Introducción
Si haces una búsqueda en internet con la palabra clave “temor” o “miedo”, obtendrás millones de resultados. Muchos de esos resultados repiten información acerca de lo que podríamos llamar temores infundados; es decir, miedo a cosas que casi nunca suceden.
Por ejemplo, mucha gente le teme a las alturas; de hecho, es el segundo temor más comúnmente reportado. Pero la probabilidad de que una persona se caiga desde cierta altura es de 1 en 65.000, mientras que la posibilidad de que esa misma persona sufra el robo de identidad es de 1 en 200.
El miedo a volar en avión es otro ejemplo. La probabilidad de estar en un accidente aéreo es de 1 en 13 millones, y el 98% de esos accidentes no resultan fatales. Sin embargo, la probabilidad de que te alcance un rayo es de 1 en 2 millones, y normalmente sí es fatal.
El temor a que te muerda un perro es algo más realista. La posibilidad de resultar herido por un perro es de 1 en 137.000. Pero la probabilidad de lesionarse mientras cortas el césped es de 1 en 3.000.[i]
La verdad es que vivimos en un mundo lleno de miedo y ansiedad a todo tipo de cosas, desde el temor a los accidentes hasta el temor a lo desconocido.
Pero el miedo no siempre es algo malo. Uno le enseña a su hijo pequeño a tener cierto grado de temor al jugar en la calle por el peligro de los vehículos o tener temor de tocar una estufa caliente.
Jesucristo está a punto de enseñarle a su audiencia a temer ciertas acciones y perspectivas. De hecho, la palabra temor aparece cinco veces en los siguientes versículos del evangelio de Lucas, capítulo 12. Te invito a abrir tu biblia allí.
Al recorrer juntos estos primeros doce versículos de Lucas 12, quiero organizar nuestro estudio en torno a los tipos de temor que Jesús aprueba—o incluso fomenta—y que podríamos llamar temores justificados. Y aquí está el primero. Lo voy a expresar en forma de principio:
Necesitamos temer vivir una mentira
Lucas 12:1 comienza diciendo:
“En esto, juntándose por millares la multitud, tanto que unos a otros se atropellaban, comenzó a decir a sus discípulos primeramente: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Porque nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas.”
(Lucas 12:1–3)
Como aprendimos en nuestro estudio anterior, Jesús había participado de una comida en casa de un fariseo, donde terminó exponiendo su hipocresía. Esa comida terminó y el Señor salió de esa casa. Ahora, la multitud mencionada en el capítulo 11, versículo 29, se había transformado en una muchedumbre tan densa que la gente se atropellaba tratando de acercarse a Jesús.[ii]
La gente estaba apiñada en cada calle alrededor de aquella casa, abarrotando cada callejón, esperando que Jesús apareciera. Y cuando Él sale por la puerta, se encuentra inmediatamente con esta multitud inmensa, y les dice principalmente a Sus discípulos, aunque lo suficientemente fuerte para que todos oigan: “Cuídense de la hipocresía que acabo de confrontar. La hipocresía de esos fariseos es como la levadura”.
Todos en Su audiencia entendían de inmediato esta comparación. En la tradición judía, la levadura había llegado a simbolizar el poder penetrante del pecado. El pueblo de Israel debía eliminar toda levadura de sus hogares durante la Pascua; durante siete días comían pan sin levadura.[iii]
El apóstol Pablo habló también de “la levadura de malicia y de maldad” en 1 Corintios 5:8.
Y lo realmente aterrador de la comparación de Jesús es que la hipocresía no siempre es ruidosa ni evidente.[iv] Al contrario, al igual que la levadura, actúa de manera silenciosa e invisible.[v]
En tiempos antiguos, todos sabían que para hacer que el pan quedara ligero y esponjoso, se debía tomar un pedazo de masa ya fermentada y mezclarla con una nueva. Luego, antes de hornear, se dejaba la masa reposando en un lugar oscuro y fresco, y en ese proceso las bacterias de la levadura se multiplicaban hasta impregnar toda la mezcla.[vi]
Así es la hipocresía también: hace con una persona lo que la levadura hace con la masa. Nos infla, nos llena de orgullo. El pecado, si no se detiene, termina contaminando toda nuestra manera de pensar y de vivir.[vii]
Esta es la bacteria engañosa y destructiva de la hipocresía: sutil, silenciosa, mortal.
