Introducción
Si hubieras vivido en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, habrías tenido que experimentar los apagones obligatorios cada noche. Todas las luces de tu casa, e incluso los faros de los automóviles, debían apagarse por completo. Esta estrategia resultaba efectiva para ocultar las ciudades de los bombarderos alemanes, pero sin duda hacía la vida mucho más difícil.
He leído que, durante el primer mes de estos apagones, más de mil personas murieron solo a causa de accidentes automovilísticos. Mientras la población británica luchaba por abrirse paso en sus calles y en sus casas durante los apagones, los pilotos de la Real Fuerza Aérea no parecían tener problemas para ver.
De hecho, uno de esos pilotos tenía una visión nocturna tan impresionante que le apodaron el “Ojos de Gato”. Porque, como su gato, podía sembrar destrucción en medio de la oscuridad de la noche. En una sola misión, el “Ojos de Gato” logró derribar tres bombarderos alemanes. Y no era el único: muchos otros pilotos británicos parecían tener esa sorprendente habilidad de detectar aviones enemigos en los cielos oscuros.
Con el tiempo, el Ministerio de Fuerzas Aéreas británico reveló el secreto: durante meses, estos pilotos habían mantenido una dieta especial, rica en zanahorias. Esa noticia dio inicio a una campaña de propaganda en todo el Reino Unido. Se animó a los ciudadanos a cultivar y comer zanahorias como un remedio contra lo que llamaban la “ceguera del apagón”, de manera que pudieran ver mejor en sus casas y en las carreteras. La población británica abrazó con entusiasmo este vegetal, cargado de vitamina A. De hecho, para 1942, Gran Bretaña tenía un excedente de 100,000 toneladas de zanahorias.
La idea cruzó el océano y llegó a Estados Unidos, donde los padres comenzaron a asegurarse de que sus hijos comieran mucha zanahoria. Walt Disney se unió a la causa y produjo un dibujo animado con zanahorias que cantaban. Se decía incluso que Alemania había comenzado a alimentar con zanahorias a sus propios pilotos.
Pero el problema era que todo aquello era completamente falso. No había ningún poder especial en las zanahorias para mejorar la visión nocturna. La realidad era que el gobierno británico quería desviar la atención del verdadero motivo de la efectividad de sus pilotos. Su éxito en el aire no tenía nada que ver con la dieta, sino con el hecho de que habían instalado recientemente el primer sistema de radar a bordo de los aviones. Y eso, por supuesto, no querían que nadie lo supiera.[i]
Fue una distracción brillante.
La Biblia nos dice que el mundo que nos rodea vive en una noche espiritual continua, como un apagón moral y ético. La humanidad sigue ciegamente la propaganda cultural que promete que hay algo que puede hacer para mejorar su visión. Pero en realidad, lo único que hacen es depositar su esperanza en algo tan inútil como unas zanahorias.
La propaganda de Satanás y los sistemas del mundo los han engañado. Lo que en verdad necesitan no es un esfuerzo humano, sino el radar de la revelación de Dios.
La luz de Cristo se revela claramente
Continuamos estudiando el capítulo 11 del evangelio de Lucas, donde vemos que el Señor Jesús está a punto de establecer una conexión entre Su predicación y la capacidad de ver en medio de la noche.
La pregunta para Sus discípulos —y también para nosotros hoy— es esta: ¿puedes ver? ¿Puedes ver a través de la oscuridad de esta generación malvada? ¿Puedes discernir la verdad, incluso cuando eres bombardeado constantemente por la propaganda del mundo?
Para ayudar a Su audiencia a responder esta pregunta, el Señor utiliza una ilustración. En el versículo 33 de Lucas 11 dice:
“Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en un sótano ni debajo de un cajón, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz.” (Lucas 11:33)
Uno no enciende una pequeña lámpara o una vela para dejarla olvidada en el sótano de la casa, ni para esconderla en un rincón. Lo que cualquiera haría es ponerla en el lugar más visible y abierto, de modo que su luz pueda alcanzar cada rincón posible.
Eso es exactamente lo que Jesús quiere dar a entender aquí. Lo que Lucas está destacando es que Jesús ha estado predicando, pero no en secreto. No lo ha hecho en el sótano, sino en las sinagogas y en otros espacios públicos. Él ha predicado en las calles, en los montes y aun en la playa.
