle de desesperación, la oración no está reservada para los cristianos “exitosos”; está disponible para cristianos que están luchando también.

Y eso es porque la oración no se basa en una recompensa, sino en una relación.

Cuando oras, estás hablando con un miembro de la familia, y eso no cambia; Él es tu Padre, y tu eres Su hijo. A los que reciben a Jesús, dice Juan 1:12, “a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”

Así que, no pase por alto esa primera palabra. De hecho, todo lo que sigue en esta oración depende del hecho de que Él sea tu Padre.

Ahora, permítame mencionar que Jesús no nos dio esta oración para que la repitiéramos mecánicamente. Es cierto que la iglesia ha repetido esta oración durante dos mil años ya —tanto en reuniones como en privado— y no hay nada de malo en eso. No hay nada de malo en citarla; al fin y al cabo, es parte de la Escritura, directamente de la enseñanza de Jesús. Pero, Jesús, en esencia, les está enseñando: “Cuando oren, digan algo como esto; usen esto como un modelo.”

Y me encanta el hecho de que esta oración sea lo suficientemente sencilla para un nuevo creyente; es tan clara que incluso un niño puede repetirla.

Los niños necesitan aprender a orar, y si algún día quiere que memoricen una oración como guía, esta es inspirada. Es mucho mejor que: “Señor, bendice este manjar y que haya postre al terminar.” La recitábamos de broma con mis hermanos cuando éramos niños. El Señor tuvo tanta paciencia con nosotros.

Solo recuerde que Jesús no les está dando a Sus discípulos algo para memorizar, sino algo para imitar. El Señor enseñó esta oración modelo a las multitudes en Mateo capítulo 6; y ahora está enseñando una versión más corta solo a Sus discípulos aquí en Lucas capítulo 11. Si combinamos ambos pasajes, que es lo que haremos en nuestro estudio, llegamos al mismo patrón. La oración comienza diciendo: 

“Padre nuestro (que estás en los cielos —como añade Mateo), santificado sea tu nombre.” (Lucas 11:2)

Ahora bien, la palabra “santificado” no es precisamente una palabra que usemos todos los días. “Santificado” rara vez aparece en nuestra conversación diaria; pero es crucial que la entendamos.

La reputación de Dios

La palabra “santificado” viene del verbo griego hagiazo, que significa “apartado”, “tratado como especial y sagrado”. La forma sustantiva, hagios, se traduce como “santo”. Eso es lo que los serafines —un grupo de ángeles— repiten delante del trono de Dios: “Santo, Santo, Santo”.

Lo que el Señor está haciendo aquí es enseñarnos a decir en la tierra lo mismo que los ángeles no dejan de proclamar en el cielo. “Santo, Santo, Santo”. Así es la alabanza constante en Su presencia por quien es Él. Santificado. Santo es Su nombre. Pero esto es más que solo un nombre propio.

Como verás, en aquellos tiempos, el nombre de alguien era mucho más que un simple nombre – una palabra para distinguir a una persona de otra. Nosotros solemos elegir el nombre de nuestros hijos porque suena bien con el apellido, porque rima con el de sus hermanos, o porque queremos honrar a algún familiar. Pero en la cultura judía, el nombre era una referencia al carácter y reputación que esperaban de ese niño. Quién era esa persona y el nombre con que se le llamaba debían llegar a ser el mismo. Así que, un “nombre” era una referencia a una “reputación”. 

En realidad, usamos esa misma idea hasta el día de hoy cuando decimos que alguien “tiene un buen nombre” en la comunidad. No estamos diciendo que “Carlos” o “Ana” sean nombres bonitos, sino que su reputación, su carácter, su forma de trabajar, su integridad, su manera de conducirse… todo eso es bueno.