Un hipócrita puede llegar al punto de quejarse de la hipocresía de los demás, sin darse cuenta de que está describiéndose a sí mismo.
Seguramente has escuchado a alguien decir: “Yo no voy más a la iglesia porque está llena de hipócritas”
Hace un tiempo, alguien me envió una lista humorística titulada: “Razones por las que ya no voy a los partidos”. Decía así:
- El entrenador nunca vino a saludarme.
- Cada vez que iba, me pedían dinero.
- La gente en mi fila no era muy amigable.
- La temperatura siempre era demasiado caliente o demasiado fría.
- Los árbitros siempre tomaban decisiones con las que no estaba de acuerdo.
- Algunos partidos se iban a tiempo extra y llegaba tarde a casa.
- Ponían canciones que nunca había escuchado.
- Mis padres me llevaron a demasiados partidos cuando era niño.
- Siempre terminaba sentado cerca de hipócritas que solo iban a mirar a otros.
¿Le suena familiar?
La verdad es que Jesús no les habría advertido a Sus discípulos sobre el peligro de la hipocresía si no fuera una amenaza real. Y lo sigue siendo también para nosotros hoy. Necesitamos tener miedo de vivir una mentira.
En segundo lugar:
Necesitamos temer olvidar el futuro.
Versículo 4:
“Pero os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.” (Lucas 12:4–5)
Jesús sabía que Sus discípulos enfrentarían el martirio. Casi todos los doce apóstoles murieron de manera violenta: aserrados, atravesados por lanzas, decapitados, crucificados.
Muchos otros, al decidir seguir a Cristo, perderían todo lo que tenían. En otras palabras, había muchas razones humanas para tener miedo de seguir a Cristo.
Pero Jesús les dice aquí: están temiendo lo incorrecto. No olviden que existe vida más allá de la tumba. No olviden su futuro eterno.
Lo peor que un ser humano puede hacerle a otro dura solo lo que dure esta vida. Si alguien les quita la vida, hasta ahí llega su poder. Pero Dios tiene autoridad no solo para quitar la vida, sino también para determinar el destino eterno de cada persona. El versículo 5 dice que Él tiene poder para echar en el infierno.
La palabra usada aquí es Gehenna, el término que con más frecuencia se usaba para hablar del infierno. Gehena era un valle fuera de los muros de Jerusalén. En la antigüedad había sido un hermoso jardín real, pero con el tiempo se convirtió en un lugar donde se practicaba la idolatría, donde incluso se ofrecían sacrificios de niños al dios Moloc.[viii]
Años más tarde, ese mismo valle se convirtió en el basurero de la ciudad, donde constantemente se quemaban desechos y basura (Jeremías 19). Por eso, el Señor Jesús relacionó en varias ocasiones la realidad del tormento eterno del infierno con el humo sofocante y el hedor ardiente de Gehena.
Así que Jesús dice aquí: “Temed a aquel que tiene autoridad para echar en el infierno.”
Por cierto, la persona que tiene esa autoridad no es el diablo. La Biblia nos enseña que Satanás no anda lanzando gente al infierno; más bien, él mismo será lanzado allí.
El diablo será el prisionero más infame del infierno. No será su guardia ni su líder, sino su recluso principal. Y al igual que todos los que han rechazado a Dios, no tendrá ni perdón ni libertad condicional. [ix]
Este texto nos advierte acerca del terror y la realidad de un infierno venidero. Si fuera cierto que un incrédulo al morir simplemente deja de existir, entonces Dios no tendría más poder sobre él que cualquier ser humano. Pero la verdad es todo lo opuesto: el ser humano puede causar todo el daño posible, pero su poder termina con la muerte. Dios, en cambio, tiene poder más allá de la tumba. Por eso, teman a Dios al considerar su destino eterno.
