Introducción
Leí una historia bastante interesante detrás de una frase popular que se originó en China. El relato gira en torno a una orquesta que tocaba durante todo el año para el emperador chino. Era una orquesta enorme, con varios cientos de integrantes, que se presentaba en todos los eventos importantes, en las festividades y aun en conciertos privados para el emperador.
Ser parte de la orquesta real era un privilegio increíble: se requería gran talento, pero un miembro en particular de esa orquesta era un impostor. Sin tener una formación musical, había usado algunas conexiones políticas para conseguir un puesto en la sección de flautas.
Cada vez que la orquesta ensayaba o se presentaba, simplemente levantaba la flauta hasta los labios, y fingía tocar. Finalmente, un día, el emperador anunció que cada miembro de la orquesta tendría que presentarse, uno por uno, en el palacio imperial para interpretar una pieza musical. Planeaba disfrutar varios días de música.
El impostor, que había fingido durante varias temporadas, comprendió que en pocos días descubrirían su farsa, trayendo deshonra a su familia y, arriesgándose a que lo ejecutaran en ese mismo momento.
Cuando llegó el día señalado para su presentación, este hombre fingió estar enfermo. El médico del palacio lo examinó y no encontró nada fuera de lo normal, así que le ordenó cumplir con su cita.
La hora se acercaba y el impostor ya no tenía escapatoria. Sabía que, en cuanto levantara la flauta, su farsa quedaría al descubierto. Incapaz de enfrentar la vergüenza y las consecuencias, tomó la decisión más trágica: se quitó la vida antes de que lo expusieran por completo.
De esta historia nació la expresión “enfrentar la música”.[i] Se la usa mucho en países de habla inglesa para describir a alguien que no quiere aceptar la verdad ni asumir la responsabilidad de sus actos. Cuando una persona no quiere admitir su error o su engaño, se dice que “rehúsa enfrentar la música”.
En español usamos otras frases para expresar la misma idea como: “no quiere dar la cara” o “tiene que pagar los platos rotos.” El punto es que hay momentos en la vida en los que uno no puede seguir evitando la realidad. Tarde o temprano, la verdad sale a la luz y nos toca asumir las consecuencias de lo que hicimos.
En el primer siglo, un grupo de líderes religiosos se encontró en esa misma situación. Lo que comenzó como una comida de media mañana en casa de un fariseo, terminó convirtiéndose en una confrontación directa con Jesús. Allí, Él les los desenmascaró: Él demostró que eran impostores, fingiendo ser espirituales, pero, en realidad eran grandes hipócritas. Jesús los obligará a dar la cara, y ellos están a punto de enfrentar la música.
Este encuentro entre los líderes religiosos y el Señor Jesús quedó registrado en el evangelio de Lucas, capítulo 11.
Síntomas de la hipocresía
Esta escena es una lección clásica sobre la hipocresía, un pecado que todos aprendemos con demasiada facilidad. A lo largo del pasaje, Jesús señala diferentes características que revelan la falsedad espiritual de estos líderes. Y, al hacerlo, también nos advierte a nosotros, para que podamos identificar estos problemas en nuestro corazón.
El primer síntoma que aparece en el texto es este:
Enfocarse en las apariencias externas en lugar de las actitudes internas
El versículo 37 dice:
“Mientras Jesús hablaba, un fariseo le rogó que comiera con él; y entrando Jesús, se sentó a la mesa. El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiera lavado antes de comer.” (Lucas 11:37-38).
En aquella época, los judíos acostumbraban a comer dos veces al día: una comida a media mañana y otra a media tarde. El vocabulario que usa Lucas indica que se trataba de la comida de media mañana.[ii]
Este lavado de manos no estaba relacionado con quitarse la suciedad del día; era más bien un ritual religioso. Se colocaban tinajas de piedra con agua purificada, de las cuales se sacaba el agua para limpiar ceremonialmente las manos. Los fariseos habían desarrollado esta costumbre durante los últimos quinientos años.[iii]
Pero Jesús no participó en esa tradición. Es como si hubiera pasado de largo frente a las tinajas, se hubiera sentado a la mesa y, sin más, hubiera tomado un pedazo de pan y pedido que le pasaran la mantequilla.
