Introducción
Es interesante notar que la verdad de la redención muchas veces involucra una comida, por así decirlo. Por ejemplo, la caída de la humanidad comenzó cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios comiendo un fruto prohibido (Génesis 3). Más adelante, el pacto con Abraham fue confirmado con una comida (Génesis 18). La liberación de Israel tras siglos de esclavitud en Egipto sería celebrada con una comida de Pascua (Éxodo 12).
Y el mismo Señor instituiría para la iglesia una cena conmemorativa que reflejaría el evangelio: la cena del Señor. En esa misma noche prometió a sus discípulos que no volvería a beber del fruto de la vid hasta hacerlo con todos los creyentes, anticipando un banquete futuro (Lucas 22:18).
Finalmente, el apóstol Juan nos ofrece detalles de esa celebración venidera cuando Cristo regrese para establecer su Reino Milenial. Esa cena se conoce como “Las bodas del Cordero.”
Creo que esta será la cena en la que Jesús volverá a beber del fruto de la vid. Habrá canto y celebración en ese banquete que el apóstol Juan describe detalladamente en Apocalipsis 19. Será una fiesta, una celebración que marcará el comienzo del reino de Cristo. Y quienes hemos creído tendremos un lugar en la mesa en este banquete inaugural del reino de Dios en la tierra.
Ya recibiste la invitación a ese banquete. La pregunta es: ¿respondiste ya? ¿Confirmaste ya tu asistencia, por así decirlo, porque anhelas estar allí? ¿O hay algún otro lugar donde preferirías estar?
Ese es el mensaje que Jesús está a punto de comunicar durante una cena. Así que escuchemos esa conversación aquí, en el capítulo 14 del evangelio de Lucas. Planeo cubrir 24 versículos en este estudio, y creo que podemos hacerlo… porque todavía creo en los milagros. De hecho, quiero abarcar todo el pasaje porque todo ocurre alrededor de la misma mesa, durante la misma comida.
Jesús sana al hombre con edema
Y hablando de milagros… aquí viene uno, justo antes de la cena. Versículo 1:
“Aconteció un día de reposo, que habiendo entrado para comer en casa de un gobernante, que era fariseo, éstos le acechaban. Y he aquí estaba delante de él un hombre hidrópico.” (Lucas 14:1)
Esa enfermedad, que hoy se llama edema, consiste en la acumulación de líquido en los tejidos y articulaciones. Provoca que los pies, los tobillos y las piernas se hinchen más de lo normal. Es una condición dolorosa, y en casos graves, puede llegar a ser mortal.[i]
Lo más probable es que todo esto formara parte de una trampa. Habían invitado a este hombre y lo habían puesto allí, justo a la entrada, para que Jesús lo viera al llegar.
Era una emboscada, y Jesús lo sabía, por supuesto. Había recibido una invitación para comer con uno de los fariseos más importantes, probablemente un miembro del Sanedrín, el tribunal supremo de Israel. Y según las tradiciones rabínicas, cualquier tipo de asistencia médica —a menos que se tratara de una urgencia que amenazara la vida— se consideraba como trabajo. Y estaban en el día de reposo. Era sábado.[ii]
El término que usa Lucas para decir que “le acechaban” da la idea que lo estaban espiando. Es decir, lo miraban como como un agente que vigila en secreto.[iii]
Todos estaban expectantes, preguntándose si Jesús se atrevería a violar la ley en presencia de un hombre tan influyente como aquel fariseo. Y, en realidad, eso era lo que esperaban: querían que lo hiciera.
Pero Jesús, en lugar de reaccionar, se detiene, los observa y les lanza una pregunta:
“¿Es lícito sanar en el día de reposo?” (Lucas 14:3)
En ese momento, Jesús desarma su trampa y, en cambio, les tiende una propia. La palabra “lícito” que usa aquí no se refiere a lo legal según la ley de Moisés, sino a lo que es correcto o apropiado, a lo que es bueno. Jesús no les está preguntando si sanar el sábado era una violación de la ley Moisés o sus interpretaciones y tradiciones, sino si era adecuado, si era algo moralmente correcto.
Todos sabían que sanar el sábado no violaba la ley mosaica; lo que lo prohibía eran las tradiciones humanas que los rabinos habían añadido.
