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Escapando del juicio final

Hoy contamos con tecnología que anticipa tormentas, rastrea huracanes y nos advierte de todo tipo de peligros. Pero hay una advertencia mucho más importante que la mayoría decide ignorar: el día en que cada persona tendrá que presentarse delante de Dios. Jesús habló con una franqueza inesperada sobre ese momento inevitable. Sus palabras son tan claras que incomodan, pero a la vez abren los ojos a una realidad que no podemos pasar por alto. Este pasaje nos invita a reflexionar en lo que está en juego: no solo esta vida, sino la eternidad.

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Introducción

En los círculos cristianos suele repetirse una leyenda. Y uso la palabra leyenda porque probablemente no sucedió tal como se cuenta, pero el principio que transmite sí es verdadero.

La historia dice que, después de la resurrección de Cristo, Satanás convocó a un consejo de demonios para diseñar la mejor estrategia con la cual impedir que las personas creyeran en el evangelio.

Después de mucho deliberar, un grupo propuso engañar a la gente haciéndoles creer que nada de eso era verdad: que Jesús no es Dios y que el evangelio es falso. Satanás respondió: “Eso funcionará con muchos”. Y en efecto, ha funcionado.

Otro grupo discrepó y sugirió otro plan: decirles que el cristianismo es verdadero, pero que también lo son todas las demás religiones. Aunque algunos se darían cuenta de que eso no es lógico, muchos otros aceptarían la idea.

Finalmente, un tercer grupo dijo: “Lo que funcionará en todos los seres humanos es decirles la verdad: que Jesús es el Hijo de Dios, que existe un cielo y un infierno, y que deben creer en el evangelio… pero convencerlos de que todavía hay tiempo. Vamos a distraerlos durante la vida y a hacerles pensar que su cita con Dios siempre queda en el futuro. Que pueden arreglar cuentas con Él después”. 

Satanás respondió: “Esa es la mejor estrategia de todas”.

Mientras el Señor Jesús ministraba a las multitudes en el evangelio de Lucas, la gente se agolpaba a su alrededor. Se nos dice que miles de personas venían y hasta se atropellaban para acercarse. Y en medio de esa multitud, mientras predicaba y hacía milagros, Jesús solía detenerse de vez en cuando para advertirles sobre el juicio venidero de Dios.

Con urgencia les hablaba del juicio inminente de la ira divina, invitándolos a arreglar sus cuentas con Dios sin demora. Los demonios, sin duda aconsejarían: “¿Cuál es el apuro? Ocúpate de eso mañana”. Pero el Espíritu de Dios nos dice algo muy distinto: “He aquí ahora es el tiempo aceptable; he aquí ahora es el día de salvación” (2 Corintios 6:2).

Jesús no estaba buscando meterle miedo a la gente para que entraran al reino. Mucho menos buscaba manipular con falsas promesas de peligro inminente. Lo que hacía era declarar la verdad. La Escritura afirma: 

“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

Una vez más, Jesús se detiene y le recuerda a esa multitud incrédula: El juicio final se acerca. 

Estamos al final del capítulo 12 de Lucas, y el Señor pronuncia un mensaje sorprendente. Para este estudio, podemos resumir Sus palabras en cuatro declaraciones. La primera es esta: Jesús les recuerda algo que ya había sido prometido.

La promesa de Jesús

Él dice en el versículo 49: 

“Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?” (Lucas 12:49).

Quizás su traducción lo expresa como un anhelo de Jesús de que ese juicio ya hubiera comenzado. Ambas traducciones son posibles gramaticalmente, pero, en contexto, probablemente Jesús está expresando un profundo deseo anticipado. O sea, Jesús dice: 

Vine para echar fuego sobre la tierra; y ¡cómo quisiera que ya estuviera encendido! (LBLA)

A lo que uno diría, ¿Qué? ¿Cómo es eso? ¿En serio? Eso no suena como la regla de oro. Tampoco coincide con la idea popular de que Jesús solo hablaba de amor; así que “todos  ustedes que siguen a Jesus deberían dejar de juzgar a las personas porque Jesús toleraba a todos con amor.” Cualquiera que piense eso nunca ha leído el Nuevo Testamento ni lo que Jesús realmente dijo.

