Introducción
Según reportes de noticias, en promedio, alrededor de doce turistas mueren cada al año al caer desde la cima del Gran Cañón. Recientemente, un hombre se subió a un pequeño muro de piedra para que su hija le tomara una foto. Había notado que detrás había un estrecho saliente, y después de posar, decidió saltar hacia atrás, fingiendo caer para asustarla. Pero resbaló en ese saliente y cayó más de 120 metros hasta su muerte.
La mayoría de los turistas que caen son hombres jóvenes—confiados—que brincan de roca en roca o posan demasiado cerca del abismo. Los guardabosques tienen un consejo sencillo, casi demasiado simple como para tomarlo en serio: permanezcan en el sendero.
Un artículo citaba cómo los guardabosques recuerdan a más de un millón de visitantes cada año: “Esto no es un parque de diversiones; esto es peligroso. Perder el equilibrio es más fácil de lo que creen. Si no tienen cuidado se van a caer.”
Así es también la vida cristiana. En muchos sentidos, seguir a Cristo no lo rescata a uno del peligro; te mete en más peligros todavía.
La publicidad engañosa que abunda en las iglesias de nuestros días es la idea de que, cuando uno viene a Jesús, Él lo lleva a un parque de diversiones donde todo es alegría y diversión por el resto de la vida. O sea, “ven a Jesús y él te va a arreglar todos los problemas. Prueba a Jesús y verás que te llueven bendiciones.”
La verdad es que seguir a Jesús se parece mucho más a caminar por la cima del Gran Cañón, con precipicios empinados y senderos estrechos. Jesús nos invita a una vida en la que el enemigo constantemente intenta apartarnos del camino y empujarnos hacia el abismo.
“Vivir al límite” es un lema muy real para los discípulos de Cristo. En realidad, estamos caminando al filo del desastre.
Y si eso suena demasiado dramático, entonces necesitamos aprender del apóstol Pablo, quien confesó que temía que, después de haber predicado a otros, pecara de tal manera que quedara descalificado (1 Corintios 9:27).
No temía perder su salvación. Su temor era perder su testimonio delante de los demás. No quería desacreditar el evangelio, ni desanimar a otros creyentes, ni decepcionar al Señor al salirse del camino hacia el pecado.
Así que Pablo vivía con plena conciencia de:
- el potencial de un desastre espiritual,
- el peligro de la descalificación,
- la posibilidad de desacreditar el evangelio,
- el temor de decepcionar al Señor que lo amaba,
- y la desánimo que podría causar en otros creyentes.
En un sentido muy real, Pablo sabía que vivía al filo del desastre. Y para el creyente de hoy, esa resulta ser la mejor manera de vivir. Pablo escribió: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).
El creyente orgulloso está convencido de que nunca caerá; el creyente humilde, en cambio, está convencido de que nunca permanecerá en pie sin la dirección y protección y la fortaleza de Dios.
No debería sorprendernos que Jesús nos enseñe a orar con esta perspectiva. Si abre su Biblia en el evangelio de Lucas, capítulo 11, veremos que el Señor ha estado enseñandoles a sus discípulos a orar. Ahora nos enseña una frase sencilla que lo resume todo. No suaviza el asunto, no lo disfraza, no lo minimiza: lo llama por lo que realmente es.
Estamos en el versículo 4 de Lucas 11, en la última frase, y la combinamos también con el relato de Mateo 6, donde Jesús nos enseña a orar:
“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Lucas 11:4; Mateo 6:13).
Esa es una frase que merece nuestra atención: no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.
Jesús está a punto de enseñarles a sus discípulos—incluyéndonos a nosotros hoy—cómo enfrentar el peligro de la tentación y del mal. Y ese peligro no se enfrenta ignorándolo, ni minimizándolo, sino reconociéndolo cada día.
Enfrentamos la tentación al reconocer que vivimos al borde del desastre. Cada mañana, cuando te levantas de la cama, entras a un terreno peligroso.