En estas primeras palabras del versículo 2 se demuestra respeto, reverencia, asombro y gratitud por la Persona de Dios Padre. Su nombre debe ser santificado —tratado como sagrado— porque Su nombre representa todo lo que Él es por naturaleza: Él es completamente santo; eternamente, asombrosamente, gloriosamente santo.[ii]

La oración que logra pasar del techo de la sala o de la cúpula de una catedral… es la oración que reconoce cuán grande es Dios. Comenzamos contemplando con reverencia a nuestro Señor. Exaltamos su nombre porque es digno, soberano y santo. Por eso la oración puede ser tan alentadora: nos reconecta con la gloria de Dios. Este es el Dios Creador que llevó a Job a dar un recorrido por Su creación, y en los capítulos finales de ese libro leemos que solo el Señor:

  • Crea cada amanecer ordena el movimiento de cada planeta;
  • Puso los cimientos de la tierra y determinó sus medidas;
  • Diseñó el reino animal con sus instintos y belleza;
  • Controla las corrientes del mar y los límites del océano;
  • Conoce dónde vive la luz y por dónde viene el viento, y dirige las nubes;
  • Desplegó los cielos;
  • Está rodeado de majestad, dignidad, esplendor y gloria.

Este es el Dios que el salmista describe con asombro al decir: 

Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra… Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?” (Salmo 8:1,3). 

Este es el Dios del que el profeta Isaías dice: 

“¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole?” (Isaías 40:13). 

Y el apóstol Pablo, al considerar la obra redentora y el plan eterno de Dios, estalla en adoración y dice: 

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).

No es de extrañar que las únicas palabras que pueden salir de los labios de los ángeles que están cerca del trono de Dios —y que nunca dejan de decirlo— sean: “¡Santo, santo, santo!” Y tú estás hablando con ese Dios.

Estamos aprendiendo que la oración comienza con una comprensión profunda de que el Dios que nos salvó, nos ama y nos guía, que nos llama Sus hijos y nos permite —¡incluso nos invita!— a llamarlo nuestro Padre… ese Dios es infinitamente grande. Él está en Su trono eterno… y nosotros estamos a Sus pies.

El teólogo J.I. Packer escribió que este tipo de oración es la que “ha comprendido la grandeza de Dios.”[iii]

Padre, santificado sea tu nombre.

Santificando el nombre de Dios

Ahora, quiero señalar que aunque esta frase suena como una declaración —“santificado sea tu nombre”— en realidad es la primera petición que encontramos en esta oración. Mateo incluye seis peticiones; Lucas tiene cinco.

En el idioma original, el verbo “santificado sea” es un imperativo pasivo. Y estoy seguro de que eso es lo más emocionante que ha escuchado en todo el día. Pero esto implica dos cosas importantes. Puede interpretarse como un “pasivo divino”, lo que significa que estamos pidiéndole a Dios que Él mismo dé a conocer Su nombre en el mundo tal como realmente es. O sea, no es algo que hacemos nosotros, sino algo que Dios hace. Así que le estamos rogando que Él lleve a cabo esa acción: “Padre, consagra tu nombre; haz que tu nombre sea reconocido como santo y sagrado en el mundo de hoy.  Glorifica tu nombre como tú solo puedes hacerlo”. 

Esta es la misma intención que vemos en la oración de Jesús antes de ir a la cruz: “Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:28). Y la voz del cielo respondió: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.”

¿No es eso lo que anhelamos?

  • Nuestro mundo desacredita el carácter de Dios y se burla del evangelio.
  • Nuestro mundo niega Su poder como Creador y se niega a darle gracias.
  • Nuestro mundo desafía Su autoridad moral y ridiculiza Su palabra.

¿No oramos a veces pidiéndole a Dios que haga algo para que Su nombre sea reverenciado por encima de todos? ¿No clamamos por nuestros amigos no creyentes, por nuestros familiares o compañeros de trabajo diciendo: “Señor, muéstrales quién eres en verdad. Abre sus ojos para que vean la gloria de tu carácter y la hermosura de tu santidad”?

Sí, podemos orar: “Dios, que tu nombre sea santificado allá afuera, en el mundo…” Pero eso no es todo. De hecho, el mundo incrédulo ni siquiera se menciona en esta oración; los discípulos están orando para que el nombre de Dios les sea revelado a ellos, que sea reverenciado por ellos y reflejado a través de ellos. En otras palabras, esta petición tiene una dimensión personal. No solo deseamos que el mundo vea a Dios como santo; anhelamos vivir de tal manera que nuestras vidas sean evidencia de esa santidad.

