Introducción
En inglés existe una expresión común que, traducida literalmente dice: “Estoy trazando una línea en la arena”. Esta frase se usa para hablar de un momento decisivo, de una determinación firme que marca un antes y un después en la vida; una decisión que debe tomar, una dirección que debe seguir y que impactará su vida de manera significativa.
Cuenta la leyenda que esta expresión se originó con los espartanos en la batalla de Termópilas, en el año 480 a. C. Allí se trazó una línea en la arena como símbolo de que no retrocederían ni un paso ante el ejército persa.
Existe también la historia de un general romano que, siglos después, trazó una línea en la arena y desafió a un comandante enemigo a cruzarla.
Más recientemente, en 1836, durante la famosa batalla de El Álamo en Texas —un enfrentamiento donde un pequeño grupo de soldados resistió atrincherado en un fuerte contra un ejército mucho más numeroso—, se cuenta que el coronel William Travis, oficial al mando, trazó una línea en la arena con su espada. Con ese gesto, les dio a sus hombres la opción de retirarse o de cruzar la línea y quedarse a luchar hasta el final.
“Trazar una línea en la arena”, entonces, representa un momento decisivo.
El poder de Jesús no se puede ignorar
Nos encontramos en el relato del evangelio de Lucas, capítulo 11, versículo 14. Aquí, Jesús prácticamente les dice a las multitudes: “Voy a trazar una línea en la arena; llegó la hora de decidir de qué lado están.”
Lucas registra en el versículo 14:
“Estaba Jesús echando fuera un demonio, que era mudo; y aconteció que salido el demonio, el mudo habló; y la gente se maravilló.” (Lucas 11:14)
El evangelio de Mateo añade que este hombre endemoniado, además de mudo, también era ciego como resultado de la posesión demoníaca (Mateo 12:22-23).
En los días de Jesús, el mundo religioso ya estaba convencido de algo: el poder para devolver la vista y la autoridad verdadera para expulsar demonios solo podían venir de Dios. Eso sí, aun los mismos líderes religiosos, con toda su preparación y rituales, muchas veces se encontraban con que no podían liberar a una persona poseída.
A todo esto había que sumarle las supersticiones que los rabinos enseñaban. Ellos le decían a la gente que los demonios andaban rondando por los senderos estrechos, se metían incluso en las letrinas y se trepaban a las azoteas — Esa última si me la creo. Broma.
También enseñaban que había demonios de la mañana, demonios del mediodía y demonios de la noche. Había incluso exorcistas asalariados en el templo. Y para protegerse, recomendaban observar cuidadosamente la ley, recitar los Salmos, clavar versículos en los marcos de las puertas, quemar incienso y repetir toda clase de fórmulas supersticiosas.[i]
El punto es este: ellos sabían que solo Dios tenía el poder de ordenar a los demonios y que estos obedecieran, sin necesidad de usar incienso o recitar conjuros.
Y entonces aparece Jesús. Sin incienso, sin fórmulas extrañas, sin rituales complicados. Nada de abracadabra ni palabras misteriosas. Solo con el poder de Su palabra. Y cada vez más personas estaban presenciando la autoridad de Su palabra.
Eso creó un gran problema para los líderes religiosos. Una cosa era discutir con sus enseñanzas —y siempre estaban buscando la manera de contradecirlo—, pero otra muy distinta era enfrentar el poder evidente de Su palabra, ese poder capaz de controlar a los demonios.[ii]
Así que les quedaba una sola opción. Lucas lo comunica en el versículo 15:
“Mas algunos de ellos decían: Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios.” (Lucas 11:15)
En otras palabras: no podemos negar lo que hace, pero sí podemos cuestionar con qué poder lo hace. Así que decian: “Lo hace por el poder de Beelzebú.”