Esta es la última petición registrada en este modelo de oración. Comenzó con el deleite de dirigirnos a nuestro Padre que está en los cielos y termina ahora con la realidad del peligro del pecado y del mal aquí en la tierra. Y como dijo un autor, el cristiano “vive entre esas dos verdades.”
Así que la oración termina siendo nada menos que un clamor de auxilio. Creyentes que desean permanecer en el sendero, que no quieren perder el equilibrio espiritual ni caer por el borde del abismo, por decirlo así, en su experiencia cristiana. Y eso es posible al orar con esta petición.
Esta oración nos hace conscientes de cuatro verdades—cuatro verdades que protegen al creyente en un mundo lleno de peligros.
La tentación nunca desaparecerá
La primera verdad que esta oración nos recuerda es que el peligro de la tentación nunca desaparecerá.
“Y no nos metas en tentación” (Lucas 11:4c).
Esta es un petición diaria como cuando oramos por el pan de cada día y confesamos nuestros pecados cada día.
Ahora, quizá al principio esta frase le parezca confusa, porque suena como si Dios pudiera tentar al creyente a pecar o llevarlo a situaciones de tentación. Pero en otros pasajes de la Escritura sabemos que eso no es así.
Santiago escribe en su carta:
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Santiago 1:13).
Algunos han intentado explicar esto señalando que la palabra griega para “tentación” es la misma que se usa para “prueba”. Y eso es cierto.
Sin embargo, en ningún lugar de la Biblia se nos dice que pidamos a Dios que nos libre de las pruebas. De hecho, Santiago también dice en el capítulo 1 que las pruebas producen paciencia. Dios sí nos conduce a tiempos de prueba, con el propósito de fortalecer nuestra fe y nuestra comunión con Él.
El contexto determina el significado de la palabra. La prueba está diseñada para desarrollarnos; la tentación, en cambio, busca destruirnos. Y Dios jamás tiene esa intención. En Lucas 11, el contexto es precisamente la destrucción, el pecado y el mal. En otras palabras, la petición apunta a esto: “Protégeme del poder destructivo de la tentación.”[i]
O también, podemos entenderlo como lo parafrasea Chuck Swindoll en su comentario: “Haz que no cedamos a la tentación.”[ii]
Por cierto, Jesús mismo oró y habló con el Padre en términos similares en Juan 17, cuando dijo:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
Jesús sabe muy bien el peligro al que nos enfrentamos hoy. Satanás, el tentador original, en alianza con nuestra naturaleza pecaminosa, nos bombardea constantemente a través de un mundo pecador, invitándonos a pecar, a salirnos del camino y a destruir nuestra integridad y nuestro testimonio. Y nunca se detiene.
Si tienes 35 años, los demonios bajo su mando han tenido 35 años para estudiar tu naturaleza caída, observarte, tomar nota de tus debilidades y tendencias.
Si tienes 55 años, eso solo significa que han tenido 20 años adicionales para conocerte mejor.
En la Biblia, a Satanás se lo describe con varios nombres, entre ellos está:
- el tentador (Mateo 4:3),
- la serpiente (2 Corintios 11:3),
- el dragón (Apocalipsis 12:13),
- y un león rugiente que anda buscando a quién devorar (1 Pedro 5:8).
Él no puede arrebatar tu alma del cielo, pero sí intentará destruir tu vida aquí en la tierra. Pedro dice que siempre está hambriento. Y uno nunca se pondría a jugar con un león hambriento. No se pone a conversar con un león hambriento; lo evitas.
Una vez tuve el privilegio de ir al Este de África para una serie de conferencias, y una tarde mi anfitrión me llevó en su jeep a un safari. En un momento llegamos a un gran árbol donde había una manada de leones descansando a la sombra: varias leonas con sus cachorros. El hermano detuvo el jeep y nos quedamos mirando.
De repente, una de las leonas se levantó y caminó directamente hacia mi lado del jeep. Se acercó tanto que su lomo alcanzaba la parte baja de mi ventana—que por cierto estaba completamente cerrada. Se quedó mirándome fijamente, y al escuchar su ronroneo, sonaba como el motor de un auto pequeño. No iba a bajar la ventan para acariciarla y decirle: “Qué lindo gatito.” Jamás se me hubiera ocurrido bajarme de ese jeep.