Un autor comenta: “Fue una jugada brillante. Jesús puso la situación de cabeza: los obligó públicamente a elegir entre sus tradiciones y la compasión. En esencia, les preguntó si sus reglas eran más importantes que las personas.”[iv]
Ahora, ellos estaban atrapados en su propia trampa. Versículo 4:
“Mas ellos callaron; y él, tomándole, le sanó, y le despidió. Y dirigiéndose a ellos, dijo: ¿Quién de vosotros, si su hijo o su buey cae en algún pozo, no lo sacará inmediatamente, aunque sea en día de reposo? Y no le podían replicar a estas cosas.”(Lucas 14:4–5)
Por supuesto que no podían responder. Sabían muy bien que la ley no prohibía ayudar a alguien necesitado el sábado. Sabían que, si uno de sus animales caía en un pozo o en una cisterna, harían todo lo posible —pasarían las horas que fueran necesarias— para sacarlo, incluso en el día de reposo. Y allí estaba ese hombre enfermo, sufriendo… un hombre al que Jesús podía sanar sin esfuerzo incluso.
El mensaje era claro: para ellos, sus animales valían más que las personas. Y se quedaron sin palabras. ¡Jaque mate!
Me los imagino ahí, a punto de meterse el pan a la boca— mirándose unos a otros y pensando: “¿A quién se le ocurrió poner al enfermo justo en la puerta?” “Ahora quedamos como los que aman más a sus animales que a la gente.”
Qué terribles esos fariseos, ¿verdad? Bueno… no tan rápido. ¿Sabías que, la familia promedio gasta más dinero en el cuidado de mascotas que en ayudar a las personas necesitadas? Estados Unidos encabeza la lista mundial en gasto para el cuidado de mascotas. Según la Asociación Americana de Productos para Mascotas, el año pasado gastaron 109 mil millones de dólares en sus animales, ¡seis mil millones más que el año anterior! Y escucha esto: menos de la mitad de la población hizo alguna donación a causas benéficas.
Sí… esos fariseos amaban más a sus animales que a las personas. Qué bueno que nosotros no somos así… ¿verdad? Bueno, esto se está poniendo un poco incómodo, así que sigamos adelante. Todavía nos quedan diecisiete versículos por cubrir.
Jesús corrige la búsqueda de honores
El capítulo comenzó con estos hombres observando atentamente a Jesús… Lo que no sabían era que Él también los estaba observando a ellos. Versículo 7:
“Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles:
Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él;
y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste, y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar.
Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa.” (Lucas 14:7-10)
Ahora, Jesús no está enseñando una estrategia para asegurarse que te reconozcan y te traten bien. No está promoviendo una falsa humildad, que dice: “yo me quedo atrás”, esperando que alguien venga a decirte: “pasa adelante”. En realidad, eso podría ser igual de orgulloso que correr a ocupar el primer asiento.
Jesús simplemente está describiendo lo que ha observado en esa cena. Había una práctica común que todos seguían casi por inercia: cada uno se sentaba según su rango o su importancia. Mientras más cerca del anfitrión te sentaras, más importante eras.[v]
Pero el problema es que el estatus puede ser algo muy subjetivo. Y así, aquel comedor se convierte en una escena llena de codazos, donde todos tratan de adelantarse para conseguir los lugares más prestigiosos.[vi]
Habría sido cómico… si no fuera tan triste.
Hace un tiempo leí una historia un tanto graciosa.
Un coronel del ejército acababa de ser ascendido y le habían asignado una nueva oficina en la base. Tenía un escritorio enorme, una silla elegante, y mientras se acomodaba en su primer día, escuchó que tocaban la puerta. Era un soldado raso.
El coronel respondió: “Un momento, estoy al teléfono.”
Tomó el auricular y comenzó a hablar lo suficientemente fuerte como para que lo escucharan en todo el pasillo:
—“Sí, señor, general; con gusto, señor; hoy mismo llamaré al presidente de los Estados Unidos… No, señor, no se me olvidará.”
Luego, bajando la voz, dijo: “Adelante, soldado. Estoy muy ocupado, ¿qué necesitas?” El soldado se cuadró y contestó: “Vengo a instalarle el teléfono, señor.”
