Introducción
Una de las razones por las que me encanta escuchar orar a los niños y a los nuevos creyentes es por la frescura y sencillez con la que se expresan. No han aprendido formalidades; se acercan a Dios como si fuera una conversación natural. El problema es que, con el tiempo, solemos perder esa simplicidad.
Recuerdo cuando discipulaba a un joven que recién había creído en Cristo. No tenía ningún trasfondo religioso y, la primera vez que le pedí que orara, me dijo: “No sé cómo hacerlo.” Le respondí: “Es simplemente una conversación entre tú y el Señor.” Así que comenzó diciendo: “Querido Señor, te habla Miguel…”
Mi esposa recuerda a un niño que comenzó su oración diciendo: “Señor, soy Juan, el hijo de Susana….”
Me encanta.
Pero con el pasar de los años, dejamos de orar con esa sencillez. ¿Será que los creyentes más jóvenes y los niños dejan de orar así porque nos empiezan a imitar? Y me pregunto: ¿Qué modelo les estamos dando? ¿Qué están aprendiendo cuando nos escuchan orar?
Me viene a la mente una niña de cinco años que recién aprendía a orar antes de comer. Un domingo, con varios invitados de la iglesia en casa, su mamá le dijo: “Cariño, ¿por qué no oras tú?” La niña, tímida, negó con la cabeza. La madre insistió: “Tú puedes, ora como me has oído hacerlo.” La pequeña inclinó la cabeza y dijo: “Ay Señor, ¿por qué invité a toda esta gente a cenar?”
No es precisamente una oración para imitar.
Lei de una conversación que un pastor tuvo con una madre y su pequeño hijo después de la reunión. El pastor le preguntó al niño: “Entonces, ¿tu mamá ora contigo todas las noches?” “Sí, pastor”, respondió. “¿Y qué dice ella cuando ora?”, continuó el pastor. El niño contestó: “Gracias a Dios que ya está en la cama.”[i]
Tal vez esa es tu oración favorita en estos días.
La verdad es que todos podemos orar mejor: con más transparencia, con más gratitud, con más fundamento bíblico, con más expectativa de lo que normalmente lo hacemos. Porque en realidad, la oración es algo que seguimos aprendiendo toda la vida.
En nuestro estudio anterior, hablé de Pedro, el amigo y barbero de Martín Lutero en Wittenberg, Alemania. Pedro le pidió a Lutero que le enseñara a orar, y él le escribió una lección titulada Una manera sencilla de orar. Se publicó en 1535. Pude conseguir una copia de esa edición y, hace poco, leyendo la introducción, encontré estas palabras de Lutero:
“Querido maestro Pedro: Te diré, lo mejor que pueda, qué hago personalmente cuando oro. ¡Que nuestro amado Señor te conceda a ti, y a todos, el poder hacerlo mejor que yo!”[ii]
Incluso Lutero quería aprender a orar mejor.
No importa cuántos años lleves en la fe, la oración siempre es un tema que nos confronta; es una de esas materias en las que siempre necesitamos más estudio, más práctica y más correcciones en la “universidad” del discipulado.
Y parte del problema es que nos quedamos atascados en clichés y expresiones religiosas vacías. Aprendemos a orar sin pensar, repitiendo algunas frases sin corazón, en lugar de pronunciar unas pocas palabras que realmente broten del corazón.
Robert Cook, un líder evangélico de la generación pasada, hizo una observación interesante sobre la oración y dijo: “Todos tenemos una oración rutinaria metida en el sistema; y cuando logramos deshacernos de ella, recién entonces podemos comenzar a orar de verdad.”[iii]
Si tienes tu Biblia a mano, te invito a abrirla en el capítulo 11 del evangelio de Lucas, donde el Señor está enseñándoles a sus discípulos un modelo de oración. Es una oración diferente a cualquier otra que ellos hubieran escuchado antes. Desde niños habían memorizado oraciones formales, pero esta no estaba hecha para que la repitieran simplemente, sino para que les sirviera como modelo.