El nombre Beelzebú es una palabra compuesta: “Beel” proviene del dios cananeo de la fertilidad llamado Baal, que significa “señor”; y “zebul” significa “morada exaltada”. Literalmente podía traducirse como “señor de la casa”.[iii]
Con el tiempo, los israelitas distorsionaron ese nombre para burlarse de Baalzebul. Lo transformaron en Baal-Zebub, como aparece en 2 Reyes 1, y cambia el significado a “señor de las moscas”, una referencia a esas moscas que ponen sus huevos en el estiércol.[iv]
Más adelante, el título Beelzebú terminó usándose como un nombre para Satanás mismo, el vil señor del mundo demoníaco, el príncipe de los demonios.
El evangelio de Mateo aclara que fueron los fariseos quienes lanzaron directamente esta acusación contra Jesús. En el fondo, no podían negar Su poder, no podían ignorar Sus milagros, y tampoco podían explicar la facilidad con la que Él dominaba con autoridad el mundo de los demonios. Así que, acorralados, hicieron lo único que se les ocurrió: lo acusaron de estar aliado con el mismísimo Príncipe de los demonios.
Eso era una blasfemia terrible, un acto de incredulidad completamente corrupta.
Ahora bien, no todos en la multitud pensaban igual que los líderes religiosos. Lucas agrega en el versículo 16:
“Otros, para tentarle (o probarle), le pedían de él señal del cielo.” (Lucas 11:16)
En otras palabras, mientras los fariseos ya estaban convencidos de que Jesús estaba aliado con el infierno, había otros que querían pruebas, evidencias, de que Él realmente estaba aliado con el cielo.
“Manda una señal desde el cielo.”
Lo que pedían podía ser, por ejemplo, una repetición del milagro cuando el sol se detuvo en tiempos de Josué (Josué 10); o que cayera maná del cielo, como en los días de Moisés (Éxodo 16); o que la luz del día retrocediera, como en tiempos del rey Ezequías (2 Reyes 20); o que descendiera fuego del cielo, como sucedió cuando el profeta Elías enfrentó a los falsos profetas de Baal (1 Reyes 18).
Ellos pensaban que ese tipo de señal resolvería sus dudas. “Haz lo que hizo Elías” —decían. “Demuestra que no estás aliado con Baal llamando fuego del cielo.”
Pero Jesús no iba a hacer nada de eso. Ellos ya habían visto Sus milagros; acababan de presenciar otra demostración de Su poder. De hecho, habían presenciado una señal tras otra.
Un autor comenta con humor que, en este punto, lo que realmente querían era señales que confirmaran que las señales que ya habían visto eran de verdad señales.[v]
La verdad de Jesus no se puede negar
Lo que Jesús hizo, en lugar de darles otra demostración, fue obligarlos a pensar. Los inscribió, por así decirlo, en un curso intensivo de lógica, como si dijera: “¿Por qué no usan la cabeza, aunque sea una vez?”
Con Su respuesta, Jesús los condujo a un callejón sin salida. Su respuesta apuntaba a una sola conclusión. No había otra opción. Los dejó completamente sin palabras.
Para estructurar bien nuestro estudio, voy a resumir la respuesta de Jesús en tres preguntas que Él les plantea.
La primera es esta: ¿Por qué Satanás me daría poder para destruirlo?
Respuesta #1: Satanás no le daría poder a Jesús para destruirlo
Leemos en el versículo 17:
“Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino?” (Lucas 11:17-18a)
En otras palabras, piénsenlo bien: si Satanás se ha puesto en contra de su propio reino y ahora anda expulsando a sus propios demonios, entonces el mundo de las tinieblas estaría dividido. Y un reino dividido está condenado a caer.[vi]
Es absurdo pensarlo. No tiene sentido. Dicho en otras palabras: Satanás podrá ser malvado, pero no es tonto.[vii]
Y tendría que ser muy tonto para darme poder a mí con el fin de derrotarlo.
Mientras ellos se quedaban ahí, rascándose la cabeza sin saber qué responder, Jesús les lanza una segunda pregunta. Podemos resumirla así: si yo expulso demonios por el poder de Satanás, ¿cómo saben que él no es también quien les da poder a ustedes?
