Introducción
Los noticias suelen estar llenos de reportes sobre terremotos, inundaciones y otras catástrofes naturales que estremecen al mundo. Son tragedias que, tristemente, vemos una y otra vez en los titulares. En el año 2023, por ejemplo, un devastador terremoto seguido de inundaciones golpeó Turquía y Siria. Más de 25 mil personas perdieron la vida, cientos de miles quedaron desplazadas, sin electricidad, refugio, comida y agua. La magnitud del sufrimiento parecía imposible de dimensionar.
Cuando ocurren desastres de esta magnitud, no tarda en surgir la pregunta: ¿dónde estaba Dios? Y si realmente existe, ¿por qué no hizo nada para detenerlo? Muchos interpretan estas tragedias como un castigo divino, una señal de la ira de Dios. Recuerdo que en ese mismo tiempo un predicador musulmán en Irak declaró que aquel terremoto era un juicio de Alá, molesto porque la gente no había reaccionado con suficiente indignación a la quema del Corán en Europa. Otros, en cambio, atribuyen estos desastres directamente a Satanás, como si tuviera libertad absoluta para causar caos y muerte.
Pero la Biblia no respalda ninguna de estas ideas. El libro de Job nos recuerda que Satanás está limitado, bajo el control soberano de Dios.
Otra reacción común que he observado a lo largo de los años es esta: muchos piensan que Dios ve todas las catástrofes y la maldad del mundo, pero no es lo bastante poderoso como para controlar todo y a todos. Es demasiado para Él. En otras palabras, ni siquiera Dios puede estar al tanto de todo lo que pasa en la naturaleza, las enfermedades y los desastres; hay tanto mal que algunas cosas “se le escapan”.
Ahora, ¿Es eso lo que enseña la Biblia? Escuchemos al salmista que dice:
Dios “da la nieve como lana… esparce la escarcha como ceniza… hace soplar su viento y las aguas fluyen” (Salmo 147:16–18).
Es decir, la creación responde a su mandato, hasta en los detalles del clima.
Escucha lo que el Señor declara por medio de Isaías:
“Yo formo la luz y creo las tinieblas… hago la paz y creo la adversidad… Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre; mis manos extendieron los cielos” (Isaías 45:7, 12).
No necesitamos “sacar a Dios del apuro”; Dios asume la responsabilidad. Él estableció leyes físicas para gobernar la naturaleza, pero esas leyes operan bajo su voluntad soberana.
La Biblia es clara: aunque toda la creación ha sido afectada por el pecado (Romanos 8:20–22), Dios no ha perdido en ningún momento el control de su mundo. Cada instante, cada detalle, sigue bajo su soberanía.
La alternativa sería pensar que Dios no puede controlar su propia creación; que algunas cosas simplemente se le escapan. Pero, ¿se supone que eso trae más consuelo? ¿De verdad nos daría paz creer en un Dios que no logra controlar lo que ocurre?
Imagina esto: si Dios le hubiera dicho a Noé, “Mira, ya me di cuenta de que las fuentes de las aguas profundas están a punto de abrirse, que las nubes van a soltar torrentes de lluvia… se vienen demasiadas cosas a la vez y no voy a poder controlarlas, así que mejor construye un barco… y asegúrate de hacerlo bien grande.” ¿Te imaginas un Dios así? No sería el Dios de la Biblia.
Leí acerca de un grupo de pastores que se reunió después de un terremoto en Estados Unidos. Concluyeron que, ciertamente, Dios no había tenido nada que ver con aquel desastre. Pero, al concluir la reunión en oración, uno de los ministros agradeció a Dios porque el terremoto ocurrió de madrugada y no durante la hora punta.
¿No es irónico? Primero decían que Dios no tuvo nada que ver con el hecho de que temblara la tierra, pero le agradecen porque, de alguna manera logró que sucediera a una mejor hora. En otras palabras, pudo retrasarlo, pero no detenerlo.