La luz de Su verdad ha estado brillando ante todos.
Él no estaba ocultando nada. Su lámpara estaba expuesta, en lo alto. Claro, en ocasiones enseñaba usando parábolas o metáforas, pero aun así estaba revelando la verdad de Dios. Incluso en este mismo sermón, Su mensaje era claro y directo.
Jesús les dice: “Ustedes son una generación perversa; andan deambulando en la oscuridad; necesitan ver la luz espiritual.”
La luz de Cristo transforma al que la recibe
Con esto, el Señor pasa a establecer varias analogías entre Su palabra y una visión sana. En el versículo 34 continúa diciendo:
“La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo está enfermo, también tu cuerpo está en tinieblas.” (Lucas 11:34)
Detengámonos un momento para aclarar estas analogías.
El ojo aquí se relaciona con recibir la Palabra de Dios. Espiritualmente hablando, cuando “ves” es cuando estás recibiendo y aceptando la verdad de Dios; es como si la luz entrara por tus ojos y encendiera una lámpara en tu interior.
La lámpara de tu cuerpo, en este contexto, se refiere a tu estilo de vida, a lo que haces con tu cuerpo, a la manera en que vives. En otras palabras, cuando recibes la luz de lo que Jesús está enseñando, esa luz enciende una lámpara dentro de ti. Y esa lámpara ilumina tu vida, la cual queda reflejada en tu conducta.
La palabra luz en este pasaje apunta a la sabiduría, al discernimiento. Podríamos llamarlo una “visión espiritual clara”. La verdad de Dios corrige tu manera de ver.
Ahora bien, si rechazas la luz de la Palabra de Dios, tu cuerpo—es decir, tu estilo de vida—permanece en oscuridad. Y esa oscuridad se manifiesta en confusión moral, en corrupción ética y en relaciones rotas. El problema es que nadie puede andar a oscuras sin tropezar. Vas a terminar en un accidente en la carretera de la vida; vas a golpearte dentro de tu propio hogar; vas a fracasar en tus relaciones.
La solución no está en cultivar más confianza en ti mismo ni en aferrarte a rituales religiosos; eso sería como sembrar zanahorias esperando ver en la oscuridad. No te va a ayudar. Lo que realmente necesitas es un radar interno: que el Espíritu Santo implante la verdad de Cristo en tu interior, dándote visión espiritual en medio de un mundo en tinieblas.
Y justo después de estas analogías, Jesús da una advertencia bastante seria en el versículo 35:
“Mira, pues, no suceda que la luz que en ti hay sea tinieblas.” (Lucas 11:35)
Ahora, no hay que malinterpretar lo que Jesús está diciendo. Él no está afirmando que cada ser humano tiene una “luz interior”. La Biblia enseña lo contrario: en nuestra condición caída no tenemos luz dentro de nosotros. La luz no brota de nuestro interior; viene de afuera, de Dios mismo.[ii]
La Palabra de Dios describe a la humanidad como depravada, pecadora, ciega y perdida. Y a la vez, lista para creer cualquier propaganda que prometa abrirnos los ojos por nuestras propias fuerzas, en lugar de arrepentirnos y recibir la luz de Dios.
El mundo nos dice que basta con conectarnos con esa supuesta “luz interior”, que lo único que necesitamos es creer en nosotros mismos y ser fieles a lo que sentimos. Pero eso es tan absurdo como decirle a la gente que empiece a sembrar zanahorias para ver en la oscuridad.
Eso no es lo que Jesús está diciendo aquí. Su advertencia en este versículo es que no apagues ni rechaces la luz que ya recibiste. La luz de Su palabra había penetrado sus corazones; la habían visto y la habían escuchado. Y Jesús les dice: “No rechacen Mi palabra”.
Eso sería como recibir una vela encendida y soplarla para apagarla porque prefieres quedarte en la oscuridad. Jesús mismo explicó por qué ocurre esto. En Juan 3:19 declaró:
“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.”
En otras palabras, hay quienes prácticamente dicen: “¡Déjame tranquilo en la oscuridad!” Como dice el famoso dicho “No hay peor ciego que el que no quiere ver.”[iii]
Y eso es exactamente lo que Jesús está señalando: una intencionalidad en su rechazo. La pregunta que estaba frente a ellos era clara: ¿Qué van a hacer con mi luz que han visto, la verdad que han oído?