Pedro, evidentemente, también había visto leones, porque comparó a Satanás con uno hambriento que anda rondando, buscando a quién devorar.
Jesús quiere recordarnos, por medio de esta oración, que la tentación es un peligro constante y no va a desaparecer hasta el día en que seamos glorificados en completa santidad, en la presencia de Cristo.[iii]
Así que aquí encontramos la primera gran verdad de esta petición: esta oración nos lleva a reconocer el peligro de la tentación, un peligro que nunca desaparecerá en esta vida.
En segundo lugar: Esta oración nos recuerda que nuestro corazón pecaminoso con gusto coopera con la tentación.
El corazón coopera con la tentación
La razón por la que la tentación resulta tan tentadora es porque nos ofrece algo que ya nos atrae.
Un hombre escribió en tono de broma: “¿Por qué habría de resistir la tentación? ¡Podría irse!”
La tentación es peligrosa precisamente porque apela a lo que ya atrae a nuestro corazón pecaminoso. Somos muy rápidos para culpar al diablo y al mundo de lo que, en realidad, somos capaces de hacer por nosotros mismos.
En su comentario sobre este pasaje, J. I. Packer citó el Libro de Oración Común, un manual anglicano de oraciones para la iglesia que se ha usado por siglos. Allí hay una buena descripcion del pecado con el que batallamos en nuestro propio corazón y mente:
“Líbranos del pecado… de toda ceguera de corazón; de la soberbia, la vanagloria y la hipocresía; de la envidia, el odio y la malicia… de la fornicación y de todo otro pecado mortal; de la dureza de corazón y del desprecio de tu Palabra y mandamientos—¡líbranos, buen Señor!”[iv].
Esta oración es una admisión de que su corazón y el mio se parece a una pequeña fábrica, donde la tentación llega a solicitar empleo y pronto termina con una posición de director ejecutivo.
Orar “líbranos de la tentación” es admitir que necesitamos ser librados de nosotros mismos.
Jesús les dijo a sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41).
La palabra velad describe a un soldado de guardia. Y uno se mantiene en guardia, no porque piense que el peligro tal vez no aparezca, sino porque sabe con certeza que aparecerá.[v]
Así que, ¡esté alerta!
- Puede que toque a su puerta—ciérrela.
- Puede que lo llame—cambie su número.
- Puede que lo seduzca—elimínelo.
- Puede que esté a la vuelta—evite esa esquina.
Como suele decirse “No juege con fuego”, un autor escribió: “Descubra cual es su fuego; y entonces no juegue con eso.”[vi]
No podemos eliminar la tentación, pero sí podemos decidir: no escucharla, no encubrirla, planear no caer en ella, no darle espacio.
El teólogo reformador, Martín Lutero, lo explicó quinientos años atrás con una ilustración muy clara. Él escribió: “No puedes evitar que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero sí puedes evitar que hagan un nido en tu cabello.”[vii]
Eso es exactamente lo que esta oración nos enseña. Esta oración nos lleva a reconocer que la tentación es una amenaza diaria y constante. No podemos evitar que llegue, pero podemos decidir que no le daremos espacio en nuestro corazón.
Hasta ahora, hemos visto dos verdades:
- Esta oración nos lleva a reconocer que el la tentación nunca desaparecerá.
- Esta oración nos lleva a reconocer que nuestro corazón pecaminoso coopera con la tentación.
En tercer lugar: Esta oración nos lleva a admitir que no tenemos la fuerza de voluntad suficiente para resistir por nosotros mismos.
No tenemos la fuerza para resistir la tentación solos
Quizá te diste cuenta de que Jesús no nos enseña a orar diciendo: “Señor, dame más fuerza de voluntad para luchar contra la tentación.” No. Esta es una oración de desesperación.[viii]
Jesús no te está diciendo que pidas más fuerza de voluntad; Él te está enseñando a admitir que nunca tendrás la fuerza suficiente.