Un autor ofrece una visión mucho más bíblica y consoladora sobre el poder de Dios y escribe:
“Toda manifestación de la naturaleza, todo fenómeno climático—ya sea un tornado devastador o una suave lluvia primaveral—es obra de Dios. Él controla las fuerzas de la naturaleza, tanto destructivas como productivas, en cada instante. Eso significa que nunca somos simples víctimas de la naturaleza o de un desastre. Estas cosas pueden ser la causa indirecta de sufrimiento o muerte, pero la causa directa es el plan y el propósito de Dios.”[i]
Sin embargo, ahora surge otra pregunta ¿verdad? ¿Por qué permite ciertas cosas? Cuando ocurre una tragedia algunos se preguntan si tal vez esa persona se lo merecía. Quizás había algo malo en su vida, algún pecado oculto detrás de las puertas.
Al fin y al cabo, solemos pensar que la regla es simple: cosas malas les pasan a las malas personas y cosas buenas les pasan a las buenas personas.
¿Qué es lo que Dios me quiere enseñar a través de los desastres inesperados, del sufrimiento y la muerte repentina? Pues déjame decirte: hace dos mil años, la gente estaba a punto de hacerle a Jesús estas mismas preguntas. Así que te invito a abrir tu Biblia en el evangelio de Lucas, capítulo 13.
En ese tiempo, había dos sucesos que habían llegado a los titulares en la región, eventos que todos comentaban mientras Jesús ministraba a las multitudes. Y, tal como sucede hoy, las personas querían interpretarlos: ¿fue un juicio de Dios? ¿una coincidencia? ¿castigo merecido?
El primer acontecimiento tiene que ver con algo que podríamos llamar un mal inesperado.
Un mal inesperado
Leamos el versículo 1:
“En ese mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.” (Lucas 13:1).
En otras palabras, estos judíos de Galilea estaban en el templo ofreciendo sacrificios —o camino al templo para hacerlo— cuando Pilato ordenó matarlos.[ii]
No se nos dan muchos detalles en este pasaje, pero sí sabemos varias cosas de Pilato. El emperador romano lo había nombrado gobernador de Jerusalén y sus alrededores. Era un puesto de poco prestigio dentro del imperio, lo cual hería su orgullo y hacía poco probable que ascendiera en su carrera. Por eso, Pilato solía descargar su frustración demostrando su poder sobre los judíos.[iii]
Su gobierno se caracterizó por la violencia, el robo, la extorsión, la persecución y el desprecio hacia el pueblo de Israel.[iv]
También sabemos, gracias a los escritos de Josefo —el historiador judío del primer siglo—, que los galileos eran especialmente conocidos por resistirse al dominio romano. Josefo escribió que “los galileos siempre están deseosos de revolución, deleitándose en la sedición”.[v]
Ahora bien, Galilea no estaba bajo la jurisdicción directa de Pilato. Así que, aparentemente, él esperó a que estos judíos galileos viajaran a Jerusalén, y una vez allí, ordenó que los mataran en el acto.[vi]
Aquello fue una noticia de primera plana. La gente comentaba indignada: “¿Puedes creer lo que Pilato les hizo a esos galileos?” Muchos, sin embargo, lo justificaban: “Seguro se lo buscaron… estaban tramando una revuelta, eran hombres pecadores.”
Pero Jesús responde a esa inquietud en el versículo 2 y les dice:
“¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tal cosa, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:2–3).
Como verás, la multitud pensaba igual que muchos hoy: Cosas buenas le pasan a la gente buena, y cosas malas a los malos. Estos hombres murieron porque evidentemente hicieron algo malo.[vii]
Pero Jesús los confronta diciéndoles: “No. Están ignorando el problema de fondo. ¿Y si hubieran sido ustedes las víctimas? ¿Si la muerte hubiera llegado inesperadamente? ¿Habrían estado listos para encontrarse con Dios? ¿Se han arrepentido de sus pecados?”
Cuando un mal inesperado ocurre, la pregunta no es: “¿Me pregunto porqué Dios permitió que eso pasara? O ¿Será que se lo merecían?” Jesús está diciendo: la pregunta más importante es mucho más personal. El verdadero asunto no es lo que Pilato hizo con ellos, sino lo que Dios hará contigo.[viii]
Nunca vas a poder responder todas las dudas, preguntas y razones – los “qué, como y porqué” detrás del mal inesperado. De hecho, Jesús ni siquiera intenta explicar esas cosas. Lo que sí quería era que cada uno se hiciera la pregunta clave: “¿Y si eso me hubiera pasado a mí? ¿Habría estado listo para encontrarme con Dios?”
