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Rindiéndome a la voluntad de Dios

Cuando Jesús enseñó a orar “venga tu reino, hágase tu voluntad”, nos entregó una declaración de entrega total. Esta parte del Padre nuestro nos llama a reconocer quién es el verdadero Rey, y a confiar en que sus planes son mejores que los nuestros. En este mensaje descubriremos lo que significa orar de esta manera, y cómo esa actitud puede cambiar por completo nuestra forma de relacionarnos con Dios. Lo invitamos a escuchar este estudio y a reflexionar: ¿de verdad desea que se haga la voluntad de Dios?

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Introducción

Cuando los discípulos le pidieron al Señor que les enseñara a orar, me imagino que les sorprendió lo breve que fue la lección. El Señor respondió a su petición y luego procedió a dar una enseñanza sobre la oración que no duró más de dos minutos. Les entregó una oración, no tanto para memorizar, sino para imitar.

Y aunque al Señor le tomó solo dos minutos enseñar esta oración, a nosotros nos tomará varias sesiones desentrañar toda la riqueza que contiene mientras la estudiamos juntos. Y, dicho sea de paso, cuando lleguemos al final de esta serie que hemos titulado La oración de los discípulos, no habremos agotado en lo absoluto la profundidad teológica ni las aplicaciones prácticas que se encuentran en esta oración de apenas dos minutos.

Estamos estudiando el Evangelio de Lucas, y este evento se encuentra en el capítulo 11. Hasta ahora, el Señor les ha enseñado a los discípulos a comenzar su oración con el término familiar: “Padre” (Lucas 11:2).

El Evangelio de Mateo añade las palabras: “Padre nuestro que estás en los cielos”.

En otras palabras, obtenemos acceso al cielo porque algo ocurrió aquí en la tierra: Él se convirtió en su Padre cuando usted le pidió a Su Hijo que fuera su Salvador. Orar, entonces, es un asunto de familia.

Esta oración comienza reconociendo nuestra identidad como hijos. Luego, se enfoca en los atributos del Padre: 

“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.”

“Santificado” significa ser sagrado, santo y digno de reverencia. Para el mundo judío, un nombre reflejaba la naturaleza de una persona.

Así que orar “santificado sea tu nombre” es pedirle a Dios que revele Su naturaleza, Su carácter y Sus atributos divinos al mundo; y también es orar que Dios nos use a nosotros para vivir de tal manera que Su reputación sea engrandecida.

Esta oración declara, en efecto, que estás dispuesto a asumir la responsabilidad de cuidar la reputación de Dios al ser un buen reflejo de quien es tu Padre celestial.

Así que, si realmente quieres aprender a orar, Jesús está enseñándoles a los discípulos —y a nosotros también— que la oración comienza con una identidad familiar, y que luego acepta la responsabilidad de reflejar los atributos santos de Dios. Es decir, la razón por la que deseas vivir una vida santa es porque Él es santo, y tú eres Su hijo. Estás reflejando el nombre de tu familia ante el mundo.

Es como cuando esperas que tus hijos se comporten bien cuando están en público… aunque la mayoría de las veces, no va como planeamos. Tus hijos se pelean en la sección de juguetes, y dicen: “¡Yo lo vi primero!”

Empujas el carrito del supermercado con tu hijo sentado en el asiento delantero, todo va de maravilla, tu hijo ha sido un angelito… hasta que llegas a la caja, donde todo ese dulce está estratégicamente ubicado justo al nivel de sus ojos. ¿No es brillante? ¿Quién les dijo que hicieran eso? Satanás, seguramente. Quiere que tu hijo deje de ser un angelito y se convierta en un ángel caído. Y así, de la nada, tu hijo empieza a hacer un berrinche pidiendo que le compres un dulce. Llora y dice que eres un padre tacaño, malo y cruel. Y tú no puedes hacer con tu hijo lo que realmente quieres hacer… porque estás en público. Te quedas ahí, ejerciendo un dominio propio sobrenatural; además, la señora detrás tuyo ya sacó su teléfono y está grabando—pensando: “¡Esto se va a volver viral!” No puedes esperar a salir de ahí despues de pasar vergüenza y tener una seria charla con ese salvaje – quiero decir, con tu bello angelito.

¿Lo ves? Orar esta oración equivale a decir: “Padre, soy tu hijo, y cuando salgo en público, no quiero avergonzarte; no quiero deshonrar el nombre de la familia.” Quiero vivir de tal manera que tus atributos—tu gracia, tu santidad, tu pureza, tu misericordia y tu paciencia—sean visibles en mi. Estoy dispuesto a asumir la responsabilidad de llevar tu nombre y reflejar quien eres. Quiero que mi vida no arruine tu reputación. 