Entonces, tambien podemos entender esta afirmación inicial de esta manera: “Padre, quiero que mi vida proteja la reputación de tu nombre.” Es una petición que implica compromiso. No es solo un deseo pasivo, sino una súplica activa: ‘Ayúdame a vivir de tal forma que tu nombre no sea deshonrado por mi conducta’. Como dijo un autor: “Quiero hacer pública tu gloria.”[iv]

Dicho de otra manera, el grado en que la gloria de Dios se manifiesta en la tierra depende de cómo nos conduzcamos como sus hijos.[v]

Ahora, no me malinterprete. Esto no significa que la gloria de Dios dependa de nosotros —Dios es glorioso en sí mismo, por toda la eternidad—, pero sí significa que nosotros somos sus representantes ante el mundo. Como dijo Pablo: “Somos embajadores en nombre de Cristo” (2 Corintios 5:20). Es decir, la forma en que el mundo conoce, interpreta o rechaza a Dios muchas veces está conectada con la manera en que lo representamos.

Querido creyente, nuestro testimonio afecta la percepción que otros tienen de Dios. Jesús lo expresó con claridad: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”(Mateo 5:16). Nuestra vida debe reflejar el carácter santo nuestro Dios– y así mostrarle al mundo cómo es Él – y así santificar Su nombre.

La verdad es que resulta mucho más fácil orar:
“Señor, muéstrales a todos los incrédulos allá afuera quién eres realmente”, que orar así: “Señor, usa mi vida para mostrarles quién eres tú.” “Padre, santificado sea tu nombre” es otra forma de decir: “Padre, haz mi vida santa en lo secreto para poder reflejar tu santidad en público.”

“Soy tu hijo; ayúdame a vivir de tal manera que nadie allá afuera se sorprenda al descubrir que tú eres mi Padre.” Esa es la oración de alguien que no solo quiere ver el nombre de Dios exaltado, sino que está dispuesto a asumir el costo de representarlo con fidelidad.

Los discípulos debían vivir conscientes de que la reputación de Dios estaba en juego… y eso sigue siendo cierto hoy.[vi]

La reputación de Dios en el mundo no es mejor que tu propia reputación; de hecho, tu reputación define la reputación que Dios tendrá en tu círculo de influencia.

  • Si tú eres vulgar, entonces tus conocidos creerán que a Dios no le importa la pureza.
  • Si tú eres inmoral, pensarán que a Él no le importa la moralidad.
  • Si eres holgazán, pensarán que Dios no es muy confiable.
  • Si eres áspero o cruel, pensarán que Dios es vengativo.
  • Si eres mentiroso, creerán que a Él no le importa la verdad.
  • Si vives preocupado por el mundo, pensarán que Él no es todopoderoso.
  • Si estás ansioso por el futuro, darás a entender que Él no tiene el control después de todo.

¡Su reputación está en juego! Debemos vivir de tal manera que Su santo nombre no se vea arrastrado por el polvo. Que no hagamos que: “El nombre de Dios sea blasfemado entre los gentiles por causa de nosotros” como dijo Pablo en Romanos 2:24 – porque predicamos una cosa con nuestros labios pero viviendo algo diferente.

Orar “Padre, santificado sea tu nombre” es una petición que cada creyente debe responder. Y será respondida por creyentes que acepten la responsabilidad de representar bien el nombre de Dios.

Conclusión

Desde 1905, la empresa Hebrew National – literalmente Nacional Hebrea – ha producido salchichas y otros embutidos bajo la supervisión de rabinos, siguiendo normas kosher. Fue fundada por un inmigrante judío ruso, que se hizo famoso por la calidad de sus productos, ya que seguía estándares más altos que los exigidos por la ley.

Recuerdo que años atrás, mi esposa trajo a casa un paquete de sus productos por primera vez. Mientras cenábamos, me dijo: 

—Escucha esto. Y leyó en voz alta una frase del envoltorio que se convirtió en su lema:
“Nosotros respondemos a una autoridad superior.”