Con ese contexto, Jesús les recuerda otro acontecimiento que también había sido noticia en la región. Lo llamaremos un accidente inesperado.
Un accidente inesperado
Lo vemos en el versículo 4.
“O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:4).
La advertencia de “perecer” que Jesús repite no se limita a la muerte física, sino que apunta al juicio futuro. Por eso, cuando en Juan 3:16 leemos que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda (o no perezca), mas tenga vida eterna”. Misma palabra en griego.
Ahora bien, ¿qué ocurrió con esta torre? La historia nos ayuda a entenderlo. En cierto momento, Pilato quiso resolver el problema de escasez de agua en Jerusalén construyendo un acueducto que llevara agua hasta el estanque de Siloé.
Todos los judios estaban felices con el proyecto, pero la manera en que decidió financiarlo causó un escándalo: Pilato tomó el dinero directamente del tesoro del templo. Imagínate la indignación: ese era el dinero consagrado a Dios, y un gobernador pagano viene a tomarlo por la fuerza para un proyecto romano. La gente protestó y, como era de esperarse, Pilato reprimió la manifestación con violencia; muchos murieron en esa ocasión.[ix]
Aun así, la obra siguió adelante. Y en medio de esa construcción, una torre junto al estanque colapsó de repente, matando a dieciocho hombres. Al parecer eran judios que vivian en Jerusalén.[x]
Estos hombres habían aceptado trabajar para el gobernador romano. A los ojos de muchos, eso era rebajarse demasiado, porque su salario vendría del dinero robado del tesoro del templo. Por lo tanto, la conclusión popular fue inmediata: “La torre de Siloé cayó sobre ellos porque eran los peores pecadores de toda Jerusalén.”[xi]
Pero Jesús desafiar esa manera de pensar en el versículo 4 y dice:
“¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lucas 13:4–5).
La palabra que se traduce aquí como “culpables” también puede entenderse como “deudores”. Es la idea de que el pecado nos pone en deuda con Dios.[xii]
Así que Jesús les está diciendo, en otras palabras: “Ustedes creen que estos dieciocho tenían la mayor deuda de pecado en la ciudad, pero ¿qué pasará cuando cada uno de ustedes tenga que presentarse delante de Dios con su propia deuda?”
Y la respuesta de Jesús es la misma: solo hay una manera de ser librado del juicio de Dios —versículo 5—arrepiéntete mientras aún tienes tiempo. Confiesa tu pecado delante de Dios, reconoce que eres pecador y pídele misericordia y perdón.
Quizás pienses: “Pero he pecado demasiado; Dios no me aceptará, no tengo ninguna posibilidad.” Espera… tócate el pulso. ¿Sigues vivo? Entonces todavía tienes oportunidad. Todavía hay tiempo.
El Señor ya les había predicado esta misma verdad a esta multitud: arregla tus cuentas con Dios antes de llegar al juicio eterno. No esperes a que sea demasiado tarde.
Con esto, el Señor pasa de hablar de estos eventos que habían sido noticia a contar una parábola. Podemos ponerle por título: una misericordia inesperada.
Una misericordia inesperada
Versículo 6:
“Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.” (Lucas 13:6–9).
Que Jesús use la imagen de una higuera no es casualidad. Para los judíos —y en especial para los líderes religiosos— la higuera era un símbolo muy conocido de Israel. El profeta Miqueas, por ejemplo, se refirió al pueblo como a una higuera donde Dios buscó fruto de justicia y no encontró nada (Miqueas 7).[xiii]
La higuera también era un símbolo de bendición en la tierra prometida (Deuteronomio 8), pero al mismo tiempo podía representar el juicio de Dios (Joel 1; Amós 4). Y si vamos aún más atrás, al jardín del Edén, sabemos que había una higuera porque Adán y Eva usaron hojas de higuera para cubrirse cuando pecaron. Así que, la higuera o al menos las hojas de higera solían representar la búsqueda de justicia propia en lugar de arrepentirse.[xiv]
Y así es como Jesús está usando esta imagen en la parábola: la higuera sin fruto representa a una nación sin arrepentimiento, y más ampliamente a cada persona en la multitud—tanto judío como gentil— que lo escuchaba pero rechazaba su palabra.
El dueño de la higuera llega tres veces a buscar fruto, pero no encuentra nada. Entonces da la orden: “Córtala.” Es una imagen de la muerte y del juicio que viene después.