Orando: “Venga tu reino”

Ahora, las siguientes dos peticiones fluyen una de la otra, así que vamos a analizarlas juntas, combinando la oración modelo de Lucas con la de Mateo. Note nuevamente el versículo 2 de Lucas 11 desde el principio:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (Lucas 11:2 / Mateo 6:9-10)

Padre (Mateo añade: que estás en los cielos), santificado sea tu nombre. Ahora observe las siguientes peticiones: Venga tu reino(Mateo añade: hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.) 

Esta oración comienza con una identidad familiar, con el deseo de reflejar los atributos del Padre… y ahora se rinde ante la voluntad del Padre.

“Venga tu reino”.

Esta oración solo tiene espacio para un Rey. No dice “venga mi reino”, sino “venga tu reino”. Desde el inicio, estás reconociendo que ya no eres el rey de tu propio mundo. Si insistes en ser el rey de tu vida, entonces no puedes decir esta oración con sinceridad. Nos estamos rindiendo ante el gobierno de Dios.

Ahora bien, esta frase: “Venga tu reino”, está profundamente ligada a una expectativa profética. El reino futuro y literal de Cristo viene en camino, y por eso se nos enseña a orar de esta manera… precisamente porque ese reino todavía no ha llegado.

Si el reino ya hubiese llegado cuando Jesús estaba en Galilea, Él les habría enseñado a orar: “Padre, gracias porque tu reino ya vino”. Pero en cambio, se nos enseña a orar: “Venga tu reino”. Es una petición orientada hacia el futuro.

Esta expresión en griego puede traducirse como: “que tu reino suceda; que se lleve a cabo; que llegue, que venga”.[i]

La llegada de este reino literal, según las Escrituras, tendrá lugar después del período de la tribulación. Durante ese tiempo, el Señor reunirá al pueblo de Israel y los llevará al arrepentimiento. Habrá un despertar espiritual a nivel global, a pesar de que el anticristo desplegando todo su poder e influencia durante esos siete años de tribulación.

Al final de ese período, Jesucristo regresará con nosotros—no por nosotros, sino con nosotros—porque ya habrá llevado a Su iglesia a la casa del Padre mediante el rapto, antes del inicio de la tribulación.

Pero entonces, según Apocalipsis 19, los redimidos—vestidos de lino fino y blanco—descenderán con Él, no a las nubes, sino a la tierra, para reinar sobre todos los que hayan puesto su fe en Cristo durante la tribulación… y habrá millones de personas, de toda tribu, lengua y nación.

Estos nuevos creyentes serán los sobrevivientes de la tribulación, personas que habrán confiado en Cristo durante ese tiempo difícil, y ahora entrarán al reino de nuestro Señor. Por el otro lado, nosotros, ya glorificados, reinaremos con Cristo durante mil años, como lo declara Apocalipsis 20.

Durante ese reinado, se cumplirán todas las promesas relacionadas con un futuro para Israel, un reino venidero y un trono en Jerusalén. Por ejemplo, se cumplirá lo que dijo el profeta Zacarías: 

“Y Jehová será rey sobre toda la tierra” (Zacarías 14:9).

También se cumplirá lo que Jesús prometió a sus discípulos en la última cena: 

Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo 26:29).

Jesús nos enseña a orar por ese día glorioso, el día en que Satanás será encerrado en el abismo y todas las promesas de Dios a Israel se harán realidad: promesas de restauración, de una tierra, de un reino y de un Mesías.

Escucha bien: más de 200 profecías del Antiguo Testamento se cumplirán cuando Cristo se siente sobre su trono en el planeta tierra y reine con poder sobre las naciones.

El mundo ha estado anhelando la paz, y finalmente llegará. Hoy, las Naciones Unidas —que reúnen a más de 193 países— en su mayoría rechazan la verdad sobre Cristo y Su reinado venidero. Muchos de esos países rechazan de forma categórica el evangelio: que el Hijo de Dios vino al mundo, murió por nuestros pecados, y que todo el que cree en Él recibe perdón. Pero un día, verán a ese Mesías que tanto rechazaron, venir glorioso a la Tierra para reinar.