La mayoría, como describió un autor, serían como esas personas que bajan la persiana para evitar que entre la luz por la ventana.[iv]
Mientras estudiaba esta invitación del Señor, no pude evitar pensar en aquel infame “impuesto a las ventanas” que se aplicó en Inglaterra. En esa época, el rey decidió imponer un tributo basado en la cantidad de ventanas que tenía cada casa. La lógica era que las personas más ricas, con casas grandes y muchas ventanas, debían pagar más. Y las personas con casas pequeñas y pocas ventanas pagarían menos. En ese momento, la idea parecía justa.
Un siglo después, el primer ministro de Inglaterra decidió triplicar ese impuesto. Pero antes de que la nueva ley entrara en vigor, miles de ventanas en todo el Reino Unido fueron tapadas con tablas o selladas con ladrillos de la noche a la mañana.
La única forma de evitar pagar más impuestos era tapar las ventanas. Y de la misma manera, la única forma de evitar reconocer el pecado y exponerse a la luz de la verdad, es sellar las ventanas del corazón. Vivimos en un mundo donde las mentes y los corazones, voluntariamente, se cierran para no dejar entrar la luz.
En esta analogía, si las ventanas están abiertas y limpias, la luz del evangelio de Jesús puede entrar y llenar nuestras vidas con claridad moral, ética y espiritual. Pero si decidimos cerrar esas ventanas, nuestras vidas permanecerán en oscuridad cultural, moral, ética y espiritual, confundidas en todo sentido.
El rechazo de la luz trae confusión y desesperanza
Mientras pensaba en esto, se me vinieron a la mente algunos ejemplos de lo que sucede cuando uno cierra las ventanas y rechaza la luz de la Palabra de Dios.
Pensé, por ejemplo, en la profunda desesperanza que reina en nuestro mundo respecto a la idea de que la tierra será destruida, ya sea por el cambio climático o por la sobrepoblación. Cuando era más joven, el temor era que la tierra se iba a congelar y que el sol se apagaría. Hoy, en cambio, el consenso cultural es que no vamos a congelarnos, sino a freírnos.
No soy científico, y no pretendo hacer declaraciones técnicas sobre lo que significa que la temperatura del planeta haya aumentado 1 grado Celsius en los últimos cien años. Pero lo que sí sé es que la Palabra de Dios nos promete que será Él mismo quien destruya la tierra y el universo con un juicio de fuego, para luego recrear un cielo nuevo y una tierra nueva, perfectos y eternos (2 Pedro 3).
Hasta que llegue ese día de juicio, después del reino milenial de Cristo en la tierra, este planeta no va a destruirse.
El mundo vive desesperado tratando de salvar este planeta, cuando Dios ya nos ha dicho claramente cuáles son Sus planes. Leí hace poco un artículo escrito por una joven que decidió que era “moralmente incorrecto tener hijos mientras el problema del clima no se resuelva”.[v]
Qué triste es ver a una muchacha tomando decisiones tan importates sobre su futuro como madre, basándose en un dogma cultural.
Pero ¿qué revela la luz de la Palabra de Dios? Después de destruir a la humanidad con el diluvio, El Señor le dio una promesa a Noé que sigue vigente hasta hoy y que se mantendrá hasta el fin del reino milenial, cuando la tierra deje de existir tal como la conocemos. Dios dijo:
“Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche.” (Génesis 8:22)
En otras palabras, las estaciones continuarán, los ciclos de siembra y cosecha seguirán, el día y la noche seguirán como siempre, el sol y la luna seguirán ejerciendo su influencia, y la rotación de la tierra permanecerá estable.
No hay razón para vivir angustiados pensando en la viabilidad futura de la vida en este planeta.
También está la desesperanza por no encontrar otro planeta donde podamos vivir. Según el pensamiento del mundo, como Dios no creó la tierra, y como ya han concluido que este planeta no será capaz de sostenernos, necesitamos irnos de aquí.
Déjame decirte: yo también planeo dejar este planeta, pero para ir al cielo.
El mundo dice: “Necesitamos un plan de escape”. Pues bien, yo ya tengo un plan de escape: Arrepentimiento y fe en la obra salvadora de Jesucristo.