Así es el mundo: nos dice que, si queremos ser alguien, tenemos que destacar, buscar el mejor asiento, hacernos notar, rodearnos de las personas “importantes.” Pero Jesús enseña lo contrario. Dios tiene un sistema de asientos muy diferente. Hay un banquete por venir, y en ese comedor celestial, el orden de los lugares será opuesto al de este mundo: los orgullosos serán humillados, y los humildes serán exaltados.
Jesús confronta la hospitalidad interesada
Jesús continúa su enseñanza y deja claro que no solo tienen mal organizada la mesa… también envían las invitaciones por los motivos equivocados.
Jesús se vuelve hacia el anfitrión —ese fariseo influyente, posiblemente miembro del Sanedrín— y, con calma y valentía, le dice en el versículo 12:
“Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y se te recompense.” (Lucas 14:12)
Ahora bien, Jesús no está prohibiendo cenar con familiares o amigos, ni mucho menos con personas adineradas. Lo que está diciendo es que no debemos limitar nuestras invitaciones solo a ellos.
En el fondo, Jesús está desenmascarando la verdadera motivación de este anfitrión: su hospitalidad era parte de un sistema de favores.[vii]
La palabra clave del versículo 12 es recompensa. “Así recibiré algo a cambio.” Su “recompensa” era mejorar su reputación en el círculo correcto. Esta cena no tenía nada de bondad. No era hospitalidad, era egoísmo.[viii]
Así que Jesús, con calma, prácticamente le dice: “¿Por qué no intentas esto?
Cuando hagas banquete, invita a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar; pero serás recompensado en la resurrección de los justos.” (Lucas 14:13-14)
En aquella cultura, jamás invitaban a los pobres, los enfermos y los discapacitados a una comida pública, y mucho menos a una cena privada con líderes religiosos. ¿Por qué? Porque no mejoraban la reputación de nadie. No podían devolver el favor, ni ofrecer prestigio social.
Así que, para ellos, eran una pérdida de tiempo.
Los fariseos se aseguraban de estar rodeados de la gente “correcta” y de evitar cuidadosamente a la “equivocada.”
Ah, esos fariseos tan orgullosos… qué bueno que nosotros no somos como ellos, ¿verdad? Pero detente un momento: ¿tienes tú también tu propio círculo cerrado?
Suena más amable decir “mi grupo de amigos”, pero a veces se parece bastante a una pequeña élite.
Y quizá tú estás en el otro extremo: alguien que siempre se queda mirando desde afuera. Sea cual sea el caso, el consejo de Jesús aplica igual: busca a alguien que está siendo ignorado, incluye a la persona excluida, acércate a aquellos que todos han olvidado. Eso refleja el verdadero corazón de Cristo.
Cuando Jesús terminó de hablar, desenmascarando los malos motivos del anfitrión, me imagino a Jesús mirando a todos en ese comedor. El lugar queda en completo silencio. La tensión era palpable. Podrías escuchar caer un alfiler.
Entonces, un hombre rompe el silencio incómodo en el versículo 15 y dice:
“Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios.” (Lucas 14:15)
En otras palabras, dice algo como: “Bueno, hablando del reino… ¡qué gran celebración será esa! ¿verdad, muchachos?”[ix]
Jesús invita al banquete del reino
Tomando ese comentario como punto de partida, Jesús pasa a explicar con una parábola cómo será realmente ese banquete futuro en el reino de Dios, lo que en otros pasajes se llama las cenas del Cordero. Y aquí sorprende a todos explicando quiénes son invitados… y quiénes finalmente asistirán.
Versículo 16:
“Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos; y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse.” (Lucas 14:16–18a)
Es importante notar que, en aquella época, se enviaban dos invitaciones para un banquete o cena de este tipo.[x]
La primera se enviaba con semanas de anticipación.
Algo parecido a lo que hacemos hoy cuando enviamos invitaciones de boda o alguna cena importante o formal. Uno responde si asistirá o si lamenta no poder ir, para que el anfitrión sepa cuántos platos debe preparar y cuántas sillas colocar. Aparentemente, todos habían respondido que asistirían.
Luego venía la segunda invitación, que se enviaba el mismo día del evento, cuando todo estaba listo.