Aunque el mundo se opone al gobierno de Cristo, sigue soñando con un mundo unido y en paz. Y lo irónico es que, para expresar ese anhelo, recurren a una profecía bíblica. En la sede de las Naciones Unidas hay una plaza que por más de 65 años ha sido escenario de protestas por la paz y llamados a la unidad mundial.

Allí se levanta un muro con un versículo del profeta Isaías. Ese pasaje habla del Reino Milenial, cuando Cristo gobernará sobre la tierra. El texto dice: 

“Y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).

Aunque la humanidad no quiere rendirse ante Jesús como Rey, no puede resistirse a la belleza de esa promesa bíblica: un mundo sin guerras, con naciones que viven en unidad bajo el gobierno del Salvador.

Ese monumento es impresionante, y me alegra que esas palabras estén grabadas en piedra… porque si no lo estuvieran, ya las habrían borrado. Ahora bien, al final de la cita, en ese muro, aparece el nombre del profeta: Isaías. De hecho, a ese monumento se lo conoce como “El Muro de Isaías”. Pero, la referencia específica del versículo fue omitida. Solo dejaron el nombre “Isaías”, pero no el capítulo ni el versículo. Quizás temen que alguien lo busque… porque si lo hace, descubrirá que el texto inscrito en ese muro es solo la segunda mitad del pasaje.

Esto es lo que dice la primera parte del pasaje:

“Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se  adiestrarán más para la guerra.” (Isaías 2:3b–4)

Esta profecía de paz mundial está directamente relacionada con el reinado literal de Jesucristo desde Jerusalén, donde gobernará a las naciones.

No se puede tener la última parte del versículo sin la primera. No se puede tener paz en la tierra sin el Príncipe de Paz sentado en el trono. Ese es el problema: el mundo quiere la paz, pero sin el Príncipe de Paz.

Por eso, Jesús nos enseña a orar por el día en que el plan de Dios llegue a su glorioso cumplimiento: cuando Cristo descienda y establezca su reino de mil años sobre la tierra, después de la tribulación.

Pero es importante notar que esta oración por el reino futuro de Cristo también tiene implicaciones para nosotros hoy. Cuando tú y yo oramos: “Venga tu reino”, en realidad le estamos entregando a Dios el gobierno de nuestras propias vidas. Le estamos diciendo: “Señor, tú eres el Rey… no yo”.

No tiene sentido orar por el establecimiento del gobierno de Dios en la tierra si, en realidad, no queremos que Él gobierne nuestras vidas ahora mismo.

Como escribió un autor, el reino de Dios no es solo un destino donde viviremos algún día; también debe ser la motivación que define cómo vivimos hoy.[ii]

Orar “venga tu reino” es clamar sinceramente que el Señor tome el control de nuestra vida y que su presencia real influya en cada rincón de nuestra existencia.[iii]

Cuando haces esta oración, estás:

  • renunciando al gobierno de tu propia vida,
  • cerrando el congreso de tu voluntad,
  • echando fuera al primer ministro del orgullo,
  • y bajándote tú mismo del trono.

Estás entregándole a Cristo la llave de todas esas áreas del corazón que hemos estado tratando de controlar

Como verás, hay una realidad futura: el Rey viene. Pero también hay una realidad presente: el Rey ya ha venido, y ha conquistado los reinos de tu corazón. Entonces tu vida y la mia debe ser una expresión diaria de esta verdad: “¡Viva el Rey!”

Me encanta cómo un líder de la iglesia expresó esta entrega personal. Taylor Smith, sirvió como obispo en la Iglesia de Inglaterra en el siglo XIX. En 1896 lo nombraron capellán honorario de la reina Victoria. Su compromiso con Cristo era bien conocido, y después de su muerte salió a la luz una nota personal que había escrito. En ella decía:

“Apenas despierto cada mañana, me levanto de la cama, me lavo, me afeito y me peino. Luego, completamente vestido, bien despierto y arreglado, voy en silencio a mi estudio, donde me presento como un súbdito leal ante mi Soberano… listo y dispuesto a servir a Cristo, mi Rey.”[iv]

Eso es precisamente lo que significa orar: “Venga tu reino.”

Orando: “Hágase tu voluntad”

Y como si eso no fuera lo suficientemente desafiante, si ese llamado no fuera ya lo suficientemente transformador, Jesús añade una frase más en el relato de Mateo. Es la siguiente petición en esta oración modelo:

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10)

En esa ocasión, cuando el Señor predicaba sobre la oración en medio de la multitud —en Mateo capítulo 6—, añadió esta frase justo después de “venga tu reino”: “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

La expresión griega “hágase tu voluntad” implica un deseo sincero: “Señor, quiero que se haga voluntad”. Ahora bien, eso puede parecer confuso, porque… ¿acaso no se cumplirá la voluntad de Dios, se lo pidamos o no? Dios hará su voluntad de Dios. No hay nada que Dios quiera hacer que no termine haciéndose.