“Líbranos del mal” significa que tú no puedes librarte solo. “No nos metas en tentación” significa que tú no puedes vencerla por tu cuenta. Esta es una oración que solo pronunciarán quienes reconocen que no pueden vencer la tentación sin la guía y el poder de su Padre celestial.
Recuerdo cuando nuestros hijos eran pequeños. Una mañana, estabamos orábamos en la mesa antes de ir a la escuela. Como era nuestra costumbre, íbamos turnándonos para orar y, le tocaba a uno de ellos que tenía unos 5 años. Pero de repente anunció, muy serio, que ese día no iba a orar.
Yo pensé: “Aquí está, la rebelión espiritual total en el hogar del pastor, ¡y apenas con cinco años!” Pero mantuve la calma y le pregunté: “¿Y por qué no quieres orar esta mañana?” Y él me contestó: “Porque hoy realmente no la necesito.”
En otras palabras, él sentía que tenía todo bajo control: “la clase la tengo dominada, mis lápices de colores listos, todo está en orden. No necesito ayuda.”
La verdad es que él expresó con palabras lo que muchas veces sentimos. Tal vez no lo digamos en voz alta, pero vivimos como si la vida estuviera bajo nuestro control. Pensamos: hoy no voy orar por la tentación, porque no creo que la necesito. Estoy bien. Si viene la tentación, la voy a vencer “facil”.
Este no es un peligro nuevo para el discípulo de Cristo. Fue la experiencia del apóstol Pedro, allí en el aposento alto. El Señor estaba advirtiéndoles a sus discípulos—según relata el evangelio de Mateo, capítulo 26—que uno de ellos lo iba a traicionar.
Ellos comenzaron a decir: “¿Seré yo, Señor? ¿Acaso podría ser yo?” Pero ninguno dijo: “Señor, será mejor que empecemos a orar, porque podría ser yo.”
Entonces Jesús les informó que todos lo abandonarían, que huirían. Pedro respondió en el versículo 33: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.”
Recuerda esto: el cristiano orgulloso piensa que no puede caer; el cristiano humilde sabe que no puede permanecer en pie sin Cristo.
Pedro, en efecto, estaba diciendo: “Soy fuerte. Yo no voy a caer. Eso no me puede pasar.” Jesús le respondió en el versículo 34: “De cierto te digo que esta noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces.”
¡Qué específico! Tres negaciones, y después un gallo que canta para recordarle esta advertencia.
Y aun así Pedro no respondió: “Señor, si ya me dices con tanto detalle lo que va a ocurrir, es evidente que voy a enfrentar una tentación que no podré manejar. ¡Ayudame a resistir! ¡Librame de la tentación!”
No. “Eso a mi no me va a pasar. Ni siquiera hay un gallo por aca. En mi futuro no hay gallos cantando.”
Muchos estudiantes de la Biblia se concentran en la negación de Pedro cuando lo presionaron esa noche allí, en la casa del sumosacerdote… cuando una criada señaló que era un discípulo del Señor en frente de todos.
Pero en realidad, Pedro no se desplomó en ese momento. Su caída espiritual no comenzó allí junto al fuego, en medio del patio. Él ya había comenzado a caer en el aposento alto, horas antes de terminar en ese lugar. El Señor ya le había advertido: la tentación estaba por llegar.
Jesús nos enseña a orar aquí no porque la tentación podría presentarse, sino porque con certeza se presentará. Tú y yo debemos orar todos los días con esa conciencia: “La tentación viene, y yo no puedo enfrentarla por mi cuenta.”
Y con esto, llegamos a la cuarta verdad de esta petición: Esta oración nos lleva a descansar en la promesa de que Dios nos guiará por el camino correcto.
Dios nos guiará por el camino correcto
Habiendo admitido nuestra incapacidad de vencer la tentación por nuestros medios, recibimos la promesa del poder de Dios. Él puede guiarte alrededor de la tentación y, muchas veces, también a través de ella.