Jesús mismo está hablando aquí. Escúchalo: Él está advirtiendole a esa enorme multitud de un juicio de fuego. Y además, añade que Él mismo es responsable directo de ese juicio: ¡Yo vine para echar fuego sobre la tierra!

Algunos han querido interpretar este pasaje como una referencia al Espíritu Santo, que descendió con lenguas de fuego en Pentecostés, capacitó a los apóstoles y los hizo hablar idiomas que nunca habían estudiado. ¡Un milagro que me habría encantado experimentar antes de dar mi examen de griego en el seminario!

Esa es una interpretación interesante. Sin embargo, en el evangelio de Lucas, el fuego siempre aparece como algo negativo. Y el contexto inmediato del pasaje aquí no es el nacimiento de la iglesia en el día de pentecostes, sino la ira de Dios en su juicio venidero.

Cuando Jesús dice: “Yo he venido”, está usando una expresión técnica que resume toda Su misión en la tierra.[i] Por ejemplo: 

  • Jesús dijo en Mateo 9:13, “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”
  • También, le dijo a Pilato: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Juan 18:37).

Así que, cuando Jesús declara: “He venido para echar fuego en la tierra”, está diciendo que parte de Su misión es ejecutar ese juicio final.

Esta es la otra faceta de Jesús que el mundo no quiere escuchar. No quieren oír del inminente juicio final. Y Jesús deja en claro que Él mismo estará directamente involucrado en ese juicio. 

En Juan 5:27 dice que el Padre le dio autoridad para ejecutar todo juicio; y en el versículo 29 añade que será un juicio que conduce a la condenación eterna. En otras palabras, el Juez que se sentará en el tribunal supremo —descrito en Apocalipsis 20 como el Gran Trono Blanco— no será otro que Jesucristo, el Hijo de Dios.

Jesús está aludiendo a ese juicio final, en el que todo el universo será destruido por fuego y los incrédulos serán lanzados al fuego eterno, el lugar que la Biblia llama infierno.

¿Y realmente sucederá todo esto? El mundo incrédulo se burla, pero Pedro ya lo anticipó en 2 Pedro 3:3-4: 

“Vendrán burladores en los postreros días… diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación.”

En otras palabras, “Jesús no ha aparecido todavía. Han pasado miles de años y nada ha cambiado. No creemos que vaya a regresar para juzgar a nadie”. Pero Pedro responde diciendo: 

“Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra… por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua. Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” 2 Pedro 3:5-7.

Es decir, el mismo Dios que juzgó al mundo antiguo con agua en el diluvio, ha reservado este mundo para el fuego del juicio final.

Y Jesús dice en Lucas 12:49: “Y ¡cómo quisiera que ya estuviera encendido!” En otras palabras: Ojalá ese fuego de juicio ya hubiera ocurrido.

Ese fuego aún no ha comenzado, pero Jesús asegura que llegará. Así que, una vez más, el Señor les recuerda algo que ya se había prometido: el juicio venidero.

La angustia de Jesús

En segundo lugar, Jesús les informa de algo que Él mismo desea dejar atrás. En el versículo 50 dice:

De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla! (Lucas 12:50).

Este es un pasaje sorprendentemente transparente sobre cómo se sentía el Señor al acercarse a Su crucifixión. Jesús mismo dice: “¡Cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12:50).

Lucas es el único evangelista que incluye este detalle, donde Cristo abre Su corazón y nos deja ver Su lucha interior. Cuando habla de “bautismo”, no se refiere al agua, sino quedar sumergido en el sufrimiento que pronto enfrentaría en la cruz. Recuerda que bautismo significa ser sumergido. Jesús quedaría sumergido en dolor:

  • cargando en Su propio cuerpo todos nuestros pecados (1 Pedro 2:24),
  • recibiendo sobre Sí la iniquidad de todos nosotros (Isaías 53:6),
  • y, por primera vez en la eternidad, separado de la comunión con Su Padre (Mateo 27:46).

Jesús, en otras palabras, estaba diciendo: “¡Quiero que esto termine de una vez!”. 

La palabra que se traduce como angustia refleja lo que un autor llamó una “miseria impaciente” que empapaba Su alma.[ii] Es la misma palabra que usó el apóstol Pablo cuando les dijo a los filipenses que se sentía presionado entre quedarse con ellos o partir con Cristo (Filipenses 1:23). Transmite la idea de estar bajo tanta presión que apenas uno logra mantenerse en pie, esforzándose por no desmoronarse por dentro.[iii]

Así estaba Jesús: “sosteniéndose”, manteniendo la compostura, mientras anticipaba esa inmersión total en el pecado humano.