Pero el trabajador intercede y le dice: “Dame la oportunidad de trabajarla un poco más. Me aseguro de que reciban bastante agua y luz. Le doy atención especial, incluso abono y después ahí vemos. Vamos a darle otra temporada.”
El dueño le dice que si. Si da fruto entonces, bien; y si no, la corta después. Y ahí termina la parábola. No se nos dice qué ocurrió al año siguiente. Es un final abierto, porque cada persona debe escribir el desenlace en su propia vida.[xv]
¿Estoy dando fruto? ¿Me voy a arrepentir?
El dueño decide darle un poco mas de tiempo. Fue un acto inesperado de misericordia, una oportunidad que no merecía, un regalo de pura gracia.
Uno obviamente quiere saber qué le pasó a la higuera. Pero Jesús lo deja en suspenso a propósito. Porque la verdadera pregunta que Jesús quiere que cada oyente se haga es: ¿qué va a pasar conmigo?[xvi]
¿Voy a aprovechar la misericordia que Dios me está dando hoy? ¿Voy a usar esta segunda oportunidad para arrepentirme, creer en Jesucristo y producir esos frutos de arrepentimiento?
Lecciones de las tragedias inesperadas
El Señor quería llevarlos —y a nosotros también— a pensar más allá de los titulares de las noticias, más allá de la curiosidad pasajera y de las respuestas superficiales. Quería que pensaramos en en tema mucho más profundo. Así que, vamos a resumir varias lecciones que podemos aprender de lo que solemos llamar desastres naturales, males inesperados y tragedias repentinas en la vida. Primero:
Los eventos inesperados nos recuerdan la brevedad de la vida.
Ese terremoto, ese accidente, ese derrumbe, esa tragedia… podrías haber sido tú. Tu nombre pudo haber aparecido en los titulares de los noticieros.
Jesús quiere que pensemos en lo corta que es nuestra vida; cada tragedia debería funcionar como una advertencia: hoy mismo podría ser tu último día en la tierra. Si aún tienes aliento, significa que Dios te ha dado un día más. Él te ha dado una segunda oportunidad. Todavía tienes tiempo para arrepentirte de tu pecado y seguir al Salvador. Segundo:
Los eventos inesperados profundizan la confianza del creyente
Es una invitacion a descansar en el Señor, sin importar lo que ocurra en la vida.
Jesús, en efecto, le estaba diciendo a esa multitud —y nos lo recuerda a nosotros también— que las circunstancias repentinas y los desastres no son accidentes fuera de control, sino maestros que nos enseñan a recordar que Dios es soberano.
Él sigue teniendo todo bajo su mando. Cada suceso en la naturaleza, cada giro inesperado en nuestra historia personal, ocurre dentro del marco de sus propósitos eternos. Podrá haber sido inesperado para nosotros, pero desde el punto de vista de Dios, estaba planeado según sus propósitos. Nada se le escapa.
El viento, la nieve, la tormenta y el día soleado, todo cumple su voluntad. Cada circunstancia, cada sorpresa, cada dolor y alegría en la vida no es producto del azar. Es producto de la sabiduría, el poder y la soberanía de nuestro Dios que sabe lo que es mejor. Y esa confianza nos trae paz. Finalmente:
Los eventos inesperados son una advertencia para el incrédulo
Estos le recuerdan que todavía hay tiempo para arrepentirse mientras tenga vida. Cada vez que ve las noticias y piensa: “Ese desastre no me tocó esta vez… qué alivio que no estaba allí… sigo con vida”, está frente a una oportunidad. Esa reflexión debería llevarle a enfrentar las preguntas más serias: ¿qué voy a hacer con mi deuda de pecado? ¿qué pasará con mi eternidad?
El punto central del mensaje de Jesús ha sido consistente: no esperes para arreglar tus cuentas con Dios. Mañana puede ser demasiado tarde.
Conclusión
Termino el estudio con un testimonio de alguien en nuestra iglesia. No mencionaré su nombre, pero le pedí permiso para contar lo que le ocurrió hace poco.
Él viene de una familia mixta —judía y gentil—. Había crecido conociendo el judaísmo, pero nunca se había convertido. Con el tiempo comenzó a preguntarse acerca de las afirmaciones de Cristo.