La primera invitación anunciaba el día, pero no la hora exacta; así que la segunda invitación era el aviso final: “Ya todo está preparado, pueden venir a tal hora.”
Y es en ese momento —cuando todo está listo— que todos comienzan a poner excusas. Eso deja al anfitrión con toda la comida servida, la casa preparada y el gasto hecho… y con nadie dispuesto a venir. Aquel banquete era un regalo de su parte —como dice el versículo 16, pero ahora todo su esfuerzo está a punto de desperdiciarse.
Entonces surge la pregunta: ¿qué hará el anfitrión? Antes de responder, Jesús menciona tres excusas que algunos dieron. Versículo 18:
“El primero dijo: He comprado una hacienda y necesito ir a verla; te ruego que me excuses.” (Lucas 14:18)
Esta excusa es, en realidad, una mentira. Y el hombre ni siquiera se toma la molestia de inventar algo más creíble.
En aquellos tiempos —y también en los nuestros— nadie compra un terreno sin verlo antes. Un autor explica que, en el Medio Oriente, una propiedad era algo tan valioso, que nadie se atrevería a comprar un campo sin conocerlo a fondo: la cantidad de lluvia que recibía, los árboles, los senderos, los muros de piedra… Así que no hay duda: esta excusa era un insulto para el anfitrión.[xi]
Ahora viene la segunda excusa, en el versículo 19:
“Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses.” (Lucas 14:19)
Otra vez, esta es una excusa tan mala que termina siendo un insulto. Fíjate: ya los compró, y ahora dice que va a probarlos para ver si sirven para arar.
Registros históricos muestran que, en los días del Señor, los bueyes se vendían de dos maneras:
- algunos vendedores proporcionaban un pequeño campo junto al mercado para que la gente los probaran antes de comprarlos;
- o el granjero invitaba a los posibles compradores a su finca en un día acordado para verlos trabajar.[xii]
Así que este hombre está diciendo, básicamente, que compró diez bueyes sin verlos y que recién ahora va a ver si pueden tirar del arado.
Es como si alguien dijera: “Acabo de comprar un auto… ahora voy a ver si tiene volante y si arranca.” No, uno prueba el auto antes de comprarlo.[xiii]
Esta excusa, además de ser una mentira, era otra falta de respeto hacia el anfitrión.
Y ahora viene la tercera excusa, versículo 20:
“Otro dijo: Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir.” (Lucas 14:20)
Este ni siquiera se toma la molestia de pedir disculpas. Solo dice: “Me casé, y no puedo.” Como queriendo decir: “Mi esposa no me deja ir.”
Parece estar diciendo: “Antes podía salir cuando quería, ir a jugar a la pelota… digo, ir a banquetes… pero ahora ya no puedo salir de casa.”
Esta excusa no solo es ridícula e irrespetuosa hacia el anfitrión; también es injusta con su esposa. Está echándole la culpa a ella por su falta de interés. Probablemente, terminó durmiendo en el sofá esa noche
A estas alturas, los líderes religiosos ya entienden que el anfitrión de esta parábola representa a Dios. Y sus excusas revelan exactamente lo que hay en su corazón:
su apego a las posesiones, tradiciones, y posiciones sociales.
Ellos quieren asistir al banquete del reino, pero en sus propios términos, cuando a ellos les parezca conveniente. Ni siquiera Dios les puede decir quién entra y quién no. Estas no son simples excusas. Son muestras de un orgullo hostil.[xiv]
Rechazar la invitación de Dios equivale a decir: “Lo que estoy haciendo con mi vida es más importante que lo que Dios quiere hacer con ella.”