Respuesta #2: Acusarme a mí es acusar a los suyos
Leamos la segunda parte del versículo 18 y el versículo 19:
“Porque decís que por Beelzebú echo yo fuera los demonios. Pues si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿vuestros hijos por quién los echan fuera? Por tanto, ellos serán vuestros jueces.”
(Lucas 11:18b-19)
En otras palabras, dejen que sus propios discípulos, sus propios seguidores espirituales, sean los jueces. ¿Acaso ellos están expulsando demonios por el poder de Satanás o por el poder de Dios?
Si dicen que yo dependo de Satanás para hacer esto, ¿cómo pueden estar tan seguros de que él no es quien está detrás de lo que hacen sus amigos exorcistas?
Con esta pregunta, Jesús los deja aún más confundidos. Si aceptan que sus discípulos actúan en el poder de Dios, entonces tendrían que admitir que Él también lo hace. Pero si lo niegan, entonces estarían condenando su propia práctica de exorcismo. Pero Jesús no se detiene allí. Él continua con esta tercera pregunta: si el reino de Satanás no tiene poder frente a mi palabra, ¿no es evidente que mi reino es más poderoso que el suyo?
Respuesta #3: El reino de Cristo es más poderoso que el de Satanás
Veamos lo que dice en el versículo 20:
“Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros.” (Lucas 11:20)
En otras palabras: “Ustedes están en presencia del verdadero Rey; lo que acaban de presenciar es una demostración del poder de mi reino de luz sobre el reino de las tinieblas.”
El problema es que ellos sabían lo que esto implicaba. Si Jesús actuaba con el poder del dedo de Dios, entonces tenían que reconocerlo como su Rey. Y eso era lo que querían negar.
Para dejarlo aún más claro, Jesús les da una ilustración:
“Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín.” (Lucas 11:21-22)
La multitud captó la idea enseguida. Satanás es como ese hombre fuerte que parece tener control sobre su palacio. Pero basta con que llegue alguien más fuerte —Cristo mismo— para derrotarlo con facilidad. Ni siquiera es una lucha pareja: con una sola palabra lo vence.
Para este momento, los fariseos seguramente ya estaban deseando no haber mencionado nunca a Beelzebú. Pero ya era demasiado tarde. Jesús les aclara lo que acababan de presenciar. Él pone los milagros y señales que ha dado en estos términos, en el versículo 20: “Esto es el dedo de Dios.”
Ellos entendieron de inmediato la referencia.
Esa expresión los llevaba de regreso a Éxodo capítulo 8, cuando los magos de Faraón no pudieron seguir imitando las plagas. Finalmente se rindieron ante la supremacía del Dios de Moisés y le dijeron al faraón: “Esto es el dedo de Dios” (Éxodo 8:19).
También los llevaba de regreso al monte Sinaí, donde se nos dice que los Diez Mandamientos fueron “escritos con el dedo de Dios” (Éxodo 31:18).
Y además los llevaba al Salmo 8, donde David canta que los cielos —la luna y las estrellas— son obra de los dedos de Dios (Salmo 8:3).
En otras palabras, lo que Jesús estaba diciendo era: “Lo que ustedes acaban de ver hoy es una demostración de la mano de Dios. Pero más que eso: tienen delante de ustedes al Señor del Reino realizando esta demostración. Yo soy la encarnación visible y tangible del dedo de Dios.”
La desición por Jesús no se puede posponer
Jesús les está diciendo prácticamente: “Conecten los puntos. Dense cuenta de lo que está pasando. Es hora de que decidan ¿Son mis seguidores, o no? Estoy trazando una línea en la arena, y ustedes tienen que decidir.”
Leamos el versículo 23:
“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama.” (Lucas 11:23)
En otras palabras, no hay un terreno neutral. O estás conmigo —trabajando junto a mí para reunir a mis seguidores— o estás en mi contra. Satanás esparce y destruye; Jesús reúne y edifica.