—Penseé que sería una gran ilustración para un sermón. Le dije. Déjame guardar el paquete.

Ya está acostumbrada a ese tipo de peticiones extrañas, así que me lo dio sin problemas.

Desde entonces, en los años 80, la empresa fue vendida y el empaque ha cambiado un poco. Pero en ese momento yo anoté lo que decía en la parte de atrás del paquete. Decia lo siguiente:

“La palabra kosher literalmente significa ‘apto para comer’. Nuestra empresa sigue estrictamente las leyes dietéticas bíblicas, utiliza solo ciertos cortes de carne vacuna kosher y cumple con los estándares más altos… kosher representa calidad y excelencia… nosotros respondemos a una autoridad superior.”

Imagínese una empresa tan convencida de que rinde cuentas a una autoridad más alta, que eso define por completo cómo elaboran… una salchicha.

Ahora imagínese si los cristianos viviéramos con ese mismo lema grabado sobre nuestras vidas: “Respondemos a una autoridad superior; seguimos un estándar bíblico; nuestra vida estará marcada por la calidad y la integridad.”

Esa es exactamente la clase de compromiso que usted está haciendo si se atreve a orar esas cinco palabras iniciales: “Padre, santificado sea tu nombre.”
Haz que tu nombre sea reverenciado a través de mí, hoy.“Padre, yo aceptaré la responsabilidad de proteger tu reputación hoy. Que mi vida demuestra que respondo a una autoridad superior, que esté marcada por la excelencia y la bondad.” ¿Por qué? Para poder ser parte de la respuesta a esta oración. Para que el mundo vea nuestras buenas obras y glorifique a nuestro Padre que está en los cielos. 


[i] Adapted from R.C. Sproul, Luke: An Expositional Commentary (Ligonier Ministries, 2020), p. 29

[ii] W. Phillip Keller, A Layman Looks at the Lord’s Prayer (Moody Press, 1976), p. 45

[iii] J.I. Packer, A Passion For Faithfulness (Crossway, 2000), p. 39

[iv] Adaptado de R. Albert Mohler Jr., The prayer that turns the World upside down (Nelson Books, 2018) p.66.

[v] Ibid

[vi] Keller, p. 56

Este contenido es una adaptación autorizada del ministerio Sabiduría Internacional, bajo la enseñanza original de Stephen Davey. Todos los derechos del contenido original están reservados a su autor.


Puede compartir o reproducir este material libremente solo con fines no comerciales, citando adecuadamente al autor y al ministerio. Queda prohibida su venta, modificación con fines lucrativos o redistribución sin permiso escrito.

Hemos procurado citar debidamente todos los recursos externos utilizados en cada lección. Las citas bíblicas provienen principalmente de la versión Reina-Valera 1960 y de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA), aunque en algunos casos se emplean otras versiones de la Biblia para facilitar la comprensión del pasaje.
Reina-Valera 1960® © 1960 Sociedad Bíblica Trinitaria. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.
La Nueva Biblia de las Américas (NBLA) © 2019 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.

Adaptado y publicado por el ministerio Sabiduría Internacional.

¡Su colaboracion hace la diferencia!

Nuestro Ministerio es FORTALECIDO por sus oraciones y SOSTENIDO por su apoyo financiero.

Explorar más

Estudio de Filipenses

El Soberano se convirtió en esclavo

Mientras que la mayoría de las personas reclaman sus derechos y aún aveces reclaman por cosas que ni siquiera merecen, el Señor Jesucristo demostró su humildad al soportar voluntariamente un trato totalmente inmerecido. El día

Ver estudio »
Estudio de Eclesiastés

Persiguiendo burbujas

La vida no se trata de perseguir las esquivas burbujas de la satisfacción. No se trata de vivir con la esperanza de que tal vez el destino le depare algo mejor. No, la vida se

Ver estudio »

¿Tiene alguna pregunta?

Mándenos sus preguntas, testimonio y comentarios.

contact copy