La realidad es que las personas hoy no rechazan el reino de Dios por falta de invitación, sino por falta de interés. Entonces, ¿qué hace Dios con eso? Envía invitaciones inesperadas. Versículo 21:
“Entonces, enojado, el padre de familia dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos.” (Lucas 14:21)
En otras palabras, los que se sienten indignos de estar allí serán precisamente los que se sentarán a la mesa. Versículo 22:
“Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar.” (Lucas 14:22)
Todavía quedan asientos vacíos. ¿Qué vamos a hacer ahora? Versículo 23:
“Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena.” (Lucas 14:23-24)
Esta parábola tiene una clara implicación profética:
la invitación al banquete del Reino no se limitará a la comunidad judía, sino que se extenderá también a los gentiles.[xv]
Conclusión
Lo que más me conmueve de la respuesta de Dios en esta parábola es que el rechazo de Su invitación no canceló el banquete.[xvi]
Dios tendrá Su casa llena. Desde la eternidad pasada ha determinado que no quedará un solo asiento vacío. La verdadera pregunta es: ¿Ha reservado Él un lugar para ti? Y si no, ¿cuál es tu excusa?
- Soy demasiado joven todavía… quiero vivir mi vida a mi manera un tiempo más.
- Soy demasiado mayor… no puedo admitir que me he equivocado acerca de Jesús.
- Tendría que renunciar a ciertos placeres en mi vida.
- No necesito ser salvo… soy mejor que mucha gente que va a la iglesia.[xvii]
Warren Wiersbe cuenta en su comentario sobre este pasaje sobre algo que pocos saben. El pastor y evangelista Dwight L. Moody, predicó sobre este texto en lo que sería su último sermón. El título del mensaje fue “Excusas.”
Casualmente, estoy leyendo la biografía escrita por su nieto, así que busqué en las últimas páginas a ver si contaba algunos detalles de ese momento. Y si, encontré dos páginas completas. Decía que la última reunión donde predicó se realizó el 16 de noviembre de 1899. El auditorio estaba lleno. Y al concluir su mensaje, Moody dijo lo siguiente:
“Imaginemos que esta noche escribimos nuestra excusa: ‘Al Rey del cielo: mientras me encontraba en la iglesia, el 16 de noviembre de 1899, recibí una invitación insistente de uno de tus siervos para asistir a las bodas del Cordero. Te ruego: tenme por excusado.’
¿Firmarías esa carta, joven? ¿La firmarías tú, señora? Te suplico, no tomes esto a la ligera. Es un Dios amoroso quien te invita a un banquete, y Dios no puede ser burlado. Jugar con Su invitación es más peligroso que jugar con un rayo o con una peste. No juegues con Dios.”
Luego Moody añadió:
“Permíteme escribir otra respuesta: ‘Al Rey del cielo: mientras me encontraba en la iglesia, el 16 de noviembre de 1899, recibí una invitación insistente de uno de tus mensajeros para asistir a las bodas de Tu Hijo unigénito. Me apresuro a responder: por la gracia de Dios, acepto. ¡Allí estaré!’”[xviii]
Entonces, ¿cuál es tu respuesta hoy?
Si tu corazón dice: “Acepto por fe en Cristo solamente”, déjame decirte algo: vas en camino a un banquete glorioso, el banquete de bodas del Cordero. Ese será el gran comienzo del Reino de Cristo sobre la tierra.
No te lo pierdas… no te lo pierdas.
Antes de que termine este día, dile a Jesús: “Señor, sálvame… ¡y guárdame un lugar en esa mesa!”
[i] Charles R. Swindoll, Insights on Luke, Zondervan 2012, p. 365
[ii] Ibid, p. 315
[iii] Ivor Powell, Luke’s Thrilling Gospel, Kregel Publications, 1965, p. 314
[iv] Swindoll, p. 366
[v] Swindoll, p. 367
[vi] Adaptado de R. Kent Hughes, Luke II, Crossway Books 1998, p. 110
[vii] Adaptado de Dale Ralph Davis, Luke 14–24: The Year of the Lord’s Favor, Christian Focus 2021, p. 19
[viii] Wiersbe, p. 13
[ix] Swindoll, p. 368
[x] Davis, p. 21
[xi] Clinton E. Arnold, Zondervan Illustrated Bible Backgrounds Commentary: Volume One, Zondervan 2002, p. 443
[xii] Ibid
[xiii] Adaptado de Wiersbe, p. 15
[xiv] Davis, p. 22
[xv] Adapted from Hughes, p. 119
[xvi] Davis, p. 23
[xvii] Adaptado de Powell, p. 325
[xviii] William R. Moody, The Life of Dwight L. Moody, Fleming H. Revell Company, 1900, p. 548