El pastor y autor Warren Wiersbe aplica este pasaje diciendo: “Debemos tomar una decisión, y si decidimos no decidir, en realidad ya hemos decidido en contra de Cristo.”[viii]
El tiempo de decidir ha llegado.
Esto mismo fue lo que hizo el profeta Elías después de derrotar a los falsos profetas de Baal. Él les dijo al pueblo:
“¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21).
Y lo mismo sigue siendo cierto hoy. O seguimos a Dios o seguimos a Baal. O pertenecemos al reino de las tinieblas, o pertenecemos al reino de la luz. En el verdadero cristianismo no existe la neutralidad. La neutralidad es incredulidad.
Jesús está trazando una línea en la arena y plantea la gran pregunta de todos los tiempos —la misma que te hace hoy a ti: “¿De qué lado estás? ¿Conmigo, o contra mí?”
Jesús sabia lo que su audiencia estaba pensando, como se nos dice en el versículo 17. Sabía que muchos en la multitud estaban razonando en su interior lo mismo que la gente sigue pensando hoy —quizá incluso lo mismo que alguien en la audiencia – o incluso tu mismo estás pensando ahora mismo:
“Respeto a Jesús, pero me resulta demasiado incómodo seguirlo abiertamente.”
“Por ahora no quiero ponerme en una posición difícil frente a mis líderes religiosos, frente a mi tradición, frente a mis amigos o mi familia, declarando que soy un seguidor de Jesús.”
“No quiero comprometerme demasiado. Algunas de sus enseñanzas son buenas, pero ¿por qué tengo que obedecer todo lo que dice? Jesús no debería trazar una línea tan radical; está pidiendo demasiado.”
Otros pensaban: “Es verdad que necesito arreglar algunas cosas en mi vida; sé que no estoy tan bien con Dios como debería. Así que dejaré que Jesús sea mi ejemplo, pero no mi guía. Puede ser mi Salvador, pero no necesito que sea mi Soberano. Puede ser mi amigo sin ser mi Rey, ¿no?”
Y la respuesta de Jesús es clara: No, así no se puede.
Por eso Él hace una distinción muy importante: la diferencia entre una simple reforma moral y una verdadera regeneración espiritual.
Jesús lo explica en el versículo 24:
“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero.” (Lucas 11:24-26)
Lo que Jesús está diciendo es que la reforma moral sin regeneración espiritual no sirve de nada frente al poder del reino de las tinieblas. De hecho, intentar “pasar la página” o “empezar de nuevo” sin recibir una nueva vida por medio de la fe en Cristo es ponerse en un peligro aún mayor.
Jesús describe a una persona que parece recta, como si su vida estuviera “barrida y ordenada”: moralmente correcta, incluso religiosamente devota. Pero el vacío espiritual sigue ahí.
Ese es el problema. Esa persona termina engañada por su propia religiosidad, por su propia apariencia de espiritualidad. Y lo que ocurre es peor: queda abierta a engaños aún más profundos. Como dice Jesús, siete espíritus más perversos pueden entrar, llevándola cada vez más lejos del reino de la luz y más atrapada en el reino de las tinieblas.
Un autor lo resumió así: “El alma de una persona no puede quedar vacía. No basta con echar fuera los malos pensamientos y las malas costumbres; un alma vacía es un alma en peligro.”[ix]
Estoy de acuerdo con esa afirmación: no basta con una reforma moral. No basta con decir “ya dejé atrás lo malo”. No basta con vaciarse de lo incorrecto. Necesitamos ser llenos de lo que es correcto al seguir a Jesucristo.[x]
Justo después de esta advertencia, Lucas nos muestra otra reacción dentro de la multitud. Esta respuesta se acerca un poco más a la verdad, pero aun así se queda corta. Veamos el versículo 27:
“Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz, y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste.” (Lucas 11:27)
Este es un cumplido bastante curioso ¿no le parece? Esta mujer le dice algo como: “Tu madre sí que fue bendecida al tener un hijo como tú.”