A todo esto, conviene recordar que, en esta etapa de Su ministerio, los líderes religiosos ya estaban resueltos a matarlo.[iv] Esta no era una invitación amable e inocente; era una trampa. Jesús lo sabía, y aun así aceptó sentarse a la mesa.
Continuamos desde el versículo 38:
“El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiera lavado antes de comer. Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de maldad. Necios” (Lucas 11:38-39).
El que estaba pasando la mantequilla seguramente se le resbaló de las manos. Todos se quedaron paralizados.
Jesús continuó:
“¿Acaso el que hizo lo de afuera no hizo también lo de adentro? Dad más bien limosna de lo que hay dentro, y entonces todo os será limpio” (Lucas 11:40-41).
Probablemente Jesús señaló las tazas y los platos que estaban sobre la mesa y dijo: “¿Pueden imaginarse limpiar solo lo de afuera y no preocuparse por lo de adentro?”.
Es como cuando uno se olvida el termo de café en el auto durante el fin de semana. El lunes lo traes de nuevo a la casa y limpias lo de afuera hasta que queda brillante. Luego sirves café fresco, pero adentro todavía tiene un poco de café de hace dos días, leche cortada y cosas que ya empezaron a crecer ahí dentro. Por fuera se ve impecable, pero por dentro es un asco. ¡Nadie hace eso!
Jesús les está diciendo: “Así son ustedes. Se preocupan por dar la impresión correcta, por mantener una imagen pulida, pero por dentro están llenos de codicia y maldad”.
El cambio debe empezar en lo interno, en ese lugar donde germinan la codicia, el orgullo y la maldad. Como dijo un comentarista, No puedes cambiar tu manera de hablar solo cepillándote los dientes; lo que realmente necesita limpieza es el corazón.[v]
Entonces, si uno quiere reconocer un corazón hipócrita, el primer síntoma es este: enfocarse más en las apariencias externas que en las actitudes internas. El segundo síntoma aparece en el versículo 42 y es el siguiente:
Felicitarse por pequeños logros religiosos mientras ignoramos fracasos mucho más grandes
Jesús dice en el versículo 42:
“Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, la ruda y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello” (Lucas 11:42).
La ley de Moisés nunca había exigido que se diezmaran las hierbas del huerto, pero ellos contaban hoja por hoja, semilla por semilla, para asegurarse de separar exactamente la décima parte. ¡Qué dedicación tan meticulosa! Pero, al mismo tiempo, ignoraban lo esencial: Crecer en amor por Dios, tener buenas actitudes con los demás, buscar justicia, mostrar misericordia.[vi]
La implicación es clara: siempre resulta más fácil cumplir con un ritual externo que examinar el corazón. Uno puede marcar casillas y sentir que lleva todo en orden, mientras en lo profundo uno es completamente indiferente hacia el prójimo y no tiene el mínimo de amor y temor a Dios.[vii]
La hipocresía siempre es el camino más fácil.
Continuamos ahora con el tercer síntoma:
Valorar más el reconocimiento público que la rectitud personal
Jesús dice en el versículo 43:
“¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas” (Lucas 11:43).
En otras palabras, les encantaba que la gente se detuviera a hablar bien de ellos en público. Que les dijeran que buenas personas eran. Que gran ejemplo han sido.
En aquel tiempo, los lugares de honor en la sinagoga estaban al frente, justo detrás del atril desde donde se leía la Ley. Esos asientos miraban hacia la congregación, de modo que todos podían ver quién estaba ahí. Era el lugar reservado para los líderes más reconocidos. La sinagoga se había convertido en un escenario para hacerse ver. Semana tras semana, los fariseos se sentaban con sus expresiones piadosas, mostrándose como los más espirituales de todos.
Jesús, sin embargo, los desenmascara en el siguiente versículo y les dice:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben” (Lucas 11:44).