Por cierto, con esta declaración Jesús también derrumba esa falsa espiritualidad de algunos creyentes que piensan que es pecado admitir desaliento, presión o impaciencia en medio de una prueba.

Si le preguntas al cristiano promedio cómo está, y siente que debe mantener una apariencia de espiritualidad, nunca te dirá: “La verdad, estoy pasando por algo muy difícil y no veo la hora de dejarlo atrás”. Dirá algo más piadoso, como si todo estuviera en orden, porque piensa que reconocer angustia o cansancio es falta de fe. Pero fíjate: Jesús, siendo perfecto, confesó Su angustia.

La realidad es que ninguno de nosotros puede imaginar lo que Él iba a sufrir en la cruz. Por eso quería que todo eso quedara en el pasado. 

La advertencia de Jesús

En tercer lugar, el Señor advierte de algo que pronto iba a suceder. Jesús dice en Lucas 12:51 lo siguiente:

“¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión.”

Un momento dirás, ¿no proclamaron a caso los ángeles a los pastores: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz” (Lucas 2:14)? ¿No se profetizó que el Mesías guiaría los pies de Su pueblo por camino de paz (Lucas 1:79)? ¿No envió Jesús a Sus discípulos diciéndoles que saludaran diciendo: “paz” a quienes los recibieran (Lucas 10:5)?[iv]

Sí, todo eso es cierto. El mensaje del evangelio trae paz con Dios. Pero aquí Jesús aclara algo muy importante: lo que tú vas a proclamar será distinto de lo que vas a experimentar. Mira el versículo 52: 

“Porque de aquí en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra.”

Ahora, Jesús no está hablando de un simple juego de mesa en el que la familia se pone más competitiva de lo que debería. Tampoco es como cuando uno se junta para ver un partido en la televisión, y algunos de la familia apoyan a un equipo y los demás al otro, y al final todos terminan enojados. No, esto es mucho más serio. No es un juego.

Desde muy temprano, el Imperio Romano comenzó a despreciar al cristianismo justamente porque dividía a las familias.[v]

Una cosa era elegir adorar a uno de los muchos dioses. Pero, era otra cosa decir que solo hay un Dios verdadero y que todo lo demás es falso. Eso sí traía conflictos.

Por ejemplo, en la ciudad de Atenas había más de setenta mil estatuas de dioses y diosas. Además, todos los trabajadores pertenecían a gremios o asociaciones, y cada gremio tenía su dios protector. Si trabajabas en cuero, piedra, madera, textiles o cualquier otro oficio, había un dios al que se rendía culto.

Cada año se celebraban fiestas donde todos brindaban y oraban a ese dios pidiendo éxito en su trabajo. Pero cuando un cristiano llegaba a ese punto, ya no podía participar. Y claro, su ausencia se notaba. Y si había algun problema en el rubro, pronto lo acusarían de haber enojado a su dios. Es un riesgo para el trabajo.

No pasaría mucho tiempo antes de que ese cristiano perdiera a sus clientes. Sus amigos lo evitarían. Finalmente, lo expulsarían del gremio, que era el centro de su vida social y también de su trabajo.

Entonces debía volver a casa y darle la noticia a su esposa incrédula: “Perdí mi empleo, se acabó mi lugar en el gremio”. Eso significa que su estatus social ha desaparecido. También que las oportunidades de educación para sus hijos se han terminado.

Y la reacción de la familia es de ofensa, de vergüenza, de furia: “¿Cómo dices? ¿Tu Jesús nos hizo perder dinero? ¿Nos quitó la estabilidad? ¿La posibilidad de que nuestros hijos estudien? ¿El respeto de la gente? ¿Estás loco? ¡Ya basta de tu religión y ponte a pensar en tu familia!”

¿Te das cuenta? La fe en Cristo traía consigo división. Y no era algo teórico: era algo dolorosamente real. Y Jesús no estaba diciendo que podrías perder algunos amigos, o que quizás enfrentarías rechazo en tu trabajo. Estaba diciendo que incluso podrías perder a tu familia. Y eso es lo más desgarrador.