En la cultura judía y también en la romana era común alabar a alguien felicitando a su madre.[xi]
Y de hecho, ella no está tan lejos de lo que dijo Elisabet cuando se enteró de que María daría a luz al Mesías: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1:42).
Jesús no la reprende por ese cumplido. En su lugar, aprovecha la ocasión para mostrarle que estaba pasando por alto el punto principal. Él no necesitaba que lo halagaran, ni buscaba que lo admiraran o aplaudieran. Lo que Él demandaba era algo mucho más profundo: adoración y obediencia a Su palabra. Por eso, en el versículo 28, responde:
“Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.” (Lucas 11:28)
En otras palabras: “Sí, mi madre fue bendecida, pero más bienaventurados son los que escuchan la palabra de Dios y la obedecen.”
Y esa es justamente la clave de todo lo que venimos viendo en este pasaje.
- Fue Su palabra la que liberó al hombre poseído.
- Es Su palabra la que derriba el poder de Satanás.
- Es Su palabra la que llena el vacío del alma.
- Es Su palabra la que trae verdadera bendición y vida.
Su palabra es como esa línea trazada en la arena. Nos invita a cruzarla para seguirle al Reino de los cielos. Pero si no la cruzamos y nos quedamos donde estamos, permanecemos en el reino del infierno.
Conclusión
Hace algunos años leí los resultados de una investigación realizada en la Universidad de Columbia. El estudio descubrió que, en promedio, una persona toma de manera consciente alrededor de 70 decisiones por día. Eso equivale a unas 25,000 decisiones en un año. Y, a lo largo de una vida de 75 a 80 años, ¡estamos hablando de cerca de 2 millones de decisiones en total![xii]
Pero escúchame bien: de esas dos millones de decisiones, ninguna será tan importante como la decisión de reconocer a Jesucristo como tu Señor y Salvador.
Esa decisión lo cambia todo.
Así que, reconoce hoy la oscuridad de tu pecado. Ven a Jesucristo y pon tu fe en Él. Pidele que Él perdone tu pecado y limpie tu vida. Entregale el control de tu vida al hombre Más Fuerte, al Señor todopoderoso, al Rey de la luz, al dador de la vida eterna.
No hay decisión más importante. No hay determinación mas trascendente. Cruza esa línea en la arena hoy mismo.
Si hoy quieres dar ese paso, puedes hablar con Dios en oración, desde lo más profundo de tu corazón. No es una formula mágica. No se trata de repetir palabras, ni de sentir algo especial sino de confiar en lo que Cristo hizo por ti.
Ora conmigo así:
“Dios, reconozco que he vivido lejos de Ti y que necesito tu perdón. Me arrepiento de mi pecado. Hoy dejo de confiar en mis propios esfuerzos y pongo mi fe en Jesucristo quien murió por mi en la cruz para pagar por mis pecados. Creo que resucitó para darme vida eterna. Te pido que me limpies, que me transformes y que hagas tu morada en mí. Desde este día quiero seguirte y obedecerte como mi Salvador y mi Rey. Amén.”
[i] Adapted from Edwin M. Yamauchi & Marvin R. Wilson, Dictionary of Daily Life (Hendrickson Publishers, 2017), p. 421
[ii] Adapted from Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel (Kregel, 1965), p. 270
[iii] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 481
[iv] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1 (Zondervan, 2002), p. 420
[v] Dale Ralph Davis, Luke: The Year of the Lord’s Favor (Christian Focus, 2021), p. 206
[vi] Darrell Bock, Luke: Volume 1 (Baker Academic, 1994), p. 1076
[vii] Davis, p. 206.
[viii] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1988), p. 126
[ix] William Barclay, The Gospel of Luke (Westminster Press, 1975), p. 149
[x] Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale, 1997), p. 298
[xi] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary, p. 42
[xii] John Ortberg, All the Places to Go (Tyndale House, 2015), p. 8