La ley prohibía tocar una tumba o pasar por encima de un sepulcro, incluso rozar una lápida al borde del camino. El libro de Números, capítulo 19, establecía que cualquiera que lo hiciera quedaba ceremonialmente impuro durante siete días.[viii]
Con el tiempo, también se empezó a enseñar que una persona podía contaminarse aun si su sombra tocaba un cadáver o un sepulcro.[ix] Por eso, cada primavera, antes de la Pascua, la comunidad se aseguraba de blanquear los sepulcros a la orilla de los caminos, de modo que cualquiera pudiera verlos fácilmente y evitarlos.[x]
Jesús, mira a los fariseos y les dice: “Ustedes son como sepulcros que no se ven. La gente los escucha, los sigue, los admira… pero sin darse cuenta terminan contaminados por su influencia”.
¡Qué fuerte declaración! Jesús estaba diciendo que el contacto con ellos no acercaba a nadie a Dios, sino que más bien los apartaba. Su enseñanza, su ejemplo y su manera de vivir no edificaban a otros; los corrompían.
Querido oyente, si tienes un amigo cercano al que le estás permitiendo influir en tu vida, y sabes muy bien que es un hipócrita religioso, déjame darte un consejo: ¡aléjate! Esa influencia solo te contaminará, nunca te edificará. No te va a acercar ni un paso más al Señor. Lo que necesitas es rodearte de personas que entiendan cuánto dependen del Señor, cuánto necesitan el perdón de Dios, y lo fácil que resulta para ellos caer en tentación. Ten cuidado con aquellos que se interesan más en el reconocimiento público que en la rectitud personal.
Continuando, el cuarto síntoma de un corazón hipocrita es el siguiente:
Enseñar a otros lo que te rehúsas a practicar
Me imagino que ahora la comida se está enfriando, mientras que el rostro de los fariseos se acalora más y más de enojo. La tensión en el comedor crece mientras leemos en el versículo 45:
“Respondiendo uno de los intérpretes de la ley, le dijo: Maestro, cuando dices esto, también nos afrentas a nosotros. Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley!” (Lucas 11:45-46a).
Ahora bien, estos intérpretes de la ley eran los escribas, los especialistas en la ley de Moisés y en las tradiciones rabínicas. Y Jesús, responde diciendo básicamente: “Lo siento, ¿los dejé por fuera? Muy bien entonces, escribas, ¡también llegó el momento de que rindan cuentas!”.
Seguro que aquel hombre que había levantado la voz para defenderse pensó de inmediato: “¿Y para qué abrí la boca?”.
Jesús continuó en el versículo 46:
“¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar…” (Lucas 11:46a).
Jesus se refería a las interminables reglas, tradiciones y rituales que ellos imponían sobre la vida diaria del pueblo. Eran cientos de mandamientos adicionales que, según ellos, había que cumplir para no ofender a Dios.
Por ejemplo, la ley decía que no se debía trabajar el sábado, y eso incluía no llevar ninguna carga. Entonces los intérpretes de la ley se dedicaron a definir con lujo de detalle qué significaba exactamente una “carga”.
Llegaron a conclusiones tan absurdas como estas: era ilegal cargar algo en la mano derecha, o en la izquierda, o sobre el hombro. Pero si lo llevaba en el dorso de la mano, en el pie, en la boca o incluso en el cabello, ¡eso ya no contaba como carga![xi]
Pero, ¿qué pasa con la comida? ¿Acaso levantar un vaso o una cuchara no cuenta como cargar un peso? Los intérpretes de la ley se reunieron y llegaron a una conclusión aún más absurda: era permitido tomar agua siempre y cuando no fuera más de lo que cabía en una cáscara y media de huevo. Lo mismo con la comida: podías levantar una cuchara hasta la boca, siempre y cuando lo que contenía no pesara más que un solo higo.
¿Quién podía recordar todas esas reglas, mucho menos cumplirlas? Sin embargo, el Señor no se detiene ahí. Continúa en el versículo 46:
“…cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo tocáis esas cargas” (Lucas 11:46b).
En otras palabras, ellos mismos no cumplían esas reglas. Buscaban excusas legales, escapatorias, formas de evadir lo que exigían a los demás. No andaban midiendo agua ni comida. En realidad, no practicaban nada de eso. Imponían sobre los demás cargas imposibles, pero ellos vivían como si esas reglas no existieran.