Hoy mismo, en muchas naciones, hacerse cristiano es ilegal. En algunos lugares, los propios familiares conspiran con las autoridades para denunciar al nuevo creyente, lo que puede significar una sentencia de muerte.[vi]

Para ti quizá no signifique perder la vida, pero puede significar el rechazo abierto de tus seres queridos.

La verdad es esta: debemos dejar de presentar el evangelio como si fuera una invitación fácil —“ven a Jesús y todos los problemas en tu vida desaparecerán”, porque no es así. Jesús mismo lo dijo: venir a Él puede costarte más de lo que imaginas.

Hasta aquí, el Señor ya nos:

  • recordó algo que estaba prometido: el juicio,
  • compartió algo que Él mismo deseaba dejar atrás: la cruz, y la angustia que significaba.
  • y advirtó de algo que pronto sucedería: la división.

La reprensión de Jesús

Ahora viene la cuarta declaración: el Señor reprende a la multitud por algo que estaba ocurriendo en el presente. Mira lo que dice en Lucas 12:54-56: 

“Decía también a la multitud: Cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís: Agua viene; y así sucede. Y cuando sopla el viento del sur, decís: Hará calor; y lo hace. ¡Hipócritas! Sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra; ¿y cómo no distinguís este tiempo?”

Jesús estaba usando ejemplos sencillos. Las nubes que venían del Mediterráneo anunciaban lluvia; el viento del sur, que soplaba desde el desierto, traía calor. Todo el mundo sabía interpretar esas señales.[vii]

¿Y qué hacían? Se preparaban para la tormenta o para el calor.

En cada generación, a la gente le ha interesado saber cómo estará el clima. Hoy lo ves constantemente en las noticias, en aplicaciones del teléfono, en reportes que actualizan en vivo el movimiento de las nubes. Basta con que se anuncie la posibilidad de una tormenta fuerte o de lluvias intensas, y de inmediato la gente se prepara, suspenden actividades y se hacen compras de emergencia.

Siempre ha sido así: el ser humano quiere anticiparse al clima y estar listo para lo que viene. Y Jesús los reprende porque estaban más preocupados por lo físico que por lo espiritual. Estaban más preocupados por el clima. Podrían anticipar una tormenta pero no iban a pensar por un momento en la tormenta del juicio venidero de Dios.[viii]  

Y esto sigue siendo cierto hoy. Jesús continúa reprendiéndolos en el versículo 57: 

“¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas al magistrado con tu adversario, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado aun el último centavo.” Lucas 12:57-59

En otras palabras, tienen un mal caso y van camino a la cárcel de deudores. ¡Dense cuenta de eso! No van a querer llegar hasta el tribunal. Lo más sabio que pueden hacer es arreglar su situación antes de entrar en la corte.

Jesús le estaba diciendo a esa multitud —y también a ti hoy— que no vas a querer aparecer un día delante del tribunal de Dios con tu caso sin resolver. Porque en ese juicio no habrá oportunidad de negociar ni de pedir una segunda oportunidad. Ese día no habrá absolución, solo el veredicto de culpabilidad y la sentencia eterna.

Tu única esperanza es “llegar a un arreglo fuera de la corte”, y eso significa arreglar las cuentas con Dios antes de enfrentarlo en el juicio final.

Y la deuda que cada uno de nosotros tenemos con Dios es la deuda de pecado. Y como la Escritura enseña, la paga del pecado es muerte. Esa es la deuda que necesitas saldar a través de Cristo, quien murió en la cruz en tu lugar para tu nunca tengas que presentarte delante del Juez del universo con tu caso pendiente.

Los demonios, la cultura pecadora que te rodea e incluso tu propio corazón engañoso te van a susurrar: “Tranquilo, falta mucho para tu cita con Dios. No hay nada de qué preocuparse ahora. No te apresures. No corras”.

Sin embargo, Jesús te dice: “¡Despierta! Si puedes mirar al cielo y reconocer que se viene una tormenta, ¿cómo no miras tu corazón y reconoces que se viene el juicio por tu pecado? Tienes una deuda espiritual que necesitas saldar ahora, antes de que sea demasiado tarde. No sigas postergando la decisión más importante de tu vida.