Y justo en ese punto, Jesús cambia de enfoque. Ahora, mirando a Sus discípulos creyentes, les dice: “No teman.” Versículo 6:
“¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos.” (Lucas 12:6–7)
En aquellos días, los gorriones eran la comida más barata que se podía comprar en el mercado. Era la carne más huesuda y barata. Era menospreciada y se la considetaba prácticamente sin valor.[x]
En este contexto, Jesús les está diciendo a sus discípulos: No importa cuan insignificantes crean ser. Ustedes son valiosos para Dios. Muchos creyentes a lo largo de la historia han pensado: “No hay razón para que Dios se acuerde de mí; seguramente me ha olvidado”. Pero aquí Jesús afirma lo contrario. No importa cuan inutil e insignificante pueda sentirse un discípulo de Cristo, jamás saldrá de la mano soberana y omnisciente de Dios, ni acabará en el infierno por descuido.
¡No! Dice Jesús. ¡No teman! ¡No tengan miedo! Dios nunca los olvidará. Nunca los perderá de vista. Son de gran valor para él porque me pertenecen a mi.
El Señor agrega una ilustración aún más íntima. Él demuestra su omnisciencia – eso significa que lo sabe todo – su conocimiento y cuidado personal por nosotros. En el versículo 6 leemos:
“Aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.”
¡Imagínese ese nivel de conocimiento! En cualquier momento, Dios tiene la cuenta exacta de los cabellos en su cabeza. Para algunos de nosotros, esa suma ya no es tan complicada… pero ese no es el punto. La enseñanza es que, si Dios se fija en ese detalle, entonces sabe absolutamente todo en cuanto a tu vida y la mia. Y Jesús quiere que ese conocimiento exhaustivo de Dios sea una fuente de ánimo para Sus hijos.
Teman a Dios; Él es el Creador, omnisciente con poder más allá de la tumba.
Para el incrédulo, temer a Dios significa sentir terror ante la sola idea de Su existencia. Genera un deseo huir de Él, evitarlo y esconderse sino fuera por la invitación del Señor a arrepentirse. Ese temor debe llevar a buscar refugio en la salvación que ofrece Jesús.
Pero para el creyente, temer a Dios no significa correr lejos de Él, sino todo lo contrario: significa vivir maravillado ante Su grandeza, amarlo, reverenciarlo, adorarlo.
Por eso necesitamos temer vivir una mentira. Para el incrédulo, ese engaño terminará un día con una exposición total delante de Dios. Para el creyente, es una advertencia contra la influencia secreta y corruptora de la hipocresía, que arruina nuestro testimonio y nos roba el gozo.
Entonces, en segundo lugar, necesitamos temer olvidar el futuro. El incrédulo no quiere pensar en lo que viene después de la muerte, pero ese futuro terminará alcanzándolo. El creyente, en cambio, si olvida su futuro eterno, se distrae y se desanima. Entonces solo se enfoca en los problemas de esta vida y olvida la gloria que le espera en la eternidad.
Y ahora, en tercer lugar:
Necesitamos temer ceder ante la cultura.
Lucas escribe en el versículo 8:
“Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios; mas el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.” (Lucas 12:8–9)
¿Qué quiere decir Jesús con esto?
He escuchado algunos sermones que interpretan este pasaje de la siguiente manera: que si un cristiano no comparte su testimonio en el momento oportuno, o si pierde el valor de hablar de Cristo cuando debería hacerlo, entonces en realidad no es creyente, y Jesús lo rechazará en el día final.
Esa interpretación ha asustado a muchos creyentes, motivándolos a evangelizar por temor. Pero esa no es la enseñanza de Jesús aquí. De hecho, no puede ser lo que Él quiere decir, porque Pedro —y la mayoría de los demás discípulos— lo negarían públicamente en la hora de la prueba, huyendo en lugar de confesarlo. Y, sin embargo, después fueron restaurados y usados poderosamente por Dios.