Esto me recuerda la historia de dos hermanos gemelos: uno se convirtió en pastor y el otro en médico. Eran tan parecidos que casi nadie podía distinguirlos. Un hombre se acercó a uno de ellos en la calle y le preguntó:
—¿Usted es el gemelo que predica?
A lo que él respondió:
—No, yo soy el que practica.[xii]
La palabra que Jesús usó aquí para “carga” es la misma que encontramos en Hechos 27 para referirse al cargamento de un barco: un peso enorme, imposible de soportar para una sola persona.[xiii] Así es la vida bajo todas esas reglas humanas: Termina hundiéndote en la desesperación porque, en lo más profundo de tu corazón, sabes que no puedes cumplir con todo. Te sientes ahogado en tu propio pecado y en tus fracasos.
Es en ese contexto que entendemos mejor la maravillosa promesa de Jesús, cuando le dijo a la multitud:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
La vida cristiana no es una carga. No consiste en cumplir un montón de reglas que jamás podrás recordar ni obedecer perfectamente. Se trata de una relación viva con el Salvador que llevó sobre sí cada pecado, cada fracaso y cada debilidad.
Esa es la buena noticia: en Cristo, encuentras perdón y gracia todos los días. Somos adoptados en la familia de Dios no porque seamos perfecto, sino precisamente porque reconocemos que somos pecadores y dependemos completamente de la gracia y el perdón de Dios.
Un síntoma de un corazón hipócrita es que enseña y carga a otros con reglas se reúsa a practicar. El quinto síntoma que vemos aquí es este:
Admirar a quienes no pueden confrontarte
Jesús continúa en el versículo 47:
“¡Ay de vosotros! porque edificáis los sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros padres. De modo que sois testigos y consentís en los hechos de vuestros padres; porque a la verdad, ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros” (Lucas 11:47-48).
En otras palabras, los líderes religiosos se felicitaban a sí mismos por levantar monumentos en honor a los profetas antiguos. Pero al mismo tiempo rechazaban al profeta que estaba delante de ellos: Juan el Bautista. Y lo que es peor, estaban en camino de rechazar y condenar al mayor de todos los profetas: el propio Señor Jesús.
La realidad era que los únicos profetas que ellos admiraban eran los que ya habían muerto y no podían confrontarlos ni desafiarlos.[xiv]
El pastor J.C. Ryle comentó este pasaje diciendo: Siempre resulta más fácil admirar a cristianos del pasado que imitar a los creyentes vivos que nos llaman a examinar nuestra vida hoy.
Jesús les estaba diciendo a los fariseos que, al ignorar el testimonio de la historia y al rechazar a los verdaderos profetas vivos, ellos mismos se habían convertido en falsos profetas. En realidad, ellos estaban impidiendo que la gente descubriera la verdad del evangelio. Jesús se los dijo claramente en el versículo 52:
“¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (Lucas 11:52).
En otras palabras: ellos habían convertido la salvación en un acertijo, en un enigma imposible de resolver. [xv] O sea, aquellos que supuestamente eran los guías espirituales de la nación habían terminado siendo un estorbo para que otros encontraran a Dios.
Aquí surge una pregunta que un corazón hipócrita nunca se hace: ¿Mi vida está siendo un tropiezo que aleja a otros de Cristo, o un puente que los acerca a Él?
La llave de la ciencia, en este contexto, se refiere a la comprensión de Jesús y de la invitación de Su evangelio. Jesús, en efecto, les dice a estos escribas y fariseos: “Ustedes debieron poner una alfombra de bienvenida y mostrarle a todos cómo pasar por esta puerta. Pero, en cambio, han intentado cerrar la puerta y esconder la llave”.[xvi]
Qué acusación tan temible. ¿Es tu vida un obstáculo o una ayuda para las personas que necesitan a Cristo?[xvii]
Pasamos al último síntoma de un corazón hipócrita en este pasaje, y es el siguiente:
Resistir el impulso a arrepentirse cuando te confrontan con la verdad
Leamos el versículo 53 de Lucas 11:
“Diciéndole él estas cosas, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarle en gran manera, y a provocarle a que hablase de muchas cosas, acechándole, y procurando cazar alguna palabra de su boca para acusarle” (Lucas 11:53-54).