“Líbranos del mal” significa literalmente: no permitas que el mal nos atrape en su red.[ix]
Phillip Keller escribió en su libro sobre este pasaje:
“El Señor no nos enseñaría a pedirle a nuestro Padre celestial que nos libre del mal si tal liberación no fuera posible. No nos instruiría a orar para ser librados de la tentación si nuestro Padre no tuviera interés en hacerlo. Pero sí lo tiene… y sí lo hará. Esta es otra medida de Su gracia y de Su amor por nosotros, Sus hijos.”[x]
La tentación siempre anda buscando en tu vida algo que no esté bajo el control del Espíritu de Dios, algo que aún guardas para ti mismo. Y ataca justamente esas áreas que no has rendido.
Así que, esta petición no se trata únicamente de la tentación y el pecado; se trata de nuestra confianza y sumisión a Dios.
El teólogo Peter Forsyth lo expresó de esta manera hace cien años: “El primer deber de toda alma no es encontrar su libertad, sino a su Maestro.”[xi]
Ese es el primer deber. Lo que Forsyth quiere decir es que Él deber primario, la delicia primaria— El deber primario que aplasta el pecado, que vence la tentación y que deleita a Dios—no es encontrar tu libertad, sino a tu Maestro.
Y cuando tu Padre celestial es tu Maestro, Él te da la verdadera libertad:
- la libertad de evitar caer por el borde del desastre,
- la libertad de mantener el equilibrio,
- la libertad de permanecer en el sendero,
- la libertad de vivir una vida que valga la pena vivirla.
Conclusión
Con esta última petición, Jesús nos enseña a terminar nuestra oración con un clamor humilde, no con una declaración de autosuficiencia. No concluimos este modelo de oración pensando: yo puedo; terminamos de orar admitiendo: Padre, sin ti no puedo.
Y así debemos vivir la vida cristiana. No es un paseo fácil ni un sendero amplio y seguro. Es, en muchos sentidos, caminar al borde del precipicio. Y la única razón por la que no perdemos el equilibrio es porque nuestro Padre que está en los cielos tambien nos sostiene de la mano, nos guia, nos protege, y nos permite permanecer en el camino de la verdad y la santidad.
Así que, recuerda estas verdades: la tentación no va a desaparecer, tu corazón va a querer cooperar con la tentación, y tu voluntad nunca será lo suficientemente fuerte como para resistirla. Sin embargo, tenemos la promesa de que nuestro amado Señor sí tiene el poder, el interés, y la gracia necesaria para librarnos del mal.
Cada mañana, cuando abres los ojos, no solo te enfrentas a un mundo lleno de dificultades y tentaciones. También, comienzas un día en el que la gracia de Dios vuelve a ser suficiente y se renueva y te sostiene. Esa debe ser tu confianza y tu seguridad.
Querido hermano/hermana en la fe, la verdadera libertad no está en seguir tus propios caminos, sino en rendirte completamente al Señor que conoce el mejor camino. Allí está la paz de saber que tus pasos son guiados por un Padre sabio y amoroso; allí está el gozo de obedecer al Maestro que quiere lo mejor para ti y sabe lo que es mejor para ti.
Ora al Señor y experimenta la bendición y el descanso que hay en confiar en los caminos de nuestro poderoso libertador, nuestro fuerte protector: El Dios del universo, quien en su gracia es tambien nuestro Padre que esta en los cielos.
[i] Comentario Exegético sobre el Nuevo Testamento: Lucas, Zondervan 2011, p. 419.
[ii] Insights on Luke, Zondervan 2012, p. 291.
[iii] The Prayer that Turns the World Upside Down, Nelson Books, 2018, p. 146
[iv] Praying the Lord’s Prayer, Crossway, 2007, p. 93
[v] Adapted from Packer, 88
[vi] Ibid
[vii] Ibid
[viii] Adapted from Mohler, p. 147
[ix] Rienecker y Rogers, Linguistic Key to the Greek New Testament, p. 172
[x] A Layman Looks at the Lord’s Prayer, Moody Press, 1976, p. 138.
[xi] Citado en Warren W. Wiersbe, On Earth as It Is in Heaven, Baker Books, 2010, p. 117.