La clave está en la palabra que Jesús usa, traducida confesarlo, y significa “decir lo mismo”. Es reconocer y afirmar lo que Jesús dice de sí mismo.[xi]
En otras palabras, confesar a Cristo es estar de acuerdo con lo que Él declara: que es el Mesías, el Hijo de Dios, enviado para morir por nuestros pecados y llevarnos a la presencia del Padre. Negarlo es rechazar esa verdad y reducirlo a un simple maestro, un rabino más, o un profeta entre tantos.
Si alguien llega a esa conclusión y persiste en ella, Jesús lo negará delante de los ángeles de Dios.
Jesús no está hablando de perder el valor en un momento de debilidad. Está hablando de repudiar definitivamente la identidad y misión de Jesús.[xii]
Esto equivale a blasfemar contra el Espíritu Santo. Fíjese en lo que añade en el versículo 10:
“A todo aquel que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado.” (Lucas 12:10)
¿Por qué este pecado no puede ser perdonado? No porque sea más grave que otros, sino porque quien lo comete no quiere ser perdonado. Es alguien que ha cerrado por completo su corazón, su mente, sus oídos y sus ojos a la verdad del evangelio y a la voz del Espíritu de Dios que trae convicción de pecado.
Se puede perdonar a una persona que habla en contra de Jesús si esta se arrepiente y le pide perdón. Pero rechazar permanentemente al Espíritu Santo implica una vida entera de rebelión que nunca llega al arrepentimiento.
En otras palabras, el pecado imperdonable es la incredulidad final, la negativa a aceptar a Cristo hasta el último aliento. No se perdona, no porque Dios no quiera perdonar, sino porque la persona no quiere ser perdonada.
Querido oyente: debemos tener cuidado de no emitir un veredicto definitivo sobre la vida de alguien a quien estamos compartiendo el evangelio. Un solo acto de blasfemia, o incluso años de rechazo y oposición, no significan necesariamente que esa persona esté perdida para siempre. Mientras alguien siga con vida, todavía existe la posibilidad de que llegue al arrepentimiento y a la fe en Cristo.
Sabemos que esto es posible porque uno de los blasfemos más violentos contra la obra del Espíritu Santo en la iglesia primitiva fue nada menos que el apóstol Pablo. En 1 Timoteo, él mismo se describe diciendo: “Yo era antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia.”[xiii]
La misma palabra que Jesús usa en Lucas para “blasfemar” es la que Pablo aplica a sí mismo. Pero él recibió gracia.
Por lo tanto, la blasfemia contra el Espíritu Santo no es un pecado aislado que alguien comete una vez, sino una vida de rechazo continuo que nunca se rinde al llamado de Dios. Ese pecado no será perdonado porque la persona se niega a pedir perdón.
Si hasta el día de hoy no te has arrepentido y puesto tu fe en Cristo para que perdone tus pecados, y tu conciencia está inquieta, preguntándote si quizá ya sea demasiado tarde para creer, la respuesta es: no es demasiado tarde. Esa inquietud en tu corazón no proviene de Satanás; él nunca impulsaría a nadie a acercarse al evangelio. Esa convicción proviene del Espíritu Santo mismo, que sigue llamándote a creer. No ignores Su llamado. No endurezcas tu corazón.
Hasta aquí, Jesús parece estar advirtiendo y, al mismo tiempo, invitando a esta multitud incrédula a creer en Él como su Mesías. Pero, ahora Jesús se dirige más específicamente a sus discípulos y les dice en el versículo 11:
“Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.” (Lucas 12:11–12)
Por cierto, este pasaje no significa que un maestro, un predicador o un líder de grupo pequeño pueda excusarse de estudiar y prepararse. Uno no puede decir: “No me voy a preocupar por estudiar, porque el Espíritu Santo me dirá lo que tengo que decir cuando me pare detrás del púlpito.” Eso no es lo que Jesús quiere decir.
Estoy de acuerdo con un teólogo que dijo que el maestro o predicador que no sabe lo que va a decir cinco minutos antes de subir a hablar, hará que la mayoría olvide lo que dijo cinco minutos después de termina.[xiv]
El Señor se refiere aquí a esos momentos inesperados de la vida, cuando no los anticipas; cuando te ponen en aprietos con una pregunta en el trabajo o en la escuela y, de repente, ahí estás: te han llamado a responder. No has tenido tiempo de preparar nada elocuente; sencillamente dices la verdad que ya conoces, desde tu corazón y tu testimonio, y dejas el resto en manos de Dios.
Y, a todo esto, que el Espiritu Santo enseñe lo que debemos decir no significa que nos va a revelar cosas nuevas que nunca habíamos estudiado. Sino que nos va a mostrar qué cosas debemos decir y de qué manera debemos decirlas. Es decir, uno ha estado creciendo en el conocimiento de la Palabra de Dios, ha sido fiel en estudiar las Escrituras; y, cuando el momento se presenta de dar testimonio de nuestra fe, el Espíritu Santo dirige nuestros pensamientos para responder de manera elocuente, nos recuerda la verdad aprendida, nos muestra la aplicación de esa verdad para ese preciso momento sin haber planificado o pensado nada de eso antes.
Continuando, el Señor ya ha tratado varios temores y nos ha dado advertencias acerca de lo que sí debemos temer: vivir una mentira —permitiendo que la hipocresía crezca en lo oculto—; olvidar el futuro —viviendo solo para hoy y enfocándonos únicamente en los problemas presentes—; y ceder ante la cultura —lo cual puede significar suavizar la dura realidad del evangelio de que Jesucristo es el único camino al Padre
Pero incrustadas en estas advertencias encontramos también palabras de ánimo que siguen siendo aplicables para los discípulos del Señor el día de hoy.
Estas son cosas que nunca debemos temer. Permíteme señalar dos de ellas. Primero:
No temas que Dios te ignore
Si Dios conoce cada gorrión —y Jesús dice: “Ni uno de ellos es olvidado delante de Dios”—, entonces Él te conoce a ti y sabe todo acerca de tu vida y no te olvidará.
Recuerda que tiene contado cada cabello de tu cabeza. Se dice que perdemos unos 75 cabellos al día. Si Dios cuida de esos detalles tan pequeños, entonces sabe absolutamente todo de tu vida. Él sabe dónde estás ahora mismo y está comprometido a guiarte y pastorearte en cada paso. Dios nunca te va a ignorar.[xv]
En segundo lugar,
No temas enfrentar tiempos difíciles en soledad
El Espíritu Santo está contigo cuando te llaman a dar razón de tu fe. Está contigo en esos momentos repentinos llenos de presión, de problemas o de dolor. Podríamos llamarlos momentos espontáneos, cuando no hay tiempo para preparar nada. Donde simplemente damos respuestas improvisadas.
Aquí está la promesa: no estás realmente improvisando. No estás por tu cuenta. Estás atravesando esa situación acompañado y guiado por el Espíritu de Dios. Nunca enfrentarás un tiempo difícil sin la compañía de tu Señor. Y nunca, pero nunca seras olvidado o ignorado por Él. Puedes confiar en la presencia de tu Pastor, en Su sabiduría y en Su guía constante para cada momento de tu vida.
[i] Louthian Law Firm, www.louthianlaw.com/avoiding-injury-2014
[ii] Adapted from R.C.H. Lenski, The Interpretation of St. Luke’s Gospel (Augsburg Publishing House, 1946), p. 671
[iii] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1 (Zondervan, 2002), p. 426
[iv] Adapted from Dale Ralph Davis, Luke (Christian Focus, 2021), p. 215
[v] Adapted from Warren Wiersbe, Be Compassionate (Victor Books, 1988), p. 135
[vi] Adapted from Swindoll, p. 319
[vii] Adapted from Wiersbe, p. 135
[viii] Zondervan Illustrated Bible Commentary, p. 426
[ix] John MacArthur, Luke: Volume 2 (Moody Publishers, 2013), p. 118
[x] Adapted from Swindoll, p. 321
[xi] Swindoll, p. 321
[xii] Davis, p. 218
[xiii] Adapted from Swindoll, p 322
[xiv] Adapted from John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), p. 180
[xv] Adapted from William Barclay, The Gospel of Luke (Westminster Press, 1975), p. 161