Es posible que, en este momento, Jesús se levantara y saliera, y que aquella multitud de hombres airados lo siguiera detrás. ¿Cómo se atrevía a hablarles así, este carpintero sin estudios? ¿Quién se creía que era?[xviii]
Te diré quién era: Él era el Emperador que los había convocado a todos a “enfrentar la música”. Pero ellos hicieron de todo, menos escucharlo y arrepentirse.
En este momento, es importante que nosotros nos miremos en el espejo de la Palabra de Dios y reflexionemos.
Cuán fácil resulta:
- Responder a la verdad que nos confronta resistiendola, en lugar de arrepentiéndonos.
- Admirar a personas que nunca desafían la forma en que pensamos o vivimos.
- Decirle a otros lo que deben hacer, mientras nosotros no lo practicamos.
- Valorar el reconocimiento público más que la rectitud personal.
- Aplaudirnos por pequeños logros religiosos, mientras cerramos los ojos ante los pecados y los grandes fracasos morales en nuestra vida.
- Enfocarnos en las apariencias externas en lugar de las actitudes internas del corazón.
Y quizas te surga la pregunta: ¿cuánto durará esta batalla contra la hipocresía? ¿Cuánto tiempo debemos mantenernos alertas?
Algunos de los cristianos que más admiro son precisamente los que reconocen abiertamente su lucha constante por mantenerse transparentes y honestos.
Pienso, por ejemplo, en Steve Green, el famoso cantante y compositor cristiano que en cierto momento de su carrera llenaba estadios enteros con sus conciertos. Un periodista cristiano lo entrevistó cuando estaba en la cumbre de su carrera. Durante la conversación, Steve Green admitió lo siguiente:
“Mi tendencia es dejar que la gente sepa solo lo suficiente de mí como para dar una buena impresión… la verdad es que soy un hipócrita en rehabilitación.”[xix]
Uno de los creyentes más maduros que podemos encontrar en las Escrituras, el apóstol Pablo, también admitió algo similar. Les escribió a los filipenses que todavía no había alcanzado la meta, que aún no alcanzado la madurez completa en Cristo”. Pero, luego afirmó: “Sigo adelante; continúo en la carrera; me esfuerzo cada día por caminar con Cristo”. Esa decisión diaria de depender del Señor es la que te aleja de la hipocresía, y en cambio te convierte en un seguidor de Cristo cada vez más dependiente de Su gracia. Así que, no ignores los síntomas de un corazón hipócrita. Reconoce delante del Señor tu necesidad, humíllate y corre hacia Cristo cada día. Solo dependiendo de Su gracia podrás vivir con un corazón limpio, íntegro y auténtico delante de Dios.
[i] Adapted from Robert Jeffress, The Solomon Secrets (Waterbrook, 2002), p. 128
[ii] Adapted from Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1 (Zondervan, 2002), p. 424
[iii] Adapted from Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 307
[iv] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1998), p. 129
[v] Wiersbe, p. 130
[vi] Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale House, 1997), p. 305
[vii] Adapted from David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 495
[viii] Douglas Sean O’Donnell, Matthew (Crossway, 2013), p. 689
[ix] Swindoll, p. 312
[x] Adapted from O’Donnell, p. 689
[xi] William Barclay, The Gospel of Luke (Westminster Press, 1975), p. 158
[xii] Michael Hodgin, 1001 More Humorous Illustrations (Zondervan Publishing, 1998), p. 167
[xiii] John MacArthur, Luke: Volume 2 (Moody Publishers, 2013), p. 104
[xiv] Barclay, p. 158
[xv] Adapted from Barton, p. 308
[xvi] Adapted from Swindoll, p. 315
[xvii] Adaptado de Dale Ralph Davis, Luke: The Year of the Lord’s Favor, Christian Focus, 2021, p. 212
[xviii] John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), p. 177
[xix] https://www.preachingtoday.com/illustrations/1996/december/1504/html