Comienza con una relación familiar: los discípulos aprenden aquí a acercarse al Dios del universo como a su Padre personal. Y nosotros también podemos hacerlo cuando el Hijo de Dios se convierte en nuestro Mesías. Entonces dirigimos nuestra oración al Padre que está en los cielos. Su nombre debe ser santificado. Es decir, lo tratamos con reverencia. Y expresamos nuestro deseo de ver a nuestro Dios reinar sobre el mundo y cada aspecto de nuestra vida. Nos comprometemos a obedecer su voluntad como sucede en el cielo.
Y ahora llegamos al versículo 3, donde Jesús nos enseña a orar con la sencillez de un niño. Allí leemos:
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” (Lucas 11:3)
Es un cambio de enfoque sorprendente: de pronto, estamos orando por la cena.
Líderes de la iglesia primitiva, como Orígenes y Tertuliano, no podían imaginar que Jesús hablara aquí de algo tan común como el pan físico. Por eso, interpretaron este versículo de forma espiritual, diciendo que el “pan” se refería al que se sirve cuando participamos en la cena del Señor.[iv]
Pensaban que no tenía sentido pasar de orar por la gloria y trascendencia de Dios en el cielo, por la santidad de su nombre y la soberanía de su voluntad… y de pronto hablarle sobre el almuerzo. Imposible.
Pero eso es exactamente lo que Jesús nos dice que pidamos. Y la palabra clave aquí es “cada día”. En toda la Escritura, este término griego solo aparece en dos ocasiones: en la oración modelo que encontramos aquí en Lucas 11 y en la enseñanza paralela de Mateo 6.
En 1889 se descubrió un fragmento de papiro que resultó ser una lista de compras del primer siglo. Al lado de uno de los artículos aparecía escrita esta misma palabra griega, indicando que comprarían solo lo necesario para ese día.
Esto nos muestra —como dijo un autor— que nuestro Padre celestial desciende desde las nubes del cielo hasta las calles polvorientas y las cocinas bulliciosas de la vida diaria.[v]
El “pan de cada día” representa nuestras necesidades cotidianas.
Ahora bien, esta clase de oración no solo pone pan en el plato del discípulo; también lo mete en una batalla espiritual. Orar de esta manera significa que debe enfrentarse con su propia carne, su manera de pensar, con sus planes y deseos.
Déjame mostrarte cómo esta sencilla petición por “el pan de cada día” confronta cuatro tentaciones que todos enfrentamos constantemente. Primero: esta oración confronta la ansiedad.
Esta oración confronta la ansiedad
Con una frase breve, pero profunda, Jesús nos recuerda un principio vital: Debemos confiar en Dios un día a la vez. Uno de los grandes retos en nuestra vida de oración es que queremos que Dios resuelva el hambre de mañana, los problemas de la próxima semana y las necesidades del próximo mes.
Pedirle pan diario confronta la ansiedad porque, en esencia, decimos: “Señor, confío en que mañana cuidarás de mí, pero hoy dependo por completo de Ti.”
En el texto original, Lucas usa una forma verbal que indica una acción continua. Es decir, seguimos pidiendo a Dios su provisión cada día.[vi]
Y no es casualidad que la Biblia diga que las misericordias de Dios “son nuevas cada mañana” (Lamentaciones 3:23). Es como si se agotaran al final del día para que, al amanecer, tengamos que recibir un nuevo depósito. No vienen en paquetes semanales, quincenales o mensuales. Dios no nos da suficiente misericordia, gracia, sabiduría y fuerza para más de un día a la vez.
Por eso Jesús mismo enseñó a no preocuparse por el día de mañana. Y créeme, Él tenía motivos para preocuparse por lo que vendría al día siguiente. Sin embargo, dijo en Mateo 6:34:
“Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”
¿Te das cuenta? Jesús reconoció que cada día trae sus propios problemas. ¡Era realista! Pero aquí está la lección: no arrastres las preocupaciones de mañana hacia el día de hoy. Nadie es lo suficientemente fuerte como para vivir dos días a la vez.[vii]
El pastor Warren Wiersbe lo resumió de esta manera: “La persona promedio vive como si estuviera crucificada entre dos ladrones: los remordimientos de ayer y las preocupaciones de mañana.” Y eso equivale a tratar de vivir tres días al mismo tiempo. Es imposible. Solo podemos vivir un dia a la vez.[viii]
Quizá hayas pensado: “Cómo me gustaría tener más tiempo hoy. No me alcanzan las horas para resolver los problemas del día; no puedo hacerlo todo en veinticuatro horas.” Wiersbe contó que una vez se estaba quejando de su apretada agenda y de su falta de tiempo ante un amigo, y este le respondió en voz baja: “Siempre tendrás el tiempo suficiente para hacer la voluntad de Dios.”