Entonces, ¿por qué orar para que se haga Su voluntad, si sabemos que, al final, se hará de todos modos? Ahora bien, para entender lo que esta petición realmente implica —y cuál es nuestra parte en ella—, es útil considerar una distinción que los creyentes han reconocido por siglos en cuanto a la voluntad de Dios. Hace un tiempo leí una explicación muy clara en un libro sobre la oración que me ayudó mucho a comprender este pasaje.

La idea es que la voluntad de Dios puede entenderse de dos maneras distintas. Primero, está Su voluntad soberana, también llamada Su voluntad decretada. Esta es Su autoridad absoluta para ordenar y llevar a cabo todo lo que sucede en el universo.

La Biblia habla de la voluntad de Dios en este sentido cuando se refiere a Su dominio total sobre todas las cosas. Desde el movimiento de una partícula de polvo hasta las decisiones políticas de los líderes mundiales, todo ocurre bajo Su supervisión y con un propósito. Nada escapa a Su control. Cada evento —por más pequeño o grande que parezca— está alineado con lo que Él ha querido desde la eternidad.[v]

Ya sea el corazón del faraón, la elección de un presidente, el surgimiento de una nación o incluso el movimiento de una mariposa… nada sucede fuera de la voluntad soberana de Dios.

Pero hay otro aspecto de Su voluntad, y es Su voluntad revelada. Esta es la voluntad que Dios ha expresado claramente en Su Palabra: lo que Él espera de nosotros. Por ejemplo, los Diez Mandamientos son una expresión de esa voluntad. No se trata de lo que Él va a hacer, sino de lo que tú y yo deberíamos hacer.[vi]

El apóstol Pablo se refirió a esta voluntad revelada cuando escribió a los tesalonicenses: 

“Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación” (1 Tesalonicenses 4:3).

Es decir, es la voluntad de Dios… pero tú puedes decidir obedecerla o desobedecerla. Dios no nos fuerza, aunque Él ya sabe, desde la eternidad, cuál será nuestra respuesta.

Sin embargo – y aquí está lo maravilloso – Dios es capaz de tomar nuestra obediencia o incluso nuestra desobediencia, y tejerla dentro de Su plan soberano para cumplir Sus propósitos.

Un buen ejemplo de esto es el caso de los hermanos de José. Ellos pecaron gravemente al venderlo como esclavo. Dios no los obligó a hacerlo, pero ya sabía que lo harían. Y tomó ese pecado, esa rebelión, y la usó para preservar a toda la nación de Israel durante una gran hambruna.

Así es como Dios obra todas las cosas conforme a Su voluntad: entrelazando lo que ocurre —aun lo que está fuera de Su agrado— para llevar a cabo Sus propósitos eternos.

Ahora bien, ¿qué es lo que Jesús realmente nos está pidiendo que oremos aquí? No puede ser que estemos pidiendo que se cumpla la voluntad soberana de Dios, porque esa ya se está cumpliendo tanto en el cielo como en la tierra. No hay nada que pueda impedirla ni alterar sus tiempos.[vii]

Jesús nos está enseñando a hacer una declaración más de rendición total. Al orar de esta manera, en esencia estamos diciendo: “Señor, haz que mi vida sea obediente a tu voluntad revelada, a tu Palabra, a tus deseos y a tu carácter”.

Y, por cierto, no se trata solo de obedecer. ¿Notaste la comparación que hace Jesús?

“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateo 6:10)

No es una simple afirmación, es una comparación directa entre los ángeles que obedecen la voluntad de Dios en el cielo… y cómo deberíamos obedecerla aquí en la tierra. En otras palabras, nuestra respuesta ante la voluntad de Dios aquí debe ser un reflejo de lo que ocurre en su presencia.

Entonces, ¿cómo se cumple la voluntad de Dios en el cielo? ¡De inmediato! Ningún ángel pregunta: “¿Y por qué yo?”

Cuando Dios le dijo a Gabriel que fuera a anunciarle al sacerdote Zacarías que su esposa Elisabet tendría un hijo —Juan el Bautista—, él fue. Luego, Dios lo envió a hablar con María sobre su concepción milagrosa. Y después lo mandó a explicarle a José lo que había pasado con María.