Hace un par de meses decidió visitar nuestra iglesia. Asistió a varias reuniones y luego pidió reunirse conmigo. Tenía preguntas —muy buenas preguntas—, quería leer la Biblia y aprender más sobre el cristianismo. Le recomendé el libro. De C.S. Lewis Mero Cristianismo. Pensé que eso lo mantendría ocupado por un tiempo. Pero a los pocos días me escribió: lo había terminado y quería conversar de nuevo.
Nos reunimos otra vez, respondi más preguntas, y entonces le recomendé otros libros. Pensé que tendría material suficiente para meses. Sin embargo, a las semanas me llamó para decirme que ya los había terminado y quería juntarse otra vez.
Nos reunimos otra vez, conversamos más, respondí sus preguntas y entonces me pidió más libros. Esta vez le dije: “No necesitas más libros, ya tienes tu Biblia. Sabes lo suficiente sobre el evangelio; ahora lo que te falta es rendir tu vida a Cristo.” Él respondió que no estaba listo. Se fue de mi oficina, pero siguió leyendo la Escritura y viniendo a las reuniones.
La semana pasada se puso en contacto conmigo para contarme lo que había sucedido. Él me mando el siguiente mensaje:
“Después del sermón del domingo pasado, cuando el Señor instaba a no seguir postergando la decisión de seguiro, salí manejando rumbo al supermercado. Mientras conducía, sentí la necesidad urgente de arreglar mis cuentas con Dios. Me dije: ‘Cuando llegue al supermercado voy a orar.’ Pero luego pensé: ‘No quiero esperar tanto.’
Tenía conmigo un folleto evangelístico con una oración de ejemplo para entregar mi vida a Cristo. Decidí leerla al llegar al siguiente semáforo. Pero justo se puso en verde y tuve que avanzar. Lo mismo ocurrió en el próximo semáforo. Pensé: ‘Debería quedarme estacionado aunque me toquen la bocina.’ Finalmente llegué a una intersección donde la luz se quedó en rojo el tiempo suficiente para que pudiera orar.”
Esa semana vino a verme de nuevo, y apenas entró a mi oficina, su rostro mostraba una alegría inmensa. Con una sonrisa me dijo: “Confesé con mi boca que Jesús es el Señor, y creí en mi corazón que Dios le levantó de los muertos. Arreglé mis cuentas con Dios y él me salvó.”
No más esperas. No más postergar la decisión. Ese día entregó su vida a Jesús.
Querido oyente, este es exactamente el mensaje de Jesús en Lucas 13. Ese desastre, ese accidente, ese evento inesperado… la próxima vez podrías ser tú. ¿Por qué arriesgarse? ¿Por qué seguir esperando?
No dejes que la última oportunidad te sorprenda sin haber arreglado tus cuentas con Dios. Hoy todavía tienes tiempo. Hoy puedes arrepentirte, pedir perdón y confiar en Cristo como tu Salvador. No esperes más: reconcíliate con Dios hoy mismo.
[i] Jerry Bridges, Is God Really in Control? (NavPress, 2006), p. 57
[ii] David E. Garland, Exegetical Commentary on the New Testament: Luke (Zondervan, 2011), p. 537
[iii] Bruce B. Barton, Life Application Bible: Luke (Tyndale, 1997), p. 337
[iv] John Phillips, Exploring the Gospel of Luke (Kregel, 2005), p. 192
[v] Quoted by Garland, p. 537
[vi] Adapted from Barton, p. 338
[vii] Charles R. Swindoll, Insights on Luke (Zondervan, 2012), p. 350
[viii] Adapted from Garland, p. 538
[ix] Clinton E. Arnold, General Editor; Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume 1 (Zondervan, 2002), p. 433
[x] Adapted from R.C.H. Lenski, The Interpretation of St. Luke’s Gospel (Augsburg Publishing, 1946), p. 725
[xi] Barton, p 338
[xii] Fritz Rienecker and Cleon Rogers, Linguistic Key to the Greek New Testament (Regency, 1976), p. 180
[xiii] Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary, Volume 1, p. 434
[xiv] Adapted from Garland, p. 539
[xv] Warren W. Wiersbe, Be Compassionate: Luke 1-13 (Victor Books, 1988), p. 149
[xvi] Wiersbe, p. 149