Cuando sigues al Señor, lo que alcanzaste a hacer hoy es exactamente lo que Él quería que hicieras.
Esta oración combate la ansiedad. En segundo lugar, esta oración por el pan de cada día también confronta la arrogancia.
Esta oración confronta la arrogancia
No pases por alto que el Señor nos enseña a pedir algo tan común y básico como pan, no algo espectacular o extraordinario. Esta petición abarca todo lo que necesitamos para vivir.[ix]
Pero hay un detalle importante: Jesús no dijo que oráramos por “pan, agua y techo” cada día. El Señor hablará de esos elementos en otras enseñanzas. Aquí nos lleva a reconocer lo dependientes que somos de nuestro Padre, al punto de pedirle lo más elemental para vivir: un pedazo de pan.
Para hacerlo, debemos dejar de lado toda arrogancia. No pedimos mantequilla, y mucho menos pastel. Pedimos pan.
En los días de Jesús, el pan era el alimento básico por excelencia; no había nada más fundamental. Sin embargo, eso no significa que la cocina de la antigüedad fuera aburrida. En aquel tiempo, el Medio Oriente era famoso por tener cincuenta y siete variedades de pan. Se horneaban con diferentes formas: panes ovalados, en media luna o en triángulos. Algunos panes eran ahuecados para colocar aderezos; otros se espolvoreaban con semillas.[x] Y, para los muy afortunados, algunos eran redondos, rellenos de crema y cubiertos de chocolate… bueno, ese último me lo inventé.
En la época de Cristo, muchos jornaleros recibían su paga en forma de pan. El Talmud, un comentario judío sobre la vida y la ley, describe al hombre pobre que volvía del trabajo con su cena: un pan espolvoreado con sal. En hogares humildes, se acompañaba con algunas verduras, y solía hacerse con salvado, la harina más barata.[xi]
Incluso las personas más acomodadas en tiempos de Jesús desayunaban poco después de la salida del sol, y su primera comida consistía simplemente en pan mojado en vinagre.[xii]
Querido oyente, esta petición reconoce que somos personas necesitadas – hasta el nivel más básico de la vida. Al orar así, estamos confiando en Dios como nuestro proveedor.[xiii]
En otras palabras: “Señor, enséñanos a confiar en Ti, no para satisfacer nuestros caprichos ni para darnos cosas grandiosas, sino para suplir nuestras necesidades diarias.”
Esto nos lleva a la siguiente tentación que esta oración enfrenta: Esta petición por el pan de cada día también confronta nuestra independencia.
Esta oración confronta la independencia
Al pedir así, reconocemos que dependemos de nuestro Padre celestial. En última instancia, Él es quien nos provee. Reconocemos que Él nos dio ese trabajo, la fuerza para realizarlo, la creatividad, las habilidades y la inteligencia para desempeñarlo.
Y si lo pensamos bien, no tendríamos ese pan sin el trabajo del agricultor, del ganadero, del molinero, del panadero, del científico y del ingeniero que inventó las máquinas para procesar alimentos; tampoco sin el empleado que acomoda los productos en la estantería, el banquero que maneja los pagos, la logística de transporte y el camionero que lo llevó hasta la tienda.
Me acuerdo cómo durante la pandemia tuvimos una probadita de lo frágil que es la cadena de suministro… cuando se agotaron las toallas de papel y otros productos esenciales.