Gabriel no respondió: “¿Otra vez yo? ¡Acabo de regresar! Subir y bajar esa escalera de Jacob no es broma. ¿Por qué no mandas al arcángel Miguel? ¡Él no ha hecho nada desde el capítulo 10 de Daniel, y eso fue hace seiscientos años! ¡Está descansando desde entonces! ¡Esto no es justo!”

Desde que los ángeles que se mantuvieron fieles rehusaron unirse a Satanás en su rebelión, han sido confirmados en santidad. Y desde entonces, cumplen la voluntad de Dios de inmediato: sin discutir, sin cuestionar, sin desobedecer. En el cielo, ya no habrá otra rebelión. Ellos nunca preguntan “¿por qué?”. Simplemente obedecen.

Así que, cuando imitamos esta oración, lo que estamos diciendo es: “Señor, yo quiero vivir aquí en la tierra como se vive allá en el cielo. Quiero responderte aquí abajo como los ángeles lo hacen allá arriba.”

“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”

Y, por cierto, note lo que dice esta oración. No estamos pidiendo que se haga nuestra voluntad en el cielo, sino que se haga Su voluntad en la tierra.

Orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” es un acto de sumisión total.

Le estás entregando a Dios el trono de tu mente y corazón… pero también el cuarto de control de tu cuerpo, tus decisiones y tu futuro. Le estás cediendo el gobierno de tu carrera, tu salud, tus planes, tus recursos, tus relaciones y tus sueños.

Conclusión

Esta oración no deja nada fuera. Es una sumisión sin reservas, sin condiciones, sin límites. Ya no eres el rey de tu propia vida. Solo hay un Rey… y esta oración te lo recuerda cada vez que la haces. Cada vez que oramos, volvemos a rendirnos por completo.

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”

Hay una antigua oración escrita por un pastor del siglo XVII que expresa con sencillez lo que significa rendirse totalmente al Señor. Su oración dice lo siguiente:

Ya no soy mío, sino tuyo.
Haz conmigo lo que tú quieras,
donde quieras, con quien quieras.
Ponme a trabajar o sufrir.
Dame una tarea o déjame a un lado.
Llévame a lo alto o llévame a lo bajo.
Llena mi vida o vacíala por completo.
Dame todo o quítame todo.
Te entrego todo libremente y de corazón.
Dejo todo a Tu disposición
Tú eres mío, y yo soy tuyo.
Así sea,
Amén.[viii]

Decida hoy decir esta oración de corazón. Le animo a vivir de esa manera: rendido, disponible y completamente entregado al Rey Jesús. Que no solo repitamos las palabras de esta oración, sino que las pongamos en práctica con una vida obediente. Que cada decisión, cada paso, cada plan refleje un corazón que dice con convicción: “Venga tu reino, Señor. Hágase tu voluntad, en la tierra – en mi vida – como en el cielo”.


[i] John MacArthur, Luke: Volume 2, Moody Publishers, 2013, p. 22

[ii] Warren W. Wiersbe, On Earth as it is in Heaven, Baker Books, 2010, p. 68

[iii] Adaptado de Phillip Keller, A Layman’s Look at the Lord’s Prayer, Moody Press, 1976, p. 63

[iv] Keller, p. 67

[v] R. Albert Mohler, Jr. The Prayer that Turns the World Upside Down (Nelson Books, 2018), p. 89

[vi] Ibid, p. 89

[vii] Ibid, p. 92

[viii] Quoted in J.I. Packer, Praying the Lord’s Prayer (Crossway, 2007), p. 61

Este contenido es una adaptación autorizada del ministerio Sabiduría Internacional, bajo la enseñanza original de Stephen Davey. Todos los derechos del contenido original están reservados a su autor.


Puede compartir o reproducir este material libremente solo con fines no comerciales, citando adecuadamente al autor y al ministerio. Queda prohibida su venta, modificación con fines lucrativos o redistribución sin permiso escrito.

Hemos procurado citar debidamente todos los recursos externos utilizados en cada lección. Las citas bíblicas provienen principalmente de la versión Reina-Valera 1960 y de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA), aunque en algunos casos se emplean otras versiones de la Biblia para facilitar la comprensión del pasaje.
Reina-Valera 1960® © 1960 Sociedad Bíblica Trinitaria. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.
La Nueva Biblia de las Américas (NBLA) © 2019 por The Lockman Foundation. Usada con permiso. Todos los derechos reservados.

Adaptado y publicado por el ministerio Sabiduría Internacional.

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