Pero la humanidad ha invertido miles de millones de dólares tratando de encontrar otro planeta habitable. La lógica es: con tantos millones de galaxias, debe existir otro lugar parecido a la tierra, otro planeta amigable donde podamos mudarnos.
Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice algo distinto: no existe tal planeta. En Isaías 45 se nos enseña que Dios hizo todo el universo inhabitable, excepto la tierra.
“Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios; él formó la tierra, la hizo y la compuso; no la creó en vano, la formó para que fuese habitada.” (Isaías 45:18)
Querido oyente, el único planeta que Dios diseñó para ser habitado es la tierra. Todo lo demás —dice Isaías— es vacío, un desierto, un lugar inhabitable.
Esto, por cierto, elimina cualquier temor de que existan alienígenas que vengan a invadirnos o que nos utilicen como conejillos de indias en experimentos.
Entonces surge la pregunta: ¿por qué Dios creó un universo tan inmenso, si la única parte habitable es nuestro pequeño planeta? La respuesta la encontramos en Su Palabra: para que el universo declare Su gloria, Su poder y Su grandeza. El salmista escribió:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.” (Salmo 19:1)
Imagina, David dice que Dios es el que con sus manos formó la luna y las estrellas (Salmo 8:3)
Mientras más grande descubrimos que es el universo, más pequeños reconocemos ques somos. Y al mismo tiempo, más grande reconocemos que es nuestro Dios. Y cuanto más grande comprendemos que es Él, más grandiosos se vuelven Sus propósitos y planes para nuestras pequeñas vidas y para nuestro pequeño planeta. Su gloria y Su gracia se vuelven aún más asombrosas. En realidad, mientras más aprendemos sobre el universo, más nos impresiona la grandeza de nuestro Dios.
A la desilusión sobre el futuro del planeta y del universo, se suma otra confusión todavía más cercana: la desilusión respecto a su propia identidad.
Nuestro mundo está profundamente confundido en cuanto al género y la moralidad sexual, y todo eso tiene una raíz: Rechazar al Dios Creador que nos hizo a Su imagen, varón y mujer.
Cuando se busca quitar a Dios de Su trono, el ser humano, con toda su confusión, se mete en ese lugar. Por eso, el mundo predica: ahora te toca a ti crear tu propia identidad, tu propio género, tu propio destino.
Esto está llegando al punto en que los niños de hoy tienen que tomar decisiones enormes desde edades muy tempranas. En las escuelas primarias se les pide a los pequeños que definan cuáles son sus pronombres preferidos y hasta qué nombre quieren usar.
Un autor lo comentó en tono de broma: “Si los niños de ocho años realmente decidieran lo que quieren ser cuando crezcan, el mundo estaría lleno de superheroes.”[vi]
Hace un par de semanas, un hombre me contó lo que le sucedió a su nieta de ocho años. Al comenzar el año escolar, le entregaron una encuesta en la que debía responder si era niño o niña. En tercer grado.
La niña escribió con toda seguridad que era una niña. La maestra la cuestionó y hasta le preguntó cómo sabía que era una niña. La pequeña, con la sinceridad de su edad, le respondió: “Porque tengo todas las partes correctas.”
La sabiduría de una niña de ocho años.
Ahora bien, ¿qué debe hacer un creyente en medio de una cultura tan oscura y confundida como la nuestra? ¿Acaso debemos vivir escuchando sermones y noticieros que nos recuerden, una y otra vez, lo mal que está el mundo, hasta quedarnos atrapados en la desesperación?
Jesús nos da la respuesta en el versículo 36:
“Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.” (Lucas 11:36)
Lo que Jesús está haciendo aquí es invitar a Su audiencia a recibir Su Palabra, a abrir las ventanas del corazón y permitir que Su verdad quite la ceguera espiritual, de modo que la luz pueda entrar y permanecer en ellos.
El comentarista Darrell Bock explica que cuando el creyente hace esto, su vida comienza a reflejar la luz como una lámpara que ilumina un cuarto oscuro.[vii]
Este es el desafío para cada creyente: recibir la luz y luego vivir en esa luz. No gastes tu tiempo maldiciendo la oscuridad; no te quedes indignado por la última noticia de la creciente desesperanza y confusión cultural. Eso es lo que el mundo va a producir, porque han apagado la luz y solo queda vivir en tinieblas.
En cambio, el apóstol Pedro nos recuerda nuestro llamado:
“…[anunciar] las virtudes de aquel que [nos] llamó de las tinieblas a su luz admirable.” (1 Pedro 2:9)
Dondequiera que Dios te haya colocado —en el trabajo, en la escuela, en tu comunidad— en esa estación y en ese lugar específico, tu tarea es encender la luz y proclamar cuán excelente es nuestro Señor.
El apóstol Pablo lo dice de esta manera en Efesios 5:8:
“Porque en otro tiempo erais tinieblas…”
En otras palabras, no solo caminábamos en tinieblas, sino que éramos tinieblas. Por dentro y por fuera estábamos llenos de oscuridad, incapaces de ver. Pero ahora, en Cristo, somos luz. Y Pablo nos exhorta: “Camina como un hijo de luz.”
¡Prende la luz!
Eso significa que no basta con decir que somos cristianos; debemos demostrarlo en la manera en que vivimos. Nuestras vidas deben dar evidencia de la transformación que ha habido en nosotros. Nuestros ojos fueron abiertos; ahora vemos. Hemos visto la luz. Y eso quiere decir que vemos las cosas de manera distinta al resto del mundo.[viii]
No debemos levantar las manos en desesperación, aunque el mundo esté engañado y se aferre a la propaganda del diablo. Ellos están intentando sembrar zanahorias para ver en la oscuridad. Nosotros tenemos el radar de la revelación de Dios. Sabemos por qué debemos seguir a Cristo: porque Su luz es lo único que nos permite ver en medio de la oscuridad.
Conclusión
Hace un tiempo, fui al médico para que me examinara los ojos. Últimamente me encontraba levantando la cabeza más y más, solo para poder leer un mensaje de texto.
Así que me senté en la silla y él bajó ese aparato frente a mis ojos, con una serie de lentes para probar. Me preguntaba: “¿Cuál se ve mejor, este o este otro?” Y yo respondía: “Ese.” Luego repetía: “¿Y ahora, cuál es más claro, este o aquel?” Y yo decía: “Este, creo.”
Después de tres o cuatro intentos, me detuve un momento y le dije en tono de broma: “Seguro que tú ya sabes cuál es el correcto, ¿no?” Él simplemente sonrió y respondió: “Sí, claro que lo sé.”
Un poco después, volvió a preguntarme: “¿Cuál es mejor, este o aquel?” Y yo contesté: “Este.” Entonces él hizo una pausa y me dijo: “¿Estás seguro?”
Querido creyente: necesitamos la Palabra de Dios más que nunca. Cada vez que abrimos la Biblia, es como si nos sometiéramos a un examen de nuestra vista espiritual. Nos damos cuenta de que tenemos problemas de percepción, que necesitamos claridad y mejor visión.
El Señor ya sabe cuál es la opción correcta; por eso puede decirnos que Su Palabra es “lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino” (Salmo 119:105).
Su luz nos permite ver en medio de la oscuridad. Así que nuestra oración debe ser la siguiente:
Señor, necesitamos más de Tu luz en nuestra vida hoy. Que Tu verdad penetre lo más profundo de nuestro corazón, que transforme nuestra manera de vivir, que aclare nuestra perspectiva y repare nuestra visión distorsionada. Y luego, que a través de nosotros, Tu luz brille en este mundo en tinieblas, para gloria y alabanza de Tu nombre. Amén.
[i] Adapted from Steve Richardson, Is the Commission Still Great? (Moody Publishers, 2022), p. 9
[ii] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 488
[iii] Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel (Kregel, 1965), p. 275
[iv] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 303
[v] Andree Seu Peterson, “A Tragic Role Reversal” World Magazine, November 19, 2022), p. 70
[vi] Adapted from Andree Seu Peterson, “A Tragic Role Reversal” World Magazine, November 19, 2022), p. 70
[vii] Darrell L. Bock, Luke: Volume 2 (Baker Academic, 1996), p. 1103
[viii] Adapted from Warren W. Wiersbe, Be Compassionate (Victor Books, 1988), p. 128