Esta petición borra cualquier sentido de orgullo individual o la idea de que uno puede lograr todo lo que se propone si se esfuerza lo suficiente. Que podemos hacerlo por nuestros méritos. En realidad, ni siquiera podemos conseguir un pedazo de pan sin la participación de otros. Y, en un sentido más profundo, tampoco lo conseguimos sin la providencia de Dios. Como dijo un autor, es imposible tener pan sin “la cooperación del universo para producirlo”.[xiv]
El pan nos recuerda que nuestro Creador mueve cielo y tierra para proveernos lo que necesitamos. Hace algunos años, una escuela de agricultura en Estados Unidos realizó un estudio para determinar lo que se requiere para producir 2500 kilos de maíz en poco más de media hectárea de tierra. Se necesitaron cerca de 2,7 toneladas de oxígeno, 2,3 toneladas de carbono, 72 kilos de nitrógeno, 57 kilos de potasio, 34 kilos de azufre amarillo, además de muchos otros minerales y elementos. A eso hay que sumarle la lluvia, en el momento justo y en la cantidad adecuada.
Aunque el trabajo del agricultor es fundamental, el estudio concluyó que solo un cinco por ciento del resultado podía atribuirse a lo que hizo una persona. Ahora bien, si ese agricultor no invierte el cien por ciento de su cinco por ciento —arando y sembrando— no habrá cosecha. Pero, después de hacer todo lo que le corresponde, el resto depende de lo que Dios provee a través de su creación. Por ejemplo, solo el hecho de recibir la cantidad exacta de luz solar es crítico, junto con miles de otros factores.
En nuestro patio trasero, mi esposa y yo tenemos un arreglo floral, y hemos notado que, a medida que el sol cambia de posición con la llegada del otoño, las flores comienzan a inclinarse y girar para recibir sus rayos.
La vida en la tierra depende de la cantidad precisa de sol. Ese único astro, colocado por Dios en el centro de nuestro sistema solar, tiene implicaciones asombrosas. Hoy sabemos que una sola llamarada en la superficie del sol que envía calor a nuestro planeta equivale a la energía liberada por varias bombas nucleares explotando al mismo tiempo.[xv]
Por supuesto, el sol está a la distancia exacta —unos 150 millones de kilómetros—, porque si estuviera más cerca o más lejos, la vida no podría subsistir. Y lo increíble es que esas “explosiones” suceden continuamente, segundo tras segundo.[xvi]
Para que te hagas una idea: producir, con la tecnología humana, la energía que el sol genera en un solo segundo le tomaría a una gran compañía eléctrica millones de años. Y el sol nos la entrega gratis. A esto hay que añadir el misterio de la gravedad, que mantiene la semilla en el suelo con la presión exacta y, al mismo tiempo, permite que brote hacia la luz del sol.
Un científico escribió hace poco: “Hay tantos misterios en nuestro universo… Por ejemplo, no podemos explicar la gravedad de nuestra galaxia ni del resto del cosmos; no tenemos idea dónde está la materia oculta que lo mantiene todo unido.”
En otras palabras, la ciencia no sabe identificar la fuente o la identidad de lo que sea que sostiene al universo. Pero nosotros sí lo sabemos. La Biblia nos revela la fuente de ese poder invisible que mantiene todo en su lugar. Pablo escribió a los colosenses:
“Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles… todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.” (Colosenses 1:16–17)
O como lo traduce bien la Nueva Biblia de las Américas:
…Y en Él todas las cosas se mantienen unidas (Colosenses 1:17)
El universo, que Dios creó y diseñó para la vida, coopera según su propósito en formas que no podemos comprender ni imaginar.
Cuando oras: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, reconoces tu total dependencia del Creador y la increíble coordinación de todo su universo para producir ese pan que llega a tu mesa.
Y esto nos lleva a la última tentación que enfrentamos con esta oración: la ingratitud.
Esta oración confronta la ingratitud
Orar así es reconocer algo muy sencillo: “Señor, hoy voy a tener hambre; Tú me creaste para que sienta hambre cada día.”
Y aquí es donde es fácil caer en la tentación de “espiritualizar” este pasaje. Jesús dijo que era el pan de vida, así que uno podría concluir que, en realidad, está hablando de nuestra necesidad espiritual de Él cada día.