La palabra que Lucas usa aquí para “arreglarse” también puede traducirse como  “ser puesto en libertad”.[ix]

Entonces ¿Cómo puedes saldar tu deuda de pecado con Dios? ¿Cómo puedes ser puesto en libertad de tu deuda imposible de pagar por ti mismo? El Nuevo Testamento lo responde una y otra vez: únicamente por medio de la fe en la cruz de Cristo, porque allí Él pagó tu deuda por completo.

De hecho, Jesús ya lo había insinuado de antemano en esta misma conversación cuando hablo de cumplir su misión – someterse a ese doloroso bautismo.

Cuando Jesús estaba colgado en la cruz, justo antes de morir, dijo: “Consumado es” (Juan 19:30). Esa palabra significa: “pagado en su totalidad”. Era un término usado en el sistema judicial para declarar que un criminal había cumplido por completo la pena de su crimen.

Jesús estaba diciendo desde la cruz: “He pagado los pecados —los crímenes— de la humanidad; ahora la deuda está cancelada en su totalidad”. Y con esa declaración, el Señor Jesús murió.

Jesús usa esa misma palabra, en forma verbal, aquí en Lucas 12:50: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla! (hasta consumarla)

Esa es la misma palabra que anunciaría desde la cruz, no en derrota, sino en victoria: “¡Consumado es! La deuda del pecado —hasta el último centavo— ha sido pagada por completo”.

Por eso ahora puedes arreglar tu deuda con Dios antes de llegar al juicio. El castigo por tus crímenes ya ha sido cubierto por Cristo. Si vienes a los pies de la cruz, nunca tendrás que estar de pie frente a Él en ese juicio del Gran Trono Blanco.

El juicio final se aproxima para todos aquellos que rechazan la salvación de Jesucristo. Quizas una voz en tu interior dice: “Sí, es verdad… pero ¿para qué apurarse? Todavía hay tiempo de sobra”. Y sí, hay tiempo… hasta que, en un solo instante, ya es demasiado tarde.

Conclusión

Hace poco leí acerca del accidente del avión supersónico Concorde, ocurrido el 25 de julio del año 2000. Cien pasajeros, nueve tripulantes y cuatro personas en tierra murieron cuando uno de los motores del avión se incendió, la nave cayó en picada y explotó en una bola de fuego.

El piloto intentó mantener el avión en el aire el tiempo suficiente para aterrizar de emergencia en un aeropuerto cercano, a apenas un minuto de distancia. Pero no lo logró.

Cuando los investigadores escucharon la grabación de la torre de control, las últimas palabras del piloto mientras luchaba por salvar la aeronave fueron: “Es demasiado tarde”.[x]

Si tuvieras dos vidas, quizás te arriesgarías a perder una de ellas. Pero solo tienes una. Y el juicio final se aproxima. Así que arregla tus cuentas con Dios ahora, antes de que sea eternamente demasiado tarde.


[i] John MacArthur, Luke 11-17 (Moody Publishers, 2013), p. 170

[ii] R. Kent Hughes, Luke: Volume Two (Crossway Books, 1998), p. 69

[iii] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 345

[iv] Adapted from Hughes, p. 70

[v] William Barclay, The Gospel of Luke (Westminster Press, 1975), p. 170

[vi] Adapted from Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale, 1997), p. 333

[vii] Barton, p. 334

[viii] Adapted from Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor, 1998), p. 144

[ix] Swindoll, p. 347

[x] Owen Bourgaize, Guernsey, United Kingdom

Este contenido es una adaptación autorizada del ministerio Sabiduría Internacional, bajo la enseñanza original de Stephen Davey. Todos los derechos del contenido original están reservados a su autor.


Puede compartir o reproducir este material libremente solo con fines no comerciales, citando adecuadamente al autor y al ministerio. Queda prohibida su venta, modificación con fines lucrativos o redistribución sin permiso escrito.

Hemos procurado citar debidamente todos los recursos externos utilizados en cada lección. Las citas bíblicas provienen principalmente de la versión Reina-Valera 1960 y de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA), aunque en algunos casos se emplean otras versiones de la Biblia para facilitar la comprensión del pasaje.
Reina-Valera 1960® © 1960 Sociedad Bíblica Trinitaria. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.
La Nueva Biblia de las Américas (NBLA) © 2019 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.

Adaptado y publicado por el ministerio Sabiduría Internacional.

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