Introducción
Hace unos 500 años, Martín Lutero recibió una petición muy particular de Pedro, su barbero: quería que le enseñara a orar. Lutero aceptó el reto y redactó una lección sencilla, basada en la oración del Padre Nuestro. Cerca del final de esa lección, Lutero escribió lo siguiente:
Un buen barbero mantiene su mente y su mirada fijas en la navaja, sin olvidar en qué parte del afeitado o del corte va. Si se distrae, corre el riesgo de cortarle la nariz o la garganta a su cliente. Así también, la oración exige concentración.
No quiero que simplemente recites de memoria todas estas palabras en tu oración, porque eso la convertiría en un parloteo vacío, como las oraciones repetitivas del rosario o las plegarias de sacerdotes y monjes.
Más bien, quiero que tu corazón se despierte y se guíe con los pensamientos que deben estar contenidos en la oración del Señor.”[i]
Así como Pedro le pidió a Lutero que le instruyera sobre la oración, los apóstoles también hicieron una petición muy parecida. En la única solicitud registrada en los evangelios, los discípulos dicen: “Señor, enséñanos a orar.” Y en menos de dos minutos, el Señor respondió a esa petición. No les dio una oración interminable ni un rezo para repetir mecánicamente, sino un breve modelo para imitar intencionalmente.
En esta serie que hemos titulado “La oración de los discípulos”, combinamos el relato de Lucas con el de Mateo, y a partir de ahí hemos ido comprendiendo juntos distintos aspectos de esta oración. Y esa oración modelo nos muestra, paso a paso, los pensamientos que deben guiar nuestras propias oraciones. No son palabras mágicas, sino verdades que nos enseñan a orar de la manera correcta.
Verdades de la oración modelo
Ahora bien, ¿cuáles son algunos de esos pensamientos contenidos en la oración? ¿Cuáles son esos temas que hemos explorado juntos en nuestro estudio del Padre Nuestro?
La relación con nuestro Padre
La oración comienza diciendo “Padre nuestro.” Esa expresión nos enseña que la oración se fundamenta en una relación familiar. Se nos enseña a llamar a Dios “Padre” porque hemos sido adoptados en la familia de Dios al depositar nuestra fe en su Hijo Jesucristo. La oración es un asunto de familia. Y la verdad es que necesitamos comunión con nuestro Padre mucho más que cualquier otra cosa que le pidamos.
Como escribió teólogo George MacDonald:
Creo que el propósito principal de Dios al darnos la oración es suplir nuestra gran y constante necesidad de Él mismo. El hambre puede llevar al hijo pródigo de regreso a casa, pero necesita a su madre más que a su cena. La comunión con Dios es la necesidad suprema del alma, más allá de cualquier otra. Y la oración es el inicio de esa comunión.”[ii]
Después de afirmar que la oración es un asunto de familia, Jesús nos lleva a considerar un segundo pensamiento. No basta con reconocer que tenemos acceso cercano a Dios como a un Padre; también necesitamos recordar quién es ese Padre y dónde está.
La identidad de nuestro Padre
La oración continúa: Padre nuestro que estás en los cielos. Estas palabras nos recuerdan su identidad. Él es el Padre celestial, y este detalle también nos señala una realidad paralela: existe otro padre, el padre del infierno.
Jesús fue claro al hablar con los líderes religiosos incrédulos en Juan 8:44:
“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.”
Los creyentes oramos al Padre del cielo. En cambio, la humanidad incrédula, con sus religiones, templos e ídolos, en última instancia termina orando al padre del infierno. Por eso la oración comienza estableciendo un contraste radical: cuando decimos “Padre nuestro que estás en los cielos”, reconocemos que nuestro acceso es al Dios vivo y verdadero, al Señor de los cielos.
El honor que le debemos a nuestro Padre
Y enseguida viene la primera petición: “Santificado sea tu nombre.” La palabra santificado significa reverenciado, exaltado. Esta es una invitación a reconocer la santidad de Dios y a reverenciar sus atributos. Todo lo que su nombre representa merece respeto, asombro y adoración.
La sumisión que le debemos a nuestro Padre
Luego, la oración continúa: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
Aquí encontramos un llamado a rendirnos a la autoridad de Dios.
¿Cómo se cumple la voluntad de Dios en el cielo entre sus santos ángeles? Se cumple de inmediato, sin queja y sin reservas. Esa es la manera en que los ángeles obedecen en el cielo.
Cuando oramos esta frase, en realidad estamos diciendo: “Señor, quiero rendirme a tu autoridad. Ayúdame a obedecerte aquí en la tierra como tus ángeles te obedecen allá en el cielo.”
Nuestra dependencia de la provisión de Dios
Después de estas declaraciones de reverencia y sumisión, llegamos a unas peticiones personales muy prácticas. La primera tiene que ver con nuestra provisión: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.”
Reconocemos que hasta un simple pedazo de pan es producto de la provisión de Dios. Parte de nuestro problema al orar es que siempre esperamos cosas grandes, y mientras tanto pasamos por alto todas las cosas pequeñas que Él hace por nosotros cada día… como darnos algo de pan para comer.
Nuestra necesidad de recibir y ofrecer perdón
Luego se nos enseña a orar: “Perdónanos nuestros pecados.” Aquí hablamos de nuestra necesidad de perdón diario.
Recordamos que esta oración está dirigida a discípulos, a seguidores ya redimidos de Jesucristo. Por lo tanto, no se trata de pedir perdón para obtener la salvación —eso ya ocurrió cuando creímos en Él—, sino de pedir perdón para mantener nuestra comunión con Dios. No hablamos de salvación, sino de comunión. La comunión puede interrumpirse cada día con nuestras actitudes, palabras y acciones.
Por eso, esta petición no es para que uno vuelva a entrar a la familia de Dios, sino porque, tal como un hijo que desobedece a su Padre, necesitamos restaurar esa relación de Padre-hijo pidiendo perdón.
La frase completa dice: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
Aquí entramos en el terreno de la imitación: se nos llama a reflejar la actitud perdonadora de nuestro Padre.
Ya que hemos sido perdonados por Dios, debemos pedirle que nos ayude a imitar su compasión, su misericordia y su disposición a perdonar. En otras palabras: Personas perdonadas deben ser personas que perdonan a otros.
Nuestra inclinación hacia el pecado
Después llegamos a la última petición: “No nos metas en tentación, mas líbranos del mal.”
Aquí no solo reconocemos nuestra necesidad de imitar el perdón del Señor, sino que también admitimos nuestra inclinación pecaminosa. Esta es una confesión clara: necesitamos ayuda cada día.
Sin la guia y el poder de Dios, nos resbalaríamos fácilmente por al precipicio de la vida y caeríamos de lleno en problemas. Por eso, al orar, decimos: “Guíanos, Señor, en medio de las tentaciones diarias.”
Verdades de la bendición final
Y con eso llegamos a la doxología, es decir, a la bendición final de esta oración. Dice:
“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”
Según la traducción que uses, puede que esta frase no se encuentre. La Reina-Valera 1960 la incluye siguiendo la compilación de manuscritos griegos que se usaron en tiempos de la Reforma, conocida como el Textus Receptus, preparada inicialmente por Erasmo con los manuscritos que tuvo acceso.
Por el otro lado, otras versiones como la NVI no la ponen en el texto principal, porque se basa en compilaciones más recientes del Nuevo Testamento griego, que toman en cuenta un rango mucho más amplio de manuscritos, incluyendo los más antiguos que se han descubierto —y que terminan la oración en “líbranos del mal”. De hecho, notará que otras traducciones incluyen la porción, pero agregan una nota que dice algo como “Esta frase no aparece en los manuscritos más antiguos”.
En otras palabras, no se trata de que una Biblia “quite” algo y otra lo “agregue”, sino de que los traductores siguen distintas compilaciones de manuscritos griegos. Y ese es un tema para otro día.
Lo esencial es que estas variaciones no ponen en duda la fidelidad de la Palabra de Dios: el mensaje central de la oración permanece idéntico. Además, las verdades que expresa esta bendición final ya aparecen en muchas otras porciones de la Escritura (por ejemplo, 1 Crónicas 29:11–13; Judas 1:25; Apocalipsis 5:13), donde se declara que el reino, el poder y la gloria pertenecen para siempre a nuestro Dios. Así que, no se está perdiendo nada si no tiene esta porción.
Esta doxología, aparece muy temprano en la vida de la iglesia. El Didaché, un manual cristiano de fines del primer siglo, ya la incluye en su enseñanza sobre la oración—, lo que muestra que se recitaba en la iglesia desde tiempos antiguos y se consideraba como una conclusión apropiada de este pasaje.
Estoy de acuerdo con Warren Wiersbe que dijo que “este es un final apropiado para una oración tan maravillosa”[iii]
Así que detengámonos a analizar juntos esta bella conclusión que cierra la oración de manera gloriosa y nos presenta varias verdades clave a considerar.
La profecía
Esta conclusión comienza diciendo: “Porque tuyo es el reino.” Esta es la que llamaremos “la verdad profético.”
El teólogo John Ryle escribió: “Con estas palabras declaramos que los reinos de este mundo pertenecen con pleno derecho a nuestro Padre celestial.”[iv]
El Hijo, Jesucristo, es el heredero legítimo del trono de los reinos de la tierra, y esta expresión nos proyecta proféticamente hacia el reino venidero, cuando el Señor reinará como soberano sobre la tierra y todas las naciones se postrarán delante de Él.
En este momento, pareciera que Satanás tiene el control. Pero la verdad es que él no es más que un ocupante ilegal, un usurpador temporal.
El Salmo 20 anticipa el clamor de coronación del Rey venidero. En el versículo 9, leemos: “¡Salva, oh Señor! (o “¡Viva el rey!”) Y el Salmo 21 añade otra nota triunfante en el versículo 4: “largura de días eternamente y para siempre.” O dicho de otra manera “¡Larga vida al rey!”
A lo largo de la historia, en las coronaciones reales de muchas naciones se han usado expresiones como “Dios salve al rey” y “¡Larga vida al rey!”, pero ninguna de esas ceremonias terrenales puede compararse con la futura coronación de Cristo, el Rey de reyes, en Jerusalén.
De manera que, con esta declaración final, el Señor nos invita a orar proféticamente por ese día en que todos los redimidos exclamaremos juntos: “¡Viva por siempre el Rey de reyes y Señor de señores!” Porque tuyo es el reino.
El poder divino
Y eso no es todo lo que le pertenece legítimamente. La oración continúa diciendo: “Tuyo es el reino y el poder.”
Aquí encontramos el segundo énfasis de la doxología: la verdad del poder divino. En nuestros días, todavía existen reyes y reinas en algunos países, pero muchos de ellos son simplemente figuras decorativas, símbolos de tradiciones antiguas que hoy son solo un recuerdo.[v] Reinan, pero no gobiernan. Ocupan una posición, pero no ejercen poder real.
Con el Rey Jesús no ocurre lo mismo. Cuando decimos “tuyo es el poder”, estamos declarando que su autoridad es verdadera y efectiva. En otras palabras, Dios no solo tiene la posición de Rey, sino que también posee el poder absoluto para gobernar.
El apóstol Juan nos abre una ventana a esta realidad en Apocalipsis capítulo 5. Allí describe una visión impresionante. Él se encuentra en el palacio real, en frente del trono de Dios y escucha a los ángeles adorándolo. Él dice:
“Entonces miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos; y su número era miríadas de miríadas, y millares de millares” (Apocalipsis 5:11).
Para darnos cuenta de la magnitud de lo que Juan describe, debemos notar que, en griego, una “miríada” equivale a diez mil. Esa es la cifra más alta que se usaba en ese tiempo. Así que Juan está diciendo que eran diez mil por diez mil… es decir, más de cien millones de ángeles alabando a Dios. Probablemente, no estaba tratando de darnos una cifra exacta sino decir algo como: “eran miles de millones”.
“que decían a gran voz…” (Apocalipsis 5:12).
O sea, esta es la letra de la canción. Están proclamando a todo pulmón una declaración majestuosa y estremecedora. ¡Más de cien millones de ángeles cantando al unísono! Las dimensiones del sonido y la gloria sobrepasan todo lo que nuestra mente puede concebir. Ningún estadio, ningún concierto, ninguna experiencia humana puede compararse con la acústica celestial de esa alabanza. Y estan cantando:
“Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza.” (Apocalipsis 5:12)
Ese es el coro del cielo. Y ese es también el Dios al que tú y yo adoramos hoy.
El autor Philip Keller comenta esta frase y nos desafía con estas preguntas muy directas:
¿Realmente creemos esto acerca de Él? ¿Reconocemos de verdad que Cristo es el poder supremo detrás de todo lo que sucede en el mundo, el que dirige y determina el curso completo de la historia humana? ¿Entendemos, aunque sea de manera limitada, que todo lo que existe se sostiene únicamente por su voluntad divina?[vi]
Y eso nos incluye a ti y a mí. Tú existes porque Él quiso que existieras. Él planeó tu vida, deseó que estuvieras en este mundo, y además te salvó para que lo conozcas y camines con Él. Por eso, nuestra mirada no debe quedarse atrapada en los poderes pasajeros de este mundo. Estamos avanzando hacia ese futuro reino, hacia esa futura adoración, donde estaremos junto a esa multitud de millones de ángeles cantando al unísono alrededor del trono de nuestro amado Dios.
Por eso, cuando decimos en oración: “Tuyo es el poder”, estamos proclamando una verdad que trasciende la historia y nos conecta con ese coro celestial. El poder no le pertenece a los gobiernos, a los ejércitos ni a las economías. El poder le pertenece a nuestro Dios, el Cordero inmolado que reina para siempre.
Pero esta declaración no termina allí. Después de decir “Tuyo es el reino” y “Tuyo es el poder”, añadimos: “y la gloria.”
La preeminencia de Dios
Aquí encontramos el tercer énfasis de esta doxología: la gloria de Dios. A este lo llamaremos: el verdad de la preeminencia de Dios. En otras palabras, El Señor debe recibir la prioridad en todo. Todo honor, toda alabanza y todo reconocimiento le pertenecen a Él. Y necesitamos recordarlo, porque constantemente intentamos robarle la gloria a Dios.
Queremos que la gente nos aplauda, que reconozcan lo que hicimos, que se note nuestro esfuerzo. Buscamos crédito y atención. Pero la gloria no nos corresponde y nuestro intento de buscar gloria propia es un robo, porque el que merece toda la atención y los aplausos es el Señor.
El apóstol Pablo escribió en 1 Corintios 4:7:
“Porque ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”
En otras palabras, cualquier cosa que tengamos —nuestra inteligencia, nuestra salud, nuestras oportunidades, nuestros talentos, incluso nuestras relaciones— son un regalo de Dios. Pretender quedarnos con el crédito es robarle a Él la gloria.
Santiago también escribió:
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).
Así que esta oración nos recuerda que debemos entrar en la presencia de Dios diciendo: “Señor, a ti solamente pertenece toda alabanza, todo honor y toda gloria.”
La permanencia de Dios
¿Y por cuánto tiempo merece esa gloria? ¿Hasta cuándo tendrá el derecho de poseer los reinos, el poder y la gloria? La oración se asegura de que no lo olvidemos; la siguiente frase lo deja claro: “¡por siempre!”
“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos.”
Esta es la verdad de la permanencia de Dios. Su reino y su gloria durarán para siempre.
A lo largo de la historia, los reinos se han levantado y han caído. El gran imperio de los faraones del antiguo Egipto ya no existe. El Imperio mongol, que una vez dominó gran parte de Asia y Europa, desapareció. El Imperio otomano, que se extendía sobre tres continentes, se derrumbó. El Imperio británico, que se jactaba de que el sol nunca se ponía en sus dominios, ya no es más que una sombra de lo que fue.
Y podríamos seguir. ¿Dónde el imperio romano, el griego y el babilónico? ¿Dónde están los imperios Inca y Azteca? En el recuerdo de la historia. Han ido y venido. Y con el pasar del tiempo, lo mismo ocurrirá con todos los reinos presentes. Son reinos y líderes y presidentes temporales. Pero, nosotros tenemos un fundamento seguro y eterno.
¿Alguna vez has pensado en que todo el fundamento de tu gozo, tu esperanza, tu seguridad y tu futuro se basa en este elemento de permanencia?
- Nuestro Dios eterno es nuestro refugio (Deuteronomio 33:27).
- Descansamos en su palabra eterna (Salmo 119:89).
- Vamos a contemplar su gloria eterna (1 Pedro 5:10).
- Disfrutaremos de la presencia de Dios para siempre (Salmo 23:6).
- Se nos ha prometido un cuerpo nuevo y eterno (2 Corintios 5:1).
- El amor de Dios por ti durará para siempre (Salmo 136:1).
- Y por la obra de Jesucristo a nuestro favor, el escritor de Hebreos declara: “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).[vii]
¿Qué decimos ante eso? ¿Qué podemos responder? ¡Amén! Eso es todo lo que podemos decir. Y esa es la palabra que concluye todo:
“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.”
Aquí tenemos la verdad de nuestra participación.
Nuestra participación
Decir “amén” es participar en la oración diciendo que estamos de acuerdo con el Señor. Es decir que nos comprometemos a poner en práctica todo lo que Él nos ha enseñado en esta oración. Estamos uniendo nuestra resolución a su revelación. Él lo dijo, y ahora nosotros lo afirmamos.
La palabra amén es la transliteración del término griego amén y significa: “Ciertamente. Así es. Es la verdad”.
En esa gloriosa visión de la alabanza celestial que leímos, el apóstol Juan ve a esa multitud de cientos de millones de ángeles y a todos los redimidos cantando, y añade este pequeño detalle: ve a cuatro seres vivientes girando alrededor del trono de Dios diciendo: “Amén”.
El tiempo verbal indica que lo dicen continuamente. Su ocupación es decir amén. Así que todo el universo está cantando junto con los salvos y los cien millones de ángeles, y mientras tanto, estas cuatro criaturas siguen repitiendo: “Amén”.
Al que está sentado en el trono y al Cordero:
- ¡Sea la bendición—amén!
- ¡Y la honra—amén!
- ¡Y la gloria—amén!
- ¡Y el poder—amén!
- ¡Por los siglos de los siglos—amén, amén!
Como verás, esta oración trae esa clase de perspectiva desde los cielos hasta aquí, a la tierra.
Nos invita a vivir en un estado mental de Amén; no solo al orar, sino al creer y luego vivir estas verdades:
Confiados que a nuestro Dios pertenecen todos los reinos de este mundo; amén, ¡es la verdad!
Seguros que Dios mismo está ejerciendo poder divino incluso ahora—amén, ¡es la verdad!
Que aunque Él es invisible, es invencible—amén, ¡es la verdad!
Que Él solo merece todo el poder y la gloria, ahora y por siempre, y por siempre, y por toda la eternidad.¿Qué más podemos decir? sino: ¡Eso es cierto! ¡Esa es la verdad! Amén y amén
[i] Adapted from Martin Luther, A Simple Way to Pray (Westminster John Knox Press, reprint 2000; originally 1535), p. 29 & 32
[ii] Quoted in Failure: Back Door to Success, Erwin W Lutzer. (Moody Press, 1975), p. 105
[iii] Warren W. Wiersbe, On Earth As It Is In Heaven (Baker Books, 2010), p. 139
[iv] J.C. Ryle, Expository Thoughts on the Gospels: Matthew (Baker Book House1856; reprint, 2007), p. 54
[v] Wiersbe, p. 142
[vi] Phillip Keller, A Layman Looks at the Lord’s Prayer (Moody Press, 1976), p. 149
[vii] Wiersbe, p. 145