Y claro que lo necesitamos cada día… pero ese no es el punto de este versículo. Aquí Jesús nos enseña a hacer una petición literal, física y tangible, que espera una respuesta igualmente literal, física y tangible. Dios nos creó con la necesidad de comer a diario. Adán y Eva ya comían antes de pecar. La comida es un regalo maravilloso de Dios. Y Él no solo nos creó para sentir hambre, sino que diseñó el hambre para darnos otra razón más para hablar con Él, para depender de Él. Cada vez que satisfacemos esa necesidad, tenemos un motivo adicional para darle gracias. En otras palabras, esta oración es una invitación diaria para conversar con nuestro Padre celestial.
Y piensa en esto: el Creador del universo se interesa incluso por lo que vas a comer para el almuerzo. Él está tan cerca, tan involucrado, tan pendiente… porque es tu Padre.
Conclusión
En su comentario sobre este pasaje, el teólogo William Barclay, cuenta un suceso ocurrido en tiempos del Imperio romano. Un emperador volvía a Roma victorioso, y desfilaba con sus tropas por las calles de la ciudad. La gente gritaba, aplaudía y lo vitoreaba desde ambos lados de la calle, y los soldados formaban una fila para mantener a la multitud en su lugar.
En un punto del recorrido, había una plataforma donde la emperatriz y su familia observaban el desfile. Entre ellos estaba el hijo menor del emperador. Cuando el carruaje de su padre se acercó, el pequeño saltó de la plataforma, se abrió paso entre la gente e intentó correr entre las piernas de un soldado para llegar hasta el carruaje.
Pero el soldado, fue más rápido que él; lo tomó en brazos y le dijo: “No puedes hacer eso, muchacho; ¿no sabes quién va en ese carruaje? Es el emperador.”
El niño sonrió y le dijo: “Puede que para ti sea el emperador… pero para mí es mi papá.”[xvii]
Querido creyente, recuerda esto: esta oración se la dio Jesús a los hijos del Emperador. Es una invitación abierta para llevarle cada necesidad, incluso algo tan básico como tu almuerzo, sabiendo que él te escucha y se interesa por ti.
Pero también es una oración que nos forma, que nos entrena, que nos ayuda a enfrentar cuatro tentaciones de la vida diaria: la ansiedad, la arrogancia, la independencia y la ingratitud.
Porque cuando reconocemos que Dios literalmente mueve cielo y tierra para producir un simple pedazo de pan y suplir cada una de nuestras necesidades, nuestra perspectiva cambia. Vemos cada comida, cada provisión, cada día, como una evidencia viva del cuidado de nuestro amoroso Padre celestial.
[i] Charles R. Swindoll, The Tale of the Tardy Oxcart (Word Publishing, 1998), p. 456
[ii] Martin Luther, A Simple Way to Pray (Westminster: John Knox Press; originally published in 1535; reprint, 2000), p. 1
[iii] Warren W. Wiersbe, Matthew: Be Loyal (Victor Books, 1989), p. 43
[iv] Adapted from David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan 2011), p. 463
[v] Adapted from R. Albert Mohler Jr. The Prayer that Turns the World Upside Down (Nelson Books, 2018), p. 110
[vi] Darrell L. Bock, Luke: Volume 2 (Baker Academic, 1996), p. 1054
[vii] Adapted from Warren W. Wiersbe, On Earth as It Is in Heaven (Baker Books, 2010), p. 98
[viii] Ibid, p. 100
[ix] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 290
[x] Ibid, p. 695
[xi] Edwin M. Yamauchi & Marvin R. Wilson, Dictionary of Daily Life in Biblical and Post-Biblical Antiquity (Hendrickson, 2017), p. 705
[xii] Ibid, p. 697
[xiii] Adapted from Mohler, p. 106
[xiv] Wiersbe, On Earth as It Is in Heaven, p. 93
[xv] John MacArthur, The Battle for the Beginning (W Publishing, 2001), p. 111
[xvi] Ibid
[xvii] Quoted in Dale Ralph Davis, Luke: The Year of the Lord’s Favor (Christian Focus, 2021), p